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De-construcción de la familia

El hombre está

enfermo de sí

mismo. F.N.

 

En su catequesis de este miércoles, el papa ha trazado la temática del sínodo de obispos* que se desarrolla en Roma este mes bajo el lema: “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”. Primero la vocación determinada por su naturaleza íntima, – primero es el ser y después el hacer -, y, luego la misión, que ha de abarcar a la iglesia y al mundo, es decir, la familia no se autocontempla satisfecha. Y es que lo que la familia trasmite al futuro es ella misma. La familia entonces no es un círculo de egoísmo, sino una realidad abierta que ha de dar testimonio del proyecto de Dios quien «al principio» creó al hombre, hombre y mujer, y los hizo fecundos, partícipes de su poder creador.

“Una mirada atenta a la vida, dice el papa, cotidiana de los hombres y de las mujeres de hoy muestra inmediatamente la necesidad que hay por todos lados de una robusta inyección de «espíritu familiar». De hecho, el estilo de las relaciones –civiles, económicas, jurídicas, profesionales, de ciudadanía– aparece muy racional, formal, organizado, pero también muy “deshidratado”, árido, anónimo. A veces se hace insoportable. Aun queriendo ser inclusivo en sus formas, en la realidad abandona a la soledad y al descarte un número cada vez mayor de personas. Por esto, la familia abre para toda la sociedad una perspectiva más humana: abre los ojos de los hijos sobre la vida – y no solo la mirada, sino también todos los demás sentidos – representando una visión de la relación humana edificada sobre la libre alianza de amor. La familia introduce a la necesidad de las uniones de fidelidad, sinceridad, confianza, cooperación, respeto; anima a proyectar un mundo habitable y a creer en las relaciones de confianza, también en condiciones difíciles; enseña a honrar la palabra dada, el respeto a las personas, el compartir los límites personales y de los demás. Y todos somos conscientes de lo insustituible de la atención familiar por los miembros más pequeños, más vulnerables, más heridos, e incluso los más desastrosos en las conductas de su vida. En la sociedad, quien practica estas actitudes, las ha asimilado del espíritu familiar, no de la competición y del deseo de autorrealización”. Este parágrafo de la catequesis papal destaca el déficit de humanidad de nuestra cultura y, por lo tanto, la misión urgente de la familia: “La familia que camina en la vía del Señor es fundamental en el testimonio del amor de Dios y merece por ello la dedicación de la que la Iglesia es capaz”. La familia, pues, debe ser una prioridad absoluta en el quehacer de la iglesia.

No creo, estimado lector, que el parágrafo de papa Francisco sea un lenguaje abstracto y algo peregrino, sin fundamento en la realidad. No sabemos ver los hechos en su inmediatez; ellos son verdaderos mensajes de un proceso de de-construcción de la familia que llega, casi, al punto de la anulación. Tomo un dato que publica nuestro Diario este miércoles, (podemos poner esta noticia al lado de la catequesis del papa y confrontarlas): “la primera víctima fue identificada como x, de 21 años, que traía consigo a su hijo de 2 años, también reportado como ausente con fecha del 16 de septiembre. Fue localizada muerta en un lote baldío en las calles x y x. El lunes elementos de la SSPM aseguraron un niño cuyas características físicas coinciden con las del menor aludido.” La cabeza de la noticia dice: “Indagan narcomenudeo en asesinatos de dos mujeres durante el fin de semana”. Y otras notas deprimentes donde los niños son los seres más expuestos y víctimas de atentados nefandos.

El que esto escribe, ha trabajado mucho en este campo con familias, con parejas y el método usado ha sido muy simple: por una parte, la doctrina tal como la ha expuesto, por ejemplo, papa Francisco este miércoles, y, en un segundo momento, ver acontecimientos tristes, dolorosos, desconcertantes, como el referido, guiados por una pregunta, ¿dónde estaba la familia? (Después de todo, lo que vemos, oímos y leemos en los medios, es lo que sucede cuando no cumplimos los mandamientos de Dios). Se trata de hacer algo así como una radiografía sobre tal o cual problema, – piense en las fiestas rave donde son detenidos, hasta más de 100 menores de edad -, (no olvidemos Salvarcar), e ir viendo la relación que guardan estos hechos con la familia. El profeta de la familia en los tiempos modernos, J.P. II, acuñó frases lapidarias sobre las que deberíamos reflexionar con frecuencia: “La familia es esa primerísima e insustituible escuela de humanidad.” Lo invito a que desglose esta frase. “El futuro de la humanidad, pasa por la familia.” “¡Familia, sé lo que eres! Intima comunión de vida y amor ”

