[ A+ ] /[ A- ]

 

Is. 35, 1-6.10; Salmo 145; Sant. 5,7-10; Mt. 11,2-11

«¿Eres tú el mesías que esperábamos, eres tú el no violento, el paciente, el misericordioso?» La pregunta del Bautista atraviesa los siglos, y resuena más viva que nunca en una época en la que nos encontramos desorientados ante el aparente silencio de Dios en nuestra sociedad descristianizada y cuya forma de relación, por lo tanto, es la violencia. A una sociedad que cree en la violencia como forma de solución, Cristo, su mensaje, siguen siendo incomprensibles.

 

Is. 35, 1-6.10 – Oigo unos pasos que se acercan – ¿Es Dios el que debe de venir? Mira: la primavera reflorece, la cura se aproxima, el ánimo retorna. El hombre reencuentra su libertad; los exiliados vuelven a la patria, los hermanos que estaban lejanos, se encuentran. Los ojos del ciego se abren, el sordo puede oír, al mudo se le suelta la traba de la lengua para lanzar gritos de alegría. Nuestro Dios nos viene al encuentro.

 

Salmo 145 – El salmo nos sitúa en el corazón del adviento. Se presenta como un himno: la alabanza que revela una actitud afectiva, – Alaba alma mía, al Señor: alabaré al Señor mientras viva -; se abre paso a la confianza como una experiencia propia y como una invitación a la comunidad como fruto de la propia experiencia. La salvación no se encuentra en el hombre porque es mortal. “No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar: exhalan el espíritu y vuelven al polvo, ese día perecen sus planes”.

 

Por ello, es dichoso, bienaventurado, aquél a quien Dios auxilia. Dios sí puede y quiere salvar, porque esa es su manera de actuar. Por eso la confianza en el Señor es la gran bienaventuranza.  El sentido cristiano el Sal. 145, puede ser el siguiente: La misericordia de Dios se fue revelando en el A.T. preparando la gran revelación de la misericordia divina en Cristo. En la Sinagoga de Nazaret leyó un día Cristo un pasaje de Isaías que expone el mismo tema que nuestro salmo, y comentó: «Hoy se ha cumplido delante de vosotros esta escritura que habéis oído. (Lc. 4,21)  Es conveniente leer y meditar el salmo completo.

 

Sant. 5,7-10 – Una espera llena de esperanza – La tierra en invierno adquiere un aspecto desolado, en apariencia estéril; pero la nieve, que humedece la tierra, esconde la simiente y transformándola lentamente; la cosecha, por lo tanto, es segura. Se necesita la paciencia terca del campesino que medita sobre el tiempo y confía en la tierra. También los hombres, a veces, tienen un aspecto escuálido. No nos detengamos en las apariencias. Invisible pero activa, la gracia de Cristo los trabaja. Él trabaja desde dentro a fin de que pueda germinar la gracia. Nosotros esperamos la renovación de todas las cosas: de nosotros, de los otros y del mundo. En pleno invierno, nosotros creemos en la primavera.

 

Mt. 11,2-11 – Un anuncio desconcertante – El Bautista es desconcertante. Jesús tal vez no es el mesías que esperaba: no castiga, sino que cura; no condena, por el contrario, da la vida. El Precursor roza el escándalo frente a todo esto. Jesús hace el elogio de Juan, que es el culmen del A.T.; pero hay algo más alto: el Reino. Juan anunciaba una esperanza indefinida; Jesús es una certeza. El A.T. anunciaba una novedad, Cristo es «el reino de Dios en medio de nosotros». Dios es impredecible; quisiéramos apartarlo de nuestro lado para defender nuestra causa, pero él se hace abogados de los otros; esperamos de él respuestas pero él nos pone preguntas; quisiéramos apariciones estrepitosas y espectaculares, y Dios viene a nosotros en el silencio.

 

+++

Himno a la alegría. La primera lectura de hoy tomada de Isaías es una clara invitación a la alegría. Oigamos el comentario del P. Alonso: «De repente comienza la segunda escena como reverso total. Es el himno de la alegría de Isaías II; podemos contar diez menciones de cuatro sinónimos: alegría, gozo, júbilo, alborozo. (hay una alta densidad de significado: alegría). Un himno con algo de marcha, acompañando el retorno de los «rescatados»: el movimiento es muy regular, dominado por cuaternas formales y sinónimos. Desierto-yermo-páramo-erial, aguas-torrentes-estanque-manantial; ciegos-sordos-cojos-mudos, gloria-belleza-Gloria-Belleza; o bien ternas con un complemento formal: Líbano-Carmelo-Sarión, manos-rodillas-corazones. (Es muy importante leer el fragmento completo 35,1-10)

 

Tonalidad de gozo mayor: la renovación afecta las debilidades del cuerpo mutilado, a la debilidad del ánimo apocado, a la debilidad de la naturaleza yerma. Una corriente de gozo atraviesa y riega y vivifica todo; y la razón del gozo es la Gloria del Señor, su recompensa, su redención.

