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¡Expulsen los demonios, curen los enfermos!

 

Enfrentamiento inmediato.

¡Y cuál tarea más urgente! Escrito a mediados del primer siglo, elaborado con un material muy diverso que el escritor encontró disperso en distintas comunidades en forma de recuerdos, de colecciones de dichos y milagros, de textos litúrgicos, Marcos, (=Mc), es el más antiguo de nuestros evangelios, y nos presenta a un Jesús muy cercano a lo que «sucedió realmente». Entre sus características, aquella que ha determinado en mí un nuevo acercamiento, está la lucha que emprende Jesús, de inmediato, contra todas las fuerzas que destruyen en el hombre lo que el hombre es por esencia: imagen de Dios. Dios quiere la felicidad del hombre, su plenitud, nunca su destrucción; la gloria de Dios es el hombre vivo, y «el mal», en todas sus formas, se opone a esta voluntad. El mal se personifica en lo demoníaco, en el Malo.

 

Es llamativo, en efecto, el hecho de que Jesús, en Mc., se enfrente personalmente a Satanás desde el inicio; lo enfrenta en la soledad del desierto, al comenzar su trabajo evangelizador. Se enfrenta a los poderes adversos: a las posesiones diabólicas que intentan abortar su plan, impedir su predicación; a la enfermedad y a la alienación religiosa, al endiosamiento de la política y el dinero. A la manipulación, a la mentira y al autoengaño, a las obsesiones, a los centros negativos de poder que manipulan al hombre, ()hoy cambiamos de horario, ¿quién y por qué), en fin, a todo cuanto destruye o disminuye al hombre, amado por Dios. Se enfrenta, en fin, al pecado, fuente de todas las esclavitudes; y a su inmediata consecuencia: la muerte.

 

¿Qué es Evangelizar?

Mc. transmite una idea muy cercana a la forma como Jesús mismo y las comunidades primitivas entendieron el trabajo de la evangelización. Nunca como la transmisión burocrática de una idea. Jamás como clientelismo o proselitismos; jamás como compra o manipulación de conciencias; evangelizar, entonces como ahora, era poner al hombre en contacto con el poder liberador de Dios que se manifestaba en Jesús; poner al hombre en contacto con la gracia curativa de Cristo, que lo libre de todas las alienaciones. El, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo”, es el resumen. (Hechos 10,38). Eso es evangelizar. Como en el campo político, a cualquier ocurrencia le ponemos el apelativo de revolucionario y creemos que ya lo es, así nosotros, a cualquier iniciativa le ponemos “evangelizadora”, y creemos que ya lo es. Hoy, nos cuesta mucho descubrir la acción liberadora de Jesús detrás de tantas palabras, de tanta división, de tanta disensión.

 

La misión de los discípulos.

Cuando elige a los Doce, dice: “Designó a Doce para que fueran sus compañeros y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar demonios”. (Mc. 3,13-14) Luego: “Ellos se fueron a predicar la necesidad de la conversión, expulsaban muchos demonios, ungían con aceite muchos enfermos y los curaban”. (6,12-13) Lo mismo sucede en el episodio de la misión universal, al final: “A los que crean los acompañarán estas señales: echarán demonios en mi nombre, (…) impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos”. (16,17-18). Expulsar los demonios y curar a los enfermos, es decir, la liberación del pecado que se expresa en esas limitaciones, tal es el trabajo de la evangelización.

 

Entonces, ni para Jesús ni para Marcos pasó desapercibida la realidad y el poder del mal que se hace visible en el dolor, en la enfermedad, en la opresión, en la marginación, en la desigualdad, en el pecado que destruye al hombre. Jesús se enfrenta decididamente a esa oscura realidad y da a sus discípulos la potestad de vencer el mal en todas sus formas. Tal potestad es inherente a la misión de anunciar el evangelio. ¿Cómo puede el evangelizador de hoy realizar esa misión? ¿Cuenta todavía con la potestad de enfrentar las diversas formas del mal que destruyen al hombre de nuestros días? ¿Cómo enfrentar a una cultura secularizada, a una «civilización enferma», que ha hecho de la duda y la sospecha y desesperación, su más firme asiento? ¿Cómo enfrentar el mal que nos amenaza? ¿Dónde se origina tanto mal?

 

El mal según Mc.

