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Escuela para presidentes

Le robo el título a F. Martín Moreno. El autor recuerda las palabras de Dwight D. Eisenhower cuando llevaba al menos dos años como Jefe de la Casa Blanca: «Cuánto trabajo me ha costado aprender a ser Presidente de Estados Unidos». Más cáustico era el chascarrillo del jamás bien llorado Facundo Cabral: “De haber sabido que mi hijo iba a llegar tan alto, lo hubiera mandado a la escuela, decía la mamá del presidente”. Se refería, por supuesto, a algún presidente de Centro o Suramérica, repúblicas bolivarianas, Cristinas, Dilmas, Ortegas o cosas de esas.

Con humor y agudeza, escribe el señor M. Moreno: «¿En qué universidad tomarían clases los respectivos Jefes de Estado? ¿En qué manual práctico se pueden encontrar las claves para seducir a los congresos o a los parlamentos? ¿Y los derechos humanos? ¿En qué academia habrá aprendido Cameron las fórmulas para dañar severamente a su país al excluirlo de la Unión Europea por medio de un referéndum suicida? (Pedro Sánchez, para paralizar España) ¿Existe acaso un libro en el que consten las instrucciones para ser Jefe de Estado en países en donde, como decía De Gaulle, existen 400 diferentes clases de quesos…?».

Pero la lista es inagotable. Brasil donde la cuarta presidenta de la democracia ha sido destituida por simple corrupción, ella  y Lula, pero se aferra al poder y recurre la sentencia; Brasil ha dado una lección a América Latina; en forma multitudinaria, que puede terminar en baño de sangre, Venezuela se enfrenta a la tiranía estúpida; Los Kirchner son sombríos iconos de la corrupción, Ortega en Nicaragua es una grotesca desvergüenza. Y, ¡España! La democracia y un país secuestrados por el fundamentalismo de los partidos políticos.  Si las cosas no cambian en las últimas horas, el 25.12.16, los españoles celebran la Navidad en las urnas. He aquí un muestrario del quehacer político. ¿Qué es, pues, la política? El desafecto a la política y a los políticos es hondo y global sobre todo entre los jóvenes. Nos queda el recurso del meme tristemente.

“Lo más importante en la vida no se aprende en la escuela, concluye M. Moreno. No hay escuela para maridos ni para esposas ni para padres de familia ni para Jefes de Estado. Sólo que millones de personas no quisiéramos pagar el costo del temerario aprendizaje de Trump si el mundo tuviera que padecer la tragedia de verlo llegar a la Casa Blanca, día que tendría que ser considerado de luto mundial como el 30 de enero de 1933, cuando Hindemburg nombró canciller a Hitler…”

Y yo me pregunto, ¿en qué pensaba, qué cartas tenía en la mano, nuestro presidente cuando invitó, en forma tan distinguida, a Trump? La sorpresa y el rechazo han sido simplemente universales. ¿Qué ha ganado el presidente con la presencia de Trump? No hace falta hacer un repaso de la historia dolorosa de las relaciones entre las dos naciones. Ahí está una herida que jamás ha cicatrizado y que se plasma en los más de tres mil kilómetros de frontera común; el afán imperialista, por una parte, por otra añejos vicios e ineptitudes, han impedido que esta frontera sea, antes que muro, muralla, lugar de la muerte, oportunidad de encuentro, de relaciones creativas y ayuda para el progreso de ambas partes.

J. F. Hernández traza un largo ensayo con ocasión de la invitación aceptada por Trump donde repasa los roaring forties, trauma insuperable para los mexicanos. Nicholas Trist fue el delegado de Polk para los arreglos del fin de la guerra. Portafolio en mano llegó a México; traía trazada la frontera entre los dos países: tal frontera llegaría hasta el estado de San Luis Potosí. Lo cual me parece exacto porque el general Santa Anna había dicho que «la línea divisoria entre México y EE.UU. estaba en la punta de sus cañones». Y la punta de los cañones de Santa Anna yacían en La Angostura. A Trist le dio más vergüenza que a Polk y desobedeció a su presidente. Acuñó la siguiente frase: “Mi sentimiento de vergüenza como americano fue mucho más fuerte que la que pudieran sentir los mexicanos”.

En verdad que el recibimiento y la presencia de Trump en Los Pinos tiene mucho de vergüenza y de humillación, sobre todo si tomamos en cuenta el discurso incendiario que horas después pronunció en Arizona donde dijo que los mexicanos íbamos a pagar el muro “aunque no lo supiéramos”. De pilón nos tildó de pendejos. ¿Dónde están los asesores, quiénes son? Por lo menos hay que leer el arte de la guerra.

En Opinión,  El País escribe: “La visita de Donald Trump al presidente mexicano, constituye un grave error por parte del presidente. Mientras Trump ha utilizado la visita para darse altura presidencial y reforzarse ante sus votantes, Peña Nieto no ha obtenido ninguna rectificación ni promesa favorable a México por parte del candidato republicano y ha quedado como un líder débil y sin pulso”.

Sin embargo, tampoco Trump salió vencedor. Una vez más quedó patente su enfermedad hitleriana, su estupidez que ha de abrir los ojos aún a aquellos que forman su posible electorado. Es un hombre dominado por “el mal radical”. (Arendt).  Es casi imposible ver a Trump en la Casa Blanca y todos confiamos en el buen juicio de los norteamericanos. Por otra parte, Hillary tiene ahora un nuevo motivo   para mostrar a los suyos lo disparatado, la estulticia y la incapacidad de Trump para gobernar la Unión.

También en El País, Krause concluye: “A toro pasado, en una entrevista en televisión, Peña Nieto ha declarado que los pronunciamientos de Trump ponen en peligro a México. ¿Se enteró apenas? Tiene una sola salida y debe externarla pronto: repudiarlo, rechazarlo, repelerlo. A los tiranos no se les apacigua. A los tiranos se les enfrenta”.

El presidente Peña tiene otro camino para ayudar a los mexicanos, a los de aquí y a “los de allá”. Él y el triunvirato deberían, primero, venir, de ser posible de incógnitos, y cruzar los puentes internacionales, sólo aquí en Juárez, de ida y vuelta, varias veces, a distintas horas para que descubrieran cómo ayudar a los mexicanos. Deberían viajar también en una caravana de “paisanos”, obviamente de incógnito y aprenderían muchas cosas, tal vez también, a ayudar a los mexicanos de aquí y “de allá”.

Una forma muy importante de ayudar a los mexicanos “de allá”, – en tanto que Trump construya el muro -, sería facilitarles y, sobre todo, abaratarles el traslado de las remesas; las remesas son una “inversión directísima” que ayuda, ahora sí, a las familias mexicanas, impidiendo que los bancos, eternos agiotistas voraces, se queden con una buena tajada del trabajo, del sudor, del esfuerzo, de la humillación de los mexicanos “de allá”. Eso hay que hacerlo y que Trump haga lo que le dé su ¡¿@#!&*?! gana. De veras que los mexicanos andamos de muy mal humor.

Nuestros hermanos que están “allá” sufren la suerte del salmón: abandonan su lugar de origen, llegan al mar, se desarrollan, crecen y tienen que volver a su tierra de origen a desovar a riesgo de la propia vida. ¿Cómo trata México a los migrantes propios y ajenos? Desde una secretaría en la CDMX es imposible ver la realidad.