 

El  poeta se complace en el desierto. Ya están redimidos, rescatados, y, todavía, marchan camino de Sion. Pero la esperanza es tan segura, la presencia del Señor tan patente, que el desierto se transfigura en tierra prometida y en paraíso reencontrado.  Es difícil, aunque no se lo proponga el P. Alonso, definir mejor el espíritu del adviento.

 

También nosotros estamos cansados, secos, también nosotros podemos escucharlo como dicho para nosotros; también nosotros tenemos la sensación de ir atravesando un desierto ingrato, también oímos como dichas a nosotros las palabras de aliento: fortalecer las manos débiles, robustecer las rodillas vacilantes, decid a los cobardes: sed fuertes, no temáis; mirad a vuestro Dios, que trae el desquite.  Nos unimos al tema del salmo y a las palabras de Jesús en la Sinagoga de Nazaret.  ¿Qué es el adviento? El tiempo de renovar nuestra esperanza, de renovarnos nosotros mismos, con la certeza de la presencia del Señor en la dureza de nuestro camino, aún en las situaciones más adversas.  

 

2ª lectura. La paciente espera. En la adversidad, en el duro y largo camino que hemos de recorrer en la fe, el apóstol Santiago nos aconseja la paciencia. Debemos observar la actitud del labrador que aguarda pacientemente las lluvias tempranas y tardías, a fin de recoger el fruto.  En forma sencilla, y muy pastoral, Santiago nos anima en el camino de adviento, que, a la postre, es toda vida: aguarden también ustedes con paciencia y mantengan firme el ánimo porque la venida del Señor está cerca. De aquí derivan ciertas actitudes conductuales en la comunidad: no murmurar unos contra otros, no condenar, y tomar ejemplo de los profetas para soportar con paciencia la adversidad.

 

Cuando la duda  nos alcanza. “Maqueronte (forma tradicional en español de Machaerus, del griego Μαχαιρούς y derivado de μάχαιρα; en árabe ِقلة المشناقى Qalat el-Mishnaqa; en hebreo מכוור) es el nombre de una antigua fortaleza ubicada en la cumbre de una colina en la antigua Perea, en la actual Jordania. Se localiza en las montañas de Moab, al este del Mar Muerto y a unos 25 km al sudeste de la desembocadura del río Jordán. En ella tuvo lugar el encarcelamiento y la posterior ejecución de Juan el Bautista.

 

A la muerte de Herodes, la fortaleza pasó a manos de su hijo Herodes Antipas, que gobernó Perea y Galilea desde el 4 a. C. hasta el 39 d. C. Fue durante esta etapa cuando el predicador Juan el Bautista fue encarcelado y posteriormente decapitado por instigación de Salomé, hija de Herodías. Tras la muerte de Herodes Antipas, Maqueronte pasó a manos de Herodes Agripa I hasta su muerte en el año 44, a partir del cual la fortaleza fue defendida por una guarnición romana”. Así refiere la historia la fortaleza desde donde el Bautista envía su embajada a Jesús.

 

Era este temible edificio, además guarnición y prisión militar,  residencia ocasional del gobernante, por lo que disponía de cómodas estancias para fiestas e invitados. Quien caía en ella, como  enemigo del régimen, debía dejar afuera la esperanza. Como toda prisión, no era un lugar propicio para la esperanza; en la cárcel, “donde toda incomodidad tiene su asiento”, (Cervantes), el Bautista vive su propia crisis de fe.    

 

En esa prisión dominada por las sombras y oscuros presentimientos, donde Herodes lo ha encerrado, el Bautista es asaltado por la duda, por una sensación muy incómoda de frustración; tal vez se siente defraudado. ¡Qué momento tan terrible! Ese Jesús, ¿será realmente el Mesías que yo anuncié? Es algo desolador.  Es la oscuridad de la fe que atraviesan los santos. El Mesías, que ha creído reconocer en Jesús, no se comporta como un juez soberano, como un inflexible ejecutor de las sentencias divinas contra los malvados. Al menos no como él lo esperaba. Más bien, acoge a los pecadores, habla de perdón, de amor, y afirma que no ha venido a condenar sino a salvar, que no ha vendido a apagar la mecha que aún humea ni a acabar de romper la caña resquebrajada. ¿Dónde quedó aquello de que el hacha está puesta al tronco del árbol? Desconcertado, confundido, Juan envía una embajada a Jesús para preguntarle: ¿«Eres tú el Mesías que esperábamos?». Tú eres tú el no violento, el paciente, el misericordioso, eso no lo anuncié yo.