Marcos no da al demonio otra importancia que la de ser el adversario derrotado de Jesús; en Marcos, jamás se vincula al demonio el mal existente ni la suerte de los creyentes. El terror en Michoacán lo sembró la Tuta y la banda de pendejos que capitaneó (dicho por él). La realidad hiriente y poderosa del mal no se oculta ni a Jesús ni a Marcos, pero la fuente del mal no está en ningún poder sobrehumano. El origen del mal está más cerca de nosotros, está en nuestro interior, radica en la «dureza del corazón» del hombre de siempre, por eso es más terrible. «Escuchen bien y entiendan todos: Nada que entre de fuera pude manchar al hombre; lo que sale de dentro es lo que mancha al hombre» (7,14-15). Ni los discípulos entienden esto, y Jesús les reprende y explica: «No lo que entra, (alimentos impuros), sino lo que sale de dentro, eso si mancha al hombre; porque de dentro, del corazón del hombre, salen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las maldades, los engaños, los fraudes, la lujuria, la envidia, la soberbia, el desatino. Todas estas cosas salen de dentro y hacen impuro al hombre» (7,20-23).

 

El corazón indica la recóndita intimidad del hombre, el núcleo donde se toman las decisiones fundamentales que orientan la vida; el corazón endurecido no es otra cosa que el hombre que no entiende, no comprende, no cree. El corazón endurecido es la causa del divorcio, contraviniendo la voluntad original de Dios (10,2-9); es la causa de la incapacidad de los discípulos para creer (6,52: 8,17). H. Haag escribe: “El hecho de no comprender la revelación de Dios, que se da, no sólo entre los parientes de Jesús y los representantes oficiales del judaísmo, (3,20-30), sino incluso entre los mismos discípulos, revela el endurecimiento fundamental de todo corazón humano. No es casual que para Marcos sólo haya uno bueno: Dios (10,18). Pero el corazón del hombre es el origen del mal, y por eso es Satán (8,33)”.

 

Inconsciente, sombras o irracionalidad.

Fromm nos ofrece un concepto dinámico de la libertad, cuando declara que la libertad de decisión es una «función de la estructura caracterológica». La libertad acontece en el acto concreto y su medida depende de la práctica vital que el hombre ha ejercitado: «Todo avance en la vida que fortalece mi autoconfianza, mi integridad, mi valor y mi convencimiento, estimula también mi capacidad de elegir la alternativa adecuada, hasta que llegue a resultarme difícil elegir el mal en lugar del bien. En caso contrario, cada acto de pereza, de cobardía y de renuncia me debilita y abre la puerta a nuevos actos de esta especie, hasta que finalmente se pierde la libertad». Cuando el hombre sigue, pues, la voz de la razón, de la salud, del bienestar, de la conciencia, puede aprender a dominar lo irracional y caótico. Fromm habla de lo irracional, Freud del inconciente y Jung, de “sombras”, distintas formas de nombrar a todo lo que sojuzga y destruye al hombre. Nosotros, lo llamamos pecado.

 

Para Fromm existen tres factores, que deben darse simultáneamente en un hombre, para que se le pueda llamar malo: la «necrofilia» (sus características: el deseo de matar, la explotación del poder, el sentirse arrastrado a la muerte, a las heces, al sadismo. Ver el culto a «la santa muerte»); el «narcisismo» (sobreestimación, falta de mesura y de objetividad, incapacidad de juicios sobrios) y la «fijación incestuosa» que impide al hombre aceptar a los demás hombres con sus propios valores. Cuando estos tres impulsos se unen y se manifiestan no sólo en un individuo aislado, sino en los grupos, se produce aquel «síndrome de decadencia» que puede actuar devastadoramente en la comunidad, o sea, lo que nos está sucediendo. Esta es la batalla que estamos perdiendo. Fromm describe nuestra situación.

 

La superación del mal.

Sólo existe una forma de superar el mal que brota del corazón endurecido y que impide comprender la revelación de Dios en Jesús. Jesús presenta, desde el comienzo, su programa: “El plazo se ha cumplido; el Reino está cerca. Conviértanse y crean en la buena nueva” (1,15). Fe y conversión, he aquí el único camino que resta al hombre. Haag, expresa así esta idea: “En efecto, con Jesús comienza a ser realidad la creación perfecta: después de su bautismo se abrieron los cielos (1,10), como segundo Adán, supera la tentación (1,12s). Con él ha llegado el «más fuerte», con la intención de liberar a los hombres del poder del «demonio» (3,24-27) y restablecer (3,5; 8,25), con su obra, la creación destruida. Luego, la salvación y la vida sólo pueden consistir, para los hombres que sufren bajo la destrucción y el mal, en volver a Jesús, en creer en Jesús. Sólo quedará en el pecado el que se niega a creer en la revelación de Dios en Jesús.” (1,16-17). «el que se niegue a creer, será condenado» (16,16).

