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Cuando la Iglesia católica es perseguida, de su seno brota la fecundidad y la vida. Cuando, en cambio, la Iglesia se confunde con el poder, deja de ser creíble porque ya no se ve el rostro de Cristo crucificado y resucitado. Si arrecian las persecuciones o los escándalos en la vida de la Iglesia, no tengamos miedo ni ansiedad y confiemos en que Dios siempre protegerá a su Esposa. Y la lleva por un camino de purificación en el desierto para devolverle la frescura del encuentro con Dios. En los períodos más oscuros de la historia de la Iglesia siempre habrá un ‘pequeño resto’ fiel a Dios que mantenga viva la fidelidad y la esperanza. Miremos las luces y las sombras de la vida de la Iglesia y de nuestra vida propia, y no pactemos con situaciones que tienen poco de cristiano. Emprendamos, pues, el éxodo hacia una vida más evangélica.