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¿De qué vas a morir?, preguntó una de las hermanas a S. Teresita de Lisieux; ella respondió: «de muerte»; así de simple. ¿Se trata de una perogrullada o de una suprema lucidez que sabe distinguir el misterio de la muerte de sus circunstancias – enfermedad, infarto, accidente, fuego cruzado, explosión en la maquila, accidentes en autos o tráileres etc. -, que la acompañan siempre, sin abandonarla jamás? «La muerte es la enfermedad mortal que contraemos al nacer». (S. Agustín).

Son de candorosa sencillez las palabras de S. Juan Diego a la Virgen aparecida cuando ella le pregunta sobre sus apuros. Su tío está grave, de muerte, y él dice a la Virgen: “Voy a llamar … a uno de nuestros sacerdotes para que lo confiese y prepare … porque en realidad para ello nacimos, los que vinimos a esperar el trabajo de morir”. Solo eso hace de la muerte algo ‘digno’: asumirla y prepararla.

Teresita, Santa de nuestros días, de luminosa sencillez, momentos antes de morir exclama: «Yo no muero, entro en la vida». Esta es la suprema, difícil e inaudita verdad de nuestra fe. Y por lo mismo, realidad que no puede improvisarse. Para decir semejantes palabras en el momento supremo de nuestra vida terrenal, hizo falta toda una vida de la que la muerte formó parte. Antes cuando nuestra fe se traducía en oración, nos enseñaban a pedir el «don» de una buena muerte lo cual no se refería principalmente a las circunstancias, sino al hecho de asumirla plenamente, cristianamente. Salir de este mundo en paz con Dios y con los hermanos. Existe al arte de amar, el arte de vivir; también el arte de morir. Y el arte se aprende. “El amor se aprende”. (B.XVI).

El miedo. Quién más, quién menos, todos tememos este último momento de ruptura. De radical ruptura con nosotros mismos, con los demás, con el mundo. Ruptura con lo que somos y con lo que hemos sido. Ruptura con lo que conocemos y con lo que amamos, es un paso hacia lo desconocido. Ese momento que nos aguarda, que habremos de enfrentar sana o insanamente, es una situación de crisis que abordaremos con nuestra desnuda existencia, con nuestro yo desnudo. El santo Job dice en el paroxismo de su dolor: «desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él». (1,21). Esa desnudez es nuestro ser creaturas, sin adornos ni títulos ni riquezas ni honores, sin ninguna de esas máscaras con las que solemos atravesar la vida. Solos, con nuestra culpa, con nuestra radical impotencia frente a la eternidad. Ese momento nos revela realmente lo que somos: seres contingentes y desvalidos.  Tal certeza nos entristece. Pero nos consuela la esperanza en la misericordia que nos aguarda al ‘otro lado del río’.

Ante lo desconocido. Existe una pintura de Van der Weyden, La Sala de los Pobres, que muestra algo así como un hospital general, pero en el siglo XV. Un enorme galerón en donde los enfermos se encuentran hacinados, desvalidos, con el miedo reflejada en sus ojos, víctimas de la desesperación última. El autor no quiere pintarnos propiamente los cuidados intensivos de su tiempo, sino el estado del hombre ante el misterio de la muerte. Llama poderosamente la atención una figura del Arcángel Miguel, con una mirada implacable y sosteniendo en su mano una balanza, símbolo del juicio. No sólo es la muerte; es que sigue el juicio para responder, sin esperanza de apelación alguna ni alegato de tortura, de todo lo que hemos hecho con el amor, la amistad, el cariño; con la vida. Esto infunde terror. Pero esa presencia amenazante del Arcángel es superada por otra más próxima y misteriosa a la vez: la de Cristo en su gloria, «Sol que alumbra a los que yacen en tinieblas y en sombra de muerte». (Lc.1,7-9). Hacia él se dirigen todos los rostros: los de los Santos que lo rodean en su gloria y los de los pobres hijos de Adán que luchan todavía en este mundo atascados en el barro de sus cuerpos doloridos. “Desterrados, hijos de Eva”. La pintura nos habla de ambas realidades.

