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Sab. 9,13-19; Sal. 89; Filemón 9-10.12-17; Lc.14, 25-33

¿Cuál es el tema de este domingo? Durante varios domingos hemos leído textos sapienciales como primera lectura. A diferencia del bloque profético que mira a corregir la situación de la comunidad, a animar en el camino de la esperanza mediante la amenaza, la denuncia y los oráculos de salvación, el bloque sapiencial mira, más bien, al hombre concreto ofreciéndole una ayuda para el discernimiento.  No es de extrañar que en este domingo se nos propongan textos sapienciales como pista de lectura para el evangelio. El tema puede ser la Sabiduría que, como don de Dios, nos permite descubrir en las desconcertantes palabras de Jesús la fuente de la vida.

La Sabiduría es una realidad compleja y enigmática, pero se puede decir que es fundamentalmente el arte del «discernimiento» para hacer resaltar lo que favorece a la vida o al contrario lo que lleva a la muerte. Usando una imagen expresiva, se puede parangonar el sabio a un timonel experto que dirige con destreza su barca para arribar al puerto, no obstante las tempestades y los escollos. El sabio, para vivir en el mejor modo posible y evitar el mayor número de golpes, observa la realidad que lo circunda e intenta discernir lo verdadero de lo falso, lo útil de lo inútil, la vida de la muerte. De su experiencia personal y de la de sus predecesores, toma las enseñanzas más convenientes para guiar su comportamiento. L. A. Schoekel, titula un ensayo suyo, utilizado como introducción a su comentario a Proverbios,  Una Oferta de Sensatez. Eso es la sabiduría. ¡Cuánta insensatez, cuanta falta de cordura, de discernimiento! ¡Cuánto dolor inútil y evitable! ¡Cuánta ignorancia culpable, cuánta locura y cuánta muerte!. ¿No es esa la situación que estamos viendo y viviendo en nuestro día a día? La sabiduría, escribe P. Beauchamp, es ante todo la vida, todo aquello en lo que no se piensa, todo lo que es incoloro,  mediocre, universal, pero que se revela como algo inapreciable cuando perderlo es morir”. Cristo es sabiduría y poder de Dios, dice Pablo a los corintios. (cf. ICor. 1,18-31).

 

La sabiduría ante el problema de la muerte. Si la sabiduría debe desembocar en la vida, se comprende que  choque brutalmente con el problema de la muerte que nadie puede impedir, ni la medicina en sus más sofisticadas evoluciones. La muerte pone en jaque la voluntad de realización y de vida ilimitada del hombre. En realidad, mientras que el sabio progresa más en el conocimiento y en la capacidad (competencia), tanto más toma conciencia de sus límites y de su debilidad. La verdadera sabiduría esta en la aceptación lúcida de la condición humana.

 

El Salmo 89 tiene un decidido sabor sapiencial: se trata de una meditación sobre la brevedad de la vida humana; proclamando la confianza en Dios, en su consistencia y en su existencia desde siempre. Señor, tu has sido nuestro refugio/ de generación en generación.  Dios existe desde siempre y solo en él tienen consistencia todas las cosas. Frente esta realidad persistente y eterna que es Dios, está la precariedad del hombre: Tú reduces al hombre a polvo/ diciendo: «retornad, hijos de Adán». Adán quiere decir, simplemente: “tierra”. Dios existe para siempre y desde siempre y mil años en tu presencia/ son un ayer que pasó/, una vigilia nocturna. En cambio, el hombre ¿qué es? Es una hierba que se renueva, que florece y se renueva por la mañana/, y por la tarde la siegan y se seca.

 

Y de aquí brota una de las súplicas más bellas de corte sapiencial: Enséñanos a calcular nuestros años,/ para que adquiramos un corazón sensato. (v.12) Y la súplica continúa: Ten compasión de tus siervos; / por la mañana sácianos de tu misericordia/ y toda nuestra vida será alegría y júbilo.  En esta brevedad que es la vida, el salmista implora: Que tus siervos vean tu acción/ y tus hijos tu gloria. La meditación es pues, sapiencial. Preocupados por tantas cosas externas de corte social, político, económico, agotados por tantas discusiones, acabamos viviendo lejos de nosotros mismos, viviendo en la periferia de nosotros mismos, distraídos, inconcientes, como en una huida permanente.  Tal vez sea necesario volver a la meditación existencial tal como lo han hecho los santos, como por ejemplo San Agustín que confiesa su equivocación cuando él buscaba a Dios fuera de sí mismo, mientras que Dios estaba en su interior: Intimior íntimo meo, más dentro de mí que yo mismo.  Es pues, la literatura sapiencial.

 

Primera lectura.  En esta misma dirección se mueve el fragmento de Sabiduría que leemos hoy. El hombre es naturalmente impotente para conocer la voluntad de Dios, por lo que es necesaria una revelación divina; tampoco puede el hombre comprender lo que de él quiere Dios, de lo que él pretende en sus designios. El hombre es demasiado limitado en sus posibilidades, (v. 6) como para poder penetrar el misterio de Dios y poder descubrir y comprender sus designios, aún después de revelados, menos aún, antes de que Dios se los manifieste. (Sobre este particular podemos ver los himnos de Ef. 1,3-13 y Colosenses 1,9-20, donde se nos habla de la revelación plena del proyecto divino realizado en Cristo y que había permanecido oculto desde el principio de los tiempos, no s ha sido revelado. Pablo usará mucho este motivo teológico.)