Y es que la familia posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante la función del servicio a la vida. En efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y estos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales, (que tanto echamos de menos), que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad humana. Por ello, la familia en virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la sociedad entera, asumiendo su función social.

La de-construcción. En el «documento de trabajo» (Instrumentum Laboris), enviado a todas las diócesis del mundo para preparar el sínodo, bajo el título: “Retos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”, se dice: «Hoy se presentan situaciones inéditas hasta hace poco tiempo, desde de la difusión de parejas en unión libre que ni se casan y llegan, incluso, a excluir la idea misma de matrimonio, hasta las uniones de personas del mismo sexo, a las que con frecuencia se les autoriza adoptar niños. Entre las numerosas situaciones nuevas, que reclaman la atención y el compromiso pastoral de la iglesia, basta recordar (..) las familias monoparentales (…) la cultura del no compromiso y del presupuesto de la inestabilidad del vínculo (…) la reformulación de la idea misma de familia; el pluralismo relativista en la concepción del matrimonio; la influencia de los medios sobre la cultura popular en la concepción del matrimonio y la vida familiar; las corrientes de pensamiento que inspiran las propuestas legislativas que devalúan la permanencia y fidelidad del pacto matrimonial».

Aquí tiene usted un panorama completo de la situación. Estas «situaciones inéditas» descritas en el documento sinodal, exigen una consideración filosófica, a partir de lo que los sociólogos y pensadores actuales han calificado «como familias post-modernas», en oposición a lo que, en el mismo ámbito se denominan “familias nucleares”. En términos más sencillos, se trata de sepultar la “familia tradicional”, el hombre y la mujer unidos por el amor y abiertas a la vida. Se ha escrito mucho del hombre postmoderno. En realidad, no es la familia la que está en crisis, es la naturaleza natural del hombre lo que está en crisis.

Las familias “post-modernas” se presentan como el resultado de una «de-construcción» crítica y de una libre reconstrucción del cuadro de la familia tradicional, a la manera como se derrumba una construcción antigua para levantar otra nueva, como se desmantela un artefacto y se reconstruye en algo diferente, pero conservando el nombre antiguo. Si nos preguntamos de forma inmediata, ¿qué es una familia?, libres de pre-comprensiones, naturalmente sabremos responder; las familias post-modernas, de-construyen esa idea primordial, natural, usan algunos elementos de ella y la reconstruyen luego de manera diferente, pero conservando el nombre antiguo. Según los proyectos individuales y sociales, tales familias buscan «reinventar» re-construir, la constitución y la articulación de los vínculos, de los roles, de los sexos y la generación, promueven al máximo los valores de autonomía creativa, de opción (en el sentido ultra liberal del término), del desarrollo de sí, de una “calidad relacional”, y de un desarrollo afectivo y sexual. Tales familias funcionan de un modo «igualitario, democrático y contractual», realizando una verdadera revolución cultural y antropológica. Se consideran como el fruto de un progreso decisivo e irreversible de la humanidad.

Tal es el panorama que los obispos sinodales tienen ante sus ojos. Pero a este punto quiero decir que entre nosotros, el problema matrimonial-familiar, no es tanto el resultado de una reflexión filosófico-antropológica, cuanto de una simple y devastadora praxis. La infidelidad, el divorcio, la unión libre, serían para mí los problemas más inmediatos, al lado de una natalidad, que por la razón que sea, prescindiendo de la paternidad, deja al niño indefenso, desprotegido, solo en soledad existencial. No podemos olvidar aquí, en lo que respecta a la cultura, la inmadurez psicológica y debilidad afectiva de nuestros jóvenes, en muchos casos; su incapacidad para asumir compromisos «para toda la vida» cuando se muestran, incluso, impotentes ante una simple carrera universitaria o para la responsabilidad en el desempeño laboral.

