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Acabamos de escuchar el evangelio en el que Jesús critica a aquellos que saben reconocer el aspecto del cielo, pero no han sido capaces de descubrir el tiempo en el que era urgente creer en el reino de los cielos. El mismo Señor Jesucristo comenzó así su predicación: Convertíos porque está cerca el reino de los cielos. Juan Bautista, su precursor, había comenzado de la misma manera: Convertíos porque está cerca el reino de los cielos.  Y ahora el Señor censura a los que no quieren convertirse a pesar de que el reino de los cielos está cerca.

 

Pertenece a Dios saber cuándo vendrá el fin del mundo: sea cuando sea, ahora es el tiempo de la fe. Para cada uno de nosotros el tiempo está cerca, porque somos mortales. Caminamos entre peligros. Si fuéramos de cirstal temeríamos menos. ¿Hay algo más frágil que un recipiente de cristal? Sin embargo, puede durar siglo: tememos que caiga, pero no lo daña la vejez ni la fiebre. Somos, pues,  más frágiles y más débiles, y esta fragilidad cada día nos hace temer todos los accidentes que constantemente acechan la vida de los hombres. El hombre evita las desgracias, ¿pero puede evitar la última hora? Evitar lo que viene del exterior; ¿puede echar fuera de sí lo que lleva dentro de él? A veces cualquier enfermedad lo asalta de repente. En fin, el hombre habrá podido ir salvando escollos toda su vida, pero cuando al fin le llegue la vejez ya no habrá prórroga.   (San Agustín. 354-430)