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Sab. 18,6-9; Sal 32; Heb.11,1-2.8-19; Lc,12,32-48.

A mi juicio, el tema de este domingo presente en todas las lecturas, es el tema de la confianza en el amor providente de Dios nuestro Padre. Así parecen avalarlo la primera lectura que nos habla de la salvación que Dios realiza a favor de su pueblo y que, éste, deberá recordar en la liturgia pascual; el salmo nos habla de un pueblo que se siente dichoso porque sabe que Dios lo ha escogido, tema fundamental de la teología del A.T.

La lectura del Hb., abre con la siguiente frase: “la fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores”. Y el fragmento evangélico se abre con esa tierna y firme invitación a la confianza: “no temas pequeño rebaño mío porque tu Padre a tenido a bien darte el reino”.(12.32). De esta certeza brota una confianza total, completa; ya no tenemos porqué poner el corazón en otras cosas; ya no existen otros tesoros, no se tiene necesidad de ellos. De ahí la capacidad del discípulo para renunciar a todo, de renunciar a la búsqueda de cualquier otra forma de apoyo, y la capacidad, “de dar los bienes en limosna”.(12.33-35). Dos temas más conforman el relato evangélico: vigilancia y fidelidad de todos los discípulos (12.36-40); y la especial fidelidad que se exige, y de la que habrán de dar cuenta, los encargados y los responsables de las comunidades, (12.41-48).

La primera lectura, que debemos comenzar a leer en el v.5 para entender mejor el contraste, pone de manifiesto que Dios sale en defensa de Israel, su hijo primogénito, castigando a los egipcios, principalmente por la muerte de los primogénitos. Este episodio se une al desastre del mar rojo donde el ejército del faraón fue destruido. Es un breve repaso del hecho fundante del pueblo. Y todo esto se convierte en una liturgia. Aquella noche, la noche de la liberación, queda estipulada como liturgia en la que el pueblo celebrará y hará presente de nuevo y  por todas las edades, los portentos de Dios en favor de su pueblo. A partir de ese momento queda formado el pueblo y empezaron ya a entonar los himnos de los padres. Nosotros, en la Santa Eucaristía, que hunde sus raíces en esa pascua, en los sucesos de aquella noche, de la liberación, de la pascua, celebramos también la más grande maravilla que Dios haya realizado, no ya a favor de un pueblo solo, sino de toda la humanidad: El Misterio Pascual de Cristo. La pascua antigua era figura de la nueva pascua que realiza Cristo; Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado, de Pablo. Para nosotros, también, en la liturgia es el donde nos alcanza Cristo con su poder salvador, sobre todo en la eucaristía.

Transposición Cristiana del Salmo: El salmo canta esa misma certeza de la elección Divina: dichoso el pueblo elegido por Dios. “El plan de Dios es un plan de salvación que no pueden frustrar los planes humanos adversos; que incorpora en su realización las acciones de los hombres, conocidas por Dios. La confianza, como enlace del hombre con el plan de Dios, se convierte en factor histórico activo, para encarnarse en la historia de la salvación. Como el plan de salvación de Dios no tiene límites de espacio o de tiempo, así este salmo queda abierto hacia el desarrollo futuro y pleno de dicha salvación, queda disponible para expresar la confianza de cuantos esperan en la misericordia de Dios.

San Pablo nos habla del maravilloso plan de Dios, que desea salvar a todos los hombres por Cristo: «A mí, el más insignificante de todo el pueblo santo, se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo, e iluminar la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo… Según el designio eterno, realizado en Cristo Jesús, Señor nuestro»”. (Ef 3,8.9.11). (L. A. Schoekel).

Segunda lectura. Al final comparto contigo un fragmento de la Carta Encíclica Spe Salvi, que es un magnifico comentario sobre el tema de este domingo, y un análisis del tema fe-confianza-salvación, en Heb., tema central de la Encíclica, genial como todo lo de B. XVI.

