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Diciembre es un mes que no dudo en calificar de terrible. ¿Qué hace de este mes un tiempo agotador? ¿Qué hace que sea un tiempo dominado por la compulsividad frenética, por algo que no está siquiera bien definido? ¿Por qué nos volvemos más vulnerables al afán de consumo y a una búsqueda angustiosa de “felicidad”?  ¿Será la Navidad la razón de todo ello? ¿No habremos convertido Navidad en una ilusión? Los religiosos tenemos que lidiar con la densidad litúrgica y la presión ambiental; agotamiento total. Entonces, ¿tenemos que ver la Navidad más fríamente. Después de todo, la Navidad tampoco lo resuelve todo. Al día siguiente de Navidad, celebramos el martirio de Esteban y a los Santos Inocentes, los niños asesinados por el poder. El mal no es suprimido. Requeriríamos de un estudio más pausado de antropología social para buscar respuestas.

¿Qué ha sucedido después de Navidad? ¿Qué nos ha dejado la Navidad? En realidad, la pregunta va más lejos. ¿Qué ha sucedido realmente después del nacimiento de Cristo? ¿Hay una humanidad mejor, más humana, más cordial, donde la norma suprema de la vida sea el amor, dado que el nacimiento de Jesús es la revelación del amor más grande; es más, se trata del acontecimiento que hace posible el amor? ¿No vemos, más bien, el odio y la muerte que se hacen visibles en las guerras crueles diseminadas por nuestro mundo, en el rostro de los niños –actuales santos inocentes–, muertos y desplazados por la guerra, perseguidos, como el Niño en Siria? ¿O muertos por hambre, sed y enfermedad en África y en el mundo subdesarrollado?

¿Podemos ser optimistas cuando leemos que “las exportaciones de armas españolas (ni hablar de Rusia o EE.UU o China, Italia o Alemania) se han disparado durante el primer semestre de este año hasta sumar mil 821.4 millones de euros de facturación, un 194% más que en el mismo periodo del año pasado y solo 132 millones menos que en todo 2012. España triplica la venta de armas. Siria elevó un 580% sus compras de armas en el último quinquenio? ¿O que Brasil ha comprado a Rusia mil millones de dólares en armas?

La pregunta es muy inquietante y va a la raíz de la fe cristiana: ¿Es mejor la humanidad después de Cristo, que antes? ¿En realidad estamos salvados? ¿Podemos dividir fácilmente la humanidad en un antes y un después de Cristo, como una humanidad mejor, y por lo tanto, salvada y otra mala y condenada antes de Cristo? ¿Nosotros, usted y yo, somos mejores hoy que antes de Navidad? El compromiso de ser mejores, en el círculo íntimo de la familia, en la vida social, en el mundo de la empresa, del trabajo y la diversión, ¿habrá recibido un nuevo impulso positivo? ¿Habrán cambiado nuestras actitudes porque es Navidad? ¿El crimen organizado, y el desorganizado, cesarán porque ha sido Navidad? ¿La industria del secuestro, cada vez más sofisticada, cesará porque ha sucedido la Navidad? Más bien ha aumentado un 130% en México. ¿La Iglesia visible es cada vez más un signo de la Navidad o promueve a su modo un falseamiento de la íntima y profunda realidad del misterio navideño? ¿La política es un compromiso con el pueblo, un compromiso de honestidad y de justicia porque hemos celebrado el nacimiento del Hijo de Dios que se hizo pobre por nosotros? Se nos dice que para los políticos no habrá crisis (económica) este año.

A nivel de nuestra pobre existencia, si la tristeza, la amargura, la depresión, la envidia y los celos, las disensiones y la soledad insoportable, el resentimiento y la insatisfacción, siguen siendo el tenor, y para soportarla necesitamos el alcohol y la droga, y priva la banalización en las relaciones humanas, ¿podemos decir que ha sido Navidad? ¿Antes que de Navidad, no deberíamos hablar más bien de un Adviento que no termina o de una Navidad que no acaba de serlo? Esto a reserva de que comprendamos lo que es Navidad y lo que es Adviento. ¡Hay tantas personas para las cuales es todavía Adviento, y seguirá siendo Adviento, tiempo de espera dolorosa, de cielo gris y frío en el alma! ¡Tanta soledad e indiferencia!

Alguien ha escrito: “si como seres humanos de nuestro siglo y con las experiencias en él vividas, meditamos estas afirmaciones que aprendimos desde niños, nos resultará muy difícil  aceptarlas plenamente. Las palabras que afirman que los años posteriores a Cristo, comparados con los anteriores a su nacimiento, son años de salvación se nos morirían en los labios, y nos parecerán una amarga ironía, si pensamos en fechas como 1914, 1918, 1933, 1939, 1945, fechas que delimitan el período de las guerras mundiales, (de entonces a ahora, nosotros podemos añadir muchas más fechas fatídicas), en que millones de seres humanos perdieron la vida en unas circunstancias terribles, fechas que suscitan el recuerdo de atrocidades de las que la humanidad no había sido antes capaz, por motivos puramente técnicos. Además, entre ellas se encuentra también el año que nos recuerda el inicio de un régimen que llevó a una cruel perfección la aniquilación masiva y, por último, la fecha que nos trae a la memoria el año en que la primera bomba atómica explotó sobre una ciudad habitada por seres humanos y que con su brillo cegador dio origen a una posibilidad completamente nueva para el mundo”.

