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Ex. 17,8-13; Sal. 120; 2Tim. 3,14-4,2; Lc. 18,1-8

 

Pareciera que Dios no responde, que no quiere intervenir, ¿de qué sirve rezar? Animando a los suyos a perseverar en sus súplicas no obstante todos los signos en contrario, Jesús manifiesta la relación que une la oración y la fe: para no debilitarse y desaparecer, para florecer en las obras y permanecer vigilante, la fe tiene necesidad del oxígeno de la oración. La fe respira por nuestra oración. Precisamente porque se trata

de una realidad viva, que subsiste solo si es vivida, «Oportet Semper orare et numquam deficere» (18,1).

 

Ex. 17,8-13 – Orando es como se vence – El Dios que ha llamado a Israel y lo ha hecho salir de Egipto no es un Dios abstracto, el Dios de los filósofos del que hablaba Pascal; el combate de los israelitas contra los amalecitas es una prueba de ello. Si Dios alimenta su pueblo cuando tiene hambre y le da de beber cuando tiene sed, lo asiste también cuando su existencia está amenazada. Pero Dios no salva al hombre sin el hombre, (el que te creó sin ti, no puede salvarte sin ti. S. Agustín), y Moisés lo entiende bien convirtiéndose en mediador ante Dios en una actitud sacerdotal que da la victoria a su pueblo.

 

Sal. 120 – Según el título, es un canto de peregrinación. Según el tema, es un canto de confianza. Según la forma, a una pregunta responde un oráculo. Quizá el peregrino pregunta en el templo, y el sacerdote responde con el oráculo. La palabra dominante es «guardar». v.1. Los montes levantan la tierra hacia el cielo, son morada preferida de Dios: el peregrino contempla un panorama de montes y colinas. v.2. La primera respuesta suena en primera persona, como si la hiciera el mismo peregrino. Pero pudiera ser una fórmula fija, de alcance general. vv. 3-4. Comienzan las variaciones sobre el tema: el guardián de todo Israel es también guardián de cada uno, y siempre vigila. vv. 5-6. La sombra es la presencia protectora de Dios, sobre todo en el templo. vv. 7-8. Entradas y salidas son todos los movimientos, toda la actividad del hombre.

 

2Tim. 3,14-4,2 – La Sagrada Escritura – De un tiempo a la fecha el mundo se ha convertido en una feria de opiniones vendidas por tantos charlatanes. Procuremos no ser uno de ellos. Pablo nos reenvía a la Biblia, no para encerrarnos en ella como en un gueto, sino para prepararnos a decir cosas sensatas. Leer para hablar; y hablar a los otros, para descubrir con ellos el designio divino. La Biblia se lee de camino, (cf. Lc. 24,27). Proclamar la palabra significa dialogar, para instruirnos mutuamente. La Biblia no se lee en solitario. Así es de que, en eso de que “en la Biblia está la verdad. Léela”, hay mucho de ambigüedad.

 

Lc. 18,1-8 – La tolerancia de Dios – Orar sin desfallecer quiere decir que aceptamos la lentitud del crecimiento del Reino, porque Dios mismo lo acepta así, (cf. Mt. 31,32); quiere decir que reconocemos la lentitud de la conversión de los pecadores, (y sobretodo la propia), porque Dios la soporta. La oración se convierte, así, en un medio para manifestar quién es Dios y cómo se comporta respecto al hombre. Dios nos espera sin pretender encontrar, todavía, la fe en el hombre. También el cristiano que ora está en espera, sin estar cierto de lograr su objetivo. Poco importa: la oración afirma una exigencia de justicia, pero participa también de la paciencia de Dios, que espera la conversión del hombre.

 

¿Qué es la oración? «para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia lo alto, un grito de reconocimiento y de amor tanto dentro de la prueba como desde dentro de la alegría».

(Teresita Del Niño Jesús).

 

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Oportet semper orare!

El tema de este domingo es la necesidad de la oración. Y no solamente la oración, tema tan querido para Lucas, sino, al mismo tiempo, las dos características de la oración cristiana. Cristo nos exhorta ahora a una oración “continua e “infatigable”: Si la súplica insistente termina por doblegar, a un juez injusto, ¿cómo no doblegará el corazón de un Padre? La escena del Éxodo traduce plásticamente la misma verdad: cuando Moisés levantaba las manos, Israel vencía. De aquellas manos alzadas, en gesto orante, dependía el éxito de la batalla. También nosotros, hoy, en esta especialísima situación de la ciudad y la república, debemos mantener las manos levantadas al cielo. Y el tema de la oración como nos viene presentado hoy, exige dos condiciones, perseverancia incansable y confianza indestructible.

