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En solo cuatro horas!

En solo cuatro horas, papa Francisco, hace trepidar al mundo. Al menos en lo que se refiere al mundo europeo y mediterráneo, no se había vivido una crisis migratoria de tal magnitud. Zenit mostraba la visita del papa a la isla de Lesbos en una galería fotográfica que resulta impresionante. El dolor, la impotencia, el llanto, el desamparo; niños y ancianos (as), jóvenes, todos conforman el tsunami humano que ha provocado la ambición, las políticas económicas y, en fin de cuentas, el colonialismo europeo, antiguo y actual, que ha empobrecido y herido fatalmente al mundo. Guerras y economías de guerra, nuevas estrategias geopolíticas, absorción de materias primas, opresión económica mediante las instituciones financieras internacionales, enfermedad y muerte mediante el encarecimiento y control de medicinas por parte de los laboratorios. Política y políticos, todo en una conjunción fatal, han generado un mundo desequilibrado, un mundo de sufrimiento.

El 16 de abril el papa realizó un viaje relámpago a la mítica isla griega de Lesbos. A las 10:20 aterrizaba en el aeropuerto de Mitilene y a las 15:15 regresaba a Roma. Una reunión con el Primer Ministro griego y, lo más importante, la reunión con el arzobispo de Atenas, Jerónimo I y con su santidad Bartolomé, patriarca ecuménico de Constantinopla. Ambos prelados acompañaron al papa durante la  visita. Cabe destacar que este acercamiento es de vital importancia, no solo para la fe cristiana, sino para el mundo. Camino a México, el papa se reunió en La Habana con el patriarca ortodoxo de todas las Rusias, Cirilo I. De esta manera se cumple el sueño de JP II que había expresado su deseo «de que la iglesia respirara, por fin, con sus dos pulmones, la iglesia de Oriente y la iglesia de Occidente».

Los tres prelados se unieron para denunciar la flagrante injusticia, la crueldad y la indiferencia con que se está manejando el trágico dato de la migración en el mundo entero. Los viajes del papa Francisco suelen ir subiendo en intensidad. Y el viaje a la isla de Lesbos, aunque de apenas cuatro horas, se inició con la tristeza ante “la catástrofe humanitaria más grande desde la II Guerra Mundial”, continuó con la conmoción del encuentro con los refugiados del campo de detención de Moria y concluyó, frente al puerto de Mitilene, con un “vehemente llamado a la responsabilidad y la solidaridad” internacional. “Europa es la patria de los derechos humanos”, advirtió el papa, “y cualquiera que ponga pie en suelo europeo debería poder experimentarlo”. El Papa quiso insistir en los dramas individuales, más dolorosos por la indiferencia que los rodea: “Muchos de los refugiados que se encuentran en esta isla y en otras partes de Grecia están viviendo en unas condiciones críticas, en un clima de ansiedad y miedo, a veces de desesperación, por las dificultades materiales y la incertidumbre del futuro”.

Su beatitud Jerónimo, arzobispo de Atenas y de toda Grecia, dijo: “Con especial alegría damos la bienvenida a Lesbos a la cabeza de la Iglesia Romana-Católica, papa Francisco.

Consideramos que su presencia en el territorio de la Iglesia de Grecia sea fundamental. Fundamental porque juntos presentamos ante el mundo, cristiano y no cristiano, la tragedia actual de la crisis de refugiados.

Agradezco de corazón a su Santidad, y a mi querido hermano en Cristo, el Patriarca Ecuménico Bartolomé; que nos bendice con su presencia como el Primado de la Iglesia Ortodoxa, unidos en su oración, para que la voz de las iglesias pueda ser más clara y escuchada hasta todos los extremos del mundo civilizado.

Hoy unimos nuestras voces para condenar su desarraigo, para desacreditar cualquier forma de depreciación de la persona humana.

Desde esta Isla, Lesbos, espero comenzar un movimiento mundial de sensibilización a fin de que este curso actual sea cambiado por aquellos que tienen la suerte de las naciones en sus manos y traer de vuelta la paz y seguridad a cada hogar, a cada familia, a cada ciudadano”.

Por su parte, el Patriarca ortodoxo de Constantinopla, afirmó: “Queridos hermanos y hermanas, preciosos jóvenes y niños,

Hemos viajado hasta aquí para mirarlos a los ojos, escuchar sus voces, y sostener sus manos. Hemos viajado hasta aquí para decirles que nos importan. Hemos viajado hasta aquí porque el mundo no los ha olvidado.

Con nuestros hermanos, papa Francisco y el arzobispo Jerónimo, estamos hoy aquí para expresar nuestra solidaridad y apoyo al pueblo griego, que ha acogido y cuidado de ustedes. Y estamos aquí para recordarles que – incluso cuando las personas se alejan de nosotros – no obstante “Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza; Dios es nuestra ayuda en las dificultades. Por eso no temeremos” (Sal. 45,2-3).

Sabemos que han venido de las zonas de guerra, hambre y sufrimiento. Sabemos que sus corazones están preocupados por sus familias. Sabemos que están buscando un futuro más seguro y brillante.

Hemos llorado mientras observábamos como el Mar Mediterráneo se convertía en cementerio para sus seres queridos. Hemos llorado al ser testigos de la simpatía y sensibilidad de la gente de Lesbos y otras islas. Pero también hemos llorado mientras veíamos como nuestros hermanos y hermanas duros de corazón – sus hermanos y hermanas –  cerraban las fronteras y se alejaban.

