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 AFRONTAR EL FRACASO.

 

 

Permanecer callados, hoy,

es mentir. (Unamuno)

 

Uno de los más famosos profetas de la era del progreso, fue Bertrand Russell. La autoridad de Russell, por los años que siguieron a la primera guerra era casi indiscutible. Talento matemático de primer orden, tuvo Russell el honor de sumar su nombre con el de Whitehead en famosos ensayos que tenían la pretensión de identificar la matemática con la lógica. Disputado por las universidades norteamericanas, Russell era uno de los conferencistas que atraía más público. Sus ideas liberalísimas, sobre el matrimonio y las costumbres, llegaron a constituir el escándalo de su tiempo. Por todas partes se le aclamaba como reformador valiente y como ejemplo y prototipo de nuestra época. Una conciencia libre de los prejuicios tradicionales, era la de Russell, y segura, además, que el hombre marchaba hacia metas de superación.

 

Fue famoso su libro: “¿Por qué no soy cristiano?”. Lo fue también la respuesta de Chesterton: ¿Por qué soy cristiano? Pero como decía el viejo y querido obispo Talamás, si el diablo pudiera decirme una verdad, tendría que aceptarla. “Cuando los padres se aman, la educación es un éxito”, decía Russell; y es una verdad del tamaño del mundo. Añadía: “La familia es un problema muy complejo porque es un nido de resentimientos”. Triste realidad pero cierta. La familia puede llegar a ser eso, un nido de resentimientos de todos contra todos. Cosa curiosa, a este profeta del progreso, – progreso que este siglo pretendió lineal y sostenido -, digo, a este profeta, le interesaba la familia, no obstante sus avanzadas ideas sobre el progreso.

 

Algunos años después, un poco, asustado del rumbo que tomaban las cosas, el susodicho “profeta del progreso” hablaba en un tono pesimista y de lamentación. En uno de sus últimos libros titulado “Ensayos Impopulares”, Russell pontifica: “antes de que termine el presente siglo (s.XX), y a menos que ocurran sucesos impredecibles tres posibilidades se habrán de cumplir, a saber:

 

  1. el fin de la vida humana y tal vez de toda vida en nuestro planeta. (Se comenzaba a vivir con el temor a una destrucción total mediante la energía nuclear)
  2. una reversión a la barbarie, después de una catastrófica disminución de la vida en el planeta.
  3. la unificación del mundo bajo un solo gobierno que posee el monopolio de todos los principales instrumentos aplicables a la guerra.

 

No se atreve Russell, a decir cuál de las tres posibilidades se cumplirá, pero sí sostiene con vigor, que el modo de vida al cual estamos acostumbrados, (habla de su tiempo) no puede continuar. Y en esto tenía toda la razón.

 

De esas tres posibilidades contempladas por el filósofo inglés, la más cercana a la realidad el día de hoy es la tercera, es decir, la creación de un instrumental tecnológico, no sólo de guerra y de destrucción, sino de dominio completo mundial, la banca internacional o mundial, sería el instrumento indispensable. Sin embargo, ésta opción no se da, no puede darse sin una regresión a la barbarie, a esa brutal tendencia destructiva que es la guerra, a una barbarie que gracias a la tecnología es infinitamente más destructiva. Quizá falta matizar la idea de Russell: el factor económico que sustenta las guerras estratégicamente repartidas por el mundo. Siempre existe el riesgo de una salida de control, tal como lo demuestra la guerra de exterminio del tenebroso estado islámico, resultado final de la primavera árabe.

 

Las guerras desarrolladas en el siglo XX y las desarrolladas en lo que va en el siglo XXI, nos ponen ante el fracaso más evidente de lo que podemos llamar humanidad. La pobreza, el hambre y la enfermedad que atenazan a la mayor parte de la humanidad, que se ceban especialmente en el Continente Africano, constituyen, igual, el más grande fracaso de humanidad. “El largo siglo XXI latinoamericano”, titula un artículo M.A. Bastenier en el que describe el rompecabezas que es A.L. El pandemónium de las reformas en México, (La educativa, donde no existe ni mobiliario en muchas escuelas, escuelas en obra negra que han de recibir niños, edificios escolares en la miseria; la económica, donde la pobreza repunta y se estanca el desarrollo, energética, donde se prestan los servicios más caros), el desastre de Argentina y Brasil y “América Central que se gana por enésimo año consecutivo el título de mayor matadero mundial en tiempo de paz”.

 

Pero los acontecimientos no se detienen aquí. Los atentados terroristas que se dan a diario en el mundo islámico son desestabilizadores. Ver una escena en la que aparecen unos hombres, tras el atentado, depositando restos humanos, fragmentos humanos, pies, antebrazos, piernas, cuerpos despedazados, restos sanguinolentos, en una carreta; en otra carreta que escurre sangre, depositan más cuerpos deshechos. Resulta patético ver cómo el cuerpo destrozado de una mujer resbala en la sangre que cubre la plataforma de la carreta, donde hay más cuerpos, y cae al suelo de nuevo. En otra carreta es depositado un hombre cuya pierna fue destrozada; el herido se aferra con sus manos a la carreta y un amigo, tomándolo de la única pierna que le quedó comienza precipitadamente a jalar la carreta; de esa manera lo saca de la zona de muerte. Escenas terribles. Y la pregunta mínima que nos podemos hacer es: ¿esa es la lucha por la democracia y la libertad y el progreso? Hoy coinciden observadores que el terrorismo ha aumentado a partir de la invasión a Irak. La crisis humanitaria que ha provocado el ancestral conflicto en Oriente Medio, es difícil de creer en pleno s XXI.

