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ESPÍRITU SANTO. (I)

 

PONERNOS EN LA PRESENCIA DE DIOS.

Oh! Espíritu Santo, enséñame a conocerte, a desearte, a amarte, y prepárame para secundar tu acción en mi alma.

 

Meditación.

1.- La proximidad de Pentecostés nos recuerda que debemos volver nuestra mente y nuestro ser al Espíritu Santo, (= SpS); con su ayuda, queremos conocerlo mejor y amarlo más ardientemente, invocarlo con mayor fervor y disponernos nosotros mismos de la mejor manera posible para fomentar su acción en nuestra alma.

 

El catecismo nos enseña que, en Dios, hay Tres Personas, iguales y distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Desde la eternidad, el Padre, conociéndose a sí mismo, engendra al Hijo; su Palabra, la perfecta y sustancial idea en la que el Padre se expresa y al que él comunica toda su bondad, su ternura, su naturaleza divina y esencia. El Padre y la Palabra, comunicándose mutuamente su infinita bondad y belleza, se aman uno al otro desde toda la eternidad, y la expresión de esta unión amorosa es la Tercera Persona de la Trinidad, el SpS. Como la Palabra es generada por el Padre por vía de conocimiento, así el SpS procede del Padre y del Hijo por vía de amor. El SpS, por lo tanto, es el término y la efusión del amor recíproco entre el Padre y el Hijo, una efusión tan sustancial y perfecta que es Persona, la Tercera Persona de SS Trinidad, a la cual el Padre y el Hijo, por la sublime plenitud de su amor, comunican su propia naturaleza y esencia, sin perder nada de Ellos. Tal es la procedencia de las divinas Personas; Ellas, en todo son iguales, sólo se diferencian en su origen o procedencia.

 

Porque el SpS es la efusión del amor divino, es llamado Espíritu, de acuerdo con la palabra latina que significa, aire, respiración, aliento vital. En nosotros, la respiración es un signo de vida; en Dios, el SpS, es la expresión, la efusión de la vida y del amor del Padre y del Hijo, pero una efusión sustancial y personal, que es Persona. En este sentido la Tercera Persona de la SS. Trinidad es llamada “Espíritu del Padre y del Hijo”, y también “el Espíritu del amor de Dios”, es decir, aliento de amor del Padre y del Hijo, el aliento del amor divino. Es en este sentido en el que los Padres llamaban al SpS Osculum Patris et Filii, el beso del Padre y del Hijo, un “dulce pero secreto beso” de acuerdo con la tierna expresión de San Bernardo.

 

Invoquemos al SpS., el Espíritu de amor para que él encienda nuestros corazones en la flama de la caridad.

 

2.- El concepto de persona se refiere a un ser que es completo y distinto respecto a otros seres; es un ser subsistente, que existe por él mismo; un ser inteligente, libre y capaz de voluntad; y un ser capaz de afectos, capaz de amor. Todo esto se verifica en el SpS de una manera perfecta: Él, el aliento del amor del Padre y del Hijo es una persona, y una persona divina. Es un ser completo. Es Dios completamente, no una parte de Dios; no obstante siendo absolutamente igual a las otras dos Personas divinas es distinta de ellas; es subsistente en sí mismo, conoce y ama. Porque el SpS es una Persona Divina, nosotros podemos tener relaciones con él exactamente como tenemos con el Padre y con el Hijo. La iglesia nos invita y nos propone muchas y hermosas invocaciones al SpS especialmente en el himno Veni Creator Spiritus en el que la iglesia menciona todos los títulos con los cuales podemos dirigirnos a él confiadamente. El himno comienza llamando al SpS “Espíritu creador”, recordándonos que él, junto con el Padre y el Hijo, es el único Dios y creador nuestro. Igual, la iglesia lo invoca como nuestro Santificador, es decir, como el que difunde la gracia en nuestras almas: imple superna gratia, quae tu creasti pectora, llena con tu gracia divina los corazones que tú creaste.

