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La vida tiene muchas alegrías muy legítimas: una graduación de la preparatoria o un diploma universitario, un partido de fútbol y subir una montaña, una buena charla de sobremesa con los amigos, las fiestas familiares, un hermoso concierto de algún artista admirado, ver a los hijos crecer y superar las pruebas de la vida… Pero hay gozos más profundos: ser discípulos de Jesús, entrar en su presencia, gastar la vida por él, amarlo y adorarlo, escuchar su Palabra y orar con ella, servirlo en los hermanos y esperar la posesión plena de los bienes que él nos prometió. Los gozos del mundo son más rápidos y pasan pronto. Los del espíritu son más lentos pero más profundos. Hay que saber gozar con todo lo legítimo del mundo, cuidando de no embriagarnos con esos gozos para no olvidarnos de Dios. Que nuestro gozo y consuelo más hondo sea la dulce presencia de Jesucristo en nuestras almas.