[ A+ ] /[ A- ]

19 años….!

El 26 de diciembre de 1996, iniciaba mi colaboración en El Diario. Ante la inminencia del año jubilar, el año 2000, puse, de momento, mi columna bajo el lema del Jubileo 2º milenio. 19 años han trascurrido y ha sido un tiempo de aprendizaje. Formé parte del consejo editorial de El Diario, cuando lo había; fue aquello un curso de periodismo completo pues los asuntos que se ventilaban se referían a todos los aspectos que tienen qué ver con la marcha, que ha de ser ascendente, de un periódico, incluida la vertiente empresarial. Era navegar en aguas dominadas por fuertes corrientes opuestas, tendencias políticas y presiones económicas, intereses de grupos de poder fáctico, etc.

Pero lo más retador personalmente, era aprender a escribir. El dominio de la gramática – “el arte de hablar y de escribir correctamente un idioma”, que así se define -,  era prioritario. Y el arte se aprende a partir de tendencias, cualidades y límites. No creo haberlo logrado, pero seguimos terqueando. Investigar el tema a base de una lectura copiosa y cuidadosa del signo del tiempo y de la lectura de los que sí saben. Todos los grandes escritores han incursionado en el periodismo, de Dostoievski al Gabo o Vragas Llosa, de Proust a Vasconcelos o Azuela. Alguna de las  novelas del gran escritor ruso, fue publicada por entregas, en un diario. Para aprender algo del oficio, poseo un archivo con más de 5000 artículos de los mejores escritores internacionales, de El País, sobre todo, sabiendo que la página editorial del periódico es su columna vertebral. Catedráticos, escritores, novelistas, sociólogos, filósofos, políticos, expresidentes, científicos, (teólogos, no), todos usan la página de opinión. Y es que cada vez se lee menos, así, el artículo de periódico rinde buenos resultados, es breve y presenta síntesis. Está pidiendo la categoría de género mayor. Un periódico, en cualquier soporte, debe privilegiar esta sección. En mi caso, he de tener presente que soy de aprendizaje lento.

Compartir el propio pensamiento sobre el acontecer, tal como uno lo percibe desde su propia óptica, fiel a una convicción y creyendo en un futuro cierto, es el propósito. En esta columna cruzamos los años negros de la violencia sin bajar la guardia, anunciamos y de+nunciamos inspirados en los principios eternos de la verdad sobre el hombre, sobre el mundo y sobre Dios. Contemplando el archivo, veo que no hubo tema

relegado; hablamos de todo con respeto a la persona, sin ofender. El tema político fue tratado desde una filosofía política, de otra forma deja de ser compromiso con la verdad y el bien. Y mi credo fue explícito: la política se nos ha convertido literalmente en cuestión de vida o muerte.

Experiencia maravillosa, pues, que me ha permitido respirar espiritualmente, compartir mi visión,  aquello que creo y da sentido a mi vida. Quiero creer que la columna tuvo éxito; algunos ‘fans’ hacían reenvíos y  hubo quien la reenviaba a más de 100 personas, Sarmiento incluido, ¡hágame el favor!

A los compañeros de El Diario que lo han sido y a los que ya no están en este mundo, Elías Montañez y Pérez Mendoza. Mención especial a nuestro director general, a D. Osvaldo, que con  espíritu de lucha, habitual en él, enfrenta los retos de una nueva era en el periodismo.  A todos, muchas gracias. Han trascurrido 19 años!

Los dejo con la que fuera mi primera colaboración periodística, aquel 26 de diciembre de 1996, aquí, en El Diario:

“Celebramos la fiesta de la Navidad. Y en esta ocasión la Iglesia la celebra en la perspectiva del Gran Jubileo: El bimilenario de nuestra fe. Hace algunos años, pero de forma explícita desde 1994, el Papa actual ha convocado a la Iglesia toda a celebrar el Gran Jubileo del año 2000.

Con dicha celebración nos referimos a los 2000 años del nacimiento histórico de “Jesús llamado el Cristo” (Mt.1.16), nos referimos a aquella primera Navidad, dominada por la Pax Augusta.

