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Domingo de la Ascensión del Señor, C

Hech 1,1-11; Sal 46; Heb 9,24-28; 10,19-23; Lc 24,46-53

 

Las puertas del cielo
se abren ante Cristo
que, «como hombre»,
sube al cielo

(San Irineo)

 

La Ascensión no es un episodio que se pueda describir aisladamente, sino como una pieza de aquella única corona que es el misterio pascual. Entre Pascua y Pentecostés, es la fiesta del intervalo de tiempo en el cual Jesús Resucitado desaparece a los ojos de los suyos, iniciando con ellos otra forma de relación, tan eficaz que todo será colmado por su presencia. Es el momento del pasaje, en el cual los discípulos son llamados a abandonar la orilla familiar de las formas de presencia anteriores por una tierra desconocida, en la cual serán invadidos por el Espíritu del Resucitado. El nuevo Elías les es quitado (Lucas), pero el Emmanuel permanece presente en su iglesia (Mateo), llevado por Dios a su dignidad real (Marcos).

 

Hech 1,1-11 – Inicio de los tiempos modernos – Mientras otros relatos presentan la Ascensión como otra cara de la resurrección de Cristo o como una superioridad cósmica del Resucitado, Lucas la presenta como el fin de una etapa del proyecto de Dios, como signo de la perenne presencia de Jesús en medio de los suyos, con la cual se abre un tiempo nuevo, el tiempo del Espíritu y de la iglesia misionera. A partir de aquel día, el evangelio ha sido confiado a nuestras manos.

 

Sal 46 – Himno a Dios rey. De este salmo leemos hoy los vv. 2-3.6-7.8-9. v. 2. Invitatorio dirigido a la asamblea. v. 3. Primer «porque»: introduce el poder universal de Dios y la elección concreta de un pueblo como realidades correlativas. v. 6. Esta «ascensión» del Señor la interpretan algunos como un ritual en el que Yahvé es introducido en procesión por el templo. El toque de trompetas está reservado a determinadas fiestas litúrgicas y a la entronización del rey. Otros ven en esta procesión una renovación litúrgica de la primera subida del arca al templo de Jerusalén. vv. 7-8. Nueva invitación y segundo «porque»: repite el motivo «real». v. 9. Al término de la procesión, el Señor vuelve a ocupar su trono en el templo. Desde allí  establece su reinado universal.

 

Transposición cristiana.  La liturgia cristiana ha aplicado este salmo a la ascensión del Señor. Partiendo de su escondimiento, cumplió su peregrinación, hasta ser exaltado y sentarse en el trono del cielo; desde allí afirma su dominio sobre todos los pueblos, uniendo a gentiles con los hijos de Abrahán y preparando su reino definitivo.

 

Heb 9,24-28; 10,19-23 – El verdadero santuario – Destinada a los cristianos provenientes del judaísmo, esta presentación de la Ascensión hace referencia al rito anual con el cual el Sumo Sacerdote entraba en el Santuario para ofrecer la sangre de animales para la purificación del pueblo. El verdadero santuario es el Santuario celestial, donde Cristo entra como sumo sacerdote, único y definitivo, conduciendo hasta Dios a todos los creyentes, gracias a la sangre de su propio sacrificio.

 

Lc 24,46-53 – Jesús es el Señor – Después de la cena, Jesús había llevado a los apóstoles al monte de los Olivos, y les había pedido orar. Tres días después, al final de otra cena, los lleva al mismo lugar; y es aquí cuando sus ojos se abren. En realidad, aquel que habían visto, el jueves, arrestado como un rebelde, les aparece el domingo como el Señor. No es ya el cansancio que los adormece, sino el reconocimiento y la adoración. Esta vez, han entendido; toda su vida se convertirá en plegaria y estupor, y cada lugar de su existencia cotidiana será de ahora en adelante el nuevo templo.

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Celebramos este domingo la fiesta de la Ascensión de Nuestro Señor a su gloria. Cuando el tiempo Pascual va llegando a su fin nos encontramos con esta celebración de especial importancia: La Ascensión de Jesucristo, «en cuerpo y alma», a los cielos. Se trata de una solemnidad que nos da la oportunidad de hacer “una crítica”, a nuestra cultura inmanentista, cerrada a la trascendencia; incluso, afinar nuestra fe previniéndola de la ideologización.  Esta fiesta, también, habla de nuestra esperanza, de nuestro futuro como creyentes. Podemos acercarnos a ella, pues, en dos momentos: uno, desde los textos de la Escritura que leemos hoy, y otro, una reflexión doctrinal tal como la hace la iglesia en la Liturgia. Lex orandi, lex credendi.

Es innegable que en la teología narrativa de Lucas, la Ascensión marca el comienzo de una nueva etapa en la historia de la salvación. Bien sabemos que para Lc la historia de la salvación tiene tres momentos: la Ley y los profetas, que llegan hasta el Bautista; el tiempo de Jesús, anuncio de la buena nueva del Reino de Dios, y, tercero, el tiempo de la Iglesia (cf. Lc 16,16).