Avanzamos hacia una nueva definición de los lazos familiares. Visto de cerca, estas familias post-modernas poseen al menos dos puntos comunes ligados el uno al otro. Para empezar, ponen en crisis, de diferentes maneras, la alianza conyugal entre un hombre y una mujer sobre las que descansa la familia-nuclear. Las familias post modernas empobrecen esta alianza, la hacen precaria, la descomponen, la modifican sustancialmente, la invierten, la desnaturalizan, e, incluso, ignoran su existencia. No se trata de emitir ningún juicio sobre las personas que viven estas nuevas configuraciones. Pero analizando las estructuras que han escogido, fuerza es constatar una objetividad específica común, más allá de su gran diversidad: la ausencia de un verdadero lazo matrimonial, quiérase o no, transformándolo en otra realidad.

Los sociólogos habrán estudiado los diversos aspectos de la familia, pero con el riesgo de desmembrarla en problemas particulares más fácilmente manejables; el gran mérito del pensamiento católico ha sido adoptar desde el principio una actitud filosófica, si consideramos a la filosofía en su acepción de reflexionar sobre una experiencia a fin de desentrañar su sentido. No se trata de preguntarnos para qué sirve, sino qué es la familia. Se trata de una metafísica de la familia. Una filosofía de la familia no toma cuerpo más que reconociendo el carácter unitario del ser familiar. Esto es lo único que puede reconciliar a aquellos que insisten sobre el aspecto libre contractual del matrimonio y los que insisten sobre su aspecto impuesto e institucional. Más allá, o mejor aún, más acá de estas distinciones legítimas, es preciso remontarse hasta la intención radical, – esta intensión de amor que nosotros llamamos la entrega -, que constituye el fundamento de la sociedad doméstica; la cual no es más biológica que jurídica, más moral que religiosa: es la síntesis bioespiritual irreductible, a la vez pensada y vivida, de la cópula y el hijo. El hijo es la síntesis indivisible del amor de los padres. Y esta bendición está reservada a la unión amorosa de los esposos.

Paul Archambault ha escrito un libro famoso: “La familia, obra del amor”. Esto está bien dicho, pero pide ser explicitado. No significa solamente que los esposos construyan la familia al amarse, sino que es el amor mismo el que instituye la familia, que la familia es propiamente obra del amor. El sentido de la existencia aparece, entonces, como dirigiéndose menos de los seres al amor que del amor a los seres; es decir, que no son los seres singulares los que producen el amor, sino que es el amor el que suscita la unidad de los seres. Entonces, la misión de la familia es recibir, fomentar y manifestar el amor.

Lo que está en juego, a la postre, en la crisis de la familia en el horizonte del s. XXI, es la suplantación o el rescate de la naturaleza natural del hombre, la enajenación o la salvaguardia de su condición y dignidad de persona humana, única e irrepetible, libre y responsable de sus actos. Cual sea la naturaleza de la persona humana – varón y mujer – tal es el matrimonio y tal la familia. Cual sea la familia, tal la sociedad, tal el hombre. La claudicación o el reencuentro de la auténtica naturaleza de la persona humana, es el ojo del huracán, la raíz de la crisis del matrimonio y la familia en el mundo contemporáneo, la causa nuclear del riesgo de una sociedad deshumanizada. Reconstruir el matrimonio y la familia, devolviéndolos a «su principio» -, y en consecuencia la entera sociedad, a la luz de las exigencias de la dignidad personal del hombre: esa es la cuestión.

P.d. Llama poderosamente la atención la enorme fila de trailers varados en su intento de llevar las mercancías maquiladas “al otro lado”. Resulta doblemente paradójico, primero, que un producto maquilado en Silao, por ejemplo, puede estar en USA antes que los productos manufacturados en Juárez; segundo, que ambos países les haya faltado imaginación, o lo más seguro, voluntad, para solucionar un problema tan evidente. Un buen ejercicio sería que Vidagaray y su equipo vinieran a ver esto y, ya aquí, cruzar el puente en automóvil. O a pie. A ver si se modifica el discurso triunfalista. No todo es cuestión de impuestos.