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¿Valdrá la pena continuar hablando del tema? ¿Queda algo por decir? En los medios nacionales e internacionales, han aparecido artículos demoledores. Sin ocuparme monográficamente del tema, en este espacio creo haber dicho lo esencial: corrupción, impunidad. Igual, una sociedad porosa, permeable; pobreza, amplios sectores de marginación total; un desempeño lamentable de los partidos políticos. Y toda esa descomposición social, fruto al fin de cuentas de la sed de poder y de la ambición de dinero, en el colmo del cinismo, se convierte en botín. Por encima de los intereses nacionales, sociales, simplemente humanos, están los del partido. Mientras se barajan billones y millones como quien maneja centavos. Y la pobreza y el  hambre y la ansiedad del pueblo ahí están, tercas, persistentes, no obstante las cruzadas y los pactos hechos y por hacer. Los voceros de la tragedia son los presidentes de los partidos y  sus nuncios camerales, en el clímax del absurdo. Sí, resta mucho por decir.

 

Lo de Michoacán ya está concluido, “la commedia é ormai finita”; una media docena de capos capturados, los millones y millones de pesos inmediatamente disponibles, como en Chiapas cuando el sub; y, ¿la causa eficiente y formal de tanto daño, las complicidades que convirtieron al puerto L. Cárdenas, y otros, en puertos libres para entrada y salida de precursores y minerales, quedan intactas? ¿Nadie fue culpable? ¿Solo la tuta? ¿Ya estará dado de baja en la nómina de la SEP? ¿Y el partido, cuya presencia es transversal, hoy, a toda esa región del país, no tiene nada qué decir? “El crimen organizado es como un árbol, ya que usualmente vemos la parte más visible en la superficie, pero tiene hondas raíces bajo tierra. Esas raíces son los vínculos políticos, económicos y sociales que genera el crimen para procurar impunidad y protección para sus actividades y sus miembros. No es un secreto que México ha entrado en una fase avanzada de penetración y cooptación (sic) de los gobiernos estatales y locales por parte del crimen organizado, de la cual no le será fácil salir”. (John Bailey / Juan Carlos Garzón 31 OCT 2014)

 

El envío de millones, lo vivimos aquí, no es la solución; la solución al problema de descomposición nacional, no es económica; porque el problema no es económico, al menos en primera instancia. Zepeda Patterson escribe: “La táctica no habría sido mala si las reformas económicas del gobierno fueran más radicales o si Marx hubiera tenido razón y fueran las estructuras económicas las que definen el edificio social. Pero no es así. Las reformas de Peña Nieto son demasiado tibias incluso para modificar sustancialmente a la economía, y ésta ya ha dejado de ser una solución estructural frente a los muchos fuegos provocado por la descomposición de la justicia y la inseguridad pública”.

 

¿Por qué el crimen organizado atenta contra la sociedad civil en México?, titula un artículo G. Trejo, de la Universidad de Notre Dame. En Guerrero, Michoacán y Tamaulipas, las mafias se dedican no solo al narco, sino que tienen por objetivo asumir el poder local, afirma. “Con un equipo en la Universidad de Notre Dame, mi colega Sandra Ley y yo hemos identificado más de 300 atentados y ejecuciones de autoridades locales por parte del crimen organizado en los últimos seis años. Los estados vecinos de Michoacán y Guerrero encabezan la lista con más de un tercio del total de ataques y en Guerrero las zonas Norte, Tierra Caliente, Costa Grande y Centro son los focos de la violencia. En estos municipios, donde ser autoridad pública se ha convertido en un empleo de alto riesgo, el crimen organizado ha empezado a postular a sus propios candidatos –como parece haber sido el caso del alcalde de Iguala. Los sicarios de Guerreros Unidos se han cobijado tras el manto protector de la impunidad

 

«Para lograr la hegemonía local, los grupos del crimen organizado requieren de una sociedad desarticulada y aterrorizada, incapaz de cuestionar y desobedecer los dictados de las autoridades de facto. Por ello los criminales buscan establecerse en zonas con poca organización social. Pero cuando las zonas estratégicas para el trasiego y la producción de droga están en lugares donde operan fuertes movimientos sociales y comunitarios –como Iguala – los grupos criminales intentan doblegar a los colectivos sociales mediante la compra de sus líderes o mediante la represión selectiva y ejecuciones ejemplares”». Esto lo saben unos jóvenes de la facultad de sociología de U. de Notre Dame, y aquí, ¿nadie vido nada? La única diferencia entre Iguala y Guachochi, y toda la Sierra, es que, aquí, no “operan fuertes movimientos sociales y comunitarios”. Después de esto solo quedan los discursos tan rimbombantes como vacíos. Y más grave aún es, que 40 muertos al mes, no sea dato relevante.

