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(Paráfrasis)

Savater es un filósofo que ha hecho fortuna -y espero que también en lo económico- pues, hoy por hoy, no basta con pensar y escribir; también hay que saber vender. Y como buen español, Savater lo hace muy bien; hace “especiales” de filosofía para que esta ciencia adusta pueda ser digerida por el gran público. Esto no significa, de ninguna manera, superficialidad, sino, más bien, ingenio. Y Savater lo tiene, tal como se echa de ver en su Diccionario Filosófico.

Hombre de inmensa e intensa lectura y memoria prodigiosa, pone su libro bajo un texto de Goethe: “Todo es más sencillo de lo que se puede pensar y, a la vez, más enrevesado de lo que se puede comprender.” La cita es oportuna pues por una parte parece hacer accesibles las cosas y, por otro lado, nos deja siempre con la sensación de que las cosas no son tan claras y simples como quisiéramos. Esto ha de tenerse en cuenta en las conferencias mañaneras. Parece fácil, pero no lo es tanto.

De su Diccionario me llamó la atención el apartado dedicado a la estupidez, del que hago aquí una paráfrasis. Paráfrasis, en el campo de la filología, es el comentario de un texto; es una ampliación explicativa. Esta aclaración me ahorra las comillas y, al mismo tiempo, la fuente queda consignada.

El aburrimiento. Durante mucho tiempo he creído que la principal explicación de por qué la historia está tan llena de atrocidad y barbarie habría que buscarla en el aburrimiento. En efecto, cuando las cosas marchan discretamente bien, los humanos nos aburrimos: entonces empezamos a meternos con los vecinos. Uno de estos sábados, tras el trabajo de la semana y del día, y preparándome para el trabajo del domingo, un vecino mío, que seguramente estaba muy aburrido, tuvo la feliz ocurrencia de hacer una fiesta, para lo cual se hizo de unas enormes bocinas, que se escuchaban por toda la Cuauhtémoc o más allá. Y la fiestecita, para superar el aburrimiento, duró hasta las tres de la mañana. Invito a cualquiera de mis lectores a que se ponga en mi lugar: temblaban las ventanas, caía tierra del techo, la música que se escuchaba daba unos bajos que parecían cañonazos –creo que el nombre de esta “música” es techno-. Al día siguiente, tenía yo que presentarme en la televisión a las 9:00 a.m. Los miles de espectadores pudieron contemplar mis abultadas ojeras y mi actuación bastante errática. Y todo por el aburrimiento de un vecino. Mis lectores sabrán perdonarme si pasó por mi mente, en algún momento del insomnio, lanzarle a mi vecino una granada de fragmentación.

Pero el aburrimiento puede ir más lejos y llevar a un hombre a descubrir un continente, con la sencilla intención de conseguir especias raras para condimentar los aburridos platillos de la nobleza europea. Un célebre rey de Portugal -que, si mal no recuerdo, era Enrique el Navegante-, aburrido de contemplar el imponente y hermoso mar, organizó una expedición punitiva al norte de África; propinó una pela muy regular a los saharauis, se trajo cautivos a los más que pudo y los dedicó a decorar su palacio, hasta entonces, de colores monótonos y aburridos. De igual manera, en un momento de aburrimiento, mientras paseaba por los jardines del Vaticano –lo confiesa él mismo-, Juan XXIII tuvo la ocurrencia de convocar un concilio ecuménico, con lo que dejó a sus sucesores menudo lío y propinó a la Iglesia y al mundo tal sacudida, que todavía las aguas buscan su nivel.

El aburrimiento, igualmente, nos lanza a la calle; ahí vamos todos en tropel. Ahí tiene usted la fuga obsesivo-compulsiva a El Paso. Esperamos cualquier día libre y, ahí vamos, delirantes, sin importar fríos, calores, revisiones humillantes, etc. Siempre que veo esas líneas, me felicito de no tener mucho que hacer en allá. Decía Pascal que no nos imaginamos los problemas que nos ahorraríamos si supiésemos permanecer en casa. Yo sí creo que permanecer en casa nos ahorra disgustos, mentadas y combustible. Nuestras calles son de alto riesgo, y si no es por estricta necesidad, más vale quedarse en casa. La gente que se queda en su casa, entretenida en sus cosas, rara vez hace daño a nadie: lo trágico de la vida es que en casa la mayoría de la gente se aburre y, al tratar de sobreponerse al aburrimiento, es cuando sobreviene el conflicto. En ese afán de superar el aburrimiento, poetas y literatos han puesto su cuota. Así, Tolstoi advierte, al inicio de Ana Karenina, que “las familias felices no tienen historia”. Y, ¿cuál es el afán de tener historia?, digo yo.