En esos momentos de la despedida final, Jesús pinta a sus discípulos de todos los tiempos, la dimensión escatológica de su Reino. A la pregunta expresa de los discípulos, de si ese es el momento en que él va a restablecer la soberanía de Israel, Jesús les contesta: “a ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado en su autoridad; pero cuando reciban el Espíritu Santo, él los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta los últimos confines de la tierra”. Se trata del programa evangelizador que domina la historia de la Iglesia; son inútiles y vanas todas las especulaciones sobre el final. En este arranque de la nueva etapa de la historia de la salvación, marcado por la Ascensión de Jesús, los discípulos tienen que cumplir la misión del anuncio del evangelio. Esa es la razón de su existencia. En círculos concéntricos, de Jerusalén a Palestina y hasta los últimos confines de la tierra, se define la misión de la Iglesia.

De tal manera que la parálisis y las especulaciones carecen de sentido: “Galileos, ¿qué hacen ahí paradotes mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá, como lo han visto alejarse”. De tal manera pues, que el periplo que va de la Ascensión al retorno del Jesús glorioso, constituye el arco de la vida y el quehacer de la Iglesia. Es el tiempo de la iglesia. El biblista alemán Conzelmann, ha escrito un obra titulada, precisamente asì, Die Mitte der Zeit, donde traza la teología de Lucas, La mitad del tiempo,  podría traducirse, o el tiempo de en medio. Cristo es el “tiempo central”; antes fue la preparación, después de él, el tiempo de la iglesia. El estará en la iglesia, en su comunidad hasta su retorno glorioso. La Ascensión inaugura el tiempo final

Pero esta fiesta celebra también nuestra esperanza. Heb., nos presenta esta realidad: “Cristo no entró en el santuario de la antigua alianza, construido por manos de hombres… sino en el cielo mismo, para estar ahora en la presencia de Dios, intercediendo por nosotros”. De tal manera que la redención operada por Jesucristo nos da la seguridad de poder entrar en el santuario, “porque el nos abrió un camino nuevo y viviente a través de su propio cuerpo”. Él es nuestro perenne intercesor ante el Padre, el que mantiene viva nuestra esperanza. Por eso concluye nuestra lectura de hoy: “Acerquémonos, con sinceridad de corazón, con una fe total, limpia la conciencia de toda mancha, y purificado el cuerpo con el agua saludable (bautismo). Mantengámonos inconmovibles en la profesión de nuestra esperanza, porque el que nos hizo la promesa es fiel a su palabra”. A este punto tiene mucho que decirnos la encíclica de B. XVI, “Spe Salvi”.

La dimensión doctrinal se expresa perfectamente en las oraciones de la Misa, oración colecta, sobre las ofrendas y después de la comunión, igual que en el Prefacio propio de este día. Hay un texto de Eusebio de Cesarea que dice así: “En su oración sacerdotal, nuestro salvador pide que estemos con él donde él está y que contemplemos su gloria. Nos ama como lo ama su Padre y desea darnos todo lo que el Padre le ha dado. La gloria que tiene de su Padre, quiere dárnosla y hacernos a todos uno, de suerte que en adelante no seamos una multitud sino que formemos todos juntos una unidad, reunidos por su divinidad en la gloria del reino, no por fusión de una sola sustancia, sino en la perfección cumbre de la virtud. Es lo que proclamó Cristo al decir ‘que sean perfectamente uno’.

 

Así, perfectos por la sabiduría, la prudencia, la justicia, la piedad, y todas las virtudes de Cristo, estaremos unidos en la luz indefectible de la divinidad del Padre, convertidos nosotros mismos en luz por nuestra unión con él y plenamente hijos de Dios por nuestra participación y comunión con su Hijo único, que nos hace partícipes del resplandor de su divinidad”.

Y no es otra cosa lo que pedimos en la oración colecta: “llena, Señor, nuestro corazón de gratitud y alegría por la gloriosa Ascensión de tu Hijo, ya que su triunfo es también nuestra victoria, pues a donde llegó él, nuestra cabeza, tenemos la esperanza cierta de llegar nosotros, que somos su cuerpo”. Se trata de nuestra fe, de la celebración de nuestra esperanza, por lo cual, de nuestro corazón brota un himno agradecido a Dios. En momentos como el nuestro en que todo se nos vuelve difícil y confuso, en un mundo y en una cultura sin esperanza, donde la ausencia del amor, de la fe, se hacen patentes en la degradación humana, debemos proclamar con fuerza, con entusiasmo y alegría, la esperanza, así como nos invita Heb. Esta acción de gracias, por la Ascensión, aparece de nuevo en la oración sobre las ofrendas, y en la oración después de la comunión; le pedimos a Dios una gracia especial que, ya que desde este mundo nos ha hecho partícipes de la vida divina, «avive en nosotros el deseo de la patria eterna, donde nos aguarda Cristo, Hijo tuyo y hermano nuestro». Ese es el espíritu de la fiesta que celebramos hoy.

