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Hch. 2,14.36-41; Sal. 22; 1Pe 2,20-25;Jn. 10,1-10

Emergiendo, queridos hermanos, del surmenage, resultado de Cuaresma y Semana Santa, reemprendemos esta sencilla colaboración con la esperanza que nos ayude en la predicación en las asambleas dominicales. En los domingos anteriores hemos leído, al lado del testimonio del Libro de los Hechos, los relatos de Juan y Lucas sobre la Resurrección. Páginas altamente simbólicas e inagotables que intentan transmitir la experiencia inefable del encuentro con el Resucitado. La iglesia de todos los tiempos, apoyada en el testimonio apostólico, está llamada a descubrir la expresión máxima, infinita y absoluta de la revelación suprema del amor de Dios en el Cristo Pascual.

 

El Buen Pastor.

Hoy es el domingo denominado del Buen Pastor. La primera lectura, en clave kerigmática, presenta un resumen de las verdades predicadas por la iglesia primitiva: el primero, Israel, ha de saber con absoluta certeza que Dios ha constituido Señor y Mesías a ese Jesús crucificado.

 

En consecuencia, ¿qué es lo que debe hacerse? Conversión y bautismo para el perdón de los pecados y recepción del Espíritu Santo. Se destaca, entonces, que la inserción en Jesús no es sólo voluntarismo o un mero sentimiento, sino que dicha inserción se realiza trámite los sacramentos pascuales, los sacramentos de la fe, el primero de los cuales es el bautismo. Particularmente este ciclo litúrgico cuaresmal me ha permitido fijarme en el alto valor sacramental de liturgia. Se trata de los sacramentos de la iniciación cristiana que, en abundancia, se están dando en nuestra Diócesis y en toda la iglesia. La lectura del Oficio de Lectura nos hace leer las grandes catequesis de los Padres; podemos ver cómo, luego de la temática bautismal, prevalece la catequesis eucarística. Se trata del acompañamiento a los “recién nacidos” (mistagogia), brindándoles el alimento.

 

El salmo responsorial es un salmo precioso que nos introduce ya en el tema del domingo de El buen Pastor. Se trata de un salmo que expresa la confianza del creyente. Domina un tono sereno, apenas perturbado por una referencia pasajera al enemigo. El tema pastoril brinda algunas imágenes elementales: verdor, agua, camino. La última imagen conjura el gran peligro, la obscuridad peligrosa plenamente superada. El tema unitario, la presentación rápida de las imágenes, el tono emotivo, convergen en un sentido simbólico y profundo. Conocí a una persona de mi parroquia que padeció una larga agonía agobiada por el cáncer, y pedía que varias veces, durante el día, le leyeran este salmo. Tal vez esto nos de una idea de que el salmo adquiere un sentido pleno en la soledad de la agonía.

 

La transposición cristiana del Padre Alonso es interesante.

El contexto sacro del salmo facilita la transposición al contexto cristiano sacro. Esta transposición global se articula en esta serie de imágenes o símbolos arquetípicos: el agua, la comida, la unción, la copa, la morada. En este nivel de símbolos arquetípicos se encuentra nuestro salmo con los sacramentos de la nueva alianza, símbolos de salvación en la «pastoral» de Cristo: «fuentes tranquilas» del bautismo, «el reparar las fuerzas» en la confirmación, la «mesa y la copa» de la eucaristía, «la unción» del sacerdote, acompañan y guían al cristiano por «el sendero justo» hacia la «casa del Señor, por años sin término» (cf. Jn.10)

 

Jn. 10, el Buen Pastor.

Ahora venimos al texto evangélico de hoy. Se trata del capítulo 10 de San Juan. Este capítulo presenta una característica muy peculiar; existe en él una “revoltura”, un desorden, como si algún copista, en un momento dado, y por motivos desconocidos, hubiera alterado el orden lógico del capítulo. Esto ha obligado a los biblistas, como a J. Blank, a presentar el posible orden original del capítulo. Sólo entonces se da uno cuenta que el capítulo es una polémica intensa de Jesús con el judaísmo respecto a la naturaleza del Mesías. Mientras los judíos esperan un mesías poderoso, Juan presenta a un mesías pastor, es decir, un mesías que está al servicio de su rebaño por el cual ha de dar la vida.

