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Domingo XIX de Tiempo Ordinario B

1 Re 19,4-8; Sal 33; Ef 4,30-5,2; Jn 6,41-51

 

Oración Opcional. Guía, Padre, a tu iglesia peregrina en el mundo, sostenla con la fuerza del alimento que no perece, para que perseverando en la fe de Cristo llegue a contemplar la luz de su rostro. Por NSJ…

 

1 Re 19,4-8 – Un instante de verdad – Viene el momento en que el abanderado de una grande causa se encuentra con una multitud inquieta, con un gobierno sectario y amenazador, y también con la propia angustia y el miedo. Entonces quisiéramos abandonarlo todo. Es el caso de Elías, en un momento de desaliento, cuando hay que enfrentar un reto físico y moral. Pero Dios lo levanta de la angustia antes de que ésta se transforme en desesperación; lo sostiene con un alimento que recuerda el maná del desierto. La huida, entonces, se transforma en un camino hacia Dios. Elías, como Moisés, se acerca a las fuentes de la revelación, al Horeb, donde encontrará al Dios de la alianza, que confirmará su misión.

 

Sal. 33 – Salmo alfabético de carácter sapiencial con elementos de acción de gracias – La enseñanza propuesta no es una doctrina teórica, sino la formulación de una experiencia espiritual. Por esto la doctrina tradicional no se queda en rutina, sino que es personal y comunitaria: “celebrad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre”.

 

San Juan aplica el versito 21 de este salmo a Cristo muerto en la cruz: “él cuida de todos sus huesos y ni uno sólo se quebrará”, reconociendo la protección del Padre sobre el cuerpo ya muerto de su Hijo. Esta protección no es tardía, antes prueba que el poder de Dios supera la muerte.

 

Ef 4,30-5,2 – El amor nos lleva lejos – Dejarse guiar por el amor, significa tejer un verdadero diálogo con el Padre de toda misericordia; es permitir a Dios imprimir su sello en el mundo. Dejarse conducir por el amor significa, a imitación de Cristo, realizar el gran paso (la Pascua), es decir salir de sí mismo para «entregarse».

 

Jn 6,41-51 – La misa rechazada – Los fariseos murmuran contra Jesús, considerado poco prestigioso para ser un mesías, como los padres habían murmurado contra Moisés en el desierto. Son sordos a las enseñanzas del Padre, no oyen su evangelio, desprecian la Vida que les habla. ¿Si la eucaristía nos deja indiferentes, escépticos, no es, tal vez, porque buscamos en la palabra y en los gestos litúrgicos, nuestros lugares comunes, nuestras pequeñas cosas muy personales, antes que dejarnos atraer e interpelar por el mensaje de Dios?, ¿O porque la comunión con Dios nos interesa menos que la charlatanería que hacemos y que tanto nos gusta?

 

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Continuamos leyendo Jn 6. El centro del discurso del Pan de Vida, es la fe. Todo gira en torno a este dato. Incluso la Eucaristía como sacramento, hacia donde apunta el discurso, está enmarcada dentro de la fe. Los nuestros son los sacramentos de la fe. No podemos pensar en la Eucaristía fuera de la fe. Es más, no debería extrañarnos que en ciertas expresiones deformadas de la fe, se acceda a la eucaristía sin la fe necesaria y como función meramente cultual. En la Eucaristía se hace visible nuestra fe. Así, la llamamos “El Misterio de nuestra fe”. Y el objeto de nuestra fe es Jesucristo, Hijo de Dios e hijo del hombre, muerto y resucitado para nuestra salvación. Esta verdad constituye el centro de nuestra fe y es lo que celebramos, actualizamos, vivimos, recibimos y compartimos, en la Eucaristía. Así pues, la fe es el gran tema del discurso del Pan de Vida, que por lo demás constituye el tema central de todo el IV Evangelio.

 

Hoy leemos los vv. 41-51; pero es muy importante leer el fragmento 6,36-40. En él se habla expresamente de la necesidad de creer para tener vida. “Pero, les digo, han visto y no creen” (v.36) y en el v. 40 se saca la conclusión de la fe: “porque esta es la voluntad de mi Padre: que cualquiera que vea al Hijo y crea en él, tenga la vida eterna y yo lo resucite el último día”. Este es el gran tema del discurso. Y de todo el Evangelio todo de Juan. Para Juan, el problema es: creer o no creer; de esta manera el hombre decide su suerte ya desde ahora; “El que cree no entra a juicio; el que no cree ya está condenado por haber creído en el Hijo de Dios”. En este fragmento, 6, 36 -40, Jesús se presenta como el que ha sido enviado para realizar la voluntad del Padre, y la voluntad del Padre es que no se pierda nada de lo que El le ha dado, “sino que lo resucite el último día”. Así pues, para tener vida, es necesaria la fe. La consecuencia de creer es la vida; el que se niega a creer no sabrá qué es la vida (Jn 3,36).

