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¿Quién mató al Comendador?/ Fuenteovejuna, señor/ ¿Y quién es Fuenteovejuna?/ Todos a una. Así rezan las conocidas versos del “Príncipe de los Ingenios”. Y contienen una gran verdad. Cuando la inconsistencia, la deslealtad, la corrupción, la incapacidad, – todo sumado = a impunidad -, son la norma, el pueblo puede pasar la línea roja, la zona de advertencia con todas las consecuencias que esto trae consigo. Caso típico, para que no se crea que hablamos sin fundamento, son los grupos de autodefensa michoacanos, repito, con todos los bemoles que esto tiene. O, dígame usted, ¿Qué ha faltado para que los civiles tomen decisiones violentas en el DF.? El espectáculo no puede ser más grotesco. Cuando el señor Mancera se disculpa diciendo que es un problema nacional, ¿qué pueden esperar los ciudadanos que lo eligieron por aclamación? Y poco pueden esperar los ciudadanos de quien juró cumplir y hacer cumplir, en realidad, todo es cálculo político, compromiso con el partido, con el grupo. Y, ¿qué pensar de los senadores, que en vehículo proporcionado por el Senado, debidamente escoltado, atraviesan, tranquilos y riondos, las barricadas, para que su pié no tropiece con piedra alguna, rumbo al AICM? ¡Qué falta de sensibilidad!, además de otras cosas.

Nuestra ciudad arrastra una larga fila de muerte, de cruces, de dolor e impunidad,  que la ha hecho tristemente célebre en el mundo. En nuestra ciudad han tenido lugar crímenes que la colocan en las páginas más negras de la negra historia de crimen. Podemos exhibir  historias, hechos que superan con creces los filmes de terror. Pero lo más sonado, aquello por lo que Juárez será conocida son los crímenes de mujeres. Creo recordar que el papa B.XVI dijo al obispo D. Renato, durante su visita ad límina, que “un pueblo que asesina a sus mujeres asesina su futuro”. Y nada de ello es posible sin impunidad, impunidad debida a cualquier causa, pero impunidad al fin. Y de entre pueblo, como entre los pueblos envilecidos, “nadie vido nada”.

Claro, mientras las víctimas no sean ni mi esposa ni mis hijas o parientes; mientras las víctimas sigan siendo las jovencitas pobres que salen en busca de una trabajo, “al centro”, o las obreras del turno de la de la noche, el hecho no tiene importancia. Y lo digo con todas sus letras: de nuevo, en nuestra ciudad, en los fines de semana, ya se siente el ambiente muy cerquita del infierno. El frenesí orgiástico de antes aparece de nuevo en el mundo de los antros, sobre todo. Las fiestas rave, – ¿ya se nos olvido? -, convocadas y compuestas en su mayoría por menores, van de nueva a la alza. Somos de memoria muy corta. Luego, unas canchas deportivas y todo queda arreglado.

Mire, usted, como aparecemos en los medios internacionales: “Cementerios clandestinos cerca de la ciudad. En lo que va de año, doce cadáveres han sido encontrados en el desierto del Valle de Juárez, una zona situada a 30 kilómetros de la ciudad fronteriza con EE UU. Mediante el análisis de ADN de familiares de mujeres desaparecidas entre 2009 y 2010 se ha logrado identificar ya a seis de ellos.

Desde 1995, el Valle de Juárez se ha convertido en una especie de cementerio clandestino. “Inicialmente violaban, mataban y enterraban allí a las mujeres”, relata la Fiscalía, “pero a partir de 2007, los asesinatos fueron, fundamentalmente, con arma de fuego”.

Alma Gómez recuerda que no es la única zona alrededor de Juárez que se utiliza para deshacerse de los cuerpos: “Las cuevas del Cerro Bola, el Cristo Negro…”, enumera. “No es un fenómeno nuevo”. Y repite: “Atribuir las muertes al narco es la mejor excusa para no investigar”. Pero no es solo la información internacional. Este viernes El Diario reporta lo siguiente: La Fiscalía formalizó cargos por homicidio y trata de personas contra otro implicado … de 17 jovencitas encontradas muertas en el arroyo El Navajo, …  Y es cosa del pasado; esta semana, otra mujer fue agredida sexualmente y asesina, luego tirada el Valle de Juárez.

El caso “Diana” da para mucho; denuncia la descomposición de nuestra sociedad. Escribo sin saber dónde parará esto; es casi una obra de suspenso. El suceso pareciera la trama de una película hecha en Estados Unidos o el tema de una novela corta. Y todos nos convertimos en espectadores de un drama que ni siquiera nos hace pensar, como hizo pensar, en su momento, Fuenteovejuna a los primeros asistentes al estreno de esa obra de teatro. Triste  cosa que el pueblo no tenga alternativa ante la impunidad y termine recurriendo a acciones equivocadas.

“Creen que porque somos mujeres somos débiles y puede ser que sí, solo hasta cierto punto, pues aunque no contamos con quien nos pueda defender y tenemos la necesidad de trabajar hasta altas horas de la noche para mantener a nuestras familias, ya no podemos callar estos actos que nos llenan de rabia; mis compañeras y yo sufrimos en silencio pero ya no podemos callar más, fuimos víctimas de violencia sexual por choferes que cubrían el turno de noche de las maquilas aquí en Juárez y aunque mucha gente sabe lo que sufrimos nadie nos defiende ni hacen nada por protegernos”. En este sentido, la presunta autora del comunicado asegura: “Por eso yo soy un instrumento que vengará a varias mujeres que al parecer somos débiles para la sociedad, pero no lo somos en realidad, somos valientes y si no nos respetan nos daremos a respetar por nuestra propia mano; las mujeres juarenses somos fuertes”. Tal es el razonamiento de “Diana”.

