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Nos decía la Doctora Glendon que no hemos podido evangelizar los ambientes, la cultura; al contrario, la corriente en sentido contario nos ha arrastrado. El laicado católico, preparado y asistido por sus guías, debería estar pronto y dispuesto a permitir que la honradez, la fidelidad, la honestidad, la sinceridad, la humildad, el espíritu de servicio; que la renuncia a mirar sólo por el propio interés, se transformasen en políticas de vida; que las familias inspiradas por las verdades de la fe se conviertan en verdaderas escuelas de humanidad.

Los católicos nos quedamos con la catequesis infantil; nos caracterizamos por desconocer y, por lo tanto, por una actitud de desinterés por las verdades de la fe. Esto ha determinado, dice la doctora Glendon, que los católicos no tengan elementos suficientes para enfrentar críticamente la cultura que nos circunda. “Pero lo que sucedía en Estados Unidos y en otros países desarrollados, afirma, hacía más difícil que nunca que el mensaje pudiera llegar. La rotura de amarras en el campo sexual, el incremento de familias separadas y la entrada masiva de madres con niños pequeños al mundo laboral, constituyó un experimento social masivo, una revolución demográfica sin precedentes para la que ni la iglesia ni las sociedades afectadas estaban preparadas”. F. Fukuyama ha desarrollado esta tesis desde la sociología. Pero la historia no da saltos para atrás. Esto ya no tiene reversa.

“En estos años turbulentos, los católicos sufrieron presiones a fin de tratar su religión como un asunto meramente privado y para que adoptaran un catolicismo parcial destinado a elegir con que partes de la doctrina se quedaban y cuales rechazaban”. Y los laicos católicos se quedaron solos, casi abandonados en esta lucha sin igual. De tal manera que, más que desprecio, hay ignorancia. Sin embargo, la figura de Cristo sigue siendo atractiva en extremo; en el siglo pasado se escribieron más de 80 mil títulos sobre él y La Pasión vendió 9 millones de DVDs en una semana.

La situación de los católicos afirma la Glendon, es una situación de diáspora, es decir, de dispersión, de incomunicación en la que es imposible fortalecer los ideales y propósitos comunes. En su tiempo llegó a decirse que existía más solidaridad en los grupos guerrilleros de los 60s, 70s, que entre los católicos. Una situación de dispersión equivale a la disolución de un organismo.

Dado que muchas veces los artistas nos ayudan a ver las cosas de una forma nueva y con más claridad, la doctora nos propone, a fin de comprender tal situación de dispersión, acercarnos a esa situación a través del prisma de un observador literario del mundo moderno. Se trata de la obra de Vargas Llosa, «El Hablador». La obra trata de los “machiguengas”, una tribu del Amazonas, en el oriente de Perú. La Doctora norteamericana ha leído El Hablador.

El protagonista de «El Hablador», es, en realidad, no tanto una persona sino más bien un grupo, una tribu nómada que habita en la selva. Los extranjeros la conocen como «los machiguengas», pero ellos se llaman a sí mismos «la gente que anda». El lector nunca llega a encontrarse con los machiguengas cara a cara; sólo sabemos de ellos a través del narrador, que intenta averiguar si existen. Nos dice que, desde tiempos inmemoriales, las historias y tradiciones de «la gente que anda» fueron recordadas, enriquecidas y transmitidas de generación en generación por «habladores», las personas que les recuerdan su historia y la comunican a los demás. (Nada raro; los abuelos o las personas mayores, no necesariamente de la familia, nos platicaban la historia de la familia y sus avatares y al fuego tibio de la chimenea las oíamos absortos. Ese es mi recuerdo infantil). Esta historia ayudaba a la tribu a mantener su propia identidad – a seguir andando-, pasara lo que pasara, a través de muchos cambios y crisis de todo tipo. Pero a medida que la selva fue cediendo terreno a la agricultura y a la industria, los Machiguengas se dispersaron. Durante un tiempo, sus «habladores» viajaban de un núcleo familiar a otro; y así se mantenían unidos. Los «habladores» eran «la savia viva que circulaba y convertía a los Machiguengas en una sociedad, en un pueblo de personas interconectadas e interdependientes». Pero los antropólogos creen que los «habladores» murieron, que los Machiguengas fueron absorbidos por pueblos y ciudades, y que sus historias sobreviven sólo para entretener. El narrador piensa de manera distinta, y el drama de la novela viene dado por el esfuerzo que hace para ver si realmente es verdad que un extraño pelirrojo, con el fin de que no pierdan su historia y el conocimiento de quiénes son, se ha convertido en el «hablador» de los Machiguengas.