 

Lo dicho por estos jóvenes es importantísimo. Hablan de una sociedad completamente permeable, desarticulada, desorientada. ¿Qué, si las conductas antisociales comienzan en la niñez, en el seno de lo que resta de una familia; qué, cuando el niño no tiene puntos de referencia socialmente admisibles, cuando se encuentra huérfano, sin afecto, sin fe ni esperanza, sin valores; y,  por el  contrario, qué cuando el niño ve que las acciones punibles no son castigadas, que la mentira funciona, que el robo reditúa. Que el viernes no vamos a la escuela porque los maestros tienen cursos. Qué, cuando en su corazón infantil anida el resentimiento que engendran la pobreza y la injusticia? Y, si no es en la familia, ¿dónde se articulará la sociedad?

 

“El enorme malestar generado por el asesinato y desaparición de los normalistas ha dado salida a un gigantesco magma de desconfianza institucional. Intelectuales, empresarios y artistas de renombre han virado sus críticas iniciales, centradas en la descomposición del estado de Guerrero, el más pobre y violento, para elevar el tiro contra un sistema político que no es capaz de garantizar la seguridad de sus ciudadanos. En esta erupción ha participado la Iglesia católica. La beligerante y poderosa archidiócesis primada de la Ciudad de México, a través del semanario “Desde la fe”, su órgano de expresión, (Aquí carecemos de un órgano así), ha disparado contra Peña Nieto y su Ejecutivo: “Guerrero es otro foco encendido que las autoridades de la Federación no quisieron ver, es el reflejo del peligro latente de vivir en un país como México con graves problemas internos de gobernabilidad, seguridad, corrupción y miedo en distintas regiones, donde nadie está a salvo”. (Jan Martínez Ahrens   México   4 NOV 2014). “Uno, sólo tiene que ser algo para que el mundo aparezca como algo que no debe ser”, escribe Nietzsche. Sí, descendemos en la escala de lo humano y ya no percibimos la fealdad, la falta y la necesidad de belleza.

 

Ha caído “La pareja que bailaba sobre cadáveres”. Así titula Jan Martínez Ahrens un artículo, (El País. 12.10.14). Han caído Abarca y su mujer, (presidenta del DIF), la pareja que bailaba sobre cadáveres. Lo que se dice en este artículo es demasiado grave y personal y no me atrevo a comentarlo aquí. Pero, la pregunta insoslayable sigue siendo: ¿El Estado mexicano no vido nada? Reviste un gran avance la captura de esa, ya tristemente célebre, pareja, pero no es el resultado final. Muchos han de estar muy preocupados. El Gobierno ya tiene la punta del hilo. Pero estamos a años luz de la solución final. No podemos contentarnos viendo una película. Ni las licencias ni las renuncias significan el fin ni exculpan de las responsabilidades. Si continúan existiendo los intocables, solo se desplaza el problema. En la dictadura perfecta, los medios nos centran en Guerrero, antes en Michoacán, luego desatendemos por el momento Tamaulipas; anteriormente, Juárez ocupó la atención mediática mundial. Y Calderón accedió venir a Juárez después de la tragedia.  Ocho muertos en Madera, con sordina; en Guachochi, matizado, 23 muertos; los muertos encontrados en Madera recorrieron 400 Km. para llegar ahí. El primer movimiento de La Peste: el cuerpo médico decide no preocupar a la sociedad y no da la voz de alarma. Desastre al final.

 

Entonces, A. Navalón, puede hablar de “Estado Secuestrado”. “No es habitual que todo el Gobierno esté pendiente de encontrar a los 43 estudiantes desaparecidos la noche del 26 de septiembre. Este desafío al Estado ha puesto el foco de la atención mundial sobre lo que sucede en el país de las reformas, es decir, en el país de E.P.N.

 

Como ocurre en Italia, los llamados “poderes fuertes”, aquellos que gobiernan desde lo oscuro, consiguen imponerse en forma de logia masónica y de pacto entre los criminales de la Cosa Nostra y los otros que nos representan en las urnas para terminar con la leyenda de que los malos son más fuertes que cualquier Estado. En Iguala, los malos eran también del Estado”. Y no creo que solo en Iguala. En México, la corrupción y el tráfico de drogas son endémicos.

