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“El desarrollo es el nuevo

 Nombre de la paz”.

(Pablo VI).

 

¿Cuál es el camino de la paz?, reza la cabeza de un artículo del historiador Joan B. Culla I Clara. Y la respuesta corre por el ancho campo de las hipótesis, de los “si Israel quisiera; si Hamas esto, si la yihad, si  esto, si lo otro; si Obama aquello, si Europa, si la diplomacia, si la ONU, si los árabes, si los extremistas, si la economía, si la solidaridad; y los “síes” condicionales se multiplican según la especialidad del exponente. El hecho es que, si no estamos en una III guerra mundial, si en  una violencia global, desde Guachochi a Iguala o Irak, Hong Kong o Cataluña.

 

Todas las opiniones son bienvenidas; en el fondo revelan la preocupación y el anhelo de paz que anida en el corazón de todos los humanos.  Pero, al mismo tiempo, la persistencia lamentable de la violencia, con todos sus rostros, pone de  manifiesto la radical impotencia nuestra para alcanzar la paz; nuestra historia, es la historia de nuestras guerras y de nuestros intentos fallidos para apaciguarlas, es la historia de las grandes injusticias, de las desigualdades inaceptables, es la lista de nuestras desavenencias y disensiones.   Pero, nunca han faltado voces que, si bien se pierden en el desierto, revelan que Dios no  ha abandonado a la humanidad y desde distintos sitios continúa llamando a la sensatez.

 

El dictado de Pablo VI, inmenso profeta dolorido de nuestro tiempo, es un relámpago que ilumina nuestro cielo oscurecido, «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz». La pobreza es el mayor escándalo de nuestro tiempo y la mayor violencia ejercida contra millones  y millones de seres humanos que habitan esa zona marginal de la historia; los contrastes son hirientes y ponen de manifiesto que la pobreza no sólo es económica, sino moral, que se trata de rasgos negativos de la cultura, de las ideologías sesgadas y de un “subdesarrollo moral”,  realidades éstas, que hacen posible, – y digerible – , una realidad tan amarga. Gran parte de la humanidad está bajo el signo de la pobreza y sus terribles consecuencias, y nuestra Ciudad no es excepción;  demasiada pobreza deambula por nuestras calles.

 

El 26.03.1967, Pablo VI firmaba la Encíclica Populorum progressio, catalogada como una de los documentos sociales  más importantes del Magisterio de la Iglesia de todos los tiempos. En él encontramos una advertencia profética donde se denuncia el resultado desastroso  al que se llegará, de no dársele al desarrollo un rostro humano, de no  poner a la persona en el centro de los programas y proyectos económicos; de no eficientar el gasto social y privilegiar las áreas más vulnerables. “Abandonada a sí misma, la economía moderna lejos de atenuar, agranda la disparidad de los niveles de vida de los pueblos. Simultáneamente, los conflictos sociales se universalizan. Las disparidades se dan también en el ejercicio del poder político cuando este queda en manos de minorías oligárquicas”, (nn. 8-9). Terrible cuando la mentira campea a sus anchas, cuando se aplican los métodos de Goebbels.

 

Vista en perspectiva, estas palabras constituían en su momento una seria advertencia que prevenía a la humanidad sobre la crisis que se desencadenaría de no poner a la economía bajo el dictado de la  ética; y las consecuencias están a la vista. Desde todos los ángulos, los críticos han denunciado el transfondo de inmoralidad de la situación actual. Se trata de un oscurecimiento de los valores.  Se denuncia la mezcla explosiva de una voracidad financiera descontrolada y un sistema político que le prestó el andamiaje ideológico, llámesele como se le llame.

 

La tierra entera es para el hombre; por lo cual, todo hombre tiene derecho a encontrar en ella, cuanto necesita para su subsistencia y su progreso. Todos los demás derechos, sin excepción, están subordinados a éste. Esta subordinación es su finalidad primera”. (n. 22). La riqueza está dada en la creación misma, de tal manera que la pobreza no es una fatalidad, sino el resultado de un desorden. El acaparamiento de los recursos naturales, desde el petróleo hasta el maíz y la tierra misma, con fines especulativos, determinan la pobreza. La pobreza en África no es más que la consecuencia final del colonialismo europeo; así lo ha reconocido un honesto sociólogo italiano refiriéndose a los países de África nororiental, donde residen los desastres humanitario más terribles de los que se tenga memoria; esas zonas  eran colonia italiana. La riqueza, según el texto de Pablo VI, que Dios a dado a todos sus hijos en la creación misma, se ha privatizado y destinado a la especulación. No  ve usted, ¡se venden parcelas en la luna! De ahí, el ecocidio planetario. Millones de morsas muriendo por el deshielo en Alaska.

