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No es halagüeño el panorama nacional. El coctel que se dispensa en los estados de Oaxaca, Guerrero y Michoacán, es veneno puro.  Amén del narcotráfico y su concomitante inseparable, la violencia en todas y sus peores formas, está el secuestro educativo. Algo sencillo y muy preocupante: millones de niños sin clases, unos, sencillamente porque los profesores agremiados se declaran en paro a discreción, otros, porque no tienen modo de acceder a la educación por muy gratuita y laica que sea. Eso es secuestrar el País. Un país así no puede aspirar a un futuro.

Con razón destaca Sarmiento este jueves cómo en España, mientras las Cámaras están en sesión, nadie se puede acercar para ejercer presión alguna; es un flagrante atentado contra la democracia, contras uno de los  poderes de la Unión. Pero alguien ha llamado a éste, el sexenio del perdón. Secuestrar al congreso, por muy desdibujado que esté, es secuestrar uno de los poderes de la Unión.

Los  extraños grupos que extrañamente se mueven extrañamente coordinados contra las reformas, sobre todo las que miran a disolver feudos, a terminar con los paraísos de la corrupción, llaman poderosamente la atención. Surgen, entonces, banderías y reviven muertos, a la manera de esos filmes de moda donde los muertos se mueven en las ciudades. Una gran mentira está a la base de todo ese malestar interesado que arriesga la Patria misma; pueden más los intereses mezquinos, la avaricia, el dinero abundante y fácil, sí, también en política, que la verdad y el amor por la Patria. Unos de los más influyentes diarios americanos, ha señalado este jueves que Pemex es una las más grandes industrias del mundo y ¡está quebrada! Oaxaca tiene tres décadas con el problema magisterial. Todo es una gran mentira. No que se digan mentiras, sino que son mentira. Y el quehacer  político se revela como el gran  fracaso.

Esto me ha hecho volver al pensamiento de Hannah Arendt. Se impone una breve reseña biográfica.  Arendt nació en Hannover, Alemania, en 1906; nació de una familia hebrea y se dedicó a la filosofía bajo la dirección de Heidegger y Jaspers.  Con el triunfo del nazismo emigró y se radicó en París y en 1941, como muchos de los de su raza, se trasladó a Estados Unidos, donde enseñó, primero en Chicago y después, desde 1968, en Nueva York.

Investigando sobre ella me he enterado de que su obra ha sido, traducida al castellano y sus libros han alcanzado una repercusión notable de aprecio y de ventas. El interés de su obra está en la actualidad en alza, dice el profesor Javier Ruiz. ¿Por qué Arendt ha sido estudiada más que otros pensadores? ¿Por qué ha llegado más a nosotros y se ha hecho popular?, se pregunta el citado profesor al iniciar un seminario sobre ésta escritora.  Lo que no cabe duda es que la lectura de Arendt sigue siendo fuente de inspiración y entusiasmo por lo político. Su pensamiento constituye una crítica luminosa y un análisis muy profundo del hecho político, que está en el terreno medio entre la disertación filosófica y el trabajo periodístico, al  nivel del  ensayo. Su infatigable curiosidad, su inteligencia y su capacidad de trabajo, le permiten producir una obra de primera calidad que, sea cual sea nuestra opinión sobre ella, nos empuja decididamente al estudio de los grandes temas y de los sabios en teoría política. Y esto es muy oportuno pues todo lo que sabemos sobre política es la charla de café y las truculencias del mundo político que satura los medios; lo que leemos habitualmente de política, lo que nos transmiten los “observadores”, más bien parece un juego de bingo. Habiéndosenos convertido la política en “una cuestión de vida o muerte”, análisis como el realizado por Arendt, resultan esenciales para la salud pública.

Hannah Arendt- dice el profesor Javier Ruiz, de la Complutense, dedicó su vida a la reflexión sobre el siglo escandalosamente político, – y el más sangriento de la historia -, que le tocó vivir y, sin desatender la historia intelectual europea y norteamericana, se enfrentó con los asuntos candentes de la época. Su idea de la necesidad de mostrarse activamente en público y ocuparse de uno mismo a través del interés por la dignidad de la República, la llevó al centro de algunas polémicas duras y le aportó también una visibilidad ciertamente notable. Su reflexión es valedera aun cuando se centra en Europa o USA., porque la verdad de fondo, – o la mentira radical -, es la misma ya sea en república de Arepa, de Ibargüengoitia, en la Alemania de Hitler, en la Rusia de los zares o de Stalin, en la China de Mao que en México o en cualquiera de sus entidades federativas.