No sé qué suceda de aquí a que este artículo aparezca. En todo caso, la Fiscalía ha de moverse en ambas direcciones. Todo está muy bien ubicado. Y la estampida de choferes es muy explicable pues pueden estar pagando justos por pecadores, cosa que debe aclarar muy bien la Fiscalía. Y lo va a hacer. Y no es consolador, pues no garantiza nada, solo rating y escandalera, el que Laura Bozzo quiera ocuparse del caso.

Pero lo que dice el comunicado de “Diana” ha de hacernos pensar. Se trata de una confesión que brota del dolor y de la impotencia; denuncia un proverbial abuso de la mujer, es la denuncia de quien ha de trabajar para sostener a sus hijos sin ninguna garantía, “hasta altas horas de la noche”. Esto compromete el sistema de maquilas a quienes, salvo la mano de obra barata, nada más parece importarle. Hay efectos colaterales muy negativos en la industria maquiladora. En nuestra cultura, marcada por el consumismo, la mujer ha ingresado a la fuerza laboral con efectos muy dolorosos, máxime en las sociedades subdesarrolladas, como la nuestra.

Pero el hecho denuncia, al mismo tiempo, la indiferencia gubernamental. Queda la desnudo la injusta organización de la ciudad.

“… ya no podemos callar estos actos que nos llenan de rabia”, dice “Diana”. El texto completo está tejido con ese dolor impotente que conduce a la desesperación. Muestra la reacción extrema de quien se siente harto y acorralado. Y la denuncia no va solo contra autoridades, el hecho es que entre nosotros “nadie vido nada”. “…fuimos víctimas de violencia sexual por choferes que cubrían el turno de noche de las maquilas aquí en Juárez y aunque mucha gente sabe lo que sufrimos nadie nos defiende ni hacen nada por protegernos”. La denuncia es puntual. Ahí está la hemeroteca de El Diario par quien quiera abundar en el tema. Todos lo sabíamos y nadie hicimos nada. En el siniestro desarrollo de esta historia, historia que culmina en el texto de “Diana”, hemos sido fríos  e indiferentes espectadores; todo mientras hacemos toda clase de mesas y reuniones y gestiones para el “futuro y mejoramiento de nuestra ciudad” e inventamos eslóganes para cubrir no digo qué. En los camiones de la noche debieron haber puesto, desde hace mucho, policías, no encubiertos, sino plenamente identificados.

“Por eso yo soy un instrumento que vengará a varias mujeres que al parecer somos débiles para la sociedad, pero no lo somos en realidad, somos valientes y si no nos respetan nos daremos a respetar por nuestra propia mano; las mujeres juarenses somos fuertes”. Sabemos, de entrada, que este es un error de perspectiva cuya única explicación es el hartazgo, es la rabia contenida, acumulada; es el dolor grande de la indiferencia social, de la inconsciencia pública. No, nada justifica el asesinato, pero qué dolor tan grande ha de necesitarse, cuánta rabia y cuánta frustración, para realizarlo.

Aunque se tratase de un argumento de novela, aunque, como en Fuenteovejuna, fuese una ficción literaria, sin olvidar que el arte es compromiso con la verdad, este hecho denuncia una situación corrompida, denuncia a una sociedad injustamente estructurada, que, en el fondo no valora a la mujer, una sociedad para la que la mujer es solo mano de obra muy barata y objeto e instrumento sexual.

“La violencia nos fascina, escribe Alberto Manguel, presentado uan novela de R. Piglia. Códigos morales, leyes civiles, tradiciones, intentan contener y reprimir nuestros impulsos destructivos; no lo logran. Desde la decisión divina de ahogar al mundo en el Diluvio hasta los cotidianos atentados suicidas de nuestro tiempo, nuestras soluciones son como la de aquel crítico que argüía que cierto texto no podía ser purificado sin aniquilación.

Ricardo Piglia, cuyas primeras novelas auguraban una promesa de maestría felizmente cumplida en Blanco nocturno, se ha propuesto investigar no las razones (siempre incomprensibles) sino la mecánica de tal fascinación. Somos violentos hacia quienes detestamos, hacia quienes meramente despreciamos y también hacia quienes amamos, como si en el intento de destrucción del otro estuviera la curiosidad por conocerlo, como quien desarma un reloj para ver cómo funciona”. Incomprensible realidad: socialmente actuamos como Nerón, que abrió en canal a su madre para ver de dónde había salido él. Necrofilia llama Fromm  a los impulsos destructivos e incontrolados de hombre. El caso “Diana”, cuyo final ignoramos, puede ser un campanazo para la consciencia social, siempre y cuando, ésta, no esté muerta ya.

Termino con un pensamiento de Juan Pablo II sobre la mujer: “El punto de partida de este diálogo ideal con la mujer, es dar gracias. La Iglesia desea dar gracias a Dios por el misterio de la mujer y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las maravillas que, en la historia de la humanidad, Dios ha realizado en ella y por ella”. (Carta a las Mujeres. 1995). Y la mujer, a su vez, debe ser cada vez más consciente de esa dignidad.