¡Dios no hizo la muerte!
En 1947, al finalizar uno de los episodios más negros de la historia, A. Camus escribe una de las obras supremas del arte, arte supremo porque no es puro diletantismo o gusto literario, divertimento o floritura, sino compromiso con la verdad, denuncia, profecía, invitación para ceder a un “fatalismo activo” en el sentido que ni siquiera los momentos más oscuros pueden apagar el amor y el sacrificio encarnados, en esa obra, en el médico y el cura que mueren a lado de las víctimas en Orán, la ciudad devastada por «La Peste».
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