 

Sin embargo, todos los actos ad extra de Dios, tales como la creación, santificación de las almas y la redención, son comunes a las Tres Divinas Personas, sin embargo, existe lo que se llama apropiaciones, según la cual, a cada una de las Personas se le atribuye determinada acción: al Padre la creación, al Hijo la redención y al SpS la santificación…. Así la iglesia confiesa: uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, uno sólo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Sps en quien todas las cosan son. Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo, y del don del Sps las que manifiestan las propiedades de las Personas Divinas. (Cat. Iglesia Católica. n.249 ss)

 

Así pues, la acción de la santificación, que es un trabajo del amor, es especialmente atribuido al SpS que es el hálito del amor divino. León XIII enseña: El SpS da un dulce, un fuerte impulso y pone, por así decir, el toque final en la noble acción de la predestinación eterna. Por esta razón especial, la iglesia nos invita a invocar al SpS como el Santificador de nuestras almas.

 

Altissimi donum Dei, fons vivus, ignis, cáritas, et spiritalis unctio, don del Dios altísimo, don dado a nuestras almas para guiarlas a la santidad; Don del Dios Altísimo, fuente viva, fuego, caridad, espiritual unción. Y otra vez: septiformis munere, digitus paternae dexterae, dispensador de los siete sagrados dones por los que él perfecciona nuestra vida espiritual, dedo de la mano derecha del Padre que indica el camino de la santidad. ¡Con cuánto gozo, amor y deseo debemos invocar al SpS, al Santificador!

 

Coloquio.

Oh!, unión maravillosa en el cielo, maravillosa en la tierra, maravillosa y secretísima, perfecto vínculo de la naturaleza divina, por la cual el Espíritu Santo, vínculo de amor, de una manera inefable, une las Divinas Personas. Oh!, ¡cómo une en perfecta unidad la Santísima Trinidad: unión de esencia, de sustancia y de amor! Oh! Sps eres su vínculo de amor! ¡Oh! Divino Espíritu, con el mismo vínculo con el que unes y atas eternamente al Padre y al Hijo en perfecta unión, de igual manera unes también el alma con Dios de una manera similar a la unión Divina. Tú lo haces liberando sus facultades tan perfectamente que por su íntima unión con Dios el alma nada desea, no es capaz de desear, recordar, conocer, o desear nada que no sea la divina caridad. Oh!, qué feliz ha de ser el alma, si, como los bienaventurados en el cielo ya no tiene que ser liberada jamás por tan íntima y bendita unión!

 

¡Oh! Espíritu Santo, tu vienes a nosotros mediante una amorosa acción de tu gracia, como una fuente que mana en el alma, donde el alma es sumergida. Como dos ríos que se juntan y unen sus aguas, y el más pequeño pierde su nombre y toma el nombre del más grande, así Tú, ¡oh! Espíritu Divino vienes al alma y la unes a ti. Pero es necesario que el alma, que es la más pequeña, pierda su nombre y viva en ti, ¡Oh! Espíritu Santo, de tal manera que sea transformada en ti, a grado de llegar a ser un espíritu contigo.

 

Espíritu Santo, te veo bajar al alma como un sol que no encontrando obstáculos ni impedimentos, lo elimina todo; te veo descender como un relámpago, que bajando, va a los lugares más profundos y ahí reposa, no deteniéndose en el camino ni permaneciendo en las montañas o en los lugares altos, si no más bien en el centro de la tierra así tu, Oh! Espíritu Santo, cuando desciendes del cielo con la encendida flecha de tu amor divino, no reposas en los corazones orgullosos o en los espíritus arrogantes, si no que tu haces tu morada en las almas que son humildes y despreciables a sus propios ojos.

 

Himno al Espíritu Santo.

 

 

Ven, Espíritu Creador;

Visita las almas de tus fieles,

Y llena de la Divina Gracia

Los corazones que tú creaste.

 

Tú eres nuestro Consolador,

Don del Dios Altísimo,

Fuente viva, fuego,

Caridad y Espiritual unción.

 

Tú derramas sobre nosotros

Tus siete dones;

Tú, el dedo de la mano de Dios;

Tú el prometido del Padre;

Tú, quién pones en nuestros labios

Los tesoros de tu palabra.

 

Enciende con tu luz nuestros sentidos;

Infunde tu amor en nuestros corazones;

Con tu perpetuo auxilio,

Fortalece nuestra frágil carne.

 

Aleja de nosotros al enemigo,

Danos pronto la paz,

Se tú mismo nuestro guía,

Y puestos bajo tu dirección,

Evitáremos todo lo malo.

