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La gran enfermedad de nuestro tiempo, ha escrito Thomas Moore, (Care of Soul. Harvard U.P. 2005), presente en todos nuestros problemas y que nos afecta individual y socialmente, es «la pérdida del alma» (loss of soul). Podríamos traducir mejor hablando de pérdida de nuestra dimensión espiritual. En efecto, cuando nos olvidamos del alma las cosas no pueden seguir igual. Ello se echa de ver en la sintomatología de las obsesiones y la virulencia de las adicciones; en la violencia, en la desorientación radical. Nuestra tentación es aislar estos síntomas, dice el autor, o tratar de erradicarlos uno por uno; pero la raíz del problema es que hemos perdido nuestra sabiduría acerca del alma, incluso, nuestro interés por ella. Los viejos curas nos recordaban que teníamos un alma que salvar. Hoy, más bien, los mismos curas, o son sociólogos, politólogos o pertenecen a la “psicología pop”. Tenemos hoy pocos especialistas del alma que nos adviertan cuando sucumbimos a estados anímicos y emocionales dolorosos; o cuando, como nación, nos vemos enfrentados a un sinnúmero de males amenazantes.

 

Muchas veces habremos lamentado el mal que existe en el mundo, que se mueve a nuestro rededor, y habremos pensado en el porqué las cosas son así; tal vez hasta nos hayamos preguntado qué podemos hacer nosotros para que el mundo sea mejor y las cosas cambien. Tanto sufrimiento inútil nos lastima. Preguntarnos qué podemos hacer para que todo vaya mejor es un buen indicio y un buen principio, pues cuántas veces todo se reduce a la simple lamentación y a la cábala del albur político. ¿De dónde nos vendrá la salvación?, se preguntaba el salmista. Hoy responderíamos: de la política. ¡Que error!

 

Por otro lado, el mal es tan grande, tiene tantas ramas y está tan organizado, incluso promocionado, que nos desalentamos y renunciamos a cualquiera acción refugiándonos en una triste resignación, o, peor aún, en la indiferencia. Ya la Biblia aconseja ante el embate enfurecido del mal: “anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro; escóndete un breve instante mientras pasa la cólera” (Is. 26,20). Pero, una vez dentro de nuestras casas, ¿qué más podemos hacer?

 

Sin llegar a esta medida extrema, aconsejada por el Profeta, podemos hacer algo muy importante y que redundará, sin más, en bien de todos: alimentar nuestro espíritu. Muchas veces, no sólo no alimentamos nuestro espíritu, sino que nos olvidamos de que somos seres espirituales, se nos olvida que tenemos espíritu y que debemos alimentarlo. Lo que nos hace ser personas humanas es que tenemos alma; la biología la compartimos con el animal irracional. En la medida que nuestra vida espiritual se debilita y languidece, a la manera del enfermo que ya no puede soportar los alimentos, en esa medida descendemos en la categoría de personas, nos vamos deshumanizando; nuestra vida se hace penosa, difícil y, hasta insoportable. Todo se torna oscuro, sin sentido y el hastío colma el alma. Cuando veo la violencia imperante y la forma sádica de su ejecución, me imagino una película de terror, como si un elemento extraño e incontrolable se apoderara de los seres humanos y los impulsara fatalmente al suicidio masivo. No hace mucho, nuestros abuelos decían: anda el diablo suelto. Entonces no somos felices y hacemos infelices a los que nos rodean. Debemos alimentar nuestro espíritu y todo será diferente. “Nuestra alma tiene necesidad de soledad. En la soledad, si el alma está atenta, Dios se deja ver. La multitud es ruidosa. Para ver a Dios es necesario el silencio”. Aconsejaba s. Agustín.

 

Pero nos da miedo expresarnos de ese modo; somos laicos y modernos. Sin embargo, de nada tenemos más necesidad, y hasta agradecemos que alguien nos hable del tema en una forma fresca, alegre, sin prisa y con la paz de quienes tienen su espíritu sano, pleno, en paz. Que nos canten canciones alegres y tengan en su rostro la sonrisa de la esperanza cierta.

 

Me hicieron un buen regalo: A Calendar of Wisdom.  Ignoraba yo que Tolstoi hubiese escrito algo así. Desconocía, igualmente, que esta obra fuese su última obra mayor. “Con ella realizó un sueño que acarició durante 25 años, «la colección en un libro de la sabiduría acumulada a lo largo de los siglos», pensada para todo el pueblo”, dice el traductor al inglés, Peter Sekirin. Enorme esfuerzo, 10 años de trabajo y numerosas revisiones se condensan en este libro que vio la luz, por fin, en 1910, año de la muerte del autor. Espíritu vigoroso, profético, uno de los más grandes realizadores, sabía que el hombre debe alimentar su espíritu, de lo contrario, sucumbe; y da a su arte la dimensión del servicio. Las ideas se asocian. Beetohven decía: “mi arte debe consagrarse al bien de los pobres” (Dann soll meine Kunst sich nur zum Besten der Armen zeigen). Y es que, en última instancia, todo problema psicológico, toda crisis que sacude la vida y amenaza hundirla, es una cuestión religiosa, (matter of religion), según decía Jung.