 

«Todo es posible para el que cree». (9,14-29).

Nos ha sido transmitida esta frase de Jesús que, por su carácter absoluto y en su temeraria promesa, llama poderosamente la atención al lector. Pero esta frase corresponde, sólo, a la actitud de Jesús, tal como aparece en todo el evangelio; él manifiesta, en efecto, una inaudita e inquebrantable confianza en Dios Padre, en todo lo que respecta a su persona, e intenta suscitar esta misma confianza en sus discípulos. El esfuerzo para conducirlos a esta actitud, está atestiguado también en otra frase concientemente paradójica e imaginativamente hiperbólica: “Yo les aseguro: Si uno dice a éste monte: levántate y arrójate al mar, sin dudar en su corazón, sino creyendo que cuanto dice sucederá, así sucederá”. (Mc. 11,23) El autor afirma que la confianza en Jesús tiene su fuente en la relación profundamente compenetrada con el Padre, es decir, en la oración. Los discípulos, ya a solas, le preguntan, “¿Por qué no pudimos nosotros echar ese demonio? Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración”, les dice. (9,29).

 

En efecto, Jesús revela en el evangelio una confianza indestructible en el Padre y quiere que sus discípulos tengan esa misa fe confiada y sin reservas, que se nutrirá de la oración; él quiere en los suyos una fe tan grande que sea capaz de mover montañas, expulsar demonios, curar enfermos y resucitar muertos y una oración sin vacilaciones capaz de obtener lo que pidan dispuestos siempre al perdón fraterno (ver 11,23-25). Cuando los discípulos reproduzcan en sí mismos esta actitud, que es la de Jesús, entonces su anuncio tendrá la misma eficacia: expulsarán demonios y curarán a los enfermos que hubiere, es decir, vencerán el mal.

 

¿Habremos fracasado?

¿Cómo puede seguir vigente esta potestad en los discípulos de hoy? ¿Ha retirado, Jesús, esa facultad a los suyos? El relato de Marcos termina así: “Ellos se fueron a pregonar el mensaje por todas partes y el Señor cooperaba confirmándolo con las señales que hacían” (16,20); y entre las señales que hacían estaba expulsar los demonios y curar los enfermos. ¿Qué puede hacer el evangelizador de hoy, en medio de una cultura marcada por el mal, en todas sus formas, y como quiera que éste sea entendido? Si el mal ha arraigado tan profundamente y parece invencible, ¿no se deberá a la falta de fe, – de oración -, de los llamados discípulos de Jesús? ¿El mal que vemos, hasta la saciedad, todo y todos los días, no será el indicio de que los discípulos de Jesús no tienen fe, una fe capaz de mover las montañas, montañas de sufrimiento, de soledad, de pobreza injusta, de marginación, de crímenes, drogas, corrupción, muerte?

 

Bello ejemplo.

Misiones Salesianas lanza la campaña ‘Los Sueños de Siria’. Los niños, niñas y jóvenes cuentan cómo están viviendo la guerra. En cuatro años, han muerto ocho mil menores. La población sigue siendo objetivo del fuego y 10 millones de sirios necesitan ayuda humanitaria para sobrevivir.

 

En cuatro años, Siria ha cambiado radicalmente. Hoy el 53 por ciento de su población vive en la extrema pobreza; más de 250 mil personas han muerto, de ellas más de ocho mil son menores; más de 670 mil niños y niñas no van a la escuela; tres millones de personas han dejado el país; 10 millones de sirios necesitan ayuda humanitaria para sobrevivir.

 

Las Misiones Salesianas trabajan “para que los sueños de los niños, niñas y jóvenes sirios puedan hacerse realidad en un futuro cercano” y piden a la comunidad internacional “ayuda para paliar el sufrimiento de la población siria”. Eso es luchar contra el demonio, curar a los enfermos y resucitar la esperanza, es decir, a los muertos. ¿Y, nosotros? Jugando a las elecciones.