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El domingo tiene su origen y dimensión propia en su contenido religioso.  Constituye la más antigua fiesta cristiana y hunde sus raíces en la práctica sabática restaurada del A. T. De hecho, es el germen del que brota toda la admirable arquitectura del ciclo litúrgico cristiano. Así, la comunidad de Jesús se reúne, siempre, un día fijo para celebrar a su Señor glorificado. Por lo demás, ninguna asociación subsiste sin una reunión fija.

El mandato divino “de guardar el día del Señor” mira más al bien del hombre que necesita el descanso y su recomposición física y espiritual, que a Dios mismo. Dios busca sobre todo el bien del hombre; Él no necesita el domingo, lo necesitamos nosotros. El relato del Génesis: «Dios bendijo el séptimo día y lo consagró, porque ese día descansó Dios de toda su tarea de crear» (Ge.2,3), tiene la función de inculcar en todos los hombres, creyentes o no, la necesidad del “descanso”.  Tal es su valor antropológico.

Fue Constantino, con sus edictos del 7 de abril y 3 de julio del año 321, quien exigió que «en el venerable día del sol, primer día de la semana, descansen los habitantes de la ciudad y descansen también los tribunos. Así, Constantino satisfacía su propia devoción familiar de culto al sol, tan en boga entonces, y el deseo de la comunidad cristiana que había adoptado ya plenamente el día del sol convirtiéndolo en “el domingo”, día de la Resurrección del Señor y la efusión del Espíritu  sobre ‘toda carne’. Fue él, el primero en usar la expresión “Kiriaké Hemra”; en latín: Domínicus,  = Día del Señor. Amén de los datos del N.T., los testimonios de estas reuniones, en el cristianismo primitivo, son hermosos y llamativos.

San Justino, (103-165) filósofo pagano converso, nos da este testimonio: “El día que se llama «día del sol», muy de mañana, todos tanto de la ciudad como del campo, se reúnen en un mismo lugar. Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas. Cuando termina el lector, el que preside tiene un discurso. Luego nos levantamos todos y oramos juntos en alta voz. Luego se trae pan, vino y agua. El que preside eleva al cielo las oraciones y acciones de gracias, y todo el pueblo responde: «Amén»”. ‘Muy de mañana’, porque no era día de descanso; los cristianos debían volver a su trabajo.

  1. Danielou actualiza así este dato: “Se puede decir que nada podrá tentar contra el domingo. Incluso cuando un nuevo paganismo o, digamos, una organización más racional de la sociedad forzara a los cristianos, individualmente o en grupo, a trabajar el domingo, deberían, como en tiempo de los mártires, reunirse antes del alba para celebrar la «memoria del Señor», el domingo”. Los párrocos sabemos la cantidad de fieles que no vienen a misa “porque tienen que trabajar”. El hombre no tiene tiempo para el Dueño del tiempo. De los que van a Misa porque no quieren, es otra cosa.

Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, hacia el año 111-113, a petición del Emperador Trajano, rindió el siguiente informe sobre los cristianos: “Ellos afirman que su mayor falta o error se limita a tener la costumbre a reunirse un día fijo antes de salir el sol, de cantar entre ellos un himno a Cristo como a un Dios, de comprometerse con juramento a no perpetrar ningún crimen, ningún robo, latrocinio, adulterio, a no faltar a este juramento, a no negar la aportación de una pequeña cantidad reclamada en justicia. Una vez llevados a cabo estos ritos, tenían por costumbre separarse y reunirse una vez para tomar su alimento que es ordinario e inocente; ellos habían renunciado incluso a esta práctica después de mi edicto, por el que, según tus instrucciones, detuve a los practicantes de esta religión”. Testimonios como estos, abundan. Algunos tienen el carácter de tragedia.

Los cristianos sabían bien que “sin la asamblea dominical no hay Iglesia”. Hay una anécdota ilustradora de lo que el domingo ha de ser para los cristianos. El emperador Diocleciano había ordenado la supresión del domingo y de la eucaristía, por lo tanto, un grupo de cristianos precedido por su sacerdote, Saturnino, fueron hechos prisioneros en la pequeña ciudad de Abitena. Interrogados sobre el por qué habían desobedecido las órdenes del emperador, el sacerdote respondió con decisión: «Hemos hecho muy conscientemente esto de celebrar el domingo, la cena del Señor. ¿Por qué?, les preguntó el procónsul, a lo que el sacerdote contestó en un latín muy africano: Quia non pótest intérmitti Domínicum  .. Sine Dominico esse non póssumus. Es decir: “porque el domingo no se puede interrumpir .. Sin el domingo no podemos existir (como cristianos)”.  Lo mismo sucedió cuando Calles

