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¿Desastre o emergencia educativa?

Educar, del latín, (e-ducere = llevar hacia, conducir, guiar, llevar de la mano); aún desde la etimología, educar es compromiso con la persona; el educando ha de ser ayudado a ser más persona, mejor persona, lo cual no se logra atiborrando de datos un cerebro vacío. Educar es infinitamente más. Cierto, la nueva sensibilidad y el avance de las ciencias psicopedagógicas, nos persuaden de que, también los educadores han de dejarse “educar” por los educandos. Lo que los padres o el maestro tienen delante es una persona, no una cosa o un animalito al que haya que domesticar. (Aunque a veces pareciera).

Emergencia educativa. (EE). Hoy, el sistema educativo está formando técnicos, robots, máquinas de trabajo, con las normas de la eficacia y la eficiencia; nada más que cerebros, pero no personas, hombres y mujeres con corazón, capaces de amarse a sí mismos y a los otros, de ser fieles, mejores ciudadanos, mejores padres y esposos. Mejores personas, pues. La “EE”, no se refiere a la extensión, a la cantidad, a los presupuestos, sino a constatar si la educación tal como está diseñada hoy, esté formando personas: “No vamos a permitir que los ingenieros de Boeing tracen nuestro sistema de educación”. (Ministro de educación francés). Sería la muerte del humanismo.  Necesitamos ingenieros, técnicos; el sistema educativo tiene que avocarse a ello. Y está bien. Y, ¿no necesitamos, con gran urgencia, mejores ciudadanos, mejores personas, capaces de entender su vida, también, como servicio, como entrega a los demás, capaces de responder a las preguntas esenciales del ser humano, el valor y sentido de la vida, el valor de la virtud, de la disciplina, de la familia, del respeto, de la lealtad, de la honestidad? ¿Dónde se enseñará esta asignatura?

Fue BXVI quien dio forma a la expresión “emergencia educativa”. (01.06.07). Y le cedemos la palabra: “Como nos enseña la experiencia diaria —lo sabemos todos—, educar … hoy no es una empresa fácil. En realidad, hoy cualquier labor de educación parece cada vez más ardua y precaria. Por eso, se habla de una gran “EE”, de la creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento, dificultad que existe tanto en la escuela como en la familia, y se puede decir que en todos los demás organismos que tienen finalidades educativas.

Podemos añadir que se trata de una emergencia inevitable: en una sociedad y en una cultura que con demasiada frecuencia tienen el relativismo como su propio credo —el relativismo se ha convertido en una especie de dogma—, falta la luz de la verdad, más aún, se considera peligroso hablar de verdad, se considera “autoritario”, y se acaba por dudar de la bondad de la vida – ¿es un bien ser hombre?, ¿es un bien vivir? – y de la validez de las relaciones y de los compromisos que constituyen la vida.

Entonces, ¿cómo proponer a los más jóvenes y transmitir de generación en generación algo válido y cierto, reglas de vida, un auténtico sentido y objetivos convincentes para la existencia humana, sea como personas sea como comunidades? Por eso, por lo general, la educación tiende a reducirse a la transmisión de determinadas habilidades o capacidades de hacer, mientras se busca satisfacer el deseo de felicidad de las nuevas generaciones colmándolas de objetos de consumo y de gratificaciones efímeras.

Así, tanto los padres como los profesores sienten fácilmente la tentación de abdicar de sus tareas educativas y de no comprender ya ni siquiera cuál es su papel, o mejor, la misión que les ha sido encomendada. Pero precisamente así no ofrecemos a los jóvenes, a las nuevas generaciones, lo que tenemos obligación de transmitirles. Con respecto a ellos somos deudores también de los verdaderos valores que dan fundamento a la vida.

Pero esta situación evidentemente no satisface, no puede satisfacer, porque deja de lado la finalidad esencial de la educación, que es la formación de la persona a fin de capacitarla para vivir con plenitud y aportar su contribución al bien de la comunidad. Por eso, en muchas partes se plantea la exigencia de una educación auténtica y el redescubrimiento de la necesidad de educadores que lo sean realmente. Lo reclaman los padres, preocupados y a menudo angustiados por el futuro de sus hijos; lo reclaman tantos profesores que viven la triste experiencia de la degradación de sus escuelas; lo reclama la sociedad en su conjunto, en Italia y en muchas otras naciones, porque ve cómo a causa de la crisis de la educación se ponen en peligro las bases mismas de la convivencia”.

