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En el Imperio Romano, el jefe del hogar romano tenía una gran autoridad. Su palabra era ley. Los niños crecían bajo la atenta vigilancia del abuelo, del padre del abuelo, del abuelo de su abuelo… y por si eso fuera poco, de una multitud de tíos abuelos. Cuando los mayores morían, los familiares hacían máscaras de cera, o pequeñas figuras para recordarlos. Eran los guardianes de la familia y de las antiguas tradiciones. Eran lo que define a los hijos, y eran la esencia de lo que significaba ser romano. A diferencia de los griegos, que esculpieron los cuerpos musculosos de los jóvenes atletas, los romanos preferían esculpir los bustos de los ancianos, aunque fueran calvos y tuvieran papadas y verrugas. Las feministas de hoy habrían odiado el patriarcado de la Roma antigua. Sin embargo era era un patriarcado que funcionaba.