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EL ESPINO

 

¿A quién vamos a elegir?

Hay un consenso en los analistas políticos nacionales en el sentido de que las campañas electorales están siendo más bien pobres, poco propositivas, y en la tradicional línea de ofertas-promesas que simple y sencillamente no son realistas y algunas francamente ridículas. Aparte que dichas campañas son demasiado largas y muy costosas, – los 10 partidos políticos se han repartido 5,365 millones de pesos -, en un momento de contracción económica en nuestro país y en otros muchos también. La vox populi ha acuñado su sentir en frases de sabiduría popular tales como: “De todos no se hace uno” o “ni a cual irle”, y los más decididos lo expresan diciendo “este es el menos malo”. Y lo que está a la vuelta de la esquina es el fantasma del abstencionismo.

 

El discurso de todos los candidatos se nutre de los fracasos, de las deficiencias y de las metas no logradas del sistema político-social, de tal manera que, si usted quiere tener el lado opuesto al discurso oficial, que subraya los logros del sistema, haga un vaciado de las propuestas de los candidatos. No encontramos nada que tenga un valor real, asistimos a los lugares comunes, a la promesa fácil. Nada se dice con seriedad respecto al clima de violencia que ha alcanzado ya las campañas electorales. Allá por los 80s, un misionero católico italiano que había trabajado en Colombia, me decía: ojalá que en México no vaya a pasar lo mismo. El crimen que irrumpe en la política. Lo asombroso de Pablo Escobar, afirma Vargas Llosa, es que pudo haber llegado a ser presidente. Estamos pues ante problemas extremos: decepción, (no sólo en México, sino de la política en general); de ahí surgen fenómenos tales como “Podemos”, en España. Brota, entonces una pregunta inquietante: los candidatos(as), ¿serán las personas más aptas y mejor capacitadas para el puesto?

 

El Espino.

Esta desconfianza e incertidumbre que el pueblo experimenta respecto a sus gobernantes no es nueva; tenemos ejemplos de ello desde que existe la memoria escrita de la humanidad. Este sentimiento ha dado lugar a formas literarias de estupenda factura, y en este artículo pienso referirme a una de ellas, una fábula que se remonta al siglo VIII a.C. Se encuentra en la Biblia, en el libro de los Jueces, y se trata de una denuncia especialmente fuerte de la ambición de poder. A veces, los que buscan el poder no suelen ser los mejores hombres:

 

«Una vez fueron los árboles a elegirse rey, y dijeron al olivo: Sé nuestro rey. Pero dijo el olivo: ¿Y voy a dejar mi aceite, con el que engordan dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?

 

Entonces dijeron a la higuera: Ven a ser nuestro rey. Pero dijo la higuera: ¿Y voy a dejar mi dulce fruto sabroso para ir amecerme sobre los árboles?

 

Entonces dijeron a la vid: Ven a ser nuestro rey. Pero dijo la vid: ¿Y voy a dejar mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?

 

Entonces dijeron todos al espino: Ven a ser nuestro rey. Y les dijo el espino: Si de veras queréis ungirme rey vuestro, venid a cobijaros bajo mi sombra, y si no, salga fuego del espino y devore a los cedros del Líbano.» (Jue 9, 8-15). Aceite, higos y vino, la vida del hombre.

 

A esta forma literaria la llamamos “fábula”. La fábula, que un día fue un verdadero gigante de la literatura -recordemos las fábulas de Esopo-, fue, y sigue siendo, un método estupendo de enseñanza popular. La fábula tiene como característica una moraleja, una lección. El lenguaje figurado, como la parábola, ha de poner en movimiento el pensamiento y con él a la persona. Por otra parte, el lenguaje figurado jamás estará cerrado, concluido. Las parábolas de Jesús o las fábulas de Esopo, siguen abiertas, iluminando y permitiéndonos interpretar nuestro presente.

 

Ciertamente, la fábula es una de las formas primitivas de expresión de la actividad intelectual humana. Con toda razón se ha subrayado que la fábula simplemente quiere presentar una verdad, una realidad, algo típico que es exactamente como se presenta, ha escrtito G. von Rad.

 

 

Lectura y circunstancia.

La fábula que nos ocupa se refiere a Abimelec, un rey sanguinario que asaltó el poder mediante el asesinato de todos sus hermanos; el menor de ellos, Yotán, el único que sobrevivió a la masacre, pronunció ante su pueblo la fábula citada, mediante la cual advierte a los ciudadanos que han elegido por rey a un arbusto espinoso, cínico y burlón, que les ofrece sus espinos para cobijarlos, pero que jamás se preocupará de ellos, que sólo busca satisfacer sus ansias de poder. Se trata de una joya literaria de extraordinario rigor intelectual y dominio del lenguaje. La fábula se mueve en el terreno político, que es su campo preferido. Más aún, su idea es expresar una actitud humana que considera como sospechosa cualquier forma de monarquía (gobierno), por no decir intolerable. Sólo un bandido, sólo uno que es incapaz de dar la más mínima contribución al bien común puede presentarse como rey. Y precisamente ese, que no tiene nada que ofrecer, llega a la desfachatez de invitar a los demás a cobijarse bajo su protección, – a su sombra -, e incluso a amenazarlos descaradamente si no le dan su apoyo. Esta fábula, tan antigua como es, es de lo más atrevido, hasta el punto de poner en ridículo la institución del poder. Sin duda se refiere al régimen absolutista que imperaba en la organización civil de su tiempo. Su antigüedad es indiscutible, lo mismo que su permanente validez.

 

Sin embargo, no podemos leerla en clave de un desinterés por la cosa pública, pues bien sabemos, como escribía en otra ocasión, citando a Karl W. Deutsch, que “nuestras ciudades son redes de política. El agua que bebemos, el aire que respiramos, la seguridad de nuestras calles, la dignidad de nuestros pobres, la salud de nuestros ancianos, la educación de nuestros jóvenes y la esperanza de nuestros grupos minoritarios, están ligados a las decisiones políticas tomadas en el palacio municipal, en la capital del estado o del país.” A la lista de W. Deutsch podemos añadir la hora de acostarnos y levantarnos, con las funestas consecuencias conyugales que en su momento denunció el célebre Félix Salgado Macedonio en las Cámaras, posterior presidente de Acapulco. Pero no podemos menos que preguntarle a este eminente politólogo (W. Deutsch, no a Salgado Macedonio): y, si esa red política no ha fracasado en cada uno de los puntos citados, ¿qué vamos a hacer?

 

La fábula conserva su valor, pues nos advierte que no podemos ser ingenuos ante las propuestas, ante las ofertas que casi llegan a agotar el catálogo, debiendo recurrir entonces a los “segmentos de mercado” más insólitos.

 

“El problema es que funcionan, (los partidos, mal necesario de la democracia), como filtros al revés. Por definición un filtro detiene lo que no sirve y deja pasar lo que sirve. Los partidos políticos suelen hacer lo contrario, privilegian las lealtades y facilitan la carrera sólo de aquellos que aceptan sus reglas del juego con las prácticas y vicios que conlleva. No necesariamente dan prioridad a la integridad, la capacidad o la trayectoria. Incluso, en muchos casos, estas cualidades se convierten en obstáculos”. (Armando Regil V. Filtros al revès).

 

No es nuevo, pues, el problema cuando se trata de elegir a quienes habrán de gobernarnos. Más directa e hiriente es la figura que utiliza Mirabeau: “nos diferenciamos de las mansas reses que llevan al rastro, en que nosotros escogemos a nuestros verdugos”. Ojalá que esto no sea así.