Desastre educativo. (DE). Éste es algo muy diferente a la EE. La EE supone una estructura sana, completa, eficaz, que está funcionando y, en todo caso, lo que hace falta es una reorientación filosófica. La única revolución educativa en México que cumplirá un siglo, en 2020, tenía mística, tenía alma, orientación; el hombre estaba en el centro. El DE se da cuando no existen las estructuras básicas, fundamentales ni los principios orientadores que guíen a su fin esencial: formar personas. No solo es déficit en materias, sino falta de orientación.

Obvio, donde existe el DE se da en su peor forma la EE.  No es lo mismo curar a un herido que resucitar un muerto. Esto, en última instancia, está detrás del desastre humanitario de nuestra cultura. Claro, entre nosotros hablamos de otra cosa; no solo lo que refleja “De Panzazo”, realidad por demás conocida, sino lo que  está sucediendo en los estados mexicanos del Sur, y en general, en el sistema educativo nacional. La “emergencia” presupone una realidad positiva sobre la que se puede construir, que puede ser corregida, optimizada, que es susceptible de mejoramiento. Existen bases. Cuando no existe este presupuesto, no podemos hablar de emergencia sino de desastre. Una consecuencia inmediata es el consumo de estupefacientes y alcohol en las escuelas, en la  activación temprana de la sexualidad, en los asesinatos dentro de los centros educativos,  – EE.UU -; en la progresiva pérdida del sentido de familia,  procesos agudos de deshumanización, en el culto a la violencia y el armamentismo. Todo ello atasca el desarrollo de la sociedad.

Desastre económico. Existen datos que aturden. “El país destina el 5.2% del PIB al sistema de educación pública, según un estudio de la OCDE de 2015. Es de los países que más dedican a esa partida de todos los que conforman el organismo, por delante de Alemania y España y muy similar al de Francia. Pero el 80% se emplea en pagar las nóminas de los maestros”. Y los resultados educativos en dichos países difieren mucho de los resultados. A este 5.2% del PIB, habría que añadir lo que se paga a los chantajistas disfrazados de maestros.

El sueldo medio de los maestros es más del doble del promedio nacional, aunque es muy desigual. Los resultados escolares se mantienen en los últimos puestos casi de manera estructural y el analfabetismo representa todavía un 6.6% de la población, unos seis millones de mexicanos.

Gilberto Guevara Niebla, exlíder estudiantil en 1968, convertido, ha decidido respaldar el intento del Gobierno mexicano para transformar el sistema educativo. Ha escrito un libro para demostrar las “falsedades” de la CENTE. En entrevista a El País, afirma:

“Pregunta. Dice que si la reforma fracasa México se habrá derrotado a sí mismo.

Respuesta. Vamos para atrás, dando pasos hacia la barbarie. Ahora prima un individualismo consumista. Vives tranquilo, en tu hogar y defiendes tu propio feudo. Pero no preocupa lo público. ¿Quién ha salido a defender la reforma? ¿Dónde están los partidos políticos, los padres de familia y la sociedad civil? Los empresarios se han quejado de que los bloqueos afectan sus ventas. Deberían salir a defender la reforma. Es lamentable que haya sido abandonada a su suerte por muchas fuerzas sociales. Se trata de un desastre educativo en nuestro México”.

Vasconcelos a A. Reyes: “El dolor obliga a meditar; el pensamiento revela la inanidad del mundo y la belleza señala el camino de lo eterno.  En los intervalos en que no es posible meditar y gozar la belleza, es preciso cumplir una obra; una obra terrena, una obra que prepare el camino para otros y nos permita seguir a nosotros mismos”. (16.09.1920).

“La pobreza y la ignorancia son nuestros peores enemigos, continúa el nuevo Rector, y a nosotros nos toca resolver el problema de la ignorancia. Yo soy en estos instantes, más que un nuevo rector que sucede a los anteriores, un delegado de la revolución; en estos momentos yo no vengo a trabajar por la Universidad, sino a pedir a la Universidad que trabaje por el pueblo. El pueblo ha estado sosteniendo a la Universidad y ahora ha menester de ella, y por mi conducto, llega a pedirle consejo”. ¿Habrá oído hablar, Nuño, de J.V.?