 

“El desarrollo, si ha de ser auténtico, tiene que ser completo: de todo el hombre y de todos los hombres. Responde al propósito de Dios. Y es el hombre mismo el responsable y el artífice principal del éxito o del fracaso de su propio desarrollo.

 

Este desarrollo personal es obligatorio, resume todos los deberes del hombre y, por su inserción en Cristo, tiene abierto el camino hacia un humanismo trascendente que se alza como finalidad suprema del desarrollo personal. Este es exigido también por la razón comunitaria de nuestra pertenencia a la sociedad y a la humanidad entera. La solidaridad universal es un deber”.

 

Morir de sed. La edición digital de un diario internacional presenta en la parte superior de su página principal, con imágenes animadas, una promoción para ayudar a cierta ONG para llevar un vaso de agua a los niños que mueren en el mundo, simplemente de sed. Aparece el rostro de una niña que bien puede ser mexicana, morena ella, con el blanco de sus ojos muy blanco y la tristeza, la desesperanza y el hambre reflejadas en su mirada. A estas personitas, lector, las contamos por millones: mueren de sed.  Cuando termine de leer el presente, habrán muerto muchas personas de hambre y de sed, simplemente.

 

Se necesita un proceso de conversión muy a fondo para ver en tales situaciones un gravísimo desorden moral; la Doctrina Social Católica, expresadas en documentos como el que venimos citando, tienen una única base: la dignidad de hombre, de todo y cada hombre, creado por Dios a imagen suya. De aquí brota la mayor exigencia para la solidaridad universal. El cúmulo infinito de sufrimiento determinado por la pobreza injusta, provocada, utilizada, incluso como arma política, es un desorden ético inadmisible.

 

Jornada mundial de la paz. En el mensaje del 1º de enero de 1993, J. Pablo II escribía: “Se constata  y se hace cada vez más grave en el mundo otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras, viven hoy en condiciones extremas de pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se hace más evidente, se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden la dignidad innata y comprometen, así, el auténtico y armónico progreso de la comunidad mundial”. Ante estas voces de alerta han prevalecido otros intereses, otras visiones, sistemas económicos destinados exclusivamente a la ganancia.

 

En el 2009, B. XVI, tituló su mensaje: «Combatir la pobreza, construir la paz». La paz y la pobreza están íntimamente relacionadas. Comienza el Papa, en su mensaje, invitando a considerar atentamente el fenómeno de la globalización. En todo caso, la globalización debería abarcar también la dimensión espiritual y moral, instando a mirar a los pobres desde la perspectiva de que todos comparten un único proyecto divino, el de la vocación a construir una sola familia en la que todos comparten siguiendo los principios de la fraternidad y de la solidaridad.

 

Otras pobrezas. Si la pobreza fuera un fenómeno únicamente material, las ciencias sociales, que nos ayudan a medir los fenómenos basándose en datos cuantitativos, serían suficientes para iluminar sus principales características.  Sin embargo, dice el Papa, sabemos que hay pobrezas inmateriales, que no son consecuencia directa y automática de carencias materiales.  Hay pues, una pobreza moral que hace posible, e incluso genera la amarga realidad de la pobreza material.  «Por ejemplo, en las sociedades ricas y desarrolladas existen fenómenos de marginación, pobreza relacional, moral y espiritual»; aguda mirada la de B. XVI; y continúa: “Se trata de personas desorientadas interiormente, aquejadas de formas diversas de malestar a pesar de su bienestar económico.  Se trata de un «subdesarrollo moral» y también de las consecuencias negativas del superdesarrollo”.

 