La seguridad. Una de las trampas de nuestra cultura ante la muerte, es haber despertado en nosotros la psicosis de la seguridad; quisiéramos estar seguros de todo y contra todo. Sentimos horror ante la inseguridad. Compramos seguros para la vida y para la muerte; Incluso pagamos por adelantado nuestro entierro. Caso único en la creación.  La seguridad total es, sin embargo, una ilusión. La vida es un proceso de cambio; vulnerabilidad y riesgo son inherentes a la existencia. Aferrarse a la seguridad o perseguirla crea más inseguridad y miedo. En la medida que nuestra cultura occidental ha hecho hincapié en controlar la naturaleza, la muerte se ha convertido en el enemigo incontrolable; hemos cedido a los médicos la responsabilidad de combatir a ese enemigo y así la muerte se ha tornado más y más “en un problema médico” que se resuelve con un certificado de defunción por insuficiencia cardio respiratoria, en vez de un suceso natural, “como los ríos que van a dar a la mar”. Ahora nos morimos de algo mientras que Teresita decía que iba a morir de muerte. Sabia y dificilísima virtud de distinguir la muerte de sus circunstancias. La muerte es la muerte y los pretextos para la muerte son muchos, múltiples y variados.

¿Morir o entrar a la vida? En las dos frases arriba citadas de S. Teresita encontramos esta doble perspectiva de Van der Weyden: ciertamente habremos de experimentar la muerte y enfrentar el juicio, pero no es menos cierto, siempre desde nuestra fe, que, “no morimos; entraremos en la vida”. Cierto autor, especialista en el tema, llama a S. Teresita, «la Santa de la muerte para nuestro tiempo», esto porque ella, muerta tras una penosa enfermedad y dolorosísima agonía, a la edad de 24 años, (las pías hermanitas le hicieron la vida de cuadritos, por si faltara algo), constituye para el hombre posmoderno una enseñanza suprema en el aprendizaje del difícil arte de morir. Y de vivir.

Entrar en la vida. Pero, durante su penosa agonía repetía como jaculatoria: “Mon Dieu….je vous aime!….”, “Dios mío, yo te amo”.  Considerar la muerte como un paso a la vida supone que este paso se ha vivido a lo largo de la vida; este paso no es propio de los «muertos vivientes», – ¡tan en boga los muertos vivientes! – ¿No seremos una sociedad de muertos vivientes, muertos para la vida y muertos para la muerte?, y no ya una sociedad de seres plenamente despiertos a la vida.

El horror. Lo que ha facilitado la violencia fratricida y escalofriante en nuestra cultura, en el estado y en nuestra ciudad, ha sido precisamente el desprecio de la vida y de la muerte. Tememos más a la vida que a la muerte. La acción totalmente patológica de desmembrar a las víctimas es escalofriante por sus implicaciones psicológicas. Es un nihilismo donde ya no importa ni vivir ni morir, ni se teme la muerte ni se ama la vida. Y esto es lo que hace posible las peores atrocidades, la crueldad más deshumanizada y aterradora. En Guadalajara están los tráileres cargados de cadáveres. El país es una tumba clandestina.

No existe ya la fe, no hay esperanza y el amor se ha extinguido. Se trata de muertos vivientes que van a matar hasta que los maten. Me parece que ese es el tema de fondo de las películas tan en boga con la esa temática. Esto nos pone ante la gravedad del problema cultural de nuestra época. No podemos hablar con sentido ni de la vida ni de la muerte. Solo perplejidad ante la vida o la muerte. El delincuente dice con toda verdad: “nosotros no tenemos miedo; ustedes tienen miedo. Está delante de usted una especie de posmiseria que genera una nueva cultura asesina, ayudada por la tecnología, los satélites, celulares, internet, armas modernas. Es la mierda de los chips con megabytes…”, ha confesado un siniestro sicario. En efecto, somos nosotros, los “normales”, quien tenemos que cerrar fraccionamientos, reforzar nuestras viviendas, experimentar la amenaza y la incertidumbre. Ellos no tienen miedo.

Quien quiera ver la verdad de lo dicho, vea el número de muertos esta semana en Juárez y los niños violados por padres o padrastros. La respuesta: organizar carreras. Pero ¡atención!; no solo aquí. Cruel ironía ha sido la masacre ejecutada en L.A.; un cruel mentís al discurso político triunfalista que solo conoce palabras sin sentido, insulsas, tuiteras. Ante la atrocidad reiterada solo cabe el tuit: “Gran valentía mostrada por la policía. La Patrulla de Carretera de California estaba en la escena de los hechos en tres minutos y el primer agente en entrar disparó en numerosas ocasiones. Ese sargento del sheriff murió en el hospital. Dios bendiga a todas las víctimas y familiares de las víctimas”. That is all you can say about the situation at this stage. O, What’s up, Doc.?

La muerte es el único tabú que nos queda, todo ha sido derribado, todo se puede y todo se hace. Los parlamentos legalizan la cultura de la muerte mediante simples eufemismos. Mariguanos o asesinos legales, ¿qué más da? ¿Cuáles son las fuentes del Derecho?