Esas palabras son un fragmento de una plática para jóvenes católicos en la Universidad de Münster, pronunciadas por el también joven profesor J. Ratzinger (1963). Pero, a esa lista, nosotros podemos añadirle desgraciadamente muchas cosas más que reflejan la inexplicable, y al parecer, inextinguible crueldad humana. Hoy, las guerras cuya más elocuente ilustración es Siria, los atentados recientes en Rusia, las guerras tribales e interminables en África que generan hambre y sed, enfermedad y muerte, son trágica elocuencia; lo más preocupante es sobre todo la indiferencia internacional; peor aún, saber que son promovidas astutamente desde los intereses económicos y de poder exteriores. El mundo sombrío del tráfico y consumo de drogas, su legalización, la trata de seres humanos, la prostitución y la pornografía, en fin, tanto dolor y tanto abandono y tanta indiferencia. ¿Somos mejores porque hemos celebrado Navidad? Pero, en realidad, ¿hemos celebrado Navidad o solo una caricatura grotesca de la Navidad?

Si somos sinceros, ya no pintaremos un cuadro en blanco y negro que subdivida la historia en un mapa de zonas de salvación y zonas de perdición. Toda la historia y toda la humanidad nos parecerá más bien una masa gris, donde brillan continuamente los resplandores de un bien nunca suprimible del todo, donde los seres humanos están siempre tratando ser mejores, pero también caen continuamente en todas las formas horribles del mal. ¿No hemos visto a los zetas llevan regalos de Navidad a las zonas devastadas por la violencia generada, en gran parte, por ellos? Jesús no vendió ilusiones; nos dijo que el buen trigo y la cizaña estarían mezclados hasta la cosecha final. No solo en la historia, también dentro de nosotros.

La historia avanza linealmente; antes de Cristo, la humanidad, aún sin saberlo (Virgilio) esperó un Salvador; después de Cristo, el Salvador es quien espera ser acogido. No se trata de soluciones mágicas, él no es un quitamanchas; su reino será el resultado final del triunfo del amor en nuestra libertad. En la libertad y en el amor, solo ahí triunfará su verdad. Nunca será el resultado de un golpe de estado ni efecto de la espectacularidad, será en el silencio y lo íntimo de cada corazón donde aniden la verdad y la justicia que se irán proyectando en el mundo por el testimonio de los discípulos. Navidad no es un estado de ánimo.

El mal nos hiere, nos lastima, nos cuestiona. Ahí está y, a veces alcanza fuerza y virulencia inusitadas, se organiza y actúa con precisión, según las profecías del Apocalipsis. Existen centros negativos de poder que se oponen con toda su fuerza organizativa al evangelio, vientos congelantes que vienen en sentido contrario. Quisiéramos apartar la vista de esas cosas negativas de nuestra historia y nuestra cultura. Pero sería un grave error. Vivimos, por así decirlo, con las luces cortas, porque tememos que nuestra fe no esté en condiciones de soportar la luz total y cegadora de los hechos. Pero una fe que admite solo la mitad, o menos aún, de los hechos, es en el fondo una forma de rechazo de la fe o al menos una forma muy profunda de cobardía, que tiene miedo de que la fe no pueda afrontar la realidad. No se atreve a reconocer y gritar que ella es la fuerza que vence al mundo: «El que ha nacido de Dios, vence al mundo. Esta es la victoria que ha derrotado al mundo: nuestra fe» (IJn.,4); tal vez, el cristianismo que se nos predica ha olvidado las palabras de Jesús: «No tengan miedo; en el mundo tendrán tribulaciones, pero yo he vencido al mundo» (Jn.16,33).Creer verdaderamente significa mirar de frente la realidad, con corazón valeroso y abierto, aun cuando esto vaya contra las imágenes un tanto cuanto triunfalistas que nos hayamos hecho de nuestra fe.

La existencia cristiana implica también que nos atrevamos a hablar con Dios, en medio de la tentación de nuestra oscuridad. Después de todo, la fe no nos dice todo, ni de Dios ni del mundo ni de nosotros mismos. Hay que creer como Job: «aunque Dios mismo me quitara la vida, seguiría esperando en él. Yo sé que mi salvador vive y que he de verlo con estos mismos ojos»; lo contrario no es fe, es una caricatura. Creer implica que no pensamos que podemos presentar a Dios solo una parte de nuestra existencia y que podemos ahorrarle el resto para no molestarlo. No; precisamente ante él podemos y debemos con total sinceridad presentarle todo el peso de nuestra existencia, con todo y las dudas y oscuridades de nuestra historia y de nuestra pobre vida amenazada.

El problema del mal puede abrumarnos; el Libro de Job tiene mucho que enseñarnos; en primer lugar, a no hablar de Dios de memoria. Desde el fondo del inexplicable dolor y la suerte atroz que le ha tocado, Job es capaz de dirigir a Dios las preguntas más radicales, bordeando el precipicio de la blasfemia, pero, al mismo tiempo, es capaz de responder a los que se arrogan el papel de “defensores de oficio” de Dios, por su manera equivocada de hablar de Dios. Dios no necesita defensores, en todo caso, testigos, testigos de su amor providente y amoroso, aún ahí donde todo aconseja lo contrario.

Es Navidad, ha sucedido la Navidad, para siempre es Navidad. Si decimos esto con un corazón decidido y, sobre todo valiente, entonces podemos entonar el himno de la alegría perfecta, el himno del amor de Dios:

¿Qué diremos después de todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?  El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién será el fiscal que acuse a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que los perdona? ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién, pues, podrá condenarlos?

¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?  dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero. (Salmo 44, 23).

Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.(Rom. 8,31-37). Cuando comencemos a vivir a partir de esta verdad, entonces, y solo entonces, será Navidad no obstante el griterío y el cansancio del mundo y la precariedad de nuestra vida.