 

Se trata de un discurso de revelación y polémica. Su tema principal lo forman sus afirmaciones «Yo soy», «la puerta», «Yo soy el Buen Pastor». Ambas afirmaciones expresan algo definitivo, una cumbre real, a saber: la exclusividad de la revelación y de la mesianidad de Jesús. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia», pues ser el clímax de esta capítulo.

 

Con la imagen de El buen Pastor, se perfila la idea peculiar que Juan y su círculo tienen del Mesías. En esa imagen se manifiestan el modo y el origen de la mesianidad de Jesús tal como la entiende Juan frente a las concepciones del mesianismo judío. Las diferentes afirmaciones de estos textos, que apuntan a la muerte y resurrección de Jesús, y que tienen nexos con los discursos de despedida explican el carácter kerigmático de esta sección. En pocas palabras, mediante la imagen de El Buen Pastor, que vela, que cuida, que va adelante, que conoce y al que conocen, y que está dispuesto a dar la vida por sus ovejas, que ha venido para tengan vida abundante, se expresa lo que Jesús es para su comunidad, para cada uno de nosotros y para la humanidad entera.

 

Si se lee todo el capítulo bajo esta óptica se verá que no se trata de una imagen idílica, bucólica, al estilo de la literatura clásica española, sino de la expresión de un compromiso hasta las últimas consecuencias. Cierto, para nosotros, flores de pavimento, para la gran parte de la población que no conoce ni siquiera una borrega en vivo, en una cultura donde desconocemos la técnica del pastoreo, es muy difícil comprender esta imagen. Necesitamos traducirla a la gente. Hay entre nosotros un movimiento catequístico llamado El Buen Pastor, pero los niños (¿las catequistas?), no conocen las borreguitas, no saben que es un rebaño, un pastor, un redil, la puerta del redil, los verdes pastos abundantes y el agua fresca. Entre los jóvenes de confis (confirmaciones), están los que se llaman «pastorcitos». No entienden el hecho maravilloso de que las ovejas conozcan a su pastor, oigan su voz y los sigan ni que el pastor las conozca a cada una de ellas, y las llame por su nombre. Los padres Orona y Villa el único cordero que conocen el agnello arrosto que se recetaban en Roma, pero desconocen la realidad fáctica del pastoreo. Van a tener problemas este domingo para explicar el tema. (Espero que no hayan perdido el sentido del humor).

 

Entre nosotros es más común la ganadería mayor cuyo cuidado atención y seguimiento es muy diferente al pastoreo de ovejas. Así por ejemplo, tratándose de ovejas, el pastor va delante de ellas y lleva en sus manos un bastón cuya función es alejar las alimañas, generalmente víboras que pueden morder y matar a las ovejas. Las ovejas no son arriadas, siguen a su pastor y lo conocen y conocen su voz y no siguen la voz de otros pastores. Esto es literalmente cierto. En el Quijote se nos narran escenas de pastores; éstos, de noche o de día, solían juntarse para pasar ratos juntos, platicar, comer buenos requesones y vaciar algunas botas de vino. Mientras tanto, los rebaños de los distintos pastores pastaban juntos y en paz. Al momento de despedirse y tomar cada uno de los pastores su propio camino, las ovejas solas se iban con sus respectivos pastores, conocían su voz, «el silbo amoroso» del que habla San Juan de la Cruz. Juntas pero no revueltas. Otra de las características del pastoreo es la convivencia del pastor con su rebaño. Las ovejas son muy vulnerables y fácilmente se acobardan ante la presencia de un lobo, de un coyote o simple perro, se acalambran y se echan al piso y ahí pueden ser devoradas, además tienen otra característica, suelen amontonarse apretadamente lo que lleva a las que están más en el centro a morir asfixiadas. En este caso, el pastor que convive con ellas tiene que meterse por entre ellas e ir separándolas y evitar que algunas de ellas mueras aplastadas. Eso y mucho más está detrás de la imagen de El buen pastor que para los oyentes de Juan y Jesús era algo perfectamente inteligible. Simplemente venía su mente toda la tradición bíblica: cuidará a las débiles y recién paridas y tomará en sus brazos a los corderillos, al fin y al cabo, él es nuestro pastor y nosotras ovejas de su rebaño.