 

Sobre todo, es necesario orar siempre. El ideal evangélico al respecto es, como puede verse, extremadamente exigente. Es totalitario como el ideal del amor. Es toda la persona la que debe implicarse en la oración: mente, corazón, voluntad, dominio de los sentidos. Entonad cantos y salmos con todo vuestro corazón. (Ef. 5,18-20), es decir, con todo nuestro ser.

 

La oración debe abarcar también todo el arco del tiempo: siempre.  La oración no es algo que admita intermitencias, y no puede abandonarse sin que nuestra fe experimente un déficit. No se trata de murmurar ciertas fórmulas durante el día. La oración ha de estar asociada íntimamente a la experiencia concreta de la vida diaria hasta llegar al punto de hacer de ella una vida y de la vida una oración. Es el ejemplo de los santos, no solamente la suya era una vida de oración, sino que ellos mismos eran oración.  Lo cual quiere decir que no es un momento, sino la vida misma.

 

Jesús modelo de oración. No tenemos otro maestro de oración. No existe otro maestro de oración. “Jesús es quien ha rezado con más vigor en todo la historia” (Söderblom). “Asomarse a la oración de Jesús es descubrir sus relaciones misteriosas con el Padre y la esencia de su Mensaje” (K. Adam). En la oración de Jesús estuvimos todos nosotros presentes, pues su oración fue una oración comprometida, una oración esencialmente por el Reino (Jn. 17,20-26). Nuestra capacidad de oración brota de su oración, nuestra oración se apoya en la suya. Él es el modelo y sostén de toda  oración cristiana. Por ello la oración de la Iglesia es siempre: Por Nuestro Señor Jesucristo . . . .

        

Él nos dejó, no sólo el mandato de “orar siempre y orar sin desfallecer”, sino que nos dejó, también, el ejemplo luminoso de su vida de oración. Oró siempre, su vida toda, su ministerio y su pasión, es tan bajo el signo de la oración. Es el quien sabe orar porque “solo El conoce al Padre” (Mt. 11,27; Jn. 1,18). Por eso “antes de Cristo no era conocida la oración” (K. Adam). “Lo que ofrecen las religiones extra cristianas en cuanto a oración personal, es infinitamente pobre en comparación con la riqueza de la gama de matices de la vida interior que se manifiesta en la oración de los genios cristianos” (Heiler). “El cristianismo vino a ser la patria de la verdadera oración personal” (Soderblom), “sencillamente, la religión de la oración” (Bousset). “El cristiano que  no hace oración le da la razón a  los ateos”. (Rahner). Sin la oración es imposible el cristianismo, decía (Pablo VI).

 

“Para el hombre religioso los tiempos de la oración son los momentos de su vida en los que El se ve confrontado con el misterio último de su existencia. Sólo en la oración, cuando el hombre se encuentra delante de Dios y se dirige a Dios, es plenamente El mismo; nada puede esconder en la presencia de Dios: ni sus deseos más profundos, ni sus ideales; aún sus debilidades y sus pecados aparecen bajo una luz nueva, la luz misma de Dios. En la oración el hombre dirige una mirada a su más profunda intimidad, una mirada serena, objetiva y encuentra, también, la orientación fundamental y más auténtica de su vida.

 

San Agustín escribía en un pasaje famoso: “Tu nos hiciste para Ti. Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti” (Conf. 1.1.1.). Ahora bien, en la oración, precisamente, el hombre se encuentra delante de Dios y en un cierto sentido ya reposa en El.  Reencuentra lo que de mejor hay en El mismo. Por esto, cuando nos es concedido penetrar en el misterio de la oración de alguien conocemos algo de sus secreto”.

 

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Normas de la oración agustiniana. (Orden de los agustinos recoletos.

 

1.- La oración es un don de Dios, por lo que el hombre debe pedirlo como un mendigo. Sea rico o sea pobre, el hombre ante Dios siempre será un mendigo. La oración para San Agustín parte de esta premisa. (Homo mendicus Dei: In Ps. 29,2,1; Sermo 56,9; Sermo 61,4)

 

2.- La oración es ejercicio de humildad, que parte del auto-conocimiento frente a Dios. «Dios que eres siempre el mismo, haz que me conozca a mí, que te conozca a ti» (Sol 2,1) Pues: «Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes» (1Pe 5,5)

 

3.- La oración es obra del Espíritu Santo, que clama en nuestro interior para que nos dé las palabras y la voz para orar ante Dios.

«La misma caridad gime, la misma caridad ora; contra ella no sabe hacerse el sordo aquel que te la dio. Estate seguro: si la caridad ora, allí estarán atentos los oídos de Dios (Joan. Epis. Tract. 6,8)

«Dios llenó a sus siervos de su Espíritu para que la alabasen» (In Ps. 144,1)

 

4.- La oración es un ejercicio de recolección, de recogimiento interior. Hay que entrar en el propio corazón evitando la dispersión para encontrarnos con Cristo, Maestro interior.

