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Amos 8,4-7; Sal. 112; 1Tim. 2,1-8; Lc. 16,1-13

La página del profeta Oseas, que abre la celebración de hoy, es  gran actualidad a grado de parecer escrita, con solo actualizar  algunas imágenes, para nuestros días. En ella es denunciada la injusticia de los ricos y su insensibilidad para con los pobres que se convierten en  objeto de explotación. Oseas encarna la conciencia moral de su tiempo frente a las injusticias; la iglesia debe hacer otro tanto hoy, convirtiéndose en «conciencia profética» de nuestro mundo, donde las injusticias son siempre las mismas, con una sola diferencia: la globalización.  La pobreza, la injusticia y las profundas desigualdades son globales. Juan Pablo II expresó  la necesidad “de globalizar” también la caridad, la responsabilidad hacia los hermanos. La comunidad cristiana realiza este cometido a través de sus hijos e hijas más lúcidos y valientes. La doctrina social de la iglesia por una parte, y por otra, las grandes obras de caridad extendidas  por todo el mundo que hacen cercano el amor de Dios a los más pobres entre los pobres, ponen de manifiesto la centralidad del amor. (Teresa de Calcuta).

Es necesario que todos tengamos la valentía de gritar la frase que cierra hoy la primera lectura: “El Señor, gloria de Israel, lo ha jurado: no olvidaré jamás ninguna de esas acciones”. El Señor no olvidará ninguna de las injusticias cometidas en contra de los más humildes, es decir, las obras de los opresores. Dios se pone decididamente de parte de los pobres oprimidos, es más, Cristo se ha identificado con ellos. Y nosotros sabemos que la pobreza injusta está a la base del desequilibrio mundial; la pobreza está atrás de los movimientos migratorios en todo el mundo y que terminan muchos de ellos trágicamente, como en el macabro acontecimiento de San Fernando, Tams, o las pateras africanas que naufragan. La pobreza empuja a muchos de nuestros jóvenes y campesinos a opciones equivocadas de vida; la pobreza es la cantera de donde se surte el crimen organizado. La mala administración pública, la corrupción, la impunidad, han hecho de la nuestra una sociedad frustrada. Hoy, ciertamente, estos textos necesitan una “prolongación interpretativa”, tal como lo ha hecho el magisterio de la iglesia en su Cuerpo de Doctrina Social, en los diferentes dicasterios como Justicia y Paz, y los organismos para atender la migración y la movilidad humana.

Actualizando el mensaje nosotros debemos hoy transponerlo a enclave social. Las injusticias no se dan sólo entre personas, está todavía más marcado en las relaciones entre los complejos sociales: las naciones más ricas mantienen subordinadas a las naciones más pobres. Se han creado así lo que se llamó en un tiempo milagros económicos, pero a expensas de los más pobres. La Populorum Progressio acuñó una frase que se ha convertido en patrimonio de la humanidad: ricos, cada vez más ricos, y pobres, cada vez más pobres. Esta dinámica de la miseria no se ha detenido hasta nuestros días, es más, se ha hecho más profunda y aguda. En su encíclica Caritas in Veritate, B. XVI nos da una lección al respecto: repasando las grandes encíclicas sociales de sus predecesores, nos revela, no sólo la actualidad de ellas, sino cómo el pecado que denunciaban, lejos de desaparecer, se ha hecho más grave y ha adquirido mayores proporciones.  Mucho se escribió respecto a la última crisis global que trastornó al mundo entero y a cuya base no hubo otra cosa que la ambición, la deshonestidad y la avaricia de los hombres.

Pero la liturgia, más que un análisis de los males para denunciarlos con valentía, nos invita a descubrir principios inspiradores capaces de revertir la situación. El evangelio denuncia  con palabras muy fuertes el injusto imperio del dinero. La iglesia, si no aceptó nunca el comunismo por sus principios ateos, menos aún, acepta el capitalismo, caníbal, como lo calificó J.P. II cuya dialéctica interna se puede presentar esencialmente así: un individualismo exasperado, erigido como principio, – que produce el consumismo de masa estimulado por la publicidad -, para el beneficio egoísta de particulares o de grupos. El que no tiene capacidad para entrar a este juego consumista, es despreciado y marginado. Compro, luego existo.

Evangelio. ¿Qué dice la iglesia al respecto? Desde luego aquí cabría el recurso a la basta y rica doctrina social de la iglesia. A este propósito podríamos leer algunos números de la última encíclica de B.XVI, que con el título de La Caridad en la Verdad, analiza, desde la óptica cristiana, desde el evangelio, la situación de nuestro mundo. Lo primero que debemos afirmar es que la riqueza esta dada en la creación misma y la creación es obra de Dios para todos sus hijos; pero si se desata el acaparamiento, es decir, el egoísmo y la ambición, entonces se produce el desequilibrio, la riqueza extrema de unos y la miseria extrema de otros. Esta ambición y consumismo exasperados, tal como lo ha denunciado B.XVI en Caritas in Veritate, afecta gravemente también el medio ambiente; así pues, la ambición que está a la base del consumismo, trastorna la creación entera en su conjunto, y destruye nuestro hábitat. Tan grave así es el pecado.