 

A nosotros nos toca hoy aplicar el cuidado, la presencia, el conocimiento, el compromiso, el amor, el cuidado solícito del pastor, por sus ovejas. El discurso de El buen Pastor, esta metáfora prolongada, adquiere toda su densidad si leemos 10,11-15. 16-18. 27-30; si unimos este fragmento para leerlo cobra sentido todo el capítulo. Ahí Cristo se presenta como El Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, en contraste con el asalariado, el que no es dueño de las ovejas que apenas ve el peligro y las abandona y sale huyendo porque al asalariado las ovejas lo tiene sin cuidado. Yo soy el Buen Pastor, yo conozco mis ovejas y mis ovejas me conocen. Como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre; yo doy la vida por las ovejas.

 

Pero no termina aquí el trabajo del pastor. Hay ovejas que no están en este redil y no puede haber más que un solo rebaño bajo la guía del único pastor. «Por eso el Padre me ama: porque yo doy mi vida para volver a tomarla» y porque saben del amor y entienden del amor y el amor es el lenguaje obligado, las ovejas conocen la voz de su pastor. En una sociedad tan plural y relativista, ¿cuál es nuestra preocupación por la unidad del rebaño? Se nos informa que miles y miles de “católicos” abandonan la iglesia, rebaño de Jesús, ¿cómo es posible esto?, ¿qué hacemos al respecto?, ¿cuál es nuestra responsabilidad? También hay muchas ovejas descarriadas, perdidas, cada quien siguiendo su propio camino. El apóstol Pedro, en el fragmento que leemos hoy hace alusión al hecho doloroso y dice: «Porque en sus llagas, (del buen Pastor) han sido curados, porque ustedes eran como ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas». La palabra que aquí se traduce por «guardián», en el texto griego se usa la palabra «epískopon; acusativo de epíscopos.

 

Todo esto nos ofrece materia no solo de predicación sino de una reflexión seria sobre nuestro propio pastoreo. ¿Somos esos pastores de los que habla este capítulo? A partir del domingo XXIV al Viernes XXV de la Liturgia de las Horas, en el Oficio de Lectura, leemos, caso único en el oficio, por buenas dos semanas, el excitante sermón de San Agustín sobre los pastores. Con provecho podríamos volver sobre él.

 

El oficio del pastoreo está profundamente arraigado en la cultura mediterránea oriental y occidental hasta convertirse en metáfora de la vida. La metáfora de El Buen pastor, esta bella y seductora imagen, tal vez como ninguna otra, atraviesa toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, nos presenta al Cordero inmolado y Pastor de nuestras almas. ¡Altísimo Señor! / que supisteis juntar / a un tiempo en el altar / ser Cordero y Pastor. / Quisiera con fervor /amar y recibir /a quien por mí quiso morir.

 

En este capítulo encontramos la frase que resumen todo el evangelio: Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia. (10,10)

UN MINUTO CON EL EVANGELIO.

Marko I. Rupnik, sj.

Cristo ya no es ajeno a nada humano. Se entregó en manos de la humanidad haciéndose siervo humilde. También siervos se sublevaron contra él, porque encontraron a uno más pequeño en el cual desahogar su rabia. Cuando en la pasión la humanidad carga a Cristo con todo su mal, Cristo nos conoce tal como somos. De frente a su humildad y su entrega hacia nosotros aparece nuestra verdad. Como dice el Apóstol: «Él nos conoció primero. Él se entregó a nosotros, pero nosotros nos hemos revelado contra él». Su amor humilde es el principio de nuestro conocimiento. Él, asesinado, se ha convertido en la puerta por la cual entró la vida en nuestra muerte. Su voz no nos es ajena, es la voz de quien nos conoce y ama y, siguiéndola, llegaremos al conocimiento y al amor.