Mes: junio 2014

Cantaré eternamente las misericordias del Señor (san Luis Gonzaga)

Te he de confesar, ilustre señora, que al sumergir mi pensamiento en la consideración de la divina bondad, que es como un mar sin fondo ni litoral, no me siento digno de su inmensidad, ya que él, a cambio de un trabajo tan breve y exiguo, me invita al descanso eterno y me llama desde el cielo a la suprema felicidad, que con tanta negligencia he buscado, y me promete el premio de unas lágrimas, que tan parcamente he derramado.

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XII Domingo “A”. Junio 22,2014

Jer. 20,10-13; Salm. 68; Rom. 5,12-15: Ev. Mt.10,26-33 D. Bonhoeffer, asesinado en el campo de concentración nazi, Flossendburg, afirmó en medio del paroxismo de la locura: Cuando Cristo nos llama, nos llama a morir con él. Y no...

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Ayudar a Dios!

Días difíciles, marcados por un clima de fuego.  No resulta fácil elegir, pensar y desarrollar un tema preciso. Víctimas también de la enajenación global que, periódicamente, pone en movimiento la trasnacional llamada FIFA. Así,...

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Venga tu reino, hágase tu voluntad. (san Cipriano)

Prosigue la oración que comentamos: Venga tu reino. Pedimos que se haga presente en nosotros el reino de Dios, del mismo modo que suplicamos que su nombre sea santificado en nosotros. Porque no hay un solo momento en que Dios deje de reinar, ni puede empezar lo que siempre ha sido y nunca dejará de ser. Pedimos a Dios que venga a nosotros nuestro reino que tenemos prometido, el que Cristo nos ganó con su sangre y su pasión, para que nosotros, que antes servimos al mundo, tengamos después parte en el reino de Cristo, como él nos ha prometido, con aquellas palabras: Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino que está preparado para vosotros desde la creación del mundo.

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Santificado sea tu nombre (san Cipriano)

Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre la oración del Señor.
Cuán grande es la benignidad del Señor, cuán abundante la riqueza de su condescendencia y de su bondad para con nosotros, pues ha querido que, cuando nos pongamos en su presencia para orar, lo llamemos con el nombre de Padre y seamos nosotros llamados hijos de Dios, a imitación de Cristo, su Hijo; ninguno de nosotros se hubiera nunca atrevido a pronunciar este nombre en la oración, si él no nos lo hubiese permitido. Por tanto, hermanos muy amados, debemos recordar y saber que, pues llamamos Padre a Dios, tenemos que obrar como hijos suyos, a fin de que él se complazca en nosotros, como nosotros nos complacemos de tenerlo por Padre.

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