 

En el fragmento que leemos hoy, se comienza por unir el fragmento con el tema que leíamos hace ocho días. Jesús se ha revelado como el Pan del Cielo que el Padre da para que el mundo tenga vida. Ahora bien, los judíos “murmuran”, como los Israelitas en el desierto. La murmuración es un acto de desconfianza y de incredulidad. Aquí aparece de nuevo la causa del escándalo: creen conocer a Jesús: ¿No es este Jesús el hijo de José, del que conocemos padre y madre? ¿Cómo dice: “he bajado del cielo?”. En mi envío de hace ocho días, presentaba la cita de R. E. Brown: “la multitud ha entendido que se trata de la fe. Y quiere creer. Pero quiere una garantía, quiere que la exigencia de fe puesta por Jesús para creer en el, sea creíble. La multitud cree saber qué cosa es el alimento del cielo. Porque “nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: les diste a comer pan del cielo” (6,31). Si Jesús no les da el maná, prometido para el fin de los tiempos, – dicen los que recién habían probado la prodigiosa distribución de los panes -, él no es digno de fe. Y así hacen de su precomprensión, que es una incomprensión, la medida de la revelación”. Ahora, el escándalo, el obstáculo para creer, es la humanidad de Jesús. Lo conocen, es el carpintero, conocen a sus padres y parientes. Un hombre así no puede atribuirse el haber “bajado del cielo”. La fe es imposible; no se puede creer. En la homilía podemos meditar en los nuevos pretextos y pre compresiones para creer en Jesús como único salvador del hombre. Las exigencias de Jesús son excesivas. Él se presenta como quien da la vida al hombre, al mundo, sin embargo, no es más que un hombre cuyos familiares son conocidos, él tiene pretensiones de ser el salvador, pero solamente es el carpintero de Nazareth. Como vemos, el problema es la fe. Nuestra homilía tiene, necesariamente, que seguir esta misma evolución, respetando la lectura del texto de Juan 6.

 

Por eso, la respuesta de Jesús es: “no murmuren entre ustedes”. Debemos de partir del hecho de que la fe no es el resultado de silogismos, de argumentos invencibles. La fe es un don de Dios, por definición. Es decir, yo no llego a la fe sencillamente porque yo quiero ni, por mis cualidades o méritos. Esto lo presenta Jn con los verbos “venir” y “atraer” “ver”, contemplar”, “comer”, “beber”. Con frecuencia Jn usa estos verbos de movimiento u otros semejantes para expresar la realidad de la fe. Aquí lo dice de la siguiente manera: “Ninguno puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae”; es la forma de decir la verdad que definirá después la teología: la fe es una virtud infusa que se nos da en el bautismo. Una de las virtudes teologales. (Ver el comentario genial de S. Agustín a este pasaje en el Oficio de Lectura el Miércoles XXIII). Y la consecuencia del don de la fe, de esa acción amorosa de Dios que nos atrae hacia Jesús, que nos lleva hacia Jesús, es la vida: “yo lo resucitaré el último día”. Después dirá, en forma equivalente, “El que como mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré en último día” (v. 54. cf. 58).

 

Así, todo el que escucha al Padre se hace discípulo de Él y llega a Jesús. Nadie conoce al Padre sino el Hijo y nadie conoce al Hijo sino el Padre y aquel a quien el Padre se lo quiera revelar. Y en el v. 47 tenemos la gran conclusión: “en verdad en verdad les digo: el que cree, tiene la vida eterna”. Luego, en los vv. 48-51 se vuelve sobre el gran signo, el Pan de Vida. “Yo soy el pan de la vida, el pan que ha bajado del cielo para que el que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. El pan que yo daré, (fijémonos que se trata de un verbo en futuro que alude por lo tanto a la muerte en cruz), es mi carne por la vida del mundo”. En efecto, en la cruz Jesús es el pan que hace pedazos para el mundo tenga vida; y nosotros somos ese mundo.