La Navidad, más allá de un estado de ánimo un poco dulzón, hace referencia al acontecimiento más trascendental en la historia de la humanidad; se refiere a la Encarnación-nacimiento del Hijo Eterno del Padre, a su irrupción en nuestra historia, como la expresión de un amor comprometido e irreversible, revelación suprema  de la misericordia, de la ‘filantropía divina’ escribía Orígenes. Así lo entendieron los teólogos cristianos desde el principio. A finales del s. I, Juan escribía: “por esto existe el amor, por que El nos amó primero y nos envió a su Hijo para que expiara nuestros pecados”. Esto es lo que celebramos en Navidad: la colación de la vida.

Con aquella Navidad se inauguran los tiempos nuevos y definitivos dominados por la misericordia y el perdón; se inaugura, como lo dice Jesús mismo, el año de gracia del Señor. De ahí que la quintaesencia del cristianismo sea el amor vivido en la horizontalidad del amor fraternal. Tal es la fe del cristianismo.

A dos mil años de distancia podemos preguntarnos una vez más, – porque cada generación tiene que hacerlo -, ¿qué valor, que fuerza, qué significado real tiene el cristianismo? ¿Cuál puede ser su aportación específica en estos momentos concretos de la historia? ¡Conserva, todavía, la fuerza transformadora y renovadora  que ha mostrado en otros momentos de la historia? ¿Qué debe de hacer, en concreto la Iglesia, para transmitir el impulso renovador del cristianismo, del evangelio? En la forma, según la cual se ha estructurado la sociedad actual, ¿hay, todavía, lugar para la fe, para los valores del espíritu, para el evangelio? A esta, y otras preguntas semejantes, hay que dar respuesta. Es evidente que la medicina, por buena que sea, si no se aplica no surte efecto.

Amplios segmentos de nuestra sociedad se han ido haciendo cada vez más extraños al cristianismo, no sólo como práctica sino como interpretación de la vida, ha escrito un pensador recientemente. El hombre actual vive cada vez más en la periferia de sí mismo. Ha  sustituido los valores fundamentales por ciertas ilusiones totalmente externas, como el bienestar, el confort, la riqueza, la salud.  Sus problemas llevan nombres que todos conocemos por que nutren  los medios de comunicación. Se llaman: salarios, presupuestos, impuestos, inflación, tipo de cambio, seguridad social, sindicatos, democracia. El hombre del s. XX es más sensible a los desórdenes económicos que a los desórdenes de la conciencia; es más sensible a las opciones políticas que a las opciones  religiosas.

Nisbet Robert ha escrito: Bajo el Renacimiento el mito predominante fue el del Hombre y la Razón; en el s. XIX fue el  Hombre y la Naturaleza; este  siglo, el Hombre, la Economía y la Política. Para los historiadores del futuro, probablemente el tema del siglo XX será: el hombre, su alienación y su inadaptación.

Es innegable que el hombre de finales del siglo XX tiene que afrontar el fracaso, sobre todo en el orden fundamental del ser; tiene que afrontar el duro contraste entre el adelanto meramente técnico y el déficit enorme en humanidad. La esperanza en un desarrollo sostenido de la humanidad ha experimentado un profundo desmoronamiento. Y no son los profetas reaccionarios de la desgracia los que nos advierten de crisis mayores que se avecinan, sino los observadores atentos del acontecer, que ven, en la mera consideración política o económica de la crisis actual, una superficialidad peligrosa. Heidegger habla de “superficialidad metafísica”

En resumen  nos hayamos otra vez ante el fracaso de la pura inteligencia y, por ello, necesitamos poner en juego las fuerzas y los valores del espíritu. Y sólo en la religión existe vigor suficiente para soltar las fuerzas del espíritu.

La celebración de esta Navidad, en la perspectiva del Gran jubileo del año dos mil, según el proyecto del papa actual, constituye una oportunidad formidable para ir generando en el complejo social, espacios para escuchar con renovado interés el mensaje cristiano como oferta y posibilidad real de realización para cada hombre y cada mujer, para cada familia, para la sociedad toda.  Trascenderemos, de esta manera, lo meramente ambiental y podremos llegar a ser factores de un verdadero progreso en humanidad.

Con este artículo programático inicio, así lo espero, una serie de colaboraciones en el DIARIO DE JUAREZ en las que trataré muy diversos temas, en la línea de una Antropología Teológica y desde la perspectiva del GRAN JUBILEO”.

El gran jubileo lo inauguró Jesús cuando irrumpió en nuestra historia. El habló del “Año de Gracia”

¡Cómo han pasado los años!