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Que el hombre hecho de barro
no vuelva a sembrar el terror.
Salmo 9b

No obstante la fuerza poderosísima de la corriente mercantilista, no debemos olvidar la profunda naturaleza religiosa de estos días. Lo que nos preparamos a celebrar, – si bien es estrictamente cristiano, rebasa los límites del cristianismo -, es el acontecimiento más grande de la historia. El cristianismo es la única religión de un Dios encarnado. Las otras grandes religiones monoteístas, el Islam y el Judaísmo, prefieren mantener a Dios en la absoluta lejanía, allá en el cielo; y, mientras Dios está tan lejos, ellos tratan, en su nombre, de arreglar, a su muy especial manera, las cosas aquí en la tierra. Nosotros nos aprestamos a celebrar “el momento más importante de la historia” y debemos enfrentarnos a “esa terrible reducción de banalidad” (B. XVI) que es el mercantilismo.  El Adviento lleva a la epifanía (manifestación) de Navidad: Dios, por amor, se manifiesta e nosotros en al condición humana, bajo los rasgos del «niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre», afirma asombrosamente Lucas, como midiendo las palabras, temiendo hablar demás y, así, dejarnos en silencio ante al misterio.

El Adviento está caracterizado por un fuerte llamado a la reflexión personal y comunitaria, nos llama a revisar “el combustible mental con el que vamos caminando nuestra existencia”. (G. Marcel).  A la manera de la aeronave que va revisando y rectificando constantemente el plan de vuelo, el hombre y la sociedad misma en su conjunto, ha de abrir espacios especiales para reflexionar sobre los derroteros que van siguiendo.  El Adviento nos pone en el estado de espera atenta y activa de un acontecimiento decisivo.

El leit motiv del Adviento se resume en un “estén alertas”. ¿Qué significado tiene esta advertencia pronunciada por el Bautista y por Jesús de Nazareth hace ya 2000 años? 1º. Significa estar atentos a la llamada de Dios en el aquí y el ahora de nuestra existencia; cada momento de la vida nos pone ante una decisión (crisis); todos los acontecimientos son otras tantas voces de Dios. El juicio del Hijo del hombre se refiere al comportamiento presente en relación con el prójimo. Las decisiones equivocadas o justas de hoy pueden significar el juicio o la gracia final.  2º. Significa estar atentos ante un futuro que está más allá de cualquier programación humana, más allá de todo lo que puede contenerse en nuestras programaciones. Programar es la obsesión actual: programar nuestra vida en todos y cada uno de los detalles, es tarea imposible. Pero hay una instancia que no puede olvidarse antes de cualquier intento de programar el futuro. El que agudiza la propia sensibilidad para descubrir aquello sobre lo que no tiene dominio, el que no teme al riesgo y toma en serio la incertidumbre de toda cosa terrena, se abre al Dios que viene. “Al Dios del venir”, decía J. R. Jiménez. La esperanza cristiana es la adecuada actitud fundamental en la cual vale la pena ejercitarse. 3º. Significa estar alertas por el Dios del futuro que cierra soberanamente la historia humana y que, en Cristo Jesús, el Hijo del hombre, que vuelve, recompensará a cada quien según sus obras. 4º. Significa, por último, estar preparados para el encuentro personal con Dios trámite la propia muerte. La imagen del Hijo de Dios como juez que nos revela la Escritura quiere mostrarnos la instancia ante la cual debemos hacer nuestras opciones operativas en el hoy de nuestra vida.

Pero, hablar en estos términos, ¿no es salirnos de la realidad? Creo que no. Lo afirmaba en días pasados: la solución a los grandes problemas que nos plantea nuestro tiempo exige considerar seriamente la alternativa de índole religiosa, en su mejor acepción. No deja de asombrarme el análisis que desde las ciencias humanas se hace de la problemática actual; se trata de un brillante despliegue de la razón. Pero tal parece que ver, querer y ansiar el bien, la belleza, la justicia, la verdad, la paz y la reconciliación, está al alcance de la razón, realizar tal ideal, ya no. Necesitamos otra alternativa.

