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Is.2,1-5; Sal. 121; Rom.13,11-14; Mt.24,37-44

 

Querido hermano: Iniciamos un año nuevo en la liturgia, un ciclo más. Pío XII decía que “El Año Litúrgico, es Cristo mismo que pasa de nuevo en medio de nosotros con las mismas bondadosísimas intensiones con las que pasó haciendo el bien a todos y curando a los oprimidos por el demonio cuando vivió su vida terrena.

1. En entregas pasadas he hecho alusión frecuente a la importancia central, vital que la liturgia tiene en la vida de los fieles. En la Exhortación Apostólica Verbum Domini el Papa insiste mucho en la importancia de la liturgia, de la palabra de Dios en la liturgia, de la pastoral litúrgica. Si logramos hacer que los fieles comprendan, y por lo tanto vivan, la liturgia, lograríamos mucho en el crecimiento espiritual de nuestro pueblo. En nuestras reuniones de los martes bien podríamos dedicar un tiempo mayor y más calificado a éste particular.

Igual, anteriormente he compartido con ustedes algunas ideas sobre la escatología cristiana. De hecho, el domingo XXXIII, compartía con ustedes un ensayo al respecto titulado: La vuelta de Cristo y la resurrección general. También en el sitio Web de la Diócesis, el domingo anterior y éste, aparecerá éste ensayo. Y es que el final del año litúrgico está marcado por la insistencia en la dimensión escatológica de nuestra fe. Pablo dice: Vivimos aguardando a que se cumpla nuestra feliz esperanza y venga del cielo nuestro Señor Jesucristo.  Y también dice: Él transformará este cuerpo miserable en un cuerpo glorioso como el suyo con el poder que tiene de someter todas las cosas.  Ahora, sólo te envío estos dos puntitos, tomados del Diccionario Litúrgico con la esperanza de que te ayuden a vivir la espiritualidad y la pastoral de este tiempo adventual que culmina con “la manifestación del Hijo de Dios en nuestra carne mortal”.

 2.Espiritualidad del adviento.

Con la liturgia del adviento, la comunidad Cristiana está llamada a vivir determinadas actitudes esenciales a la expresión evangélica de la vida, la vigilante y gozosa espera, la esperanza, la conversión.

La actitud de espera  caracteriza a la iglesia y al cristiano, ya que el Dios de la revelación es el Dios de la promesa, que en Cristo ha mostrado su absoluta fidelidad al hombre (cf. 2Cor 1,20). Durante el adviento la iglesia no se pone al lado de los hebreos que esperaban al Mesías prometido, sino que vive aquella espera de Israel a niveles de realidad y de definitiva manifestación  de dicha esperanza, que se ha hecho actualidad esplendente en Cristo. Ahora vemos “como en un espejo”, pero llegará el día en que “veremos cara a cara”. (1Cor. 13,12) La iglesia vive esta espera en actitud vigilante y gozosa. Por eso clama: “Maranatha: Ven, Señor Jesús”. (Ap. 22,17,20)

El adviento celebra, pues, al “Dios de la esperanza” (Rom. 15,13) y vive la gozosa esperanza (cf. Rom. 8,24-25) El cántico que desde el primer domingo caracteriza al adviento es el del salmo 24: “A ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en ti confío: no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos; pues los que esperan en ti no quedan defraudados”.

Entrando en la historia, Dios interpela al hombre. La venida de Dios en Cristo exige conversión  continua; la novedad del evangelio es una luz que reclama un pronto y decidido despertar del sueño. (cf. Rom. 13,11-14) El tiempo de adviento sobre todo a través de la predicación del Bautista, es una llamada a la conversión en orden a preparar los caminos del Señor y acoger al Señor que viene. El adviento, enseña a vivir esa actitud de los pobres de Yahvé, de los mansos, los humildes, los disponibles, a quienes Jesús proclamó bienaventurados. (cf. Mt. 5,3-12)

3. Pastoral del adviento.

Sabiendo que, en nuestra sociedad industrial y consumista, este período coincide con el lanzamiento comercial de  la campaña navideña, la pastoral del adviento debe por ello comprometerse a transmitir los valores y actitudes que mejor expresan la visión escatológica y trascendente de la vida. El adviento, con su mensaje de espera y esperanza en la venida del Señor, debe mover a las comunidades cristianas y a los fieles a afirmarse como signo alternativo de una sociedad en la que las áreas de la desesperación y sin sentido parecen más extensas que las del hambre y del subdesarrollo. La auténtica toma de conciencia de la dimensión escatológica–trascendente  de la vida cristiana no debe mermar, sino incrementar el compromiso de redimir la historia y de preparar  mediante el servicio a los hombres sobre la tierra, algo así como la materia prima para el reino de los cielos. En efecto, Cristo con el poder de su Espíritu actúa en el corazón de los hombres no sólo para despertar el anhelo del mundo futuro, sino también para inspirar, purificar y robustecer el compromiso, a fin de hacer más humana la vida terrena (cf. GS 38). Si la pastoral se deja guiar e iluminar por estas profundas y estimulantes perspectivas teológicas, encontrará en la liturgia del tiempo de adviento un medio y una oportunidad para crear cristianos y comunidades que sepan ser almas del mundo.