 

Esto me lleva a mi tesis fundamental. Ya no son suficientes las categorías sociopolíticas y socioeconómicas para explicar y, en su caso, revertir, este deterioro tan grave. El mal aparece demasiado profundo, demasiado terrible, demasiado bien estructurado, organizado que pareciera no tener su origen en el hombre mismo. No son simplemente errores, fallas, equivocaciones, cálculos mal hechos, simples fraudes o videos desafortunados, sino un misterio de perversidad que impulsa el acontecer humano misteriosamente. El resultado final de esa acción humana sesgada que hoy tiene su mejor expresión en el discurso político sesgado, en la pobreza, la ansiedad, la inseguridad, el hambre, la miseria y la muerte de millones de seres humanos. La provocación de una guerra regional impulsada por Maduro como distractor, en la perturbada zona fronteriza con Colombia, los países Africanos despoblándose por el hambre, la enfermedad y la guerra, son el resultado final de un misterio de iniquidad que ya no alcanzan a explicar las categorías humanas. Aquí, la categoría fundamental es “el pecado”, el gran desorden según un texto egipcio anterior a la Biblia.

 

Gonzalv K. Mainberger concluye de la manera siguiente un ensayo sobre el pecado original. «“Si el hombre moderno no es pelagiano (Pelagio sostenía que no necesitamos de la gracia de Dios para ser buenos; vivió entre los siglos IV y V), sí lo perece. Creemos que podemos hacerla sin Dios. El mal estructural reside en que el progreso reclama su víctima. Sin víctima no hay avance del progreso ni desarrollo tecnológico. A las víctimas pertenecen aquellos que han sido despedidos de sus trabajos y, en parte, los que han sido jubilados anticipadamente en los países industrializados, los que gozan de muy bajos salarios y aquellos jubilados en los países pobres cuyas pensiones son ridículas y miserables, insuficientes, a punto de agotarse, como también el ejército de trabajadores utilizados como esclavos en los países en vías de desarrollo. Para estos seres abandonados, perplejos, se trata de una representación del mal en acción. Pero es una representación que se presenta con la luz de lo inevitable. En consecuencia, la perplejidad da paso a la resignación. Siempre ha llevado consigo el mal una cierta fatalidad, que también es una versión de la matriz cultural que en otro tiempo se le llamó el pecado original»

 

El hombre ha abandonado a su Creador; el filo diabólico de la tentación para el hombre sigue siendo la vieja frase primordial: «ustedes también serán como dioses». El hombre ha roto hoy dramáticamente una unidad fundamental que puede redimirlo, ha escrito Franz Rosenzweig, en su obra The Star of Redemption (N.Y. 1970). Dios, el mundo y el hombre, más que una totalidad constituyen una unidad, y ésta unidad ha quedado rota. Han quedado los miembros desarticulados de esa unidad: un Dios desconocido, excluido, cuestionado y aparentemente lejano, un mundo que intenta explicarse a sí mismo y una humanidad entregada a la tragedia del mal, del pecado y de la muerte. Sobre estas ruinas, Rosenzweig reconstruye una red que serían creación, revelación y redención. “Por la creación, Dios se exterioriza en el mundo, pero se habla sólo en tercera persona y en discurso narrativo. Por la revelación, Dios se dirige a un alma individual y le dice: «¡ámame!». El diálogo nace cuando alguien es interpelado así. Por la redención, una esperanza se abre: la esperanza de una comunidad histórica”. Si hubiésemos de decirlo con palabras más sencillas, tendríamos que decir que el hombre necesita acordarse de que es criatura, que hay un Dios que lo ama, lo conoce y lo busca y quiere construir, contando con él, el futuro. Yo no veo otro camino.

 

Aquí, lo hiriente es el discurso político de ocasión y la poca conciencia de quienes, desde sus posiciones privilegiadas, no prestan oídos y son incapaces de un auténtico cuestionamiento, de un compromiso de transformación personal. Igual, la indiferencia del pueblo, incapaz de exigir claridad y responsabilidad. Capacidad de indignarse, dice Zepeda P. El Informe ha de hacerse desde un bunker. Esto por la falta de civilidad de un partido. Miedo, más a la verdad que otra cosa. No olvidemos que se ha hablado de casas y clientes. Y no digo más que aquello sobre lo que nos han informado los medios. “Una verdad esclarecida es condición previa de todo resurgimiento” (JV.). No puede haber progreso sin verdad. El que miente quiere engañar (S. Agustín).

 

No se disguste mi amable lector; salvo dos o tres pinceladas del día, este artículo lo escribí el 03.02.2004., a sabiendas que es más difícil corregir un trabajo supuestamente terminado que iniciar uno nuevo.

NB. Algo que no previó el genio matemático de Russell, fue el calentamiento global. Yo creo que el fin del planeta avendrá por este renglón. En realidad, las tres hipótesis de Russell pueden conjugarse; al momento de la crisis final se mezclarán las tres hipótesis.

 

Descanse en paz Don Mario, amigo y hombre del bien decir. Cosas quedaron pendientes; habíamos planeado oír las grabaciones, que conservaba, de los locutores clásicos de la “W”.