 

Por ti conoceremos al Padre,

Y también al Hijo;

Y que en ti,

Espíritu que procede de ambos,

Creamos en todo tiempo.

 

Gloria a Dios Padre,

Y al Hijo que resucitó,

Aparte de entre los muertos,

Y al Espíritu consolador,

Por los siglos de los siglos.

 

LA ACCION DEL ESPIRITU SANTO. (I3)

 

EN LA PRESENCIA DE DIOS. Oh!, Espíritu Santo! Haz que yo haga tu voluntad en mi alma; enséñame a reconocer tu voluntad y a corresponder a ella.

 

Meditación.

1.- De la misma manera en que el Espíritu santo habitó en lo más profundo y sagrado del alma de Jesucristo para llevarla a Dios, él actúa en nuestras almas con el mismo propósito. En Jesús, El encontró una voluntad completamente dócil y así pudo guiarlo sin dificultad, mientras que en nosotros encuentra, usualmente, resistencia, fruto de la humana debilidad. Entonces el Espíritu suspende su acción en orden a nuestra santificación, ya que El no violenta nuestro libre albedrío. El, el Espíritu de amor, espera nuestra cooperación amorosa en su trabajo, para llevar nuestras almas a la santidad de manera libre y ardiente.

 

Para poder alcanzar la santidad, debemos cooperar con la acción del SpS; y, dado que una perfecta y efectiva colaboración es imposible sin no comprendemos las acciones del divino Promotor, es necesario que aprendamos cómo el divino Paráclito, el promotor de nuestra santificación, trabaja en nosotros.

 

Debemos comprender que el SpS siempre está activo en nuestras almas, desde los primero pasos de nuestra vida espiritual, desde el principio, aunque de un modo oculto e imperceptible. Siempre su valiosísima acción allí estaba y consistía especialmente en la preparación y aliento en nuestros primeros intentos por adquirir la perfección.

 

Dándonos la gracia, sin la cual todos nuestros esfuerzos por alcanzar la santidad serían inútiles, el EpS inicia su trabajo en nosotros: El nos elevó a un estado sobrenatural. La Gracia proviene de Dios; es un regalo de las Tres Personas de la Santísima Trinidad: un regalo creado por el Padre, del que nos ha hecho merecedores el Hijo, en virtud de Su Encarnación, Pasión, muerte y resurrección, y difundido en nuestras almas por el Espíritu Santo.

 

Es por esto que al Espíritu de amor, se le atribuye, de manera especial, la labor de nuestra santificación. Cuando fuimos bautizados, fuimos justificados “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” No obstante, las Sagradas Escrituras le atribuyen muy particularmente, este trabajo de regeneración y filiación divina al Espíritu Santo. Jesús mismo nos señala que el Bautismo es un renacer “del agua y del Espíritu Santo” (Jn. 3,5) y San Pablo afirma que: “fuimos bautizados en un solo Espíritu” y “que el Espíritu mismo da testimonio de que «nos bautizaron con el único Espíritu» y que “ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios” (I Cor 12,13—Rom 8,16). Es el Espíritu el que hace posible el que nosotros podamos llamar a Dios: Abbá, es decir, Padre (cf. Gal. 4,4ss.). Por lo tanto, es el Espíritu santo el que ha preparado y dispuesto nuestras almas para la vida sobrenatural al derramar sobre nosotros la Gracia.

 