Evangelio. La unidad, .12, 29-34, cierra una  unidad mayor que podemos titular: la confianza en el Padre, y va de los vv: 12, 22-34;  es una continuación del tema del domingo pasado, una especie de cierre. Si podemos llamar a Dios ¡Abba!, no podemos poner nuestra confianza en el dinero, en los bienes de este mundo (cf. 12, 22-28). Ahora, Jesús nos dice: No temas, pequeño rebaño: que vuestro padre ha tenido a bien daros el Reino.(v.32). El grupo de los discípulos es un pequeño rebaño. El pueblo de Dios siempre se ha comparado con un rebaño. A pesar de su pequeñez, de su insignificancia, como de su impotencia y de su pobreza, Dios ha tenido a bien darle el Reino, como el poder y el señorío sobre todos los pueblo. Porque es el pueblo del Altísimo (Dn.7, 27). Este pequeño rebaño vive del amor de Dios que es su padre. Por el designio de Dios que tiene su razón última en  el beneplácito divino, este pequeño rebaño está llamado a ser grande. Y de aquí brota su única seguridad, y han de desaparecer todos los miedos y preocupaciones, la búsqueda inútil de seguridades alternas. ¡No temas!, es la imitación de Jesús a los suyos. Hoy también tenemos necesidad de esta certeza, cuando  parece que todo se hunde, que no hay punto fijo, que vamos al garete. ¡No temas pequeño rebañito mío!, es la invitación que, también nosotros necesitamos oír hoy. La oímos, de hecho, pero ¿creemos en ello o buscamos otros apoyos?

De aquí brota la capacidad del desprendimiento y la generosidad. Lo único importante es el Reino; lo demás se nos dará por añadidura. A veces nos afanamos por las añadiduras y olvidamos el Reino. No necesitamos otras certezas ni hay cosa más importante que el Reino. Ante la certeza que brota de Dios es ridículo y además una falta de confianza, la búsqueda de otros tesoros. El único y verdadero tesoro del discípulo es Dios mismo. Lo contrario sería muy peligroso porqué sería un desplazamiento del punto  central de apoyo; sería apoyarnos en otras cosas que nos son Dios. Dios pasaría a ser otro apoyo como cualquiera. Esto queda claro en al sentencia de Jesús: porque donde esta tu tesoro ahí estará también tu corazón.   Corazón indica la totalidad de hombre.

Vigilancia y fidelidad. (12, 35 – 48). El discípulo de Jesús tiene la mirada puesta en la venida de su Señor. Cuano Lucas escribía en su evangelio, los cristianos no esperaban, ya, venida de Jesús como algo inminente, sino que contaban ya con un espacio de tiempo más largo. Ya había corrido un buen número de años. Entre el tiempo de la acción salvífica de Jesús y su venida gloriosa transcurre el tiempo de la iglesia. Los cristianos que viven en este tiempo de la iglesia miran en retrospectiva  la vida de Jesús  en la tierra, y, al mismo tiempo, en prospectiva, a su futura manifestación. Las preocupaciones fundamentales del tiempo final del cristiano que aguarda la pronta venida de Cristo, no deben faltar tampoco al cristiano que vive en el tiempo de la iglesia, puesto que nadie sabe cuando vendrá el señor. El cristiano vive el aquí y el ahora, pero sabe que es peregrino. Peregrino del Absoluto, como llama, L. Bloy, al hombre. Lucas habla de algunas de estas actitudes fundamentales, como la vigilancia (12,35-40); en particular, los dirigentes de la iglesia son exhortados a la fidelidad, a cumplir con esmero el encargo de su señor. (12,41-48). Como el tiempo de la primera venida de Cristo fue un tiempo de decisión, así también el cristiano debe conseguir su vida como una opción  por la voluntad de Dios (12,49-53).