La gran batalla de este mundo se da entre quienes disfrutan quedándose en casa y los que en casa se aburren. Hay que luchar contra el aburrimiento del hogar, y si para ello hay que fundar una pandilla, capitanearla y lanzarla contra la del barrio vecino, pues a hacerlo; no queda más. Si para salir del aburrimiento que me produce el exceso de tiempo libre, de salud y de dinero, es necesario convertirme en líder para organizar el hambre y la pobreza y lanzarlas contra quien se ponga enfrente, pues, adelante. Dígase lo mismo de la CENTE que no es más que un producto del aburrimiento. De paso me libro del anonimato. Famosos líderes ha habido que se convirtieron en tales luego de que les aburrió el billar. No es otro el origen de las grandes revoluciones, de los golpes de estado, transformaciones, persecución de herejes y cosas de ese jaez. Nietzsche escribía: “Más que ser felices, los humanos quieren estar ocupados. Todo el que les procura ocupación es, por lo tanto, un bienhechor. ¡La huida del aburrimiento! En oriente, la sabiduría se acomoda al aburrimiento, hazaña que a los europeos les resulta tan difícil que sospechan que la sabiduría es imposible.” AMLO mantiene muy ocupados a los medios. De tal forma, pues, que los bienhechores de la humanidad son los que nos mantienen ocupados, los que han aliviado el hastío de los pueblos, entre los cuales se cuentan los más célebres carniceros de la humanidad. Hitler, Stalin y Churchill mantuvieron ocupada a Europa por varios años; cuando se les unió Roosevelt, el jaleo adquirió proporciones mundiales. Qué sería de la industria del cine sin estos “bienhechores”. Por eso pienso que el aburrimiento es ingrediente fundamental de las desventuras históricas.

b-Estupidez. Al lado del aburrimiento está también la estupidez; cosa grave es la estupidez. Y no vamos a caer en la tentación escolástica de definir. Savater, citando la obra Allegro ma non Troppo, de Carlo Cipolla, dice que los evidentes y numerosos males que nos aquejan tienen por causa la actividad incesante del clan formado por los máximos conspiradores espontáneos contra la felicidad humana, a saber: los estúpidos. El Abuelo de F. Cabral lo llamaba de otro modo. Y son muchos, decía. Con todo, no hay que confundir a éstos con los tontos, porque puede haber intelectuales, profesionistas –incluso políticos-, que padezcan este mal. La estupidez es una categoría moral, no una clasificación intelectual: se refiere, por tanto, a las condiciones de la acción humana. Según el citado Cipolla, pueden establecerse cuatro categorías morales: los buenos, cuyas acciones logran ventajas para sí mismos y también para los demás; segundo, los incautos, cuyas acciones sólo proporcionan ventajas a otros; luego, los malos, que obtienen ventajas para ellos a costa de otros, (huachicol); y, por fin, los estúpidos, cuyas acciones no obtienen ventajas ni para ellos ni para los otros. Peregrina clasificación. La opinión de Cipolla es que hay muchos más estúpidos que buenos, malos o incautos. Y más burros que burros. Lo terrible de esta categoría –según lo adivinaba Anatole France- es el hecho de que el estúpido es peor que el malo, porque el malo descansa de vez en cuando, pero el estúpido nunca. Su acción es continua y su intención es arreglar y enmendar los males de los demás y los males del mundo. “en el mucho hablar no falta el pecado”, dice el texto sagrado.

La estupidez, que también está globalizada, la podemos descubrir contemplando el mundo: cientos de millones de seres humanos se mueren de hambre, y los recursos económicos se gastan en armamento, o en mármol para decorar los ministerios; a la Iglesia se le achaca que recomienda tener todos los hijos que se pueda, pues lo contrario es pecado; el ozono del firmamento, el agua de los mares y las selvas de la tierra son sacrificados como si conociéramos el modo de reponer tan indispensables riquezas. Anualmente asesinamos 100 millones de tiburones; los rinocerontes se extinguen con la única finalidad de quitarles el cuerno porque es afrodisíaco. En Europa no sabe uno qué es peor: si los yugoslavos que se matan por la bazofia nacionalista o quienes, a pesar de lo que está pasando en Yugoslavia y otros lugares, siguen predicando, en tierras aún pacíficas, bazofia nacionalista y superioridad de razas. La estupidez queda de manifiesto cuando se forman fuerzas y comisiones de paz, mientras los mismos países se encargan de vender armas a los contendientes.

Dios nos guarde de mal tan grande.