Los que tienen miedo de ustedes no los han mirado a los ojos. Los que tienen miedo de ustedes no ven sus rostros. Los que tienen miedo de ustedes no ven a sus hijos”.

Pero lo que marcó el viaje del papa, además de lograr la unidad con los hermanos obispos de Oriente, fue el gesto final, altamente simbólico. Tres familias con un total de diez miembros fueron subidas por el papa a su avión  para llevarlos como refugiados a Italia. Aparte de los mensajes conmovedores, el papa concreta en un gesto lo que ha dicho. Una vez más ha usado la ya globalizada expresión «descarte». Ningún ser humano es descartable, ningún ser humano puede ser desechado, tirado a la basura. Ningún ser humano es inservible. Demos la palabra a los medios. “El papa Francisco acogerá en el Vaticano a una docena de refugiados confinados hasta ahora en un campo de Lesbos, isla griega que ha visitado el Pontífice. Jorge Mario Bergoglio viaja de vuelta a Italia con tres familias de sirios huidos de la guerra. “El Papa ha querido dar un signo de acogida a los refugiados”. Entre la docena de refugiados que serán acogidos por el Vaticano, asistidos en primera instancia por la Comunidad de San Egidio, hay seis menores de edad. Los miembros de las tres familias son musulmanes y provienen de Damasco, la capital del país, y Deir Ezzor, esta última provincia oriental controlada por el Estado Islámico. “Sus hogares han sido bombardeados”.

Qué contraste, en palabras y obras, la de papa Francisco y sus acompañantes, ante la actitud terrible, amenazadora y cruel de Donald Trump. Bien ha descrito, a este personaje, el filósofo francés Bernard-Henri Lévy, “Veo la cara de este croupier de Las Vegas, de este vulgar payaso de feria, repeinado e hinchado de bótox, saltando de una cámara de televisión a otra, con su boca carnosa siempre entreabierta mostrando los dientes, que no se sabe si es señal de que comió o bebió en exceso, o de que uno será el próximo en ser comido”. Cuando refiriéndose al papa, por su presencia en México, Trump lo definió como un político más, el papa solo dijo: “Al menos soy humano”.

El tema de la migración llama la atención de la opinión pública sobre la movilidad humana forzada centrándose en algunos aspectos problemáticos de gran actualidad a causa de la guerra y de la violencia, del terrorismo y de la opresión, de la discriminación y de la injusticia, por desgracia siempre presentes en las crónicas diarias. Lo medios de comunicación nos hacen llegar imágenes de sufrimiento, violencia y de conflictos armados. Son tragedias que perturban profundamente a países y continentes y con  frecuencia golpean a las zonas más pobres. De este modo, a un drama se le suman otros. Al paso del tiempo, el problema no solo no ha disminuido, sino que ha tomado proporciones inimaginables.

Es doloroso el hecho de que, mientras que hay tránsito libre internacional para el capital y las materias primas, sea hagan barreras y nuevos muros que impiden, a veces con saldos de vidas humanas, el tránsito de nuestros hermanos. “Nadie puede quedar indiferente ante las condiciones que experimentan columnas enteras de emigrantes”, dijo el papa. Se trata de gente a la merced de los acontecimientos, que cargan a sus espaldas situaciones con frecuencia dramáticas. Los medios de comunicación trasmiten imágenes impresionantes y en ocasiones aterradoras. Se trata de niños, jóvenes, adultos y ancianos con rostros demacrados y con los ojos henchidos de tristeza y soledad. En los campos en los que son acogidos experimentan en ocasiones agudas restricciones. Sin embargo, es un deber en este sentido reconocer el laudable esfuerzo realizado por muchas organizaciones públicas y privadas para aliviar las situaciones preocupantes que se han creado en algunas regiones del Planeta. Esta realidad de bloqueo al ordenado y legal tránsito de personas ha favorecido el execrable crimen del tráfico de personas humanas. Existen explotadores sin escrúpulos, y bien lo sabemos nosotros que abandonan en el mar en embarcaciones precarias, o en el clima abrasador del desierto a personas que buscan desesperadamente un futuro menos incierto para ellos y para sus familias. Estas realidades escalofriantes por su crueldad y el sufrimiento de los inocentes explotados aún más en su miseria no pueden menos que suscitar la acción y la palabra de todos los cristianos.

Al final, los tres Prelados, Francisco, Bartolomé y Jerónimo, arrojaron al mar sendas coronas en memoria de los que han muerto en su intento; cada uno de ellos dijo una oración. He aquí un fragmento de la oración de papa Francisco:

“Dios de Misericordia,

te pedimos por todos los hombres, mujeres y niños

que han muerto después de haber dejado su tierra,

buscando una vida mejor.

Aunque muchas de sus tumbas no tienen nombre,

para ti cada uno es conocido, amado y predilecto.

Que jamás los olvidemos,

sino que honremos su sacrificio con obras más que con palabras”.

 

La cruz que a las márgenes del Río Bravo  bendijo  Francisco, en su visita nuestra frontera, nos recuerda, precisamente, eso: a los que han muerto, a los que siguen luchando y, de pasada, recordarnos nuestra indiferencia. Por eso la cruz es incómoda.