Entre las obras más famosas se encuentran: Los Orígenes del Totalitarismo y Vida Activa; El Futuro a las Espaldas, La Vida de la Mente, Entre Pasado y Futuro, La Banalidad del Mal,  Eichmann en Jerusalén, Sobre la Revolución, Sobre la Violencia, entre otras muchas.  Murió en 1975; leyó mucho, pensó mucho, escribió bastante y fumó más hasta que la enfisema concluyó con su vida. Yo he extendido su teoría de la banalidad del mal al campo de la convivencia social, a la vida cotidiana del “hombre de la calle” es decir fuera del campo de la política, al que ella lo refirió principalmente. Y es perfectamente aplicable. Tengo entendido, salvo error, que trabajó su tesis doctoral sobre S. Agustín y no sé si se convirtió al cristianismo, como muchos de los de su raza.

Y el punto capital sobre el que descansa su pensamiento «es la verdad». “Lo que está en juego es la verdad y en particular, la verdad concerniente a los hechos, es decir, «la verdad de los hechos»” La polémica surge cuando los gobiernos, y ella pensaba principalmente en los totalitarismos, – y, ¿qué gobierno no lo es de una u otra forma? -, intentan, no sólo mentir, sino alterar “la verdad de los hechos”.  Un gobierno totalitario – y yo añadiría: y un gobierno  elegido democráticamente que puede actuar en forma de totalitaria y despótica – tiene como característica esencial la inclinación a despreciar la objetividad de los hechos, y a fabricar la verdad creando a través de la mentira sistemática un verdadero y propio mundo ficticio opuesto a la realidad. Por ahí anda un artículo mío titulado Los hechos no existen que es a lo que llega la enfermedad del poder: los hechos no existen.

Esta verdad la podemos comprobar con suma facilidad si leemos o escuchamos atentamente las reseñas del desempeño político en nuestros días. Pensemos tan solo en la guerra de Irak, de Afganistán, el torbellino en Egipto, todo montado en la mentira, en la lucha por el poder sin importar los montajes de justificación. El desastre humanitario en Siria donde millones de niños están en campos de refugiados ante las tibias reacciones de la ONU y la industria in crescendo de mundo occidental hace su agosto. ¿No es esto una gran mentira? Las razones últimas de la hecatombe están vedadas al público. En estas circunstancias lo más redituable – máxime con elecciones en puerta – es recurrir al miedo, inocular el miedo en dosis masivas en la sociedad, mantener al pueblo en un estado permanente de falsa máxima alerta y acotar las libertades; pero con lo que hay que contar es que éstos conjuros de tan repetidos pueden incitar su concreción. Y se trata de gobiernos democráticos. De tal manera pues que, la teoría de Arendt que pensó fundamentalmente en los gobiernos totalitarios que le tocó experimentar, el facismo, el stalinismo, y la revolución cultural de Mao, que costaron al mundo, todo sumado, incontables millones de vidas humanas, es extensible a los regímenes llamados democráticos.  Entre nosotros podemos recordar, y yo lo recuerdo muy bien porque lo creí a pié juntillas, cómo, luego de su último informe,  Salinas de Gortari desató una bien orquestada propaganda destinada a poner en evidencia los grandes logros sociales, económicos, agropecuarios, etc. del sexenio, con el fin de afianzar en el pueblo la idea de que habíamos llegado a formar parte ya del primer mundo. La triste realidad se puso de manifiesto en el “error de diciembre”.  Y es que, afirma Arendt, como por una especie de maldición, los gobiernos acaban creyendo sus propias mentiras. De ahí los gastos escandalosos en propaganda, en creación de imagen.

Los totalitarismos, dice la autora, buscan el dominio total del hombre. “Los regímenes totalitarios han buscado consumar «el dominio total» de los individuos, en todos los aspectos de su vida. El «ciudadano» modelo de tales regímenes es el «perro de Pavlov, el ejemplar humano reducido a las reacciones más elementales, eliminable o sustituible en cualquier momento por otras formas de reacción, porque se comportan de manera idéntica”.  El proyecto de dominio total intenta destruir todos los factores de “imprevisibilidad” existentes en el hombre, y por tanto la capacidad de actuar, para hacer de ellos súbditos completamente dóciles.  Y vuelvo sobre el tema.  Esta actitud que Arendt  atribuye a los totalitarismos – Cuba y Corea del Norte o Venezuela, serían un buen ejemplo en nuestros días –,  no podemos decir hoy que  sea exclusivos de tales regímenes, afortunadamente,  en extinción.  Más bien deberíamos preguntarnos si los gobiernos llamados  democráticos no están propensos a trabajar del mismo modo. Antes que buscar la verdad, se busca el apoyo masivo de la manifestación, como en el caso de D.F.