El domingo es, además, una profecía del “domingo sin ocaso, cuando la humanidad entrará, por fin en el descanso de Dios”, reza la iglesia cada domingo. Es una promesa de libertad y de descanso de “todas las fatigas que fatigan al hombre bajo el sol”. Es la liberación de yugo del trabajo. En 1947, R. Guardini comentaba el Génesis para un grupo de obreros franceses: «El hombre estaba llamado a crear una cultura de grandeza inimaginable y debía sacarla de una naturaleza en perfecta armonía con su propia voluntad, pues él mismo estaba en armonía con la voluntad de Dios. No tenía necesidad de ser liberado del yugo del trabajo como nosotros. Así el día del Señor daba al hombre la renovación de sus fuerzas y, sobre todo, le invitaba a depositar su corona (trabajos y logros) a los pies de Dios. Se hacía un silencio solemne y entonces aparecía el dominio del verdadero Señor. Este “sábado” era el día en que el hombre decía a Dios: “Yo no soy el señor, el Señor eres tú; lo que yo he hecho no es mi obra, sino la tuya”. Es lo más liberador que podemos escuchar; de lo contrario, nuestras “éxitos” nos aplastan. El descanso dominical, correctamente entendido, es un preciado bien que aprovecha a la sociedad entera y rebasa el cuadro de la comunidad cristiana.

Parar el trabajo un día a la semana es liberarse de la esclavitud de las tareas terrenales, es ennoblecerlas; pero, sobre todo, es levantar la mirada a Dios. Entonces el descanso es santo, santificamos el tiempo, porque ayuda al hombre a encontrarse con Dios y con los suyos siendo capaz de entablar relaciones tranquilas, serenas, creativas. Se hace posible la alegría.

Olvidar todo esto nos pone en una situación peligrosa. Esa actitud de referencia a Dios es todavía más necesaria en nuestros días en los que el hombre, utilizando de manera prodigiosa el poder que Dios le ha dado sobre la creación, corre el riesgo de creerse Dios. Después del pecado, el trabajo es penoso y la “tierra le producirá abrojos”; ¡trabajamos tanto y cosechamos solo angustias e incertidumbre! El hombre está, entonces, tentado a hacer esclavos a sus hermanos para liberarse él mismo. El sábado judío estaba destinado precisamente a suprimir este yugo, a liberarse de la esclavitud, a recordar la liberación del éxodo. La libertad que Cristo nos ha dado con la redención, la de los hijos de Dios, que conmemoramos cada domingo, nos obliga a actuar en la sociedad de forma que todos los hombres gocen también de la libertad; el descanso dominical toma así su verdadera significación social: es liberación y alegría y, en nuestro mundo mecanizado, su mensaje es más imperioso: sobrepasa nuestro horizonte individual y nos hace tomar conciencia de una responsabilidad con respecto a  los otros y a la ciudad. Triste cosa es que movamos las fiestas cívicas y religiosas “por el trabajo”

Hay una tendencia peligrosa en la sociedad de consumo: la de sustituir el día de fiesta común para todos, como es el domingo, en un día de descanso individual: como los servicios públicos, las fábricas, los comercios, etc., han de funcionar sin parar, todos los días, los días de descanso del personal estarían determinados por la rotación: descansa el jueves, pero trabajas el domingo. De esta manera el descanso y el domingo pierden todo su significado. Esta tendencia generalizada no garantiza a sus miembros más que un descanso físico, a la manea del animal de trabajo, sin ninguna posibilidad de vida familiar, comunitaria, de cultura y de alegría; tampoco la relación con Dios y su comunidad. Es la desacralización del hombre, del tiempo, de la naturaleza. Los cristianos, exigiendo de la sociedad que el día de descanso sea el domingo, aseguran incluso a los que no lo son y no sienten ningún llamado religioso, la garantía bienhechora de la libertad. 

El colapso del cristianismo en el mundo occidental, según G. Cuchet, historiador de las religiones, comienza en 1965 y “está ligado a la «desaparición» del mensaje que llama a la práctica dominical bajo pena de ir al infierno”. (¡¿?!).  Los últimos papas han insistido muchísimo en la recuperación de la práctica cristiana del domingo. Luego, un proyecto de trabajo eclesial ¿no debería comenzar por lo más evidente, lo más fundamental, con lo que ya contamos?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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