Dato cultural. Al lado de estas situaciones de índole personal, el Papa subraya, incluso, condicionamientos de índole cultural. Quiero pensar que entre nosotros, en concreto, un fuerte condicionamiento es el fenómeno inveterado de la corrupción; hemos llegado a considerarlo como “un cáncer”. Y la corrupción no se refiere únicamente al hecho de disponer del dinero público para fines personales o de grupos, abarca también la ineficiencia, la ineptitud, la improvisación, igual que privilegiar los intereses muy personales o incluso de partido que pueden incidir negativamente en la optimización del gasto social.  En un país como el nuestro, marcado fuertemente por la pobreza, por la emergencia económica y educativa, por el desempleo galopante, por la amenaza constante del crimen, por las carencias en infraestructuras, etc., nuestros diputados no tienen empacho en aumentarse el sueldo ni ha habido impedimento alguno para destinar sumas descomunales para  el financiamiento político, tal vez, las más altas del mundo; todo esto resulta ofensivo para la población. Tenemos necesidad de infraestructuras, de aulas; en nuestra ciudad hay escuelas que no tienen calefacción ni aire, ni vidrios en las ventanas, somos un país marcado por carencias profundas y lamentables, pero el gasto en política es descomunal.  Corrupción es  el dinero que se desperdició en un programa de reforestación, indiscutiblemente necesario, pero frustrado por una forma de corrupción escondida, tal vez, en la espesura de la burocracia.  El desastre urbano de nuestra ciudad; se trata, creo, de un ciudad fallida.   Estos son condicionamientos culturales que determinan  la pobreza.  La pobreza no es, pues, una fatalidad. México, antes que un país pobre, es un país mal administrado; tenemos que acusar también, entonces, un grave “subdesarrollo moral”. –

 

Con políticos. En una alocución las autoridades de Roma, el papa le decía: “Si realizar las políticas económicas y sociales adecuadas es deber del Estado, la Iglesia, a la luz de su doctrina social, está llamada a hacer su aportación estimulando la reflexión y formando las conciencias de los fieles y de todos los ciudadanos de buena voluntad.

 

Quizás nunca como ahora la sociedad civil comprende que sólo con estilos de vida inspirados en la sobriedad, en la solidaridad y en la responsabilidad, es posible construir una sociedad más justa y un futuro mejor para todos. Es parte de su deber institucional el que los poderes públicos garanticen a todos los habitantes sus propios derechos, teniendo en consideración que los deberes de cada uno estén claramente definidos y realmente llevados a cabo. De ahí que la prioridad inderogable sea la formación en el respeto de las normas, en la asunción de las propias responsabilidades, en una actitud de vida que reduzca el individualismo y la defensa de los intereses partidistas, para tender juntos al bien de todos, prestando particular atención a las expectativas de los sujetos más débiles de la población, no considerándolos como un peso sino como un recurso que valorar”.

 

Con diplomáticos. Dirigiéndose al Cuerpo diplomático, B XVI hablaba de una pobreza que se elige y otra que se ha de combatir. De la primera nos da ejemplo Cristo que, no sólo se hizo hombre, sino que se hizo pobre; vino a nosotros asumiendo la radical pobreza de nuestra humanidad, pero, al mismo tiempo, vivió una pobreza material: vivió y murió pobre, en él se cumplió, literal, el refrán: no tenía ni en que caerse muerto. Pero se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza, dice Pablo. Por eso, hombres y mujeres, muchas familias religiosas, han hecho de la pobreza su forma de vida, como el franciscanismo que por ello han dado inmensos frutos en la iglesia para bien de la humanidad.

 

Pero hay otra pobreza que ha de ser combatida. Hay una pobreza, una indigencia que Dios no quiere y que hay que combatir, “una pobreza que impide a las personas y a las familias vivir según si dignidad; una pobreza que ofende a la justicia y a la igualdad y que, como tal, amenaza la convivencia pacífica. [….] Frente a las plagas difundidas como las enfermedades pandémicas, la pobreza y explotación de los niños, la crisis alimentaria, he debido por desgracia volver a denunciar la inaceptable carrera armamentista”. El gasto militar es casi incuantificable; existen, de hecho, economías de guerra, existe la paradoja de países que “trabajan por la paz” y, al mismo tiempo, son grandes vendedores de armas.

 

Es oportuno, concluye el Papa, ante el Cuerpo Diplomático, establecer un “círculo virtuoso” entre la pobreza “que elegir” y la pobreza “que combatir”. Aquí se abre una vía fecunda de frutos para el presente y para el futuro de la humanidad, que se podría resumir así: para combatirla pobreza inicua que oprime a tantos hombres y mujeres y amenaza la paz de todos, es necesario redescubrir la sobriedad y la solidaridad, como valores evangélicos y al mismo tiempo universales. Más concretamente, no se puede combatir eficazmente la miseria, si no se hace lo que escribe San Pablo a los Corintios, es decir, si no se intenta “hacer igualdad”, reduciendo el desnivel entre quienes derrochan en lo superfluo y entre los que no tienen ni siquiera lo necesario”.

 

  1. ¿6000 cajones para parking en la X, durante la “fiesta”? Prepárense moradores del Fovissste Chamizal, Córdova Américas y demás; conductores por la P.E. Calles, H.C. Militar, hoyos, malecón, y derredores. Rento estacionamiento, capacidad 15 unidades. Relea este artículo.