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de escribir bien y breve! La máxima de la oratoria latina vale, aquí, con pleno derecho. ‘Bonum, si breve, bis bonum’. Lo bueno, si es breve, es dos veces bueno. ¿Quién no ha oído uno de eso discursos o sermones eternos, sin principio ni fin? Cuando hay una circulación excesiva, impresa y virtual, de palabras, cuando hay palabras y no hay palabra, sobrevienen la inflación y la devaluación de la palabra. Es nuestra cultura.

Leí un simpático artículo de Valeria Luiselli, – que vengo a saber es mexicana y está respaldada por una abundante obra escrita, abundante y simpática, y es, además, huésped frecuente de El País -, digo, pues, que leí un su artículo en dicho diario y me he reído por esa forma ‘desgarbada’ de pintar nuestro Continente y su política y sus políticos, pues sin éstos no hay aquella.

JP. II, dio en llamar a América el ‘Continente de la esperanza’; y lo seguirá siendo por no sé cuántos siglos más; ahora que la genética está de moda, tal vez, a ella debamos atribuir la enfermedad de la corrupción. Y este mal es congénito, incurable, progresivo y mortal. Gestos concretos nos presentan la transversalidad de este mal. En Matachí, sencillo y bello pueblito olvidado, se derrumbó el pozo que abastece de agua a sus habitantes; las autoridades salientes, salientes en doble sentido, porque no solo se acaba el mandato y porque perdieron la elección, se resistieron a componer el pozo vital para dejarle el problema a la administración entrante, de signo contrario. Por fin lograron componerlo, pero, ¡oh ironía! Un rayo quemó el transformador y el pueblo sigue sin agua. El rayo no fue factor político.

Pasando por algunos de nuestros estados amercanos, por Nicaragua y Venezuela, llegamos a Argentina. Al salir de un interrogatorio, imputada por corrupción, Dña. Cristina Fndz. de K., luciendo la sobredosis de bótox en los labios paralizados por el efecto, sonrisa yerta, anunció que “dolariza sus ahorros, y se defiende: no sé qué hará esta gente con la economía”. Pero ella sí sabe qué hacer con la suya. Ahora anda de nuevo en el enjuague. Y lo inaudito: el jefe de obras públicas de Argentina fue sorprendido mientras intentaba, escondido en la oscuridad de la noche, meter a un convento, en el que hay solo dos monjitas muy ancianas, un baúl con millones de dólares. Luego, bajo el altar de la capilla del monasterio, la policía encontró dos bóvedas. El nuestro, seguirá siendo el continente de la esperanza, por mucho tiempo.

Así, pues, dice Luiselli, “Todos los latinoamericanos —como ahora los españoles: ¡bienvenidos! – vamos por el mundo cargando a cuestas el fardo de pertenecer a países increíblemente jodidos que, de modo igualmente increíble, no han desaparecido, aún. Así que es normal que los demás se pregunten cómo es que en nuestros países convive la pequeña “alta” cultura con el enorme desastre político y social. Es natural, pues, que, si eres un escritor noruego, la gente quiera saber qué cereal desayunas y si te cepillas los dientes con la mano derecha o con la izquierda; y que, si eres latinoamericano, quiera saber cómo es que tu país, además de producir cocaína, amapola y derivados, favelas, Chapos, corrupción, zika, telenovelas y Pablo Iglesias, logra producir literatura”. Sí; en efecto, una reportera de nuestro Diario, me preguntaba, recuerdo, ante la visita del papa Francisco al Cefereso: “¿De qué color van a pintar la capilla?

¿Y qué decir del Brexit? No sé cómo actúan esos vasos comunicantes, pero dicen los que saben que la caída libre del peso, con todas sus consecuencias, se debe a ese tal Brexit, que las bolsas andan erráticas y con fuertes dolores en el bajo vientre por la misma razón y que los ingleses se agarran una oreja y no se alcanzan la otra. ¡Pero, qué pendejada hicimos!, exclaman los Comunes. La May, con lágrimas y todos, ya es pasado. Peor ahora que ya descubrieron que la invasión a Irak se hizo con presupuestos falsos. Se les olvida el científico que les aseguró que era imposible que Hussein tuviera dichas armas y amaneció muerto en un callejón londinense. Y las heridas del racismo siguen abiertas en EE.UU.

“Estamos acostumbrados a estas cosas, escribe Luiselli. Cuando el escritor austriaco Stefan Zweig, que escogió Brasil para suicidarse, dijo “Brasil es el país del futuro”, los brasileños, que saben bajar bien esos balones, añadieron: “Y siempre lo será”. También en México hay un conocido mantra futbolero, extensible a condición metafísica: “Jugamos como nunca y perdimos como siempre”. Brasil y México son gigantes atrapados en el ciclo de su pasado poscolonial, que más que fatalidad histórica es, a estas alturas, una especie de hipocondría. Somos dos Gullivers apendejados, atrapados en las redes de sus liliputienses”, es decir, de los eneanos. Y, qué diremos de Venezuela, Centro América, y Cuba que ya van en la ‘x’ transformación.

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Se impone liberar a la política de los asesores de comunicación, que convierten a los personajes en estereotipos y tratan a los ciudadanos como idiotas, ha escrito J. Ramoneda. Los políticos, en manos de los asesores de comunicación, pierden las hechuras humanas para convertirse en personajes de cómic. Si de algo están faltos los políticos actuales es de naturalidad. Y esto no se consigue gritando. Una retahíla de slogans, un encadenado de mensajes de Twiter, no dan como suma un mensaje político, por muy bien dosificados que hayan sido por sus autores. Ni siquiera las mañaneras. Se impone recuperar la política porque la democracia está en creciente degradación, amenazada por dos estilos opuestos pero que conducen al mismo desastre: la sumisión resignada a poderes ajenos a la democracia o el oportunismo populista que trata de sacar provecho del reprimido malestar de la sociedad. La política vive acomplejada. Da la impresión de que los gobernantes no son conscientes de la fuerza que otorga disponer del ambón.

México necesita, hoy, de un verdadero y valiente periodismo.