El filósofo francés André Glucksmann refiriéndose a los recientes disturbios callejeros en Francia, hace una reflexión que nos incumbe a todos y que va más allá del caso particular. Quemar vehículos vacíos es un delito, dice. Incendiar autobuses, vaciar galones de gasolina debajo de los pasajeros y prender una cerilla es un crimen. ¿Hace falta ser filósofo para distinguir entre la violencia contra las cosas y el terror contra las personas? Se ha traspasado un límite. «Ha llegado la hora del nihilismo». Se toma en serio el slogan hasta ahora fantasioso de «¡que se joda todo!». Los casos de crueldad no suscitan el menor sentimiento de horror o de repulsa en los insurrectos. Dos jóvenes africanos que se electrocutan al huir de la policía es el detonante de la violencia en las ciudades francesas; y el hecho es deplorable, pero no tienen una palabra ni una mirada para las víctimas y los muertos que ellos causan. Como si, traspasado el umbral de la dignidad humana, la lucha se volviese normal.

“El odio hacia sí mismos, el odio hacia los demás y el odio hacia el mundo son compañeros de viaje. Se revalidan aterrorizando a su entorno a golpe de coctel molotov transformando las tuberías de gas en antorchas contribuyendo a la destrucción general. «quemo, luego existo». Todo movimiento contestatario violento es presa de estas tentaciones. Pero éstas triunfan cuando el odio toma el mando y los incendiarios defienden su fuerza únicamente en función de su capacidad para hacer daño.  Reflejan su poder y celebran la asunción de su virilidad en las llamas que devoran su lugar de nacimiento”. Estas palabras las decimos a propósito de la violencia en Francia, pero la actitud de los universitarios en Guerrero o los perredistas en un municipio neolonés, destruyendo toda a su alrededor armados con hachones para exigir, unos, “sus becas” y otros no se qué cosa, revela exactamente la misma lógica: el odio que los lleva a destruir aún lo que es suyo. Patética, sin más, la escena del viejo campesino que ante las oficinas  donde residen los que manejan del desastre del campo mexicano, como signo de impotencia y de desesperación, amenaza con clavarse un cuchillo en el vientre. Se trata de acabar de una buena vez con la muerte lenta y desesperante a la que se ven sometidos nuestros campesinos.

El filósofo se refiere a una situación muy concreta pero, que, sin embargo, es una situación que de distinta manera vivimos en todo el mundo y vivimos también en nuestra ciudad. Se trata del absurdo en que la vida se convierte para muchas personas, para muchos de nuestros jóvenes. El odio a sí mismo, a los demás y al mundo y  el desprecio a Dios, tiene expresiones muy concretas y se echa de ver en las ejecuciones, en los asesinatos, en el tenebroso mundo del llamado crimen organizado, en el mundo sombrío de la pandilla, en el abuso infantil en todas sus formas, en esa violencia generalizada que se hace ya forma de convivencia, en la cultura en que estamos inmersos que nos obliga a vivir en la periferia de nosotros mismos.   ¿O no le dice a usted nada la nota que aparece en nuestro Diario este martes: “Mueren dos niños”….. El primer caso corresponde al fallecimiento del niño Enrique González Jiménez de tres años de edad, quien después de tres días de estar internado dejó de existir víctima de los golpes que le propinó su madre. Había ingresado al hospital con traumatismo craneoencefálico.

Si esto nos deja indiferentes, significa que también entre nosotros está esa corriente nihilista, es decir, esa abdicación del ser, ese desprecio a la vida y a todo, ese odio que todo lo abarca y todo lo determina, esa indiferencia cruel ante la pobreza y el dolor ajeno; tal actitud es llamada por los filósofos nihilismo que traducido al lenguaje coloquial es un simple: “¡que se joda todo!”, como dice Glucksmann que titula su ensayo “Las hogueras del odio”. (El País. 29.11.05)