2.- Además, en orden a llevarnos a realizar actos sobrenaturales, el Espíritu Santo socorre con el don de fortaleza nuestro conocimiento y nuestra voluntad infundiendo sus virtudes: las virtudes teologales y las virtudes morales. Así, a través de Su intervención, nos hace capaces de realizar acciones sobrehumanas. Pero el EpS no se detiene ahí; como un buen maestro, continúa ayudándonos en nuestro trabajo, urgiéndonos para hacer el bien y para sostenernos en nuestros esfuerzos. Nos anima mediante sus inspiraciones interiores y exteriores, esto es, las Sagradas Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia. Las Sagradas Escrituras son la palabra de Dios, escrita, sin lugar a dudas, por la inspiración del Santo Espíritu. Es el divino Paráclito el que nos habla, iluminando nuestro entendimiento con su luz e incentivando nuestra voluntad con Sus inspiraciones; por lo tanto, meditar las Sagradas Escrituras es como “ir a la escuela” del Espíritu Santo. Y más aun, el Espíritu Santo, mediante la palabra viva de la Iglesia, nos instruye continuamente y nos estimula a hacer el bien, ya que todos aquellos que tienen, en la Iglesia, la misión de enseñar, lo hacen bajo Su guía cuando exponen la sagrada doctrina a los fieles. Si somos dóciles a las inspiraciones del divino Paráclito y aceptamos sus inspiraciones, El se une a nosotros, llenándonos de Su gracia y así somos capaces de realizar actos virtuosos. Resulta claro, entonces, que aún cuando la vida espiritual está gestándose y está centrada en corregir las faltas y en la adquisición de virtudes, la actividad del alma está totalmente permeada y sostenida por la acción del EpS. Le prestamos poca atención a esta verdad, y por consiguiente, en la práctica, tendemos a ignorar el trabajo constante del Espíritu Divino en nuestras almas. Meditemos en esto, prestemos atención a Sus inspiraciones y a sus impulsos. “Por la gracia de Dios soy lo que soy” dijo San Pablo y añade: “Y esa gracia suya no ha sido estéril en mí” (I Cor 15,10)

 

 

COLOQUIO

“Oh! Divino Espíritu, divino Huésped de nuestras almas, tú eres el más noble y valioso de todos nuestros huéspedes. Con la premura de tu bondad y tu amor por nosotros vuelas presuroso hacia todas las almas dispuestas a recibirte. ¿Y quién puede describir los maravillosos efectos que produces en aquellos que te reciben?

 

Tú hablas sin palabras y tu sublime silencio se escucha por doquier. Estás inmóvil y siempre en movimiento, y en tu inamovible movilidad te comunicas con todos. Siempre estás en reposo y siempre estás trabajando, y en Tu reposo realizas las obras más admirables. Siempre estás en movimiento pero nunca cambias de lugar. Tú penetras, fortaleces y preservas todo. Tu inmensa y poderosa omnisciencia lo sabe todo, lo entiende todo, todo lo penetra. Sin prestar oído a nada, Tú escuchas la más pequeña palabra dicha en lo más secreto de los corazones.

 

Oh!, Divino Espíritu, Tú estás en todo lugar del que no has sido expulsado porque Tú te comunicas y te das a todos, excepto a los pecadores que no quieren levantarse del fango de sus pecados; en ellos no puedes encontrar un lugar para reposar porque Tú no puedes tolerar la maldad de un corazón que se obstina en hacer el mal. Pero Tú permaneces en las creaturas que por su pureza, son receptivas de tus dones. Y Tú permaneces en mí comunicándome sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Amor, caridad, pureza; en pocas palabras Tu misericordia y Tu bondad. Al difundir estas gracias en Tu creatura, te preparas, Tú mismo, una habitación para recibirte” (Sta. Maria Magdalena dei Pazzi)

 

LAS INICIATIVAS DEL ESPIRITU SANTO. (16)

 

PRESENCIA DE DIOS: Oh! Divino Espíritu, ven y guía mi alma por el camino de la santidad.

 

MEDITACIÓN

Aunque nuestra alma es sobrenaturalizada por la gracia santificante, nuestras potencias fortalecidas por las virtudes infusas, y nuestras virtudes y nuestras acciones precedidas y acompañadas por la gracia actual, aún así, nuestra forma de actuar sigue siendo humana, y por esto incapaz de una unión perfecta con Dios o de alcanzar la santidad. De hecho, nuestro intelecto, a pesar de estar revestido con la virtud de la fe, siempre será inadecuado con el Ser Infinito, será siempre incapaz de conocer a Dios tal como él es. Aún siguiendo las verdades de la revelación, que nos dicen que Dios es Uno y trino, las ideas que concebimos acerca de la Santísima Trinidad, las tres Divinas Personas y la perfección de Dios siempre estarán muy alejadas de la realidad. Mientras estemos en la tierra tenemos que conocer a Dios “confusamente en un espejo” ,solo en el cielo lo veremos cara a cara. (I Cor 13,12). La inadecuación de nuestro conocimiento de Dios se extiende de igual manera a nuestras ideas de santidad; nuestra visión limitada que caracteriza nuestra percepción de las cosas divinas, afecta nuestras nociones del camino de la perfección. . En muchos casos ni siquiera somos capaces de discernir lo que es perfecto y a pesar de nuestra buena voluntad cometemos errores con frecuencia, creyendo que algunas cosas son buenas y santas cuando en realidad no lo son.