 

En tan sólo un mes, el presidente Peña Nieto pasó del título de estadista del año —un galardón que recibió de manos de Henry Kissinger— y de compartir mesa con los políticos más importantes del mundo, a estar señalado y teniendo que asumir —en persona— el mando de un Estado que, por el caso Iguala, aparece cuestionado y cuarteado. También tiene que pensar en cambios en el gabinete.

 

Hay algo, sin embargo, que no podremos borrar; el fresco, que pinta Jorge F. Hernández, queda a la manera de los murales de Siqueiros, llameantes, vivos, lacerantes, hirientes, ahí y para siempre: “La sangre se confunde con el rojo de la camiseta que se acorta a la mitad del abdomen balaceado. La mano izquierda inerte al filo del ombligo. El cráneo ensangrentado ligeramente ladeado con las órbitas oculares ya sin ojos, la cara sin nariz y la dentadura pelada. Le quitaron la piel de la cara desde la orilla de su frente, al nacimiento del pelo: lo que dejaron fue el rostro de la muerte de uno más que dio la cara por nosotros todos,…”

 

¿Por qué tanto odio? A la manera de los atentados que se están llevando a cabo con precisión diabólica en el mundo islámico, sin miramientos ni distinciones, con odio enfermizo, los grupos criminales en México han desatado una violencia que emerge de las más profundas cavernas del alma herida, enferma, enfebrecida del sádico. Ese cuadro, que corresponde a uno de los jóvenes asesinados aquel sombrío amanecer de septiembre,  entre Iguala y Cocula, es terrible y desolador. Un día saqué del archivo olvidado de la sociología católica la expresión “descomposición del tejido social”, ahora en uso con  plena vigencia; eso que estamos viendo, es tal descomposición. A la manera de una enfermedad misteriosa, no identificada, que desintegra los tejidos, como filme de terror, no vista, – ríase  del ébola -; como un organismo deshecho por una hemorragia interna, así sucumbe el ente social. Y, mientras se muere, no se sabe de qué.

 

“Mientras tanto, el Gobierno, empezando por su presidente, intenta entender quién le está desafiando, quién se llevó a los normalistas y, lo que es peor, si será capaz de encontrar por lo menos una explicación —si no los cuerpos—, a cómo es posible gobernar un país donde las fosas comunes no sólo contienen cadáveres de víctimas colaterales caídas en ajustes de cuentas, como decía el calderonismo, sino demandas de justicia: si es posible fiarse o no y saber quién, cómo y dónde te puede defender el Estado en un país milenario llamado México”, concluye Navalón. Un país donde en el 2013 se cometieron 33,1 millones de delitos y sólo en el 6,2% de los casos se inició investigación. (J.R. Cossío D.).

 

“El Estado, escribe Nietzsche, que no puede logar su fin último suele hincharse hasta alcanzar proporciones antinaturales. El imperio mundial de los romanos no es, en comparación, con Atenas, nada excelso. La fuerza que propiamente debería corresponder a la flor queda repartida entre las hojas y el tronco, ahora exuberantes”.  Sí, queda la gigantiasis burocrática, tronco vigoroso y ramas frondosas, pero no hay frutos, no hay flores, no hay arte, no hay belleza. “Así como hay Estados que no alcanzan el arte, así también hay plantas sin flor: ¡las más finas hojas y las ramas más vigorosas no se resarcen”, concluye. La burocracia congela las revoluciones, las reformas y los pactos y los comedores.

 

Romper esas tristes condiciones pasa necesariamente por el establecimiento de un conjunto de cosas que, desde luego, no existen. No se puede repetir, casi como un mantra de la frustración y la desesperanza, “Estado de derecho, Estado de derecho”. Tampoco puede apelarse sin más a la solidaridad humana o a la civilidad, cuando es claro que por sí solas no son suficientes para aspirar al cambio. Lo único que puede hacerse es construir, lenta pero firme y continuadamente, un nuevo entramado institucional que representa el medio para aumentar las probabilidades de castigo de los delincuentes.(J.R. Cossío D)

 

Luego de este collage me vuelvo a mi fe. Me vuelvo hacia la luz esplendorosa del evangelio: «Hermanos, nosotros estamos seguros de haber pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida y bien saben que ningún homicida hereda la vida eterna.

 

Conocemos lo que es el amor en que Cristo dio su vida por nosotros. Así nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos». No se trata de intimismo; lo único creíble es el amor. Es la única posibilidad que el cristianismo tiene frente al mundo. En realidad, lo que estamos haciendo culturalmente es asesinando cada día es el amor. En esta situación no existen flores bellas, no existe arte. Todo es feo. La verdadera muerte es la lejanía de Dios.

 

¡Felicidades a El Diario, por su sinergia con NYT!