Y Paul Kennedy, profesor J. Richardson de Historia y Director de Estudios de Seguridad Internacional en la U. de Yale, desde otro ángulo nos pinta un cuadro parecido. “Fuego en la mente de los hombres”, titula su ensayo.  Ironía del destino. La UNESCO celebra sus 60 años en París a unos metros de los coches incendiados. “Dado que las guerras comienzan en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben construirse las defensas de la paz”, es su lema; pero su tarea parece haberse reducido a declarar “patrimonios de la humanidad”. De tal manera que las desigualdades insoportables de donde brotan las guerras siguen vigentes. Y las mentes enfermas que encienden las guerras parece que son la únicas que siguen funcionando.  Luego de un análisis breve y brillante, afirma el autor: “nuestro mundo, cuando lo inspeccionamos más de cerca, no es en absoluto uniforme. Siguen existiendo lugares prometedores y algunas ciudades que todavía rezuman confianza en nuestro futuro. Pero mi sensación general es que en grandes regiones del mundo se da un aumento de la ansiedad humana. Ya sean los empleados estadounidenses del sector automovilístico, los agricultores franceses asustados por su trabajo y por las perspectivas de su familia, los jóvenes desilusionados de los centros urbanos, los electorados decepcionados que recurren a «hombres fuertes», en las Repúblicas de Asia Central y en el resto de la antigua Unión Soviética, o los pueblos radicalizados de Suramérica, los tiempos no pintan bien.  Y en unos días de tanto pesimismo y preocupación, nuestra tendencia humana es, por desgracia, la de culpar «al otro», la de señalar con el dedo al extranjero. No importa demasiado que sean los chinos exportando artículos por debajo de su coste, o los estadounidenses intentando desmantelar las comunidades rurales de Europa, o bandas musulmanas de los suburbios siniestras e imposibles de integrar, todos ellos amenazan nuestro estilo de vida. ¿Y dónde están los líderes políticos que reunirán las tropas, cerrarán las fronteras y aplicarán verdaderas políticas nacionales? Olviden todas esas tonterías de la comprensión cultural”. (El País. 30.11.05).

No sé si el eminente catedrático de Yale tiene en mente el caso concreto de la frontera de México y los Estados Unidos cuando hemos vividos estos días, precisamente, ese gesto amenazador y hemos comprobado “esa tendencia de culpar «al otro», la de señalar al extranjero con el dedo”. Consecuencia final, pero terrible, de la paranoia, el síntoma de una sociedad y de una cultura enfermas, prisioneras de su egoísmo y de su miedo.

¿Pero hay novedad en todo esto? ¿No será todo esto tan antiguo como el hombre mismo, y por ello el mensaje del Adviento permanentemente actual? Las mentes más brillantes de nuestro tiempo han tenido la lucidez y la valentía de denunciar la neurosis universal que nos domina, la prevalencia del gesto amenazador, la tortuosidad de las mentes donde se generan las guerras, la insensibilidad y la indiferencia ante los problemas más acuciantes de la humanidad.  Y estos hombres coinciden en que algo debe de hacerse, pero se quedan también en el ámbito del esfuerzo meramente humano; al menos en apariencia, se mantienen cerrados a la trascendencia.

Hace muchos siglos, tal vez veintisiete siglos, un profeta y poeta conocido como Isaías denunciaba una situación muy similar a la que estamos viviendo hoy y hacía una lectura diferente. Su admiración es tan grande que comienza a preguntar a Dios mismo: “Tú, Señor, eres nuestro Padre y nuestro Redentor; ese es tu nombre para siempre. ¿Por qué, Señor, nos has permitido alejarnos de tus pensamientos y dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto de no temerte? Estabas airado porque nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes….Nadie invocaba tu nombre, nadie se levantaba para refugiarse en ti, porque nos ocultabas tu rostro y nos dejabas a merced de nuestras culpas.

Sin embargo, Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero; todos somos hechura de tus manos”. (Is. 63)  ¿No necesitará el hombre actual un análisis trascendente, una nueva forma de lectura, un cambio de perspectiva para descubrir en éste desequilibrio global algo más que simples fallas en los cálculos y programaciones, en la economía, en la ley del mercado, en los errores políticos, y darse cuenta que detrás de todo está una falla muy profunda que cae en el campo de nuestra libertad, y por lo tanto, de nuestra responsabilidad, en una opción hecha, y que en lenguaje religioso se llama pecado?  En esta perspectiva, el Adviento, sigue siendo actual. Y necesario. Es, tal vez, otra pista de interpretación. Después de todo, la religión no es un asunto privado.