“No tengáis miedo. Soy el Ángel de la Paz. Juntad las manos y rezad conmigo”. Temblando, los pastores cayeron de rodillas. Y el Ángel se prosternó con el rostro en tierra y repitió tres veces la misma oración: “Dios mío, creo en ti, te adoro, espero en ti, te amo. Te pido perdón por quienes no creen en ti, no te adoran, no esperan en ti y no te aman”.
La tercera vez, las dos niñas repitieron con él las palabras santas y Francisco, que no había oído la voz celestial, oyéndolas rezar con tanto fervor, sintió un estremecimiento de miedo. El Ángel se levantó y dijo: “Tenéis que rezar así. Los Corazones de Jesús y de María escucharán vuestra oración”. Después desapareció de sus ojos. (Hünermann, Wilhelm, “Fátima, su historia maravillosa”)