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Muy queridos amigos: hemos terminado un tiempo de trabajo intenso que más parece una carrera de resistencia que la celebración serena e interior del misterio de la Encarnación. Parece un ‘arrancón’; tal vez por ello llaman al adviento la ‘cuaresma de invierno’. Y nos preguntamos ¿qué nos dejó este esfuerzo celebrativo? Tal vez estuvieron más llenas la tiendas y las líneas a El Paso que nuestros templos. Tal vez domina el neopaganismo aun dentro de la iglesia. Y es triste y nos preocupa. Tantos siguen sintiéndonos cristianos sin vivir el cristianismo. Pareciera que a nosotros solo nos ha quedado cansancio y depresión y nos preocupa el resultado final del esfuerzo. Pero ¿no es, acaso, nuestro sacerdocio la continua sensación de un esfuerzo inútil? “Señor, hemos trabajado toda la noche y no hemos logrado nada”; es la queja de Pedro que resuena siempre dentro de nosotros. ¿Esto debe ser un problema para nosotros? Nos preguntamos tantas veces por el éxito de nuestros esfuerzos. Y luchamos por ello y quisiéramos tener las estadísticas de nuestros esfuerzos, ver nuestros logros, constatar nuestros éxitos. Y ello es malo.

Se está publicando la Opera Omnia de J. Ratzinger-B.XVI y resulta complicado referir aquí los datos bibliográficos. La BAC ha traducido al español la obra original en alemán. Pero existe otra traducción que ostenta una presentación de papa Francisco donde nos habla del gesto de B.XVI al renunciar al papado y dedicarse a la oración, “factor decisivo” de la realización del sacerdocio del N.T. Lo compara con León Magno. Esta edición se me extravió y el P. Chicho dice que él no la tiene; pero el perilustrísime ac reverendísime Dominus Réctor, P. Orona, me proveyó de la traducción de la BAC. Vol. XII dedicado al sacerdocio: “Predicadores de la Palabra y servidores de vuestra alegría”. (2014). El volumen contiene el mismo material que la otra edición: ensayos, disertaciones, homilías en diversas circunstancias: ordenaciones, aniversarios, etc. donde apreciamos la riqueza de pensamiento de Ratzinger-BXVI sobre el sacerdocio del N.T., pero no trae el prólogo de papa Francisco.

El primer ensayo del volumen se titula. «La esencia del sacerdocio». El número 4 de dicho ensayo titulado «Conclusiones para el sacerdocio de hoy» tengo el gusto compartirlo contigo. Feliz Año amigos míos. ¡Duc in altum!

«Cómo pueda hacerse presente todo esto hoy, especialmente en lo referente a la formación de los sacerdotes, no es una cuestión que deba ser aquí objeto de consideración pormenorizada. En este contexto me gustaría contentarme con una breve referencia lo que me parece central.

Hemos visto que el sacerdocio neotestamentario inaugurado con los Apóstoles tiene una estructura totalmente cristológica, en el sentido de que significa inclusión del hombre en la misión de Cristo. Lo esencial y fundamental para el servicio sacerdotal es, de acuerdo con esto, una profunda vinculación personal con Cristo. En esto radica todo, y a ello tiene que conducir el núcleo de toda preparación para el sacerdocio y de toda formación permanente en el sacerdocio. El sacerdote tiene que ser una persona que conozca a Jesús desde dentro, que se haya encontrado con él y que haya aprendido a amarlo. Por eso el sacerdote tiene que ser un hombre de oración, tiene que ser realmente un hombre «de espíritu». Sin una fuerte consistencia espiritual no puede perseverar a la larga en su ministerio. De Cristo tiene que aprender que en su vida no se trata de autorrealización ni de éxito. Tiene que aprender que él no construye para sí una vida interesante o grata, que no crea para sí una comunidad de devotos o seguidores, sino que trabaja para los otros, que es lo que propiamente importa. Al principio esto choca con la natural inclinación de nuestra existencia, pero, a la larga, se pone de manifiesto que este dejar de ser importante del yo es lo que propiamente libera.

Quien actúa para Cristo sabe que uno es el que siembra y otro el que recoge. No necesita estar continuamente pensando en sí mismo; deja en manos del Señor el resultado y hace sin miedo lo que le corresponde, liberado y contento por su seguridad en todo. Cuando hoy se angustia tanto el sacerdote, cuando se siente cansado y frustrado, eso se debe a una crispada búsqueda de resultados. La fe se convierte en un pesado fardo que apenas se puede llevar a rastras, cuando debería ser como un ala que nos lleva.

De la interna unión con Cristo nace por sí misma también la participación en su amor por los hombres, en su voluntad de salvarlos y ayudarlos. Hoy muchos sacerdotes dudan de si propiamente se hace un bien a los hombres

llevándolos a la fe, o de si no se les hace así más difícil la vida. Piensan que quizá sea mejor dejarlos en la buena conciencia de su ausencia de fe, puesto que así parece más fácil vivir. Cuando se concibe la fe sólo como una dificultad adicional para la vida, entonces la fe no puede ser motivo de alegría, ni el estar al servicio de la fe puede ser una tarea que llene. Pero, quien ha descubierto interiormente a Cristo, quien lo conoce de primera mano, descubre que sólo esa relación da sentido a todo lo demás y hace también hermoso lo difícil. Sólo esa alegría en Cristo puede también proporcionar alegría en el servicio ministerial y hacerlo fructificar.

El que ama, desea conocer. De ahí que el verdadero amor a Cristo se manifieste incluso en la voluntad de conocerlo cada vez mejor y de conocer todo lo que a él le pertenece. Si el amor a Cristo se convierte necesariamente en amor al hombre, eso quiere decir que la educación en Cristo implica también educación en las virtudes naturales del ser humano. Si amarlo significa aprender a conocerlo, esto quiere decir que la disposición para el estudio serio y riguroso es un signo de la rigurosidad de la vocación y de la rigurosa búsqueda interior de su proximidad. El ejercitarse en la fe es ejercitarse en la verdadera humanidad y es aprender la razón de la fe. Como Cristo nunca está solo, sino que ha venido para unir el mundo a su Cuerpo, se añade como segundo elemento el amor a la Iglesia: No busquemos a un Cristo ideado por nosotros mismos, sólo en la comunidad real de la Iglesia nos encontramos con el Cristo real. Y a su vez, en la disposición de amar a la Iglesia, de vivir con ella y de servir en ella a Cristo, se pone de manifiesto la profundidad y seriedad de la relación con el Señor mismo.

Me gustaría concluir con una frase del papa san Gregorio Magno, en la que, a partir de imágenes del Antiguo Testamento, describe la esencial relación, a que se ha aludido aquí, entre interioridad y servicio: «¿Qué otra cosa son los santos varones sino ríos que riegan […] la tierra reseca? Sin embargo, ellos […] se secarían, si […] no se apresurasen a volver al lugar del que han salido. Es decir, si no entran en la interioridad del corazón y no se ligan con las ataduras de la nostalgia del amor a su Creador, […] la lengua reseca […]. Pero ellos, por amor, retornan siempre a su interior y lo que vierten […] en público lo obtienen del manantial […] del amor. Amando aprenden lo que proclaman enseñando».