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El primer domingo de cuaresma leemos el episodio de las tentaciones según el cual Jesús fue tentado por Satanás. Genial, Dostoievski ha penetrado con su arte supremo en el misterio de ese suceso. “El Espíritu inteligente y terrible, el Espíritu de la autodestrucción y del no ser que te habló en el desierto, y en los libros, nos ha sido transmitido como si te hubiese tentado. ¿No es así? Pero ¿se podría decir jamás alguna cosa más verdadera que aquello que él te reveló, con sus tres propuestas y que tú rechazaste y que en los libros son llamadas tentaciones? Sin embargo, si ha habido sobre la tierra un verdadero y extraordinario milagro, fue aquel día, el día de las tres tentaciones”. Las propuestas diabólicas debieron ser entendidas “como advertencias y consejos que tú debiste escuchar”.

Este año leemos la versión de Marcos que presenta en dos versitos la escena más estremecedora de la vida de Jesús; ajustados al texto griego, leemos: «Inmediatamente el Espíritu lo empujó al desierto. Estuvo en el desierto cuarenta días tentado por Satanás y estaba entre las fieras y los ángeles le servían». (Mc. 1,12-13). El primer encuentro de Jesús con Satanás tiene lugar de la soledad y el desamparo, en el desierto. Impresiona la brevedad de Marcos. Le bastan dos frases. La prueba del desierto dura solo un versículo. Parece no decir en qué consistió la tentación. Solo el hecho escueto que tiene visos de ontología. O sea, que la tentación ya no se apartará de Jesús. La tentación está ahí, simplemente, los cuarenta días, siempre, mientras dure su vida mortal.

Y qué cosa más bella: Jesús no dice nada. Conoce al adversario; sabe que con el diablo no hay que dialogar; es un maestro del sofisma, un gran dialéctico. Es mejor el silencio. Jesús simplemente «está», «permanece»; pero no habla, se trata de una fidelidad silenciosa y heroica. ¡Cuánto estorban y cuánto ocultan y engañan las palabras! Si parece que Jesús no actúa es porque se mantiene en el acto más puro. Si parece que no responde, es porque da la respuesta más metafísica: no hablando, sino simplemente siendo la Palabra. Así, parece decirle al Tentador: “Tú no eres el ser, no puedes ser receptáculo del ser, tú eres la negación y la mentira, eres el padre de la mentira, eres mentiroso y asesino desde el principio. ¿Tiene sentido dirigirte la palabra? ¿Debo dialogar contigo? El relato de Marcos se mantiene en esta tesitura. Los demonios son los únicos que saben quién es el él. Y eso es un problema para Jesús. Pueden abortarle su proyecto.

Veamos de cerca el relato de Marcos. Jesús recién ha salido de las aguas bautismales y el Espíritu del Padre ha descendido sobre él, lo ha ungido y proclamado Hijo predilecto.  Qué extraño que éste mismo Espíritu lo empuje ahora a un enfrentamiento con Satanás.  Jesús va preparado con la unción de la Potencia divina. Marcos hubiera estropeado su obra maestra si hubiera intentado ser más explícito. En Jesús, el Espíritu del Señor se enfrenta al príncipe de este mundo, al engañador, al dueño de los reinos de este mundo y sus lujos. Jesús opone solo su presencia.

Lo lleva al desierto, a la soledad, a la experiencia más peligrosa que pone a prueba los nervios. El desierto a lo largo del Jordán es un lugar difícil, extraño y peligroso; ahí, según la creencia habitan los demonios, ahí vagaban hasta que lograban entrar en alguien, aunque fuera en los cerdos.

En algunos libros del primitivo judaísmo Satanás pasa de acusador celeste a diablo, a ser la personificación del mal de todo lo que se opone a Dios, el seductor y el capo de todos los ejércitos demoniacos, el príncipe de este mundo malvado.  En la literatura extra bíblica es descrito como ángel de luz (Lucifer) caído, que no quiso honrar al hombre «imagen de Dios» ni siquiera al Hijo de Dios que ha tenido la desvergüenza de revestirse de carne humana, carne podrida y pecadora. Eso Satanás no lo tolera. Y por eso es arrojado a la tierra. Por envidia, con la ayuda de la serpiente, seduce a Adán y Eva y éstos son arrojados del paraíso y quedan expuestos a los ataques de Satanás.