Los bienes también tienen una función religiosa. En el evangelio leemos hoy la parábola del Administrador deshonesto. Jesús no alaba esa deshonestidad, sino la habilidad de este administrador para asegurarse el porvenir. Es una lección de astucia sobrenatural: la habilidad que los no creyentes ponen en acto para sus intereses materiales, debe ser imitada por los creyentes para tener parte en el Reino de los Cielos, para asegurarse la salvación.  Así lo dice expresamente Jesús, y ese es el centro del mensaje: los hijos de este mundo son más astutos en sus negocios que los hijos de la luz, (en los suyos). Es decir, en nuestros negocios de este mundo invertimos todo el esfuerzo, toda la capacidad, todo el tiempo, toda la astucia y habilidad posibles,  todos los recursos disponibles para lograr nuestros propósitos; en cambio, no trabajamos, ni lejanamente, con la misma intensidad y decisión en el asunto de nuestra salvación eterna. El evangelio nos hace ver que en el ámbito de las ganancias económicas esta verdad es todavía más evidente, asesores financieros, líneas de inversión, corredores de bolsa, analistas bursátiles, etc., etc., (se trata de carreras universitarias), y por el contrario lo definitivo, lo realmente importante, nuestra salvación eterna, tal vez no merezca tanto esfuerzo y dedicación. Pablo nos recuerda que en el asunto de nuestra salvación debemos trabajar con temor y temblor, es decir, con verdadero esfuerzo.

Pero Jesús también nos dice que el dinero puede servir para el bien si se le hace circular y fructificar con creatividad, de tal manera que los más necesitados puedan beneficiarse. Jesús nos dice explícitamente: con el dinero tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo. Y nos invita además a descubrirnos como administradores suyos;  realmente las cosas materiales de esta vida son “las cosas pequeñas” en las que tenemos que ser fieles para que se nos confíen “las cosas de verdadero valor”.  No hay pues desprecio en las palabras de Jesús sobre el dinero en cuanto tal. Él mismo tuvo necesidad del dinero en su vida. El evangelio nos dice que el grupo de Jesús tenía “una bolsa” común en donde echaban lo que había y de donde sacaban lo necesario. (y donde Judas echaba el gato a retozar. Jn.12,6). También nos dice que muchas de las mujeres que lo seguían desde Galilea vendieron sus bienes para ayudar a la causa de Jesús. (Lc. 8,3) Entonces, la severa advertencia de Jesús mira al peligro real de acabar convirtiéndonos en esclavos del dinero, que caigamos víctimas de la ambición y de la avaricia, en ese pecado que San Pablo compara a la idolatría.

Así pues el tema de este domingo es El administrador infiel. Lo cual quiere decir, ya por sí mismo, es que, a lo que Jesús nos invita, es a ser fieles administradores de todas las riquezas que nos ha dado en todos los ámbitos de nuestra vida. El administrador infiel se aprovecha de los bienes que administra para hacerse amigos que se interesen por él cuando ya no pueda ser administrador. El discípulo de Cristo, debe también, como el administrador, procurar con sus bienes, ganar «amigos» que intervengan en su favor a la hora de su muerte, en la cual los bienes de la tierra pierden su valor. (Lc. 12,30) Gana amigos con sus bienes el que los emplea para hacer limosnas. «Vended vuestros bienes para darlos en limosna. Háganse de bolsas que no se desgasten, de un tesoro inagotable en los cielos, donde no hay ladrón que se acerque ni polilla que corroa». (Lc. 12,33) Las limosnas y obras de caridad son intercesoras cerca de Dios, hacen al hombre digno de ver la faz de Dios y dan participación en el mundo futuro. Así se pensaba en el pueblo de Jesús.

El salmo 112 refleja la confianza del fiel en la misericordia de Dios que se hace cargo del pobre y del desvalido. Es un himno que canta la grandeza y la misericordia de Dios. Es Dios el que cambia las situaciones, el que invierte los valores. En el Magníficat, María canta  esta gloria de Dios: «Enaltece a los humildes», precisamente, en ella se realiza el supremo abajarse de Dios para la máxima elevación del hombre: la Encarnación. Por ello María es «Madre de hijos en la casa de Cristo, que es la iglesia».  De aquí que el concepto de pobreza en la Biblia no sea prevalentemente un concepto sociológico, que no está excluido, sino un concepto religioso,  de humildad, de dependencia, de relación con Dios, basado en la confianza.