 

No obstante, la unión total con Dios, que es la santidad, requiere de una perfecta orientación hacia El, de acuerdo al primero y más grande mandamiento de Jesús: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. (Mt. 22,37); hemos comprobado que esta perfecta orientación excede nuestras capacidades, precisamente porque nuestro conocimiento de Dios y del camino que nos lleva hasta El, es muy imperfecto. ¿Hemos entonces de renunciar a la santidad? De ninguna manera! Dios, que quiere nuestra santificación, nos ha enriquecido con los dones necesarios para alcanzarla: El nos ha dado al Espíritu Santo. Jesús dijo: “recibirán una fuerza, el Espíritu Santo, que descenderá sobre ustedes” (Hech. 1,8)

 

2.- El Espíritu Santo, que “penetra todo, incluso lo profundo de Dios” (cf. I Cor. 2,10) Tiene un profundo conocimiento de la naturaleza divina y sus misterios; Él, que penetra todas las cosas y conoce a la perfección la delicadeza y secretos de su más alta virtud, así como las necesidades y deficiencias de nuestras almas, viene a nosotros, nos toma de la mano y nos guía a la santidad.

 

Hasta donde podemos avanzar por nuestra propia iniciativa, nuestra orientación hacia Dios siempre será imperfecta e incompleta, porque nos vemos obligados a actuar «humanamente», pero cuando el divino Espíritu interviene, actúa como Dios, de «una manera divina»; es por eso que nos lleva y nos dirige completamente hacia El. En las acciones humanas, el pensamiento precede a la determinación de la voluntad y ya que nuestra capacidad de pensamiento es tan limitada, nuestras acciones son, por lo tanto, muy limitadas también. Esto es especialmente cierto en todo lo que concierne a las cosas divinas. Pero cuando el Espíritu Santo interviene, El actúa directamente en la voluntad, llevándola hacia El.

 

El inflama nuestro corazón e ilumina nuestro entendimiento. Esto es la génesis de ese “conocimiento de Dios” que nos es imposible expresar con palabras, pero que nos lleva a conocer a Dios y saborearlo; nos dirige hacia El con más fuerza que cualquier razonamiento o deseo de nuestra voluntad. Entonces sentimos que “sólo El es Dios”, tan grande y poderoso que todas las creaturas estamos infinitamente lejos de El, que merece todo nuestro amor—el cual es nada comparado con su infinita ternura; sentimos que cualquier sacrificio, aún el más grande, es una insignificancia porque lo hacemos por tan grande Dios.

 

Es así como el Sps nos lleva por el camino de la santidad. Al mismo tiempo, El nos ayuda a superar las dificultades actuales. Por ejemplo, nosotros luchamos con frecuencia contra una falta que no podemos superar, o tratamos inútilmente de alcanzar cierta virtud, o intentamos inútilmente solucionar un problema; pero en cierto momento, sin saber ni cómo, las cosas cambian: nuestras dudas se despejan y somos capaces de realizar con facilidad lo que al principio nos parecía imposible. Esto también es el resultado de la acción del Sps en nuestras almas, esto explica porqué sus iniciativas son tan preciosas para nosotros y porqué hemos de desearlo e invocarlo con mucha confianza.

 

COLOQUIO

“Oh! amor del Dios eterno, sagrada comunicación entre el Padre omnipotente y su Hijo bendito, Paráclito todopoderoso, misericordioso consolador de los afligidos, penetra hasta lo más profundo de mi corazón con tu poderosa virtud, ilumina con tu poderosa luz cualquier rincón oscuro de esta habitación tan descuidada de mi alma. Visítala, haciendo que de frutos, con la abundancia de tu rocío, todo aquello que el prolongado estado de sequía ha secado y marchitado. Traspasa con el dardo de Tu Amor, las profundidades de mi alma; penetra hasta el núcleo de mi enervado corazón e inflámalo con tu saludable fuego; fortalece tú creatura iluminando con la luz de Tu santo fervor, las insondables profundidades de mi alma y mi corazón.

