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La tristeza ha

Matado a muchos.

Libro de Samuel

1 Overtura en forma de oración. ¿Cómo podemos celebrar la Navidad, hoy, Señor? Hay tristeza en la Ciudad y mucha oscuridad en las almas. Zozobra, miedo, incertidumbre marcan nuestras vidas. La violencia turbadora; podemos hablar de terror. ¿Qué debemos entender, Señor, cuando nos dices por medio de tu Profeta: «Decid a los cobardes: sed fuertes, no temáis; que vuestro Dios viene y os salvará»? (Is. 35,4). Cierto, sabemos que tu Reino crece en el silencio de las almas y que no será el resultado de un golpe de estado, no será por decreto ni consulta ciudadana; no podemos decir: mírenlo allá, véanlo acá. Tu Reino está en medio de nosotros y crece misteriosamente, como la semilla sembrada en la tierra, en las almas, silenciosa, calladamente. En tu Hijo nos has dado, ya, la paz, la alegría, esperanza y libertad. Eso quiere decir Navidad. Entonces, ¿el mal tan grande que nos amenaza se debe a que no lo hemos acogido, a que no hemos hecho nuestra su propuesta? ¿Sigue siendo verdad aquello de que «Vino a los de su casa y los suyos no lo recibieron? ¿Qué vino al mundo, y aunque el mundo fue hecho por él, el mundo no lo conoció?». Tampoco nosotros somos, ahora, más hospitalarios.

¿Será, ésta, la tragedia de nuestra historia? No hemos sido hospitalarios con tu Enviado e intentamos arreglar el mundo y nuestra vida sin contar contigo. Pascal se lamentaba diciendo que íbamos al precipicio con los ojos vendados; pero tu Enviado denunciaba, ya, a sus su inconciencia  a sus contemporáneos, les decías que eran como los habitantes de Sodoma o los coetáneos de Noé: ciegos ante la gravedad de momento. Tampoco nosotros sabemos leer los signos del tiempo. Entonces, Señor, enséñanos y ayúdanos a celebrar Navidad; dinos que es Navidad para siempre. Que siempre estarás ahí, en cada hermano, en cada acontecimiento, en la adversidad y la última agonía, confiando en nosotros, esperando nuestra acogida. ¡Ven!, es el grito de la esposa. (Ap.22,17). Te diré con el poeta, (Navidad es tentación irresistible para los poetas):

Que vienes, siempre vienes

para encontrar cerrada nuestra puerta.

No llames más, Señor, cubre de acero

tus blandas manos como el viento y ¡entra!

Dios del venir, te siento entre mis manos,

Aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa

De amor, lo mismo

Que el fuego con su aire.

2. Para celebrar la Navidad necesitamos saber qué es la Navidad. La Navidad no sólo se ha deformado por el mercantilismo que oculta su  significado sino, incluso, por una deficiente consideración doctrinal. Esta fiesta hermosa se nos ha vuelto problema. Al desvincularla de su auténtico sentido se ha vuelto una celebración meramente externa; qué regalar, qué comprar, qué comer y qué beber, ¿dónde la vamos a pasar?, parecen ser las preocupaciones esenciales y hemos suprimido lo que da sentido a la celebración. Los únicos no invitados a nuestras celebraciones son José, María y el Niño. Serían incómodos. De esta forma la fiesta la habremos de celebrar solos y sólo los que podemos, los que tenemos con qué y muy a nuestra manera; y entonces la supuesta alegría lograda es artificial, como si pudiéramos estar felices y contentos no más porque sí, a pesar de nuestra insinceridad e increencia. Para demasiada gente la Navidad se ha vuelto problema; nos urge, pues, rescatar su sentido original.