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Tips

1.- Un artículo mío del 28.09.07, lo comenzaba así: Exordio.- Hace ocho días, mi entrega bien podía ser una de las homilías de Benedicto XVI; lo digo principalmente por el tema y la forma de su desarrollo. Pero la idea surgía, más bien, del número de septiembre de la revista Le Monde Economique. Analizando los artículos de ese número, los especialistas vertieron conceptos tales como: “El mundo rehén de las finanzas”, “Los gobiernos no aprenden” (mal endémico), “Las finanzas son el arma de la globalización”, “Los árboles no llegan al cielo”, “También con los errores se gana dinero” (el error de diciembre, por ejemplo), “Tengo una casa para revender”; a propósito de la crisis hipotecaria que afortunadamente no impactó en Matachi; y digo que no, porque no vi nada referente a Matachi en Le monde Economique. “Lógica bursátil aplicada a las universidades”, “Las universidades son élite de especialistas donde hacer dinero”, “Las universidades  compradas y manejadas por managers”; todas estas ideas, desarrolladas en el número de septiembre del suplemento de Le Monde Economique, me inspiraron la consideración evangélica del mismo asunto.

22.-El dato de Brtish Petroleum: el desastre histórico al medio ambiente, el coste para mantener a raya los medios y el pago Google para promover su imagen.

3.-. Comparto contigo este esquema de lectura de  Caritas in Veritate.

Retomando temas sociales contenidos en la Populorum progressio, escrita por el Siervo de Dios Pablo VI en 1967, se propone profundizar en algunos aspectos del desarrollo integral de nuestra época, a la luz de la caridad en la verdad: La doctrina social de la iglesia y el desarrollo sostenible a la luz de las pobrezas y desigualdades existentes en el mundo y la actual crisis económica global.

Aborda con realismo y esperanza los problemas creados por la crisis financiera, por la falta de instituciones internacionales capaces de reformar la ineficacia burocrática que alarga el subdesarrollo de muchos pueblos y por la falta de ética de muchas mentalidades que predominan en las sociedades opulentas.

En una primera parte examina las enseñanzas de sus dos predecesores: Pablo VI y Juan Pablo II. Los dos estaban convencidos de la capacidad del corpus de la denominada Doctrina Social de la Iglesia para dar la luz necesaria a un mundo que busca desesperadamente esperanza y claridad. También hace eferencia a otras encíclicas Rerum novarum (León XIII), Pacem in terris (Juan XXIII), Centesimus annus, Laborem exercens y Sollicitudo rei socialis (Juan Pablo II), la Constitución Gaudium et spes (Concilio Vaticano II), así como otros documentos pontificios.

En la segunda parte recorre las grandes amenazas que se ciernen sobre la humanidad en nuestros días. Siempre el punto de partida es la falta de consideración de la dignidad de la persona humana, y su conclusión será el ataque a la propia vida humana, la pobreza, la guerra, el terrorismo, el medio ambiente. El Papa proporciona los principios morales para afrontar estos problemas sociales y económicos, promoviendo una verdadera cultura de la vida y de la paz.

37. La doctrina social de la Iglesia ha sostenido siempre que la justicia afecta a todas las fases de la actividad económica, porque en todo momento tiene que ver con el hombre y con sus derechos. La obtención de recursos, la financiación, la producción, el consumo y todas las fases del proceso económico tienen ineludiblemente implicaciones morales. Así, toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral. Lo confirman las ciencias sociales y las tendencias de la economía contemporánea. Hace algún tiempo, tal vez se podía confiar primero a la economía la producción de riqueza y asignar después a la política la tarea de su distribución. Hoy resulta más difícil, dado que las actividades económicas no se limitan a territorios definidos, mientras que las autoridades gubernativas siguen siendo sobre todo locales. Además, las normas de justicia deben ser respetadas desde el principio y durante el proceso económico, y no sólo después o colateralmente. Para eso es necesario que en el mercado se dé cabida a actividades económicas de sujetos que optan libremente por ejercer su gestión movidos por principios distintos al del mero beneficio, sin renunciar por ello a producir valor económico. Muchos planteamientos económicos provenientes de iniciativas religiosas y laicas demuestran que esto es realmente posible.

En la época de la globalización, la economía refleja modelos competitivos vinculados a culturas muy diversas entre sí. El comportamiento económico y empresarial que se desprende tiene en común principalmente el respeto de la justicia conmutativa. Indudablemente, la vida económica tiene necesidad del contrato para regular las relaciones de intercambio entre valores equivalentes. Pero necesita igualmente leyes justas y formas de redistribución guiadas por la política, además de obras caracterizadas por el espíritu del don. La economía globalizada parece privilegiar la primera lógica, la del intercambio contractual, pero directa o indirectamente demuestra que necesita a las otras dos, la lógica de la política y la lógica del don sin contrapartida.