 

Tolstoi organizó su obra como un calendario para que cada día pudiésemos tener un pensamiento para alimentar el alma. El tituló su obra: “Calendario de Sabiduría. Pensamientos para nutrir el alma”. “Yo espero que los lectores de este libro puedan experimentar el mismo benevolente y elevado sentimiento que yo tuve cuando trabajaba en su elaboración, y lo que yo experimento, una y otra vez, cuando vuelvo a leerlo, cada día… Mientras más fielmente, una persona sigue su inteligencia y controla sus pasiones, mas pronto arribara a la vida espiritual, al amor de Dios y de sus hermanos”. afirma el Conde Tolstoi en el prólogo. En efecto, “los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en qué pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás. (S. Agustín).

 

“Pensemos en un hombre loco que en vez de cubrir su casa con un techo y poner ventanas en los marcos, sale un día de tormenta e increpa al viento, a la lluvia, a las nubes. Nosotros hacemos lo mismo cuando renegamos y maldecimos el mal en otra gente en lugar de luchar con el mal que existe en nosotros. Es posible quedar libres del mal que está dentro de nosotros, como es posible hacer unas ventanas y un techo para nuestras casas. Esto es posible. Pero no nos es posible destruir el mal en el mundo, de la misma manera que no podemos ordenar al clima que cambie o a las nubes que desaparezcan. Si, en lugar de enseñar a otros, nos empeñáramos nosotros mismos con más ahínco en nuestra formación y mejoramiento, entonces podría haber menos mal en el mundo, y toda la gente podría vivir mejor sus vidas.

 

No te impacientes por sus errores. Nada nos enseña tanto como entenderlos en orden a su superación. Esta es una de las mejores vías en el camino de la perfección personal”. Tolstoi tomó este pensamiento de Thomas Carlyle (1795-1881), historiador y periodista inglés.

 

Tolstoi cierra con un comentario personal. “Nos pareciera, tal vez, que el trabajo más importante del mundo es el trabajo visible, aquel que podemos ver sensiblemente: construir una casa, arar la tierra, alimentar al ganado, recolectar los frutos; y que el trabajo que es invisible, el trabajo realizado en el alma, no es importante. Pero el trabajo invisible en el perfeccionamiento de nuestra alma es el más importante en el mundo, y todas las otras formas de trabajo visible son provechosas, solamente, cuando hemos hecho ese trabajo mayor”. Haberlo olvidado ha tenido un costo social altísimo. La sociedad se desmorona.

 

La falta de orientación, de libertad y de justicia, las enormes desigualdades, el cúmulo de sufrimiento inútil, la falta de una esperanza cierta que de solidez y unifique a la colectividad remitiéndola a una realidad trascendente que la oriente, suele llamarse, en el ámbito de la sociología, crisis espiritual o de trascendencia. Ésta procede del análisis que ve detrás de la crisis moral – o de valores se dice hoy – un vacío más profundo: el vacío religioso, cuya expresión más cruda la constituye el nihilismo, que barrió la distinción entre lo profano y sagrado, entre lo que se podía tocar y lo que debía ser objeto de un respeto sumo y cuyos umbrales no deberían traspasarse. Christian Offe abogará, por ello, por una moralización generalizada de los ciudadanos a fin de poder reorientar las relaciones sociales y el dominio de la producción.

 

Debemos afirmar que la crisis espiritual determina también una sociedad de relativización total en donde ya nada tiene el carácter de Único y Absoluto. En una sociedad así, no nos extrañe el deterioro moral que vuelve fácil arrojar la vida humana a la basura. Pero después de esta aniquilación de lo sagrado, no es que hayamos liquidado todos los ídolos que incuba el corazón humano, sino que hemos quedado en el desierto humano más desolado.  Imposible no recordar a Nietzsche: “ha muerto Dios y el cielo ha quedado vacío.  Pero, al mismo tiempo, hemos dejado vacía la tierra”; y bien sabía el filósofo a lo que se refería.

 

Nosotros hoy estamos verificando experimentalmente que ‘donde no está Dios, no está ni siquiera el hombre’. (H-Marie de Lubac). Tal es el resultado final del olvido del alma. El leit motiv del adviento es: “Enséñanos, Señor, a valorar sabiamente las cosas de la tierra para que no nos impidan alcanzar las del  cielo”.