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Is. 42,1-4.6-7; Sal 28; Hch. 10,34-38; Mc. 1,7-11*

A la manera de los hábiles productores de cine, que saben abrir un filme con una escena particularmente significativa, los evangelistas presentan el Bautismo de Jesús al inicio de su vida pública. Esto hace que la escena sea particularmente densa en su simbología; podríamos hablar de “un programa literario”. Jesús es el hombre sobre el que desciende y permanece el Espíritu del Señor, es el que posee la plenitud del Espíritu y por eso puede derramarlo sobre “toda carne”. También se manifiesta como el Hijo de Dios, aquél en quien el Padre tiene todas sus complacencias, como el «siervo» del Señor en «cuyas llagas seremos curados». Una hermosa catequesis sobre el bautismo del Señor, es el texto del Oficio de Lectura de este domingo, tomado de Las Disertaciones de S. Gregorio de Nacianzo. Es una hermosa meditación; vale la pena leerla como meditación. A partir del día 8 de enero, el Oficio de Lectura nos ofrece las meditaciones de los SS. PP. sobre el misterio del Bautismo de Señor. Es muy provechoso leerlas.

 

Síntesis.

He aquí a mi Hijo. Es muy probable que el «siervo» del Señor represente aquí al pueblo de Israel, disperso entre las naciones hostiles y en la búsqueda de su destino. Es el profeta quien lo dirige:  la desesperación, es decir, la condición del hombre inestable y contradictoria, es la ocasión ofrecida al pueblo para servir a Dios haciéndose su mensajero, sobre todo en el ejercicio de la justicia. Cuando el Espíritu se pose sobre Jesús, sobre Juan el Bautista y después sobre los apóstoles descubrirán que él es el verdaderos «Siervo», el predilecto, a través del cual el Padre nos habla y nos ofrece la nueva alianza, en la justicia, en la verdad, en la liberación. 

 

Salmo 28.-

En la tormenta ha experimentado el hombre la presencia de Dios fuerte: su voz es el trueno, casi corpóreo y activo. Al mismo tiempo, siente el hombre la trascendencia de Dios que está por encima de la tormenta, dominador y en calma. Para el uso litúrgico estiliza la tormenta en siete truenos que se suceden irregularmente, y en unas cuántas imágenes de la naturaleza conmovida.

Trasposición cristiana.- Recordemos la voz de Cristo que impone silencio al mar embravecido (Mc. 4,39), y la voz potente de Cristo en la cruz descrita como teofanía por Mt. 27,50. Y también la voz del Espíritu el día de Pentecostés. Estas voces nos invitan a aclamar la gloria y poder del Señor; pero también nos enseña a escuchar en la tormenta un eco y resonancia del poder del Señor.

 

Hch. 10,34-38.- Derrumbar las barreras. Schleiffung der Bastionem, como diría von Balthazar.  Impulsado por el Espíritu, y a pesar de él, Pedro derrumba las barreras entre hebreros y paganos. Cristo ha resucitado revelándose ya no como Mesías de un pequeño pueblo, sino como Señor de toda la humanidad. Y hoy, en la iglesia, ¿dónde actúa el Espíritu? Ahí donde se está plenamente convencido del contenido universal de la resurrección a grado de tener la osadía de encontrarse con los otros hombres y compartir con ellos su búsqueda de la verdad y de la alegría: donde quiera que se inicie un diálogo respetuoso con otras personas y con otras civilizaciones; donde quiera que se espere la conversión de otros, no porque se les obligue o se les maldiga, sino porque se está abierto ante ellos.

 

Mc. 1,7-11.- Un hombre nuevo.- Israel esperaba que «los cielos se abrieran» e hicieran aparecer a Dios como Padre, (Is. 63,16.19) y Dios anuncia en el mundo la presencia de su «Siervo» poseído por el Espíritu (Is. 42,1), que saldrá del agua (Is. 63,11) y conducirá a su pueblo hacia la paz (Is. 63,14). Marco ve el cumplimiento de estas esperanzas en el momento en que Jesús sale del agua del Jordán. Después Jesús es conducido al Desierto como Moisés; y ahí, tentado como Adán al contrario de él, triunfa sobre satanás. Se convierte así en el nuevo Adán, el primero hombre de los tiempos mesiánicos, tiempos de la paz y de la salvación

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*El esquema de las lecturas, tal como aparecen en el misal mensual, no coincide con los esquemas de la editio typica del Leccionario.

 

 

Jesús, según Marcos, ve en el acontecimiento del bautismo la propia unción con el Espíritu; esto se hace visible en la paloma que baja del cielo, símbolo del Espíritu y en la voz que se oye: «Tú eres mi hijo, mi predilecto; en ti me complazco». En estas palabras se oye la profesión de fe de las primitivas comunidades: Jesús, desde el inicio, y no sólo desde la resurrección (Rom. 11,4), es el Mesías (el Ungido) e Hijo de Dios.

