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Un grupo de lectura formado por médicos del Hospital Ángeles, me invitó a dar una charla; el culpable fue el doctor López Vitoláss. Lo único que quedó claro es que eso de conferencias tampoco es mi fuerte. Así que no me queda más que pedir disculpas.

El tema que se propuso fue: ¿Podemos creer hoy? Buscando material para el tema encontré entre en el caos que es mi biblioteca, un artículo aparecido nada menos que en Forbes, (10.08,07), escrito por Paul Johnson, con el sugestivo título «Militant Atheism and God». Me pareció que la simple lectura de este artículo sería suficiente. Era el mismo tema propuesto, pero visto desde el otro lado

P. Johnson está en la línea de los gandes historiadores británicos, al estilo de A. Toynbee. Inglés, de la Universidad de Oxford, católico practicante, ofrece un testimonio personal del ambiente cultural de nuestro tiempo. ¿Coincidencias? El Dr. López Vitoláss, momentos antes de iniciar, me hizo el favor de obsequiarme un libro, «La historia de los judíos», de unas buenas 950 páginas, precisamente de P. Johnson, el mismo autor que yo llevaba como caballo de batalla.

En el prólogo, el autor, explicando el por qué ha emprendido semejante obra, dice algo muy importante: “finalmente el libro me ha ofrecido la oportunidad de considerar objetivamente, a la luz de un estudio que abarca casi 4,000 años, el más difícil de los interrogantes humanos: ¿para qué estamos sobre la Tierra?, ¿Es la historia una simple serie de hechos cuya suma carece de significado? ¿No existe una diferencia moral esencial entre la historia de la raza humana y la historia de, por ejemplo, las hormigas?” (Me atrevo a sugerir al doctor Johnson que las hormigas no tienen historia. Lo que sí es cierto es que, si nuestra historia no tiene un sentido trascendente, y no es más que fatalidad, (Tácito), las hormigas están en mejor condición que nosotros y son un ejemplo. Jamás organizan ni huelgas ni marchas suicidas).  “¿O existe un plan providencial del cual somos, aunque humildemente, agentes? Ningún pueblo ha insistido más que los judíos en que la historia tiene un propósito y la humanidad un destino. En una etapa temprana de su existencia colectiva, los judíos creían haber descubierto un plan divino para la raza humana, de la cual su propia sociedad debería ser el piloto”. (De nuevo, me atrevo a sugerir al profesor Johnson que los judíos no descubrieron tal destino,  su más honda conciencia, de donde parte todo, es la conciencia que fueron elegidos por un Dios desconocido en quien nuestro padre Abraham confió ciegamente). “Desarrollaron ese papel con minucioso detalle, se aferraron a él con heroica persistencia frente a sufrimientos atroces”. El profesor Johnson ha escrito una obra de la misma extensión sobre el cristianismo.

De tal manera pues, que el testimonio sobre el “Ateísmo militante y Dios”, si bien breve, tiene un gran valor, por venir de quien viene. Después de todo, en el alejamiento de Dios, en la muerte de Dios sobre la que el hombre cree construirse a sí mismo, radica la crisis más profunda de lo humano. Estamos en medio de la tormenta perfecta. Al final de mi artículo del domingo pasado aludía al pensamiento de Nietzsche al respecto. El nuestro no es un ateísmo teórico, es un ateísmo, un nihilismo práctico, tal como se deja ver en la narco política, en el narcotráfico, en las guerrillas, en el secuestro, en el asesinato, en el desastre familiar, en la desvalorización total de la vida. Nietzsche anuncia el mundo que viene, «el hombre enfermo de sí mismo». El hombre postmoderno. El mismo partido que ahora está  bajo sospecha, con 17 votos a favor y 14 en contra, decidió en el D.F. que se podían asesinar «legalmente» a los niños en el vientre de las madres hasta la 12ª. semana. Contra este “holocausto silencioso” no ha habido ninguna marcha, ninguna protesta, curas incluidos.  Nietzsche vio también con claridad el vínculo que existe entre Dios y una moral objetiva. Fue el primer representante de la moral de situación. Vio muy bien que la moral era inseparable de Dios, que no era una ley abstracta, sino la expresión de una voluntad personal. Solo suprimiendo a Dios, el hombre puede afianzarse, según este genio. Por donde pasan las ideas, 50 años después pasan los cañones, decía Napoleón. Aquí estamos ahora, con tambores de guerra martillando.