Yo he leído mucho y a los autores más sesudos sobre “los orígenes del cristianismo”, de cómo fue posible que a partir de un grupo mínimo de iletrados, como eran los primeras comunidades, de gente sin peso social ni político específico, sin prestigio y desprovistos de cualquier título de nobleza llenaran en dos siglos toda la Cuenca del Mediterráneo con sus “historias”, y me parece que en esta narración de Vargas Llosa se encuentra una verdad ausente en los grandes e imponentes estudios científicos sobre los orígenes de cristianismo. (vea ICor.1,20-19). El cristianismo fue posible por “los habladores”, por los Machiguengas que fueron de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de comunidad en comunidad hasta donde su vida les alcanzó contando su historia y manteniendo la cohesión. El libro de Los Hechos lo dice claramente. Se desató una violenta persecución contra los cristianos a raíz de la muerte de Esteba y éstos tuvieron que dispersarse. «Los prófugos al ir de un lugar a otro iban contando el mensaje» (8,4). Esto dio unidad al primitivo cristianismo, le prestó identidad y lo capacitó para enfrentar las crisis de civilización más espectaculares como la caída del Imperio Romano y lo sostuvo en la larga noche de la Edad Media. Había “gente que andaba”, que “contaba y hablaba”; que hablaba y les recordaba quiénes eran ellos en realidad. Esto evitó la dispersión y la pérdida de su identidad, aquello que las hacía ser personas.

Este problema – la dispersión, la pérdida de identidad de los católicos – es lo que está a la base del problema, según la Glendon; a la base de las dificultades con que se enfrenta la Iglesia que debería ser la «gente-llamada-a estar unida». “Los católicos se constituyen como personas en virtud de la historia de la salvación del mundo, y parte de esta historia requiere que sean activos en el mundo diseminando la Buena Semilla allá donde estén. La «gente-llamada-a estar unida» está llamada a dar testimonio, y a seguir dando testimonio pase lo que pase, a tiempo y destiempo, oportuna e inoportunamente. ¿Cómo han cumplido los católicos esa historia viva a través de las crisis, los cambios, las tentaciones y las oportunidades con las que se han encontrado en el territorio de misión que es Estados Unidos?” Obviamente la pregunta nos la hacemos nosotros aquí, en nuestra ciudad en donde sicarios y narcotraficantes, violadores y asesinos, lo mismo que ilustres hombres y mujeres de nuestra comunidad, políticos, empresarios, lo mismo que obreros e indígenas, se confiesan católicos. La única pregunta es saber dónde están si en el 90% que nunca o muy esporádicamente “oye” al hablador, si en un 10% que cada domingo “oye” algo o en un 2% de quienes quieren crecer como cristianos y convertirse en «Machiguengas». A reserva que alguien tenga otros datos.

En otro registro lingüístico, uno de los grandes, von Balthasar, ha escrito: “Hemos de tener, además, en cuenta que entonces, (la comunidad apostólica primitiva), se puso en movimiento con una fuerza pujante e invencible, plenamente consciente de su peculiaridad y de su capacidad de penetración. En cambio, ¿con qué fuerza de convicción, el último concilio, envía de nuevo a los cristianos en medio del mundo? ¿Tienen el poder de transformación de los primitivos cristianos? Por otra parte, ¿cómo es posible que esta fuerza sea tan pujante y concentrada, desde el momento que el mundo nuestro es mucho más complejo, pluralista y contradictorio que cualquier civilización antigua? En realidad, hoy se pide algo sobrehumano a los cristianos enviados al mundo…. Es un programa de superhombres….. Quizá en lugar de superhombres deberíamos hablar simplemente de «santos»”… .

Necesariamente tenemos que hacer unas acotaciones: Tanto Glandon como Balthasar ven un mundo diferente al nuestro. Nosotros tenemos un panorama menos sombrío. Aquí, en Juárez, los “habladores” simplemente no nos damos abasto. Faltan más. Existe un trasfondo católico impresionante. Aquí cabe solo la advertencia del Apocalipsis: “Basta que mantengas lo que ya tienes hasta que yo llegue”. (2,25). México es un milagro de fe.