 

Para la homilía de este domingo, podemos usar el tema del bautismo, tema muy rico. Puede usarse el Catecismo de la Iglesia para escoger uno la línea.

 

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El río Jordán desemboca en el Mar Muerto.

El Mar Muerto tiene una salinidad diez veces superior a la de los océanos y, por esa causa, no hay en él vida de ninguna clase, salvo algunos microorganismos. De hecho, es el mismo río el que aporta salinidad al lago, sobre todo en el último tramo de su recorrido. Podemos ver en él una metáfora de la historia del hombre que, salido puro de las manos de Dios, se ha estropeado como consecuencia del pecado y culmina en una existencia que, como el Mar Muerto, está muy alejada de la verdadera vida. El Jordán no puede sanar ese lago, situado en el punto más bajo de la tierra (416 metros bajo el nivel del mar), al igual que el hombre no puede salvarse a sí mismo aunque a veces pueda creerse con fuerzas para ello. Es más, la depresión en la que se encuentra el Mar Muerto hace que se evapore tanta agua como le aporta el Jordán permaneciendo en una continua y patética agonía.

 

A ese río acudió un día Jesús para ser bautizado por Juan, Los Padres vieron en ello un momento más de la humillación (kénosis, exinanivi semetipsum S. Jerònimo) del Verbo en su deseo de salvar a los hombres. Situado en la fila de los que se reconocen necesitados de penitencia, se sumerge en las aguas para santificarlas. Es fácil reconocer en ese gesto de Jesús una imagen de otro igualmente sorprendente: su descenso a nuestra alma para erradicar de ella el pecado y santificarla.

 

Los Padres vieron también en el episodio del bautismo otro aspecto muy importante. En el Jordán Jesús es ungido por el Espíritu Santo. A ello se refiere san Pedro en el libro de los Hechos y es lo profetizado por Isaías.

 

Dice san Cirilo de Jerusalén: “Como algunos han interpretado, convenía que las primicias y ventajas del Espíritu Santo, que reciben los bautizados, se pusieran a disposición de la humanidad del Salvador, pues es quien da esta gracia”. Es decir, Jesús no fue ungido pro el Espíritu, ya que era Dios, sino a favor nuestro, porque la salvación se nos iba a otorgar a través de una carne concreta. Y esto es muy hermoso. Las cosas creadas no salvan, sino que están necesitadas de salvación, pero Dios decide salvarnos a través de una criatura a saber, la carne de Jesús.

 

Así entendemos mejor lo que explica Isaías. La caña cascada no la quebrará, el pabilo humenate no lo apagará. Dios podía haber destruido a la humanidad y creado unos nuevos seres que no cayeran en la tentación. O bien, podía habernos abandonado a nuestra suerte con el mismo destino que Sísifo, condenado a empujar una roca a lo alto de la montaña para que, al alcanzar la cima, fatalmente volviera a caer y así eternamente. Lejos de ello, Dios se hace hombre y salva a la humanidad desde ella. Jesús derramará abundantemente el Espíritu Santo que ha recibido en su humanidad sobre todos nosotros. San Ireneo lo expresa muy bellamente diciendo que el  Espíritu que Dios había prometido “descendió también sobre el Hijo de Dios hecho hombre, acostumbrándose en El  a habitar en la raza humana”.

 

Jesucristo es el Hijo amado, y en El somos amados nosotros. En esta fiesta redescubrimos la importancia de los sacramentos, singularmente la del Bautismo, donde gestos sencillos y elementos materiales se convierten en instrumentos-signos de salvación por el poder del Espíritu Santo. Es así porque Jesucristo está unido a su Iglesia.

 

UN MINUTO CON EL EVANGLEIO.

Marko I. Rupnik.

 

Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, no tenía necesidad de ser bautizado. Por lo tanto, en su bautismo hay que buscar un significado salvífico para nosotros, los hombres. En su bautismo se esconde la gracia para todo el género humano. Ya los Padres decían que él entró en el Jordán para santificar las aguas para que nosotros, al representar a Cristo desnudo en el Jordán, subraya esta divina solidaridad con la humanidad pecadora. En cambio, cuando lo retrata con el paño de pureza, como estamos acostumbrados a verlo en la cruz, quiere revelar el vínculo entre el bautismo y su muerte y resurrección. La bajada del amor de Dios no se detendrá hasta que alcance al último hombre; y con el bautismo del Espíritu Santo hará a cada uno hijo en el Hijo, haciéndolo asar de la muerte a la vida. (ver. Oficio de Lectura, día 11 de enero: de los sermones de Máximo de Turín)