«No salgas fuera, regresa a ti mismo; en el interior del hombre habita la Verdad» (De vera religione, 39, 72)

«Tu estabas dentro de mí, más dentro que lo más íntimo de mí y más elevado que lo más alto de mí» (Conf. 3,6,11)

 

5.-  La oración es un ejercicio de amor.

  1. a) Orar es amar y dejarse amar por Dios. Orar es «abrazar a Dios con amor, abrazar el amor de Dios» (Trin. 8,8,12)
  2. b) Orar es amar, es dejarse transformar por el mismo Dios en la oración, por el fuego de su amor, dejando las cosas de la tierra y llenándose de Dios: «¿Amas la tierra? Serás tierra. ¿Amas a Dios? ¿Diré que serás Dios? No me atrevo a decirlo como cosa mía. Oigamos a la Escritura: Yo dije: Todos sois dioses e hijos del Altísimo» (Ioan, epist. Tract. 2,14)

 

  1. c) Orar es amar, para vaciarse del amor del mundo y llenarse de Dios: «No ames el mundo. Excluye de ti el amor malo del mundo, para que te llenes del amor de Dios. Eres un vaso, pero estás lleno; arroja lo que tienes para que recibas lo que no tienes». (Ioan. Epist. Tract. 2,9)
  2. d) Orar es amar, para apegarse a Cristo olvidándose de todo lo demás. Todas las cosas se relativizan cuando, desde la oración, se ama profundamente a Cristo.

 

«Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor, ni trabajo para mí, sino que toda mi vida será viva y llena toda de ti» (Conf. 10,28,39). «El amor mismo es la voz que alaba a Dios! (In Ps. 117,23)

 

6.- La oración es diálogo amoroso con Dios.

  1. a) Se dialoga escuchando y respondiendo a la Palabra de Dios: «Tu oración es un diálogo con Dios; cuando lees las Escrituras, Dios te habla; cuando oras, tú hablas a Dios» (In Ps. 85,7)
  2. b) Se dialoga para encontrar a Dios y se le encuentra para seguirlo buscando con mayor amor. «Se busca (a Dios) para que sea más dulce el hallazgo, se le encuentra para buscare con más avidez». ( Trin. 15,2).

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Un minuto con el evangelio

Marko I. Rupnik, SJ

 

La religión puede convertirse en un simple cumplimiento de la ley, es decir, una mera regla de comportamiento y de actuación. Contra tales tentaciones, Jesús nos recuerda la oración incesante. Jesús, Hijo de Dios, quiere que también nosotros, en él, entremos en esta relación única y vivificante con el Padre. La relación Padre-Hijo está constituida por un continuo diálogo: el Hijo pide, el Padre se revela, se da a conocer. Repetir a menudo una breve invocación, una palabra de Dios aprendida de memoria, poner la mirada en una imagen religiosa, captar en el corazón la memoria del perdón espiritual experimentado, del amor de Dios que nos ha acariciado: esto significa vivir de manera personal la relación con Dios. Al actuar así, poco a poco, cada cosa que me sucede, cada cosa que veo, empiezo a contársela a Dios. En el corazón se crea una actitud constante y estable de apertura al Señor, y la oración, quizá repetitiva y breve, conforma un corazón orante.

 

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Eliezer Wiesel fue un escritor de lengua yiddish y francesa, de nacionalidad estadounidense, superviviente de los campos de concentración nazis, escribió lo siguiente: «¿Sabes quién ha revocado el decreto celestial que debía desencadenar una catástrofe sobre nuestro pueblo?, preguntó Baal-Schem al rabí Nahman de Hodorenko. Te lo diré yo. Ni tú ni yo, ni los sabios ni los grandes líderes espirituales. Nuestras letanías, nuestros ayunos no han tenido ningún efecto. Ha sido una mujer, una mujer del pueblo la que nos ha salvado. He aquí cómo. Vino a la sinagoga y se puso a llorar pre-entonando: “Señor del universo, ¿no eres acaso nuestro Padre? ¿Por qué no escuchas a tus hijos que te imploran? Fíjate, yo soy madre. Tengo cinco niños. Y cuando los veo derramar una lágrima, se me parte el corazón. Pero tú, Padre, tienes muchos hijos. Todos los hombres son tus hijos. Y todos lloran. Aunque tu corazón fuera de piedra, ¿cómo puedes permanecer indiferente?” Y Dios le dio la razón». (Celebraciones hassádicas).

 

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Orígenes en una homilía sobre el Éxodo escribe: «Quieres resistir, quieres vencer, alza las manos, alza tus acciones, que tu vida no sea a ras de tierra, sino como dice el apóstol: “Caminando sobre la tierra, vivamos en el cielo”». (cf. Fil. 3,19-20).