Lo dejo con el breve artículo del doctor Johnson. “Las modas intelectuales van y vienen. La actual, es un ateísmo militante. Olas de ateísmo han barrido el mundo occidental desde hace tiempo. Una tuvo lugar a mitad del siglo XVIII, cuando Lisboa fue destruida por un terremoto devastador  que cobró 60 mil víctimas, lo cual impactó negativamente la  fe de muchos en la providencia amorosa  de Dios. Otra fue a mitad del siglo XIX cuando los avances en geología destruyeron la cronología tradicional del Antiguo Testamento probando que la tierra tenía mucho más de  los 6 mil años de que habla la Biblia. Un tercer golpe tuvo lugar después de la Primera guerra mundial, cuando la combinación de los escritos de Freud y la teoría de la relatividad de Einstein establecieron nuevos puntos de vista, tanto sobre el psiquismo humano como del  universo.  Ahora parece que estamos en medio  de un cuarto golpe. Esto se debe en parte a la deificación académica de Darwin, y en particular su teoría de la evolución, y en parte a la repulsa y enojo que provoca el fundamentalismo islámico y su violenta expresión que para muchos ha significado un descrédito de cualquier forma de fe en un Dios.

No obstante todas las explicaciones, se siguen publicando libros, con mucho éxito y amplia difusión, que defienden el punto de vista ateo del universo y argumentan que la religión se basa en la desilusión. Sus argumentos tienen ecos y son amplificados en la televisión. Y por último parecería ser que el ateísmo tiene un fuerte arraigo en los centros de educación superior.

Mi vieja universidad, Oxford, que fue fundada por monjes, frailes y teólogos hace nueve siglos, hasta hace poco era vista como el bastión del cristianismo old-fashioned lo que le valió el nombre de «la casa de las causas perdidas». Ahora, hacer expresión pública de fe cristiana  es tanto como reducir las oportunidades de conseguir un trabajo en Oxford.

La religión ha venido a hacer un impedimento en la vida universitaria especialmente en ciertas materias. En filosofía, por ejemplo, los académicos que tienen esperanza de una cátedra, han de guardar silencio acerca de la fe que profesan. Dios y una promoción en el empleo no se mezclan. Y en todas las ciencias, hombres y mujeres, con principios religiosos, son advertidos que deben abandonar su bagaje cristiano, judío o de otras religiones, si quieren seguir una carrera de física, química o biología.  La idea general parece ser que, creer en Dios, impide  fatalmente  a un estudiante adquirir un conocimiento científico.  En Gran Bretaña el número de estudiantes que se concentran en las facultades de ciencias está en descenso, y el sistemático desaliento de cristianos y judíos en las facultades de ciencias está claramente en aumento.

¿Qué tan importante es éste fenómeno?  ¿Es sólo una fase? ¿O es un indicador de un cambio fundamental en el modo en que la gente se ve a sí misma y al mundo? ¿Debemos alarmarnos, debemos tomar alguna acción? Y si es así, ¿qué tipo de acción tomaremos?

Hay quienes dicen que estas cuestiones difíciles son meramente subjetivas. Mis padres eran profundamente católicos, y me hicieron participe de su fe. Yo fui educado por religiosas y después por jesuitas. Tuve una práctica religiosa regular y diariamente decía mis plegarias. Yo no estoy seguro si la raza humana podrá sobrevivir a un largo período de ateísmo. Recuerdo las palabras del teólogo alemán Karl Rahner que decía: «Si Dios es borrado del mundo a grado tal de que su imagen sea erradicada de la mente humana, dejaremos de ser humanos y nos convertiremos solo en animales muy astutos, muy hábiles; y nuestro último destino es demasiado horrible para contemplarlo».

Necesidad de testimonio. Somos creaturas admirables, capaces de conceptos imaginativos asombrosos y de un trabajo intelectual con un crecimiento cada vez más complejo y diversificado.  Y lo que hemos logrado en el último siglo – por asombroso que sea – es nada comparado con lo que nosotros podemos y seguramente haremos en el campo del progreso material acelerado. Pero, al mismo tiempo, es doloroso comprobar cómo la raza humana no ha hecho, o no está haciendo, ningún progreso moral en absoluto. Como historiador que ha estudiado y escrito sobre todos los períodos, desde el primer milenio a.C. hasta el presente, estoy, tal vez, más consciente de ello, que la mayoría de la gente.

Yo no veo ninguna disminución en la crueldad y la violencia que nos infligimos unos a otros, tanto a nivel personal como a nivel de los estados. Más gente fue asesinada por los totalitarismos estatales (todos ateos) en el siglo XX que en ningún otro siglo de la historia. Los primeros años del siglo XXI no atestiguan ningún progreso. Estados que practican el asesinato masivo continúan existiendo, pero ahora acompañados por los movimientos terroristas haciendo todo lo que está a su alcance para adquirir armas nucleares y poder destruir poblaciones enteras; millones, incluso decenas o cientos de millones de seres humanos están amenazados por el exterminio.