El Prefacio está inundado de la misma idea teológica. Este prefacio (I), es de redacción nueva, sin embargo, los conceptos que maneja y muchas de sus palabras están tomadas de la Sagrada Escritura, donde se habla de la Ascensión de Jesucristo, de su glorificación y de la llamada a todos los cristianos a participar de la victoria de Cristo, que ha vencido el pecado y la muerte. También aparecen estas palabras en los textos de los Padres de la Iglesia, en especial en San Efrén, Agustín y  León Magno, y en los antiguos libros de oraciones litúrgicas llamados “sacramentarios”.

La redacción reúne apelativos y explicaciones para crear un clima de esperanza, de alegría, de victoria.  La parte central del prefacio dice así: “Porque Jesús, el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, ha ascendido [hoy] ante el asombro de los ángeles a lo más alto del cielo, como mediador entre Dios y los hombres, como juez de vivos y muertos. No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino”.

Centralidad de Cristo resucitado. El motivo de la acción de gracias que se da en nuestro prefacio, es Jesús, al que se le aplican diversos nombres que remarcan su triunfo: «el Señor», «el rey de la gloria». Aquí se expresa, por lo tanto, el misterio pascual, pues Cristo ha sido constituido Señor y Salvador por encima de todo.

Esta centralidad de Cristo aparece repetidas veces en los escritos de san Pablo, en los himnos que se recogen en sus cartas. Cristo es el centro, la cabeza y el sentido de toda la creación, por quien existe todo y el único que puede llevar el mundo a su perfección, a vivir su vocación en el amor.

En el misterio que hoy celebramos, igual sucede en Navidad y el día de Pascua, se subraya que la Ascensión se realiza «hoy». No es sólo el recuerdo de lo que pasó un día más o menos lejano cuando los apóstoles, maravillados y sobrecogidos a un tiempo, contemplan a Jesús que se eleva hacia el cielo y, finalmente, se oculta de su visión; este momento trascendental de la historia de la salvación, que forma parte de la glorificación de la humanidad de Cristo y, por tanto, de su triunfo, se realiza en medio de nosotros por la celebración de la Eucaristía y los signos sacramentales que, a lo largo del Año Litúrgico, siguen actualizando nuestra salvación. Ya san León Magno enseñaba a los cristianos de Roma que los acontecimientos de la vida de Cristo siguen haciéndose presentes en los sacramentos. De esta manera, podemos participar a un tiempo del «asombro de los ángeles» que contemplan la humanidad de Cristo glorificada (y en ella, nuestra propia glorificación) y se unen a la alegría del universo entero.

Unión con el Señor por encima de todo. Pero la Ascensión no se presenta como una separación radical entre Cristo y los cristianos; antes bien, es el inicio de una transformación maravillosa que ya se está operando y da paso a la «ardiente esperanza de seguirlo en su reino».

El cristiano debe ser siempre hombre de esperanza, apoyada en la victoria de Jesús y en la unión con él, que se realiza de forma especial en la Eucaristía, por la comunión del Cuerpo y la Sangre del Señor.

 

 

UN MINUTO CON EL EVANGELIO.

Marco Iván Rupnik.

 

La iconografía antigua sobre la ascensión muestra a Cristo ascendiendo al cielo con las heridas resaltadas, porque se quiere subrayar que Cristo lleva al Padre todo lo que ha asumido de humano. Lo más humano son precisamente las heridas provocadas por el hombre, expresión de la tragedia en la que el pecado lo ha encerrado. Ahora bien, estas heridas aparecen en el cuerpo glorioso de Cristo transfiguradas por el amor de Dios mismo. Cristo, al venir a la tierra, asume nuestra naturaleza humana rebelde a Dios y al amor, y por ello es opaca y está empapada de tinieblas, y asciende al Padre con esta misma humanidad que  en él se adhiere al Padre, revelando así nuestra verdad. El hombre redimido ya no se considera siervo ni esclavo, sino hijo de la luz. Con la ascensión, la iglesia nos invita a contemplar en Cristo lo que ya hemos llegado a ser con el bautismo.

 

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De un himno de San Efrén:

 

-Gloria a ti que amas a los hombres, hijo único y señor de todas las cosas:

-Gloria a ti, el único sin pecado!

-Gloria a ti, que por mí pecador has querido sufrir la muerte en cruz!

-Gloria a ti, que me has librado del mal!

-Gloria a ti, amigo de los hombres!

-Gloria a ti, que absuelves a los pecadores!

-Gloria a ti, que has venido a salvarnos!

-Gloria a ti, que has tomado nuestra carne de la Virgen!

-Gloria a ti, que fuiste flagelado y escarnecido!

-Gloria a ti, que fuiste clavado en la cruz!

-Gloria a ti, que fuiste sepultado y estás resucitado!

-Gloria a ti, anunciado a los hombres resucitado y vivo por siempre!

-Gloria a ti, que has subido al cielo!

-Gloria a ti, que estás sentado a la derecha del Padre y volverás con los ángeles y los santos a juzgar a quien ha despreciado tu pasión!