 

Creo que cada vez que vienes a mi alma, Tú preparas en ella una morada para el Padre y el Hijo. Bendito aquel que es digno de tenerte a Ti como huésped! Por medio de ti el Padre y el Hijo establecen su morada en él. Ven entonces, el más benigno Consolador de las almas que sufren, Protector en todas las circunstancias y Auxilio en las tribulaciones. Ven, Purificador de las faltas, Sanador de las heridas. Ven, fortaleza de la debilidad, auxilio de los que caen! Ven, Maestro de los humildes, Rechazador de los orgullosos! Ven, Oh! Padre amoroso de los huérfanos, Juez misericordioso de las viudas! Ven, esperanza de los pobres y fuerza de los débiles! Ven, estrella de los navegantes, puerto para los náufragos! Ven, Oh! suprema belleza de todo lo creado y la única salvación para los agonizantes!

 

Ven, Oh! Santo Espíritu, ven y compadécete de mí! Vísteme de ti mismo, escucha benignamente mis súplicas y ya que tu misericordia es tan grande, que mi pequeñez le agrade a tu grandeza y mi debilidad a tu fuerza, por Jesucristo, mi Salvador, el cual, con el Padre, vive y reina en unión contigo por los siglos de los siglos. Amén.” (San Agustín)

 LAS VIRTUDES Y LOS DONES. (31)

Presencia de Dios.- Enséñame, Oh Espíritu Santo, a guardar una actitud de continua atención a tus inspiraciones y una permanente dependencia de tus inspiraciones.

MEDITACION

1.- Santo Tomás nos enseña que los dones del Espíritu Santo se nos dan para ayudar a las virtudes:” dona sunt in adjutorium virtutum”. Esta es una expresión llena de significado: note que recibimos los dones para apoyar a las virtudes, no para sustituirlas. Si el alma hace su mejor esfuerzo, aplicándose seriamente a la práctica de las virtudes, el Espíritu Santo, por medio de los dones, completará el trabajo del alma. Para que los dones sean operativos, entonces, la actividad e implicación personales son esenciales. La totalidad de la tradición de la Iglesia los coloca en el punto de partida porque “ si un alma busca a Dios, el Amado la buscó mucho antes…El atrae al alma y es la causa que ella corra hacia Él.” (J.C: LF,3,28).

 

Sin embargo, la práctica asidua de las virtudes no basta para llevar el alma a Dios, la manifestación de la buena voluntad que implica esta práctica es muy necesaria. El navegante que busca ansiosamente el puerto, no se sienta perezosamente a esperar un viento favorable sino que se pone a remar vigorosamente; de manera semejante, el alma que busca a Dios, mientras espera que El la atraiga, no se abandona a la indolencia, al contrario, busca fervientemente por propia iniciativa: haciendo esfuerzos para superar sus faltas, y retirándose de las creaturas, para practicar las virtudes en un recogimiento interior. El Espíritu Santo perfecciona estos esfuerzos activando sus dones. Así pues, vemos cuan errónea es la actitud de ciertas almas que permanecen demasiado pasivas en la vida espiritual, fallando en el ejercicio de su propia iniciativa para avanzar en la santidad y encontrar a Dios. Estas almas están desperdiciando su tiempo y fácilmente se exponen a sufrir una decepción. Es necesario emprender la tarea vigorosamente, especialmente al inicio de la vida espiritual. Solo actuando así puede esperar tener la ayuda del Espíritu Santo.

 

 

2.- Generalmente, al comienzo de la vida espiritual, la influencia de los dones, aunque nadie lo espere, está más bien escondida y es rara. Al mismo tiempo, las iniciativas del alma—el ejercicio activo de las virtudes y la oración—de manera natural tienden a predominar. A medida que la vida espiritual se desarrolla, de igual manera que lo hace la caridad, la influencia de los dones se incrementa. Si el alma permanece fiel, esta influencia gradualmente será más fuerte y más frecuente mientras que las iniciativas propias de la propia alma son eclipsadas por dicha influencia. Y es así como bajo la dirección del Espíritu Santo, el alma alcanza la santidad.