 

Notas.

 

  1. Todos los hombres pueden, por lo tanto, encontrar vida y salvación en el Hijo de Dios, revelación viviente del amor del Padre, Pan Celeste que puede alimentar a toda la humanidad y ser fuente de vida y de salvación. Por esto, Jn 6,33 proclama el universalismo de la revelación salvífica del Verbo Encarnado, pan celeste que ha bajado del cielo, o sea, Palabra sustancial de Dios que manifiesta y comunica la vida del Padre a toda la humanidad.

 

  1. “Andar” hacia el Hijo de Dios, expresa gráficamente la actitud de la fe que es una orientación de la vida hacia la persona del Verbo encarnado, y una búsqueda continua de ese tesoro preciosísimo que debe constituir el centro de interés y la meta de toda la existencia.

 

  1. La murmuración de los judíos expresa el escándalo del hombre ante el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, ante la humanidad de Jesús. Los interlocutores de Jesús en Cafarnaún no estaban al corriente de la concepción virginal. Ni estaban dispuestos a acoger la revelación que él les proponía. Por esta razón Jesús no explica su origen misterioso. Por el contrario, al retomar el diálogo, revela el motivo profundo de la incredulidad.

 

  1. La acción de comer indica plásticamente la interiorización de la Palabra del Hijo de Dios y la asimilación de su persona con una vida de fe profundísima. De manera análoga que, en la metáfora de beber el agua de la vida, – que es la revelación del misterio del Verbo encarnado (Jn 4,13ss) -, comer el Pan vivo, que es Jesús, significa hacer propia la verdad de Cristo, es más, la Persona del Hijo de Dios, que es la Verdad, o sea, la revelación plena y perfecta del Padre.

 

Así pues, el discurso del Pan de Vida como, por lo demás, todo el evangelio de Juan, está centrado en la fe, es decir, en la adhesión existencial que debemos prestar a su persona, a su revelación, a su mensaje, y, así, tener Vida por medio de él.

 

  1. Para comprender correctamente el IV Evangelio, es necesario tener siempre presentes los temas teológicos de fondo que forman los pilares de este libro; estos son: 1) la revelación del amor de Dios al mundo por medio del Verbo encarnado y en su Persona; 2) la respuesta, positiva o negativa, del hombre a esta manifestación; 3) la finalidad y el efecto de la revelación divina y de la fe humana, o bien, la no fe: la vida y la salvación o la condenación. Estos son los tres pilares sobre los cuales se estructura el Evangelio según san Juan. Esta es la clave de lectura de todo el IV Evangelio, desde el prólogo hasta el versito final donde Juan nos indica la finalidad y objetivo de su obra: “para que crean que Jesús es el Hijo de Dios, que tenía que venir al mundo y creyendo tengan vida por medio de él” (20,31).

 

Al igual que otros relatos de Jn, el discurso del Pan de Vida es un ejemplo muy claro de la teología “tridimensional” de Jn. No olvidemos esta clave mientras leemos Jn. 6 lo mismo que otros fragmentos del evangelio que la liturgia nos presenta “en los tiempos fuertes”.

 

6.- Notemos que hasta el domingo XX, la 1ª lectura ofrece el tema del pan. El salmo que leeremos es el salmo 33 – domingos XIX, XX, XXI -, por lo cual comparto con ustedes el comentario breve del P. Luis Alonso a dicho salmo. (ver más arriba).

 

 

 

UN MINUTO CON EL EVANGELIO

Marko I. Rupnik, sj.

 

Cuando Cristo dice que es el pan que baja del cielo, quiere decir que su origen está en el cielo, que viene de Dios y que es la vida para el mundo. Quien come sobrevive, pero quien come este pan bajado del cielo que es Cristo, no sobrevive, sino que vive eternamente. Sin embargo, la gente se detuvo en el aspecto humano de Cristo, en su presencia histórica sin lograr captar la novedad radical de su persona. Nosotros somos la generación posterior a la ascensión de nuestro Señor y posterior a Pentecostés. Cristo está al mismo tiempo con el Padre y en la Iglesia, en medio de los acontecimientos de la historia. Su cuerpo continúa revelándose a nosotros precisamente en el pan del sacramento. El evangelio de hoy nos advierte también que consideremos seriamente a Cristo como verdadero pan presente hoy en la iglesia y no nos detengamos sólo en algunos aspectos de su presencia histórica.