Es difícil para muchos de nosotros enfrentar un mundo lleno de miedo sin ninguna clase de fe para sostenerlo, sin ninguna fórmula tradicional a través de la cual podamos expresar nuestros anhelos de paz y de seguridad. Yo creo que la religión es una parte central de nuestra civilización, pero más que esto, yo creo que la fe religiosa es un elemento indispensable para la paz de nuestra alma y para una felicidad como la que  somos capaces de esperar y gozar aquí en la tierra.

Yo no puedo sentirme contento cuando miro un escenario cuyo horizonte no tiene iglesias o una civilización cuya literatura ha purgado cualquier referencia a Dios; cuyo arte ha prohibido las representaciones de las navidades, las semanas santas, los santos y los ángeles; y cuya música contiene solo una invitación a la inmoralidad.  Yo creo que la mayor parte de la gente comparte mi punto de vista.

Por ello hacer algo ante el ateísmo militante que amenaza nuestra felicidad y bienestar, es del interés de todos; y todos aquellos de entre nosotros que gozamos de una fe religiosa, tenemos que examinar cuidadosamente qué se ha hecho, qué estamos haciendo para sostener  y apoyarnos en éste duro y difícil mundo. Yo podría añadir todos sus beneficios, y después proclamar los resultados al mundo. Habría muchos que me escucharían”.

La era del vacío. Creyentes y no creyentes estamos inmersos en el clima del mismo mundo que el sociólogo francés, G. Lipovetsky, ha podido caracterizar como “La era del vacío” (1983), y este clima nos afecta a todos. En esta obra, analiza la sociedad « posmoderna » marcada, según él, por una separación de la esfera pública, y a la vez una pérdida del sentido de las grandes instituciones colectivas (sociales y políticas) y una cultura «abierta» con base en una regulación cool de las relaciones humanas (tolerancia, hedonismo, personalización de los procesos de socialización, educación permisiva, liberación sexual, humor). La llama «la segunda revolución individualista». La postmodernidad ya no sirve para definir el momento actual de las sociedades liberales. Estamos en un momento histórico donde no existen sistemas alternativos al presente y donde el la avaricia ha impuesto su ley.

 

El individuo es la medida de todo. Por lo mismo, los hilos que tejen una sociedad activa y portadora de valores y de sentido para la existencia se están diluyendo en una especie de apatía o indiferencia. Yo, primero yo y después yo. Los referentes sociales, morales y religiosos se hacen cada vez más borrosos. El orden de los fines reconocidos desaparece. Cada uno busca su felicidad, o la solución de sus problemas, de acuerdo con sus propios principios y medios. “El hielo sobre el que vamos caminando es cada vez más delgado” (F.N.). Esto facilita, por ejemplo la violencia inaudita entre nosotros y el desastre social. Algo así se refleja en la triste y lamentable actitud de grupos magisteriales; la educación, los niños, México y su futuro, ¿qué me importa todo? Es un nihilismo de huarache, pero lo es.

 

El individuo se encuentra entonces frente a sí mismo en una especie de desierto en el que nada tiene ya sentido. Vive la prueba de la soledad y ve cómo se le impone una forma nueva de superficialidad, que la vida económica con la publicidad, la vida artística con la canción, la novela, el teatro y el cine, la vida mediática con sus innumerables expresiones, la misma vida política, no dejan de alimentar y fomentar. Todo trata de seducirnos de la manera más elemental y más grosera. En este «nihilismo» pasivo, la cuestión misma del sentido de nuestra existencia se encuentra cerrada: «Vivir sin ideal, sin un fin trascendente, se ha hecho posible». (B.XVI). No se plantean ya las cuestiones últimas, como las de lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, lo útil y lo inútil, lo importante y lo que no lo es, lo que favorece la vida  o lo que lleva a la muerte, sino que la gente se limita a resolver los problemas de la vida diaria lo mejor o lo menos mal posible.

 

Todo esto se vive por lo general sin drama, con tranquilidad y naturalidad. Pero no por ello se es «feliz».  Por supuesto, este estado de nuestra sociedad nos deja en una inmensa frustración contra la cual muchos reaccionan, a riesgo de parecer héroes: planes, mesas, proyectos,  marchas y protestas a control remoto, etc. La necesidad de encontrar sentido a la existencia sigue  estando ahí, aun cuando trata de negarse.

 

La era del vacío, la era sin Dios; Dios ha muerto, también el hombre. Eso es lo quise decir, estimado doctor López Vitoláss. Y gracias por la invitación.