¿Qué es entonces lo que le propone Satanás a Jesús? Lo mismo que a usted y a mí: valiéndose de nuestra ‘claridad mental’ nos hace ver la inviabilidad y ridiculez del proyecto divino, del que, por lo tanto, debemos desconfiar. ¿No tenemos acaso, nosotros, mejores ideas, mejores proyectos? Nuestros proyectos políticos y económicos, nuestras reformas, nuestras prospectivas, ¿no son mejores que las que Dios nos ha propuesto? Por eso la tentación más grave no es la que proviene de la carne o del mundo, es la que proviene del espíritu porque ahí reside la soberbia que se enfrenta a Dios, ahí reside la envidia que envenena y paraliza.  San Agustín decía que el diablo es “infinitamente soberbio y envidioso”. ¿Qué es primero, la soberbia o la envidia?  Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo, dice el libro Sagrado. Pablo corregirá: por el hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte; como quiera que sea es la envidia del diablo la que está detrás de la tragedia humana.  Y nunca somos tan semejantes a él, o, dicho de otro modo, nunca estamos tan dentro de la tentación, como cuando caemos en la mentira, en la impresionante facilidad para mentir, incluso, para mentirnos a nosotros mismos. Nunca somos tan semejantes a él como cuando somos dominados por la soberbia y la envidia.

La tentación es un sofisma. El diablo nos puede dar todo. Él es espíritu puro, no necesita riquezas y nos la cede de buena gana. Es el príncipe de este mundo. Esta liberalidad solo sirve para proporcionarle más agarraderas: puede poseernos por medio de nuestras posesiones; con las cosas a las que estamos apegados puede llevarnos como con una correa. El desprendimiento es, pues, el mejor escudo espiritual. La desnudez, es nuestra más sólida armadura. De ahí el gusto de los santos por la pobreza elegida. Sí, porque el diablo nos posee mediante nuestras posesiones. Nos mantiene preocupados y distraídos.  Tensos.

Marcos nos presenta al Hijo de Dios desprovisto de todo en el desierto frente al espíritu poderoso. Ahí es «el nuevo Adán» que superando la tentación abre de nuevo las puertas del paraíso y restablece la condición paradisiaca en la cual los mismos animales salvajes no atacan al hombre sino que conviven con él, según lo vio Isaías: “El lobo y el cordero irán juntos, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león engordarán juntos, la vaca pastará con el oso, el león comerá paja con el buey, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente”… no harán daño ni estrago porque el país se llenará del conocimiento del Señor. (cf. Is. 11,6-9) La razón de todo esto es que el país conocerá plenamente al Señor y como las aguas llenan el mar, así el conocimiento del Señor llenará al país. Y los ángeles estarán a su servicio. El Hijo del hombre, el Hijo de Dios, abre el nuevo eón que no estará ya sometido al dominio de Satanás. Es la libertad, la cercanía del Reino.

La lucha es intensa. Jesús simplemente calla. Así calló en el juicio ante el sanedrín; no vale la pena hablar. Según Marcos, Jesús resiste, calla y soporta el embate. Marcos es genial. Las profecías mesiánicas se cumplen y el diablo juega su última carta: está surgiendo un orden nuevo. Igual lo sabe y esta irritado. Dostoievski lo adivinó: “En aquellas tres propuestas que te dirigió el potente Espíritu inteligente, está como condensada y profetizada la entera historia de la humanidad, y en ellas están puestas las tres ideas en las que confluirán, después, todas las irreconciliables contradicciones de la naturaleza humana en el mundo entero”. Ante esta terrible claridad, Jesús permanece callado, fiel, escarnecido.

  1. Gibson captó, genial, la misma realidad. En la escena del Huerto, el diablo en la forma seductora de un andrógino juega sus cartas, sutil pero pérfidamente. Igual, Jesús calla. «El Diablo: ¿Crees que un solo hombre puede cargar con todo el peso del pecado? Jesús: “Protégeme. En ti confío. Tu eres mi refugio”. El diablo: Ningún hombre puede cargar ese peso; te lo aseguro. Es demasiado grande. Salvar las almas es demasiado costoso. ¡Nadie, Nunca, Jamás! Jesús: “¡Abbá! Si es posible aparta de mi esta copa”. El diablo: ¿Quién es tu Padre? ¿Quién eres tú?”. Jesús calla. He aquí la tentación. Su naturaleza más profunda y su contenido. Jesús no oye al diablo, habla con su Padre.

Diablo reconoce ante Dios: “Nada puedo decir del sol y de los mundos. No veo más que una cosa: la miseria de los hombres (…) vivirían un poco mejor si no les hubieras dado ese destello de luz celestial a la que le dan el nombre de razón y que no les ha servido más que para ser más bestias que las bestias”. (Goethe. Fausto)

¿Palabras duras? Hemos vivido el año más violento en el México actual, en cantidad y crueldad patológica, en medio de la mentira y la impunidad; y sin rumbo fijo, y la matanza de jóvenes, una más, en Florida, ¿no ilustran la presencia de un extraño poder que actúa? “Una sociedad que convence a sus ciudadanos que pueden vivir sin Dios, es diabólica”. (B.XVI).

La tentación ataca en su raíz la fe y la confianza en Dios.