Tal actitud de los diversos regímenes políticos presupone la mentira como el medio esencial para lograr sus fines; de aquí, que el trabajo principal de Arendt haya sido el tema de la verdad. Lectora asidua de San Agustín – leído en los originales pues con frecuencia lo refiere en latín – lo cita con agrado: “fiat véritas, et péreat mundus”, que brille la verdad y que perezca el mundo, a sabiendas de que, cuando brille la verdad, antes que perecer, el mundo se salva. La frase hiperbólica de Agustín intenta hacernos comprender la importancia trascendental de la verdad; todo lo que descansa sobre la mentira, todo lo que se construye sobre ella, fatalmente se derrumbará, es la construcción sobre arena de la que habla el evangelio.

La verdad constituye el principal factor de estabilidad del acontecer humano. Nosotros estamos inclinados a creer que la mentira es inocua, que no tiene consecuencias mayores. Hablamos de mentiras “piadosas”; tampoco hay mentiras pequeñas. El que miente tiene la intención de engañar, decía S. Agustín. Y las peores mentiras son las medias verdades. Y si la razón de ser de lo político es buscar la estabilidad y la mejor forma de convivencia de los ciudadanos, tendrá que convencerse que, antes que mentir, que antes que fabricar mundos ficticios, maquillar estadísticas, mentir conscientemente sobre la situación real alterando los datos, debe comprometerse con la verdad.  La mentira entonces ha de ser combatida no sólo por su carácter inmoral sino por el  impacto destructivo en el espacio social y político.  Esta es la idea nuclear de su obra “Verdad y Política” en la cual se ponen de manifiesto los efectos desestabilizadores y desorientadores colectivos que puede tener la mentira en la política moderna. ¡Con cuánta facilidad se miente! ¡Con cuánta facilidad mentimos!  ¡Y qué esencial resulta el trabajo de un periodismo independiente capaz de alertar la conciencia pública  y desenmascarar los recursos de la mentira en el quehacer público!

En la política moderna, afirma Arendt, podemos constatar el “autoengaño de los engañadores”, es decir, verlos caer víctimas de sus propias mentiras y esto es más probable hoy que en el pasado, concluye.  Por cuanto concierne a éste último fenómeno, afirma Vincenzo Sorrentino, comentarista de Arendt, son extremadamente significativas las observaciones sobre el recurso a la mentira en la política de la  «imagen » en los Estados Unidos durante la guerra de Vietnam.  No es de extrañar que los intelectuales que emigraron de Alemania a Estados Unidos durante el nazismo, como Fromm, Huxley. Sontag. Marcuse y la misma Arendt, incluso Jung, hayan sido agudos observadores y críticos del sistema político-social norteamericano.   Estudiando los Pentagon Papers, (los documentos secretos relacionados con el papel de los Estados Unidos en Indochina, desde la Segunda Guerra Mundial hasta mayo del 68) muestra cómo la mentira, que había alcanzado los más altos niveles del gobierno, estuviese destinada casi siempre al consumo interno, a la propaganda nacional y no al enemigo exterior; su fin era la difusión de una imagen de omnipotencia. A éste respecto Arendt escribe: «la formación de una imagen como política mundial – no la conquista del mundo, sino la victoria en la batalla para obtener el respeto de la gente – es, sin duda, algo novedoso en el inmenso arsenal de la locura humana que nos ha transmitido la historia»  Como bien he subrayado en Verdad y Política, a través de una imagen “no se busca simplemente mejorar la realidad, sino ofrecer un  sustituto de la verdad”. (todas estas citas las tomo del libro Verdad y Política.  ed. Italiana) Es claro que hoy gracias a las técnicas modernas y a los mass media el sustituto que viene publicitado puede estar mucho más a la vista que la realidad que intenta sustituir. El filme “Path to War” pone de relieve la lucha interna  y con sus asesores, de L. B. Johnson,  ante la guerra de Viet Nam. Sumamente revelador es el hecho de que, en el momento que anuncia el fin de la guerra, anuncia se decisión de no contender por la reelección.

No sin razón, Jesús se refiere al Gran Perturbador, al Diablo, como al padre de la mentira, el que es mentiroso desde el principio y que hace esclavos a los hombres. “Si escucha mi palabra, llegarán a ser discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres”. La mentira, en cualquier parte donde se dé, solo genera destrucción y muerte.