Roland Meynet, comenta nuestro pasaje de la manera siguiente: ¿A quién está dirigida esta parábola? La doble parábola no esta dirigida a todos  los discípulos, sino a los Servidores del Señor, a los que el ha encargado de vigilar su casa, a los que les ha confiado el poder de abrir la puerta al Maestro y ver que este cerrada para los ladrones. Luego de la pregunta de Pedro, la parábola precisa, el rol interno del discípulo, que no debe cuidar las cosas exteriores, sino la administración de los bienes y las personas del interior: no debe solamente cuidar la casa de los ladrones que quisieran penetrar en ella, sino que es necesario también vigilar para que él mismo no se convierta en un ladrón que utilizaría para su provecho los bienes destinados a la gente de su casa, sirviéndose él mismo, comiendo, bebiendo, embriagándose. Pedro a quien le ha sido confiada la administración suprema queda advertido: la bendición y la maldición están delante de él, según que él haya sabido o no utilizar el poder de las llaves que le ha sido confiado, y de merecer o no el título de «siervo de los siervos de Dios».

Señor y servidor. El discípulo es servidor de su Señor Jesús, y, si en ausencia de su Señor, él recibe la administración de sus bienes y de su casa, él se convierte por delegación en señor de la casa,  no debe olvidar su estatuto de servidor, está llamado a ser un señor bueno y fiel a imagen de su Señor. Si él actúa así, vigilando y sirviendo, el Señor, cuando regrese, confirmará su misión: servidor, será servido por su Señor y su administración se extenderá a todos los bienes de la casa. De tal manera que no existe más poder que el poder de servir, y el servicio, el más radical, da la más grande libertad, y de igual manera la autoridad más absoluta. Sólo el que sirve es libre y tiene poder, el que no sirve para servir no sirve para nada. (L´ Evangile Selon Saint Luc)

Spe salvi. Comparto contigo estos dos números de la Encíclica; ojala puedas leerlos. La mejor forma de preparar la homilía es la meditación personal sobre el tema.  Las ideas concuerdan con la liturgia de la Palabra de éste y el pasado domingo.

7. Debemos volver una vez más al Nuevo Testamento. En el capítulo undécimo de la Carta a los Hebreos (v. 1) se encuentra una especie de definición de la fe que une estrechamente esta virtud con la esperanza. Desde la Reforma, se ha entablado entre los exegetas una discusión sobre la palabra central de esta frase, y en la cual parece que hoy se abre un camino hacia una interpretación común. Dejo por el momento sin traducir esta palabra central. La frase dice así: « La fe es hypostasis de lo que se espera y prueba de lo que no se ve ». Para los Padres y para los teólogos de la Edad Media estaba claro que la palabra griega hypostasis se traducía al latín con el término substantia. Por tanto, la traducción latina del texto elaborada en la Iglesia antigua, dice así: « Est autem fides sperandarum substantia rerum, argumentum non apparentium », la fe es la « sustancia » de lo que se espera; prueba de lo que no se ve. Tomás de Aquino[4], usando la terminología de la tradición filosófica en la que se hallaba, explica esto de la siguiente manera: la fe es un habitus, es decir, una constante disposición del ánimo, gracias a la cual comienza en nosotros la vida eterna y la razón se siente inclinada a aceptar lo que ella misma no ve. Así pues, el concepto de « sustancia » queda modificado en el sentido de que por la fe, de manera incipiente, podríamos decir « en germen » –por tanto según la « sustancia »– ya están presentes en nosotros las realidades que se esperan: el todo, la vida verdadera. Y precisamente porque la realidad misma ya está presente, esta presencia de lo que vendrá genera también certeza: esta « realidad » que ha de venir no es visible aún en el mundo externo (no « aparece »), pero debido a que, como realidad inicial y dinámica, la llevamos dentro de nosotros, nace ya ahora una cierta percepción de la misma. A Lutero, que no tenía mucha simpatía por la Carta a los Hebreos en sí misma, el concepto de « sustancia » no le decía nada en el contexto de su concepción de la fe. Por eso entendió el término hipóstasis/sustancia no en sentido objetivo (de realidad presente en nosotros), sino en el sentido subjetivo, como expresión de una actitud interior y, por consiguiente, tuvo que comprender naturalmente también el término argumentum como una disposición del sujeto. Esta interpretación se ha difundido también en la exégesis católica en el siglo XX –al menos en Alemania– de tal manera que la traducción ecuménica del Nuevo Testamento en alemán, aprobada por los Obispos, dice: « Glaube aber ist: Feststehen in dem, was man erhofft, Überzeugtsein von dem, was man nicht sieht » (fe es: estar firmes en lo que se espera, estar convencidos de lo que no se ve). En sí mismo, esto no es erróneo, pero no es el sentido del texto, porque el término griego usado (elenchos) no tiene el valor subjetivo de « convicción », sino el significado objetivo de « prueba ». Por eso, la exegesis protestante reciente ha llegado con razón a un convencimiento diferente: « Ahora ya no se puede poner en duda que esta interpretación protestante, que se ha hecho clásica, es insostenible »[5]. La fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una « prueba » de lo que aún no se ve. Ésta atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro « todavía-no ». El hecho de que este futuro exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras. 

