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Una violenta ráfaga de viento sopló bruscamente sobre las montañas. Entonces vieron que algo se acercaba por encima del verde y plata de los olivos en flor, algo luminoso y bello, más deslumbrante que la nieve, más brillante que el cristal atravesado por un rayo de sol. Luego, la luz cegadora tomó una forma, dibujó la silueta de un hombre joven con vestidos de una blancura resplandeciente; fue a detenerse delante de los niños, que lo vieron cara a cara. asustados, los niños abrieron de par en par los ojos y contemplaron al extraño personaje. Y su voz, se dejó oír:

“No tengáis miedo. Soy el Ángel de la Paz. Juntad las manos y rezad conmigo”. Temblando, los pastores cayeron de rodillas. Y el Ángel se prosternó con el rostro en tierra y repitió tres veces la misma oración: “Dios mío, creo en ti, te adoro, espero en ti, te amo. Te pido perdón por quienes no creen en ti, no te adoran, no esperan en ti y no te aman”.

La tercera vez, las dos niñas repitieron con él las palabras santas y Francisco, que no había oído la voz celestial, oyéndolas rezar con tanto fervor, sintió un estremecimiento de miedo. El Ángel se levantó y dijo: “Tenéis que rezar así. Los Corazones de Jesús y de María escucharán vuestra oración”. Después desapareció de sus ojos. (Hünermann, Wilhelm, “Fátima, su historia maravillosa”)