 

Su pregunta atraviesa los siglos y resuena más viva que nunca en una época en la que nos encontramos desorientados ante el aparente silencio de Dios en nuestra sociedad descristianizada. Esperábamos del evangelio las respuestas y éste, más bien, nos pone preguntas; buscábamos soluciones prontas, y el evangelio nos invita a inventarlas; pensábamos asistir a manifestaciones espectaculares y el evangelio nos impone la ley de toda lenta germinación.  ¡Cuánta fatiga experimentamos para aceptar que el cristianismo es una cuestión de libertad y de amor, y por lo tanto de fe y de riesgo! Como Juan, debemos entrar en el adviento de nuestra fe y reconocer el rostro que Dios ha querido asumir en Jesucristo, humilde, paciente, misericordioso, liberador.

 

  1. Bonnard comenta acertadamente la respuesta de Jesús: la respuesta de Jesús es decepcionante. Remite a Juan y a sus discípulos a las «obras» que ya conocen; pero la interpretación de estas obras están en suspenso. Juan sabía bien que el Mesías no se manifestaría más que por sus obras. Pero ¿de qué sirven las obras, aun cuando correspondan a las profecías, si el que las cumple no se impone inmediatamente a la fe de los hombres? Tampoco para el precursor, ni siquiera para el precursor en prisión, hace Jesús una excepción en la terrible discreción de que se rodea. (Evangelio Sn. Mateo.1970)

 

Los signos de su venida están en medio de nosotros, tenues pero vivos. Hay cristianos que encuentran, mediante la fe, la palabra de Dios en nuestro tiempo. Esos caminantes que buscan en la fe, una salida a la crisis existencial y psíquica, son ellos mismos un testimonio; buscan también salir de la prisión donde padecen y viven sus crisis profundas. Ese caminar hacia Dios, ese pedir el don de la fe, de la esperanza es el comienzo para cambiar nuestro mundo, para derribar los muros de nuestras prisiones, de nuestros egoísmos.

 

La respuesta de Jesús a los emisarios del Bautista se sitúa en la línea, tanto de la primera lectura como del salmo. Vayan y díganle a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se es anuncia la buena nueva.  Jesús se sitúa en el centro de la promesa para cumplirla.  Luego advierte con severidad: y bienaventurado, dichoso, el que no se siente defraudado, (que no se escandaliza), por mí.  Y es que el amor y la misericordia de Dios, sus caminos, a veces nos causan escándalo porque no concuerdan con los nuestros;  nos sentimos defraudados porque Dios no se ajusta a nuestros pensamientos.  Jesús termina esta perícopa con una alabanza inaudita al Bautista, el más grande entre los nacidos de mujer, única en labios de Jesús.

 

El tema de la alegría domina el leccionario de este domingo y la liturgia toda del adviento. Es una alegría que permea la creación entera. Con este motivo teológico quiere proponerse al creyente la confianza en la vida y en historia porque han sido atravesadas por la salvación, también ellas. Contra los pesimismos radicales, la falta de confianza en sí mismos y en la humanidad, contra el victimismo, el evangelio resuena como «buena noticia» de liberación y esperanza. Los cristianos, con la bella esperanza que brota del evangelio, deberíamos responder a la trágica pregunta del poeta ruso, Pushkin, «!Oh don vano y casual, vida, /¿por qué me has sido dada?

 

 

++++

Un minuto con el Evangelio

Marko I. Rupnik, SJ

 

Juan vuelve del desierto al Jordán preparando el escenario necesario para que el Mesías, el Salvador, sea conocido en Israel. En un clima de arrepentimiento y penitencia, de bautismo y purificación, señala al Mesías, al Cordero de Dios que toma sobre sí el pecado del mundo. Luego, como todos los verdaderos profetas, también él es perseguido y termina en la cárcel. Sus discípulos vienen a contarle las grandes obras que está realizando Jesús, pero, para Juan Bautista, algo en todo esto no estaba del todo claro. Por eso, envía a sus discípulos a preguntar a Cristo mismo si él era al que esperaban. Cristo cita los pasajes mesiánicos del profeta Isaías, pero no menciona la liberación de los presos. El Mesías ha llegado, pero el Bautista permanece en prisión. La salvación supera la satisfacción de las expectativas más inmediatas y se puede realizar en el drama más incomprensible, porque la salvación es el amor.