8. Esta explicación cobra mayor fuerza aún, y se conecta con la vida concreta, si consideramos el versículo 34 del capítulo 10 de la Carta a los Hebreos que, desde el punto de vista lingüístico y de contenido, está relacionado con esta definición de una fe impregnada de esperanza y que al mismo tiempo la prepara. Aquí, el autor habla a los creyentes que han padecido la experiencia de la persecución y les dice: « Compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los bienes (hyparchonton – Vg: bonorum), sabiendo que teníais bienes mejores y permanentes (hyparxin – Vg: substantiam) ». Hyparchonta son las propiedades, lo que en la vida terrenal constituye el sustento, la base, la « sustancia » con la que se cuenta para la vida. Esta « sustancia », la seguridad normal para la vida, se la han quitado a los cristianos durante la persecución. Lo han soportado porque después de todo consideraban irrelevante esta sustancia material. Podían dejarla porque habían encontrado una « base » mejor para su existencia, una base que perdura y que nadie puede quitar. No se puede dejar de ver la relación que hay entre estas dos especies de « sustancia », entre sustento o base material y la afirmación de la fe como « base », como «sustancia» que perdura. La fe otorga a la vida una base nueva, un nuevo fundamento sobre el que el hombre puede apoyarse, de tal manera que precisamente el fundamento habitual, la confianza en la renta material, queda relativizado. Se crea una nueva libertad ante este fundamento de la vida que sólo aparentemente es capaz de sustentarla, aunque con ello no se niega ciertamente su sentido normal. Esta nueva libertad, la conciencia de la nueva « sustancia » que se nos ha dado, se ha puesto de manifiesto no sólo en el martirio, en el cual las personas se han opuesto a la prepotencia de la ideología y de sus órganos políticos, renovando el mundo con su muerte. También se ha manifestado sobre todo en las grandes renuncias, desde los monjes de la antigüedad hasta Francisco de Asís, y a las personas de nuestro tiempo que, en los Institutos y Movimientos religiosos modernos, han dejado todo por amor de Cristo para llevar a los hombres la fe y el amor de Cristo, para ayudar a las personas que sufren en el cuerpo y en el alma. En estos casos se ha comprobado que la nueva « sustancia » es realmente « sustancia »; de la esperanza de estas personas tocadas por Cristo ha brotado esperanza para otros que vivían en la oscuridad y sin esperanza. En ellos se ha demostrado que esta nueva vida posee realmente « sustancia » y es una « sustancia » que suscita vida para los demás. Para nosotros, que contemplamos estas figuras, su vida y su comportamiento son de hecho una « prueba » de que las realidades futuras, la promesa de Cristo, no es solamente una realidad esperada sino una verdadera presencia: Él es realmente el « filósofo » y el « pastor » que nos indica qué es y dónde está la vida.