4.  El Libro de la Sede trae una Monición de entrada  que representa una hermosa síntesis del Adviento: “Hoy comenzamos el adviento para recordar que siempre es adviento.

 Adviento es mirar al futuro; nuestro Dios es el Dios del futuro, el Dios de las promesas.

 Adviento es aguardar al que tiene que venir: el que está viniendo, el que está cerca, el que está en medio de nosotros; el que vino ya.

Adviento es la esperanza, las esperanzas de todos los hombres del mundo. Nuestra esperanza de creyentes se cifra en un nombre: Jesucristo”.

 

5. Adviento: Breve período que nos prepara a la Navidad, mientras que la naturaleza se hunde lentamente en el sueño del invierno. Escuchamos la advertencia de Pablo: «Ya es tiempo de despertarnos del sueño porque nuestra salvación está ya más cercana. La noche está avanzada y el día encima».

 

De hecho, a partir de la Pascua de Jesús, la vida de los hombres y de las sociedades avanza irresistiblemente hacia el fin y hacia el juicio. Debemos de decidir por él, y comprometer todas nuestras energías para «inventar nuestro futuro con Dios» (E. Mounier). El evangelio de este domingo nos pone en guardia, insistiendo sobre el hecho de que si no estamos preparados, si no nos preocupamos, si asume una actitud de falsa seguridad ante el imprevisible acontecimiento del Hijo del hombre. Como en los días de Noé, la gente no se da cuenta de nada entretenidas en sus propias cosas. Y de improviso serán tomados, distraídos en su propia hibernación, a la manera de los osos dormidos durante el invierno, en su descuido de las cosas esenciales.  En realidad, ¡cuántas cosas nos distraen, nos preocupan, nos alteran, hacen de nosotros personas hipertensas, nerviosas, siendo así que sólo una cosa es necesaria. Debemos de pensar, y no como mera posibilidad, en el hecho de que nuestra vida avance por un camino de completa distracción obligándonos de nuestro destino verdadero.

 

La imagen del Señor, parangonado a un ladrón que viene a media noche, expresa en modo significativo la necesidad de una continua vigilancia. El adviento es una advertencia que ha de durar siempre: ¡Estad preparados! «He aquí que estoy a la puerta y llamo». (Ap. 3,20)  No podemos decir que Cristo no esté llamando a nuestra puerta; lo que sí puede suceder es que no abramos la puerta y él pase de largo. Nuestra vida, decía Santa Catalina de Siena, está atravesada por miles de voces de Dios. a toda hora de la historia la iglesia corre el riesgo de no escuchar a aquél que llama a la puerta para despertar a los cristianos a las llamadas del espíritu.

 

Ahora más que nunca, la iglesia y los cristianos deben desempeñar un rol profético de contestación frontal en relación a un mundo adormilado, distraído, embotado, que se prepara para la navidad con un paroxismo consumista; debemos gritar nuestro total desacuerdo, expresar nuestra más completa inadecuación ante semejante deformación. Un mundo así, amenaza ruina y nuestra actitud ha de ser una advertencia. ¿Qué tenemos que hacer para mantenernos despiertos, para dejar correr en nuestra vida una corriente de agua viva que nos impulse al servicio generoso del reino? ¿Qué tenemos que hacer para no ser tomados por sorpresa por el juicio, en la tarde de nuestra vida, en la tarde de nuestro mundo?

Papa Francisco, abre su fresca Exhortación, Evangelli Gaudium, con unas palabras que cuadran muy bien en el adviento:

I. Alegría que se renueva y se comunica

2. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.

3. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor».1 Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!

La liturgia puede prestar en este orden de ideas un gran servicio. Tenemos que llevar a nuestros fieles a la liturgia. Vivir el adviento, preparar el camino al que viene, celebrar la navidad, resulta imposible, materialmente imposible, si permanecemos alejados de la liturgia, de la iglesia. En la liturgia, obra de Cristo y de la iglesia, el Padre nos aguarda para colmar nuestra esperanza; en ella Cristo nos alcanza con su poder sanador aun en las circunstancias más adversas de nuestra vida. El adviento nos prepara para la gran revelación de la navidad.  Para nosotros, sacerdotes, la liturgia de las horas, la meditación e intensificación de la oración, son caminos obligados.

Sabiamente la liturgia nos propone el mismo Salmo procesional que en la fiesta de Cristo Rey  del domingo pasado. Salmo 112.