3. Fiesta para todos. Sin embargo, si hay una fiesta que pertenezca a todos, sin excepción, si hay una fiesta que pertenezca a la humanidad entera, esa es la Navidad. Y esto se debe a que ella es portadora de un mensaje que nos incumbe a todos, que tiene qué ver con todos y cada uno de nosotros, sepámoslo o no, querámoslo o no. Se trata de la respuesta a la pregunta más profunda sobre el hombre: su sentido, el por qué y para qué de su vida. La Navidad dejará de ser problema cuando redescubramos su significado. Volverá a ser, entonces, motivo de serena alegría, de gozo interior y de un contento exterior – ¿por qué no? – muy grande, que brota de la esperanza que no defrauda, que genera una alegría que ya nada ni nadie podrá quitarnos. Tal alegría no se puede comprar; como la paz del alma, la regala sólo Dios. Este domingo la iglesia pide a Dios: “Concédenos celebrar el gran misterio de nuestra salvación con un corazón nuevo y una inmensa alegría”; el corazón nuevo significa una interioridad renovada con la fuerza vital del Espíritu; la única alegría posible, es aquella que Jesús nos promete, la alegría de saber que alguien nos ama: «Igual que mi Padre los ama, los amo yo. Permaneced en mi amor [….] Entonces compartiréis mi alegría y así vuestra alegría será total» (Jn. 15,11). ¿Porqué, pues, para muchas personas la Navidad es ocasión de tristeza? Porque hemos perdido su sentido verdadero; porque hemos olvidado que es la revelación suprema de un amor que se ha hecho cargo de nosotros, que nos salva del vacío y de la nada, que nos libra del pecado y de la muerte. Extraño es que haya quienes se sientan especialmente deprimidos, tristes y solos; peor aún, quienes piensan en el suicidio. Se trata del resultado último de la deformación mercantilista a que está sometida la Navidad. Mi nieto, de 4 años, me platicaba la abuela, anda muy triste y deprimido porque no tiene dinero para comprar un regalo a su papá. Por lo demás, al niño no le falta nada. Ahí va diciendo.

4. No puede haber tristeza cuando la vida nace. En efecto, para que podamos celebrar verdaderamente la Navidad tenemos que recrear la atmósfera sagrada de sus orígenes. La espiritualidad íntima de la Navidad es nuestra adopción como hijos; Dios en su Hijo nos hizo hijos suyos. Nuestra relación con Dios es esencialmente una relación filial: él es mi Padre y yo soy su hijo. El Papa S. León Magno, (440-460), es el creador de la estructura doctrinal (Teología) de la Navidad; convocó el IV Concilio ecuménico, él de Calcedonia, donde se definió el dogma de la Encarnación del Hijo de Dios. dice: “Si el que es de la misma naturaleza que el Padre, no se hubiera dignado ser de la misma naturaleza nuestra, tomándola de una madre, si no hubiera unido a su naturaleza divina la nuestra, la cautividad humana continuaría sujeta al yugo del demonio….”. En efecto, dice la carta a los hebreos: «Así como los hijos tienen la misma carne y sangre, también él asumió una como la nuestra, para con su muerte reducir a la impotencia al que tenía dominio sobre la muerte, es decir, al diablo, y librar a todos los que por el temor a la muerte pasaban la vida entera como esclavos». (2:14-15). Esto es lo que celebramos realmente en Navidad y no cualesquiera bagatelas. 

“Jesúscon su venida, predicación, muerte y resurrección ha llevado a cumplimiento lasantiguas promesas, revelando una perspectiva más profunda y universal. Hainaugurado un éxodo ya no sólo terreno, histórico, y como tal, provisional,sino radical y definitivo: el paso del reino del mal al reino de Dios, deldominio del pecado y de la muerte, al del amor y la vida. Por tanto, laesperanza cristiana va más allá de la legítima esperanza de una liberaciónsocial y política, porque lo que Jesús ha iniciado es una humanidad nueva, queviene «de Dios», pero al mismo tiempo germina en esta tierra nuestra, en lamedida que ésta se deja fecundar por el Espíritu del Señor. La justicia y lapaz son un don de Dios, pero requieren hombres y mujeres que sean tierra buena,dispuesta a acoger la semilla de su palabra y darla a conocer”. (B XVI. Angelus.7.12.08)

Lo que necesitamos, si queremos revertir nuestra situación, esabrirnos al verdadero espíritu de la Navidad. Sin tantas consultas ysobresaltos, simplemente saber que la paz, la belleza, la armonía son un donque solo tenemos que recibir.