 

Dicho lo anterior se ve fácilmente porqué, desde los comienzos debemos adquirir el hábito de ser al mismo tiempo activos y pasivos en nuestro camino hacia Dios, haciendo esfuerzos, sí, pero al mismo tiempo tratando de estar atentos y ser obedientes al soplo del Espíritu Santo.

 

En efecto, hay algunas almas que son demasiadas pasivas, hay otras que comenten el error del activismo, haciendo de todo; este error consiste en sus planes para la reforma espiritual; sus buenas resoluciones, sus ejercicios espirituales se realizan en forma tal como si la santidad dependiera solo de su propio esfuerzo.

 

Ellas dependen demasiado de sus propios esfuerzos y muy poco de la ayuda de Dios. Tales almas corren el riesgo de malinterpretar las inspiraciones del Espíritu Santo, de sofocar los divinos impulsos y así se fatigan inútilmente, sin haber alcanzado la meta. Disponibilidad, docilidad y la entrega total son necesarias: las mentes deben estar disponibles en orden a reconocer las inspiraciones interiores del Espíritu santo; las voluntades deben ser dóciles, al punto de ser doblegadas. Y es necesario que el espíritu se rinda para que puedan ser llevados por caminos oscuros, desconocidos y contrarios a su propio gusto. Nadie puede ser su propio maestro de santidad; sólo hay un Maestro, el Espíritu Santo. Para permanecer en su escuela y estar completamente dependientes de él, implica una doble tarea: la continua lucha por corregir las faltas y adquirir las virtudes y estar siempre atenta a sus inspiraciones. Es aquí donde descansa el verdadero propósito de los dones. El Señor “cada mañana abre mi oído, para que yo lo escuche como a un Maestro,” dice Isaías, “El Señor me abrió el oído: y yo no opuse resistencia yo no me eché atrás (50,4-5.) Esta debe ser la actitud interior de un alma que desea ser guiada por el Espíritu Santo.

 

COLOQUIO.

Oh Espíritu Santo, Dios de amor, vínculo de amor de la Santísima Trinidad, tú permaneces con los hijos del hombre y encuentras tu delicia en estar con ellos, en esa santa castidad, que bajo la influencia de tu poder y atracción, florece en la tierra como una rosa entre espinas. Divino Espíritu! Amor! Enséñame el camino que me lleve a alcanzar tan deliciosa meta, el camino de vida que desemboca en ese campo fértil regado por el rocío divino, donde los corazones atormentados por la sed pueden encontrar refrigerio. Oh! Amor!, solamente tú conoces ese camino que conduce a la vida y a la verdad. En ti se ha consumado la maravillosa unión de las tres divinas personas de la Trinidad Santa. Los más preciosos dones son derramados en nosotros por ti, Oh! Espíritu Santo. De ti provienen las fértiles semillas que dan frutos de vida. De ti fluye la dulce miel de las delicias que son encontradas solamente en Dios. A través de ti desciende hasta nosotros el agua fértil de las divinas bendiciones: los preciosos dones de tu espíritu.

 

Oh! Espíritu santo, tú eres la fuente por la que suspiro, el anhelo de mi corazón. Océano desbordante, absorbe a esta pequeña gota extraviada que desea fundirse en ti. Tú eres la sustancia de mi corazón y yo me aferro a ti con todas mis fuerzas. Oh!, maravillosa unión! Verdaderamente esta intimidad contigo es más preciosa que la vida misma. Tu perfume es un bálsamo de propiciación y de paz.

 

Oh! Espíritu Santo de amor, Tú eres el más dulce beso que une al Padre y al Hijo para formar la Trinidad. Tú eres ese bendito beso que la divinidad real dio a la humanidad por medio del Hijo de Dios. Oh! dulce abrazo, sujétame a ti, pobre granito de arena, aférrame muy fuerte para que yo me una completamente a Dios. Haz que experimente que delicioso es estar en ti, oh! Dios vivo. Oh! Mi dulce amor, abrázame y úneme a ti!. Oh! Dios de amor, tú eres mi posesión más preciada y yo no espero nada, no deseo ni quiero nada ni el cielo ni en la tierra, si no a Ti. (Sta. Gertrudis).