 

Nuestro autor dice que el hombre con trabajo adivina las cosas terrestres, lo que está a la mano, lo cual manifiesta la imposibilidad de conocer las cosas del cielo, (cf. Jn.3,12), por eso concluye con una pregunta retórica: ¿quién ha conocido tu designio, si tú no le has dado la sabiduría/ y le has enviado tu espíritu santo desde el cielo?  El N.T. presentará una gran influencia de esta literatura porque Cristo es el que nos ha revelado quién es Dios y lo que Dios quiere de nosotros, su persona, su proyecto y su voluntad. El ha venido para decirnos quién es Dios y qué quiere Dios de nosotros. Pablo emplea la palabra Myisterion para referirse al proyecto oculto y ahora revelado. Esto aparece en múltiples pasajes del N. T. en Juan en Pablo, en los Sinópticos. Para comprender y vivir lo que Cristo es para nosotros, justicia, paz, redención, vida, necesitamos el don de la Sabiduría; así lo dice claramente Pablo en ICor. 2,10-16.

 

Resintiendo una influencia griega, habla del cuerpo mortal que es un lastre para el alma, de la tienda terrestre que abruma la mente pensativa. La vida del hombre mortal se desarrolla en una dialéctica continua entre el cuerpo y el alma. Así se entiende lo que quiere decir nuestro autor. El cuerpo enraizado en la tierra, solidario con los bienes puramente terrenos, temporales, transitorios, frena los vuelos de la mente hacia lo espiritual, lo celestial, lo inmortal. “En terminología más moderna hablaríamos de la vida instintiva, de las fuerzas irracionales que enturbian la mente, de impulsos obscuros del subconsciente no aclarados o mal racionalizados”.

 

Evangelio. Para comprender, pues, el proyecto y la voluntad de Dios necesitamos su revelación. Necesitamos, además, el don de la Sabiduría para entender que las exigencias que Jesús presenta a sus discípulos son fuente de libertad y plenitud, de vida. Sólo mediante la Sabiduría divina comprendemos la racionalidad y la bondad, el impacto liberador que tienen las palabras de Jesús. Dios, así nos lo revela Jesús, quiere a sus hijos libres, libres para el amor, libres para el servicio y no esclavizados a ninguna fuerza contraria o irracional que encadene su alma.

 

La renuncia del discípulo de Cristo. Una gran muchedumbre sigue a Jesús. Pero, ¿sabe la multitud lo que esto significa y lo que exige? Jesús camina a Jerusalén donde le aguarda la  pasión y la muerte. El discípulo de Jesús nunca debe olvidar, ni entonces ni ahora, que lo es de un condenado a muerte. Ya nos lo ha advertido en pasajes anteriores; ahora, muestra las condiciones del seguimiento más radical: renuncia al abrigo y seguridad en la familia y prontitud para dar la vida (vv.25-27), serena ponderación y consideración de si se ha de tomar la decisión de seguir a Jesús de esta forma tan radical (28-32), despego de toda propiedad (v.33). Sólo así se logra vivir el verdadero sentido del seguimiento de Jesús en calidad de discípulo y de la entrega total a Jesús y estar a la altura de la responsabilidad que esto implica (v.34) En la comunidad hay personas que viven voluntariamente también en virginidad y pobreza (1Cor.7,8; Hech.4,37)

 

Antes de las breves parábolas Jesús formula claramente la necesidad de la renuncia (v.26) El que viene a Jesús para ser su discípulo tiene que poner a Jesús por encima de todo, poner todo lo demás en segundo lugar. Lo que esto significa lo formuló Jesús con una palabra tremendamente dura, extremada, imposible de pasar inadvertida, provocativa: odiar.  Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre…. En este texto, sólo Jesús se propone como el único objeto de amor, como el único refugio, como el dispensador de vida. Seguir a Jesús es cargar la cruz e ir tras él, lo que significa que hay que ir con él hasta la ignominia (cf. Gal. 3,13)  La multitud que lo sigue en su camino a Jerusalén, ¿están dispuestos a ponerlo por encima de todo, a tomar sobre sí su suerte, a cargar con la cruz, a exponer su vida si Dios lo exige, en el seguimiento de Jesús? Muchos lo hicieron y lo siguen haciendo hoy y son los Santos, son los Mártires conocidos o desconocidos.

 

Una decisión bien ponderada. Así las cosas hay que ponderar bien la decisión. Jesús subraya esta necesidad con  dos parábolas: el que se sienta a edificar una torre y el rey que sale a campaña contra otro rey.  Hay que calcular muy bien el agua a los tubérculos, no sea que no acabemos la construcción de la torre o que iniciemos una guerra de forma imprudente sin los datos necesarios para llevarla a cabo y terminemos en una situación desastrosa. Lo que está sucediendo en México es pura coincidencia: una guerra que no se planeó de la mejor manera.

 

El seguimiento de Cristo. El final de nuestro fragmento remacha la unidad: así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo.  Dejo la palabra a Alois Stoeger:  “El seguimiento de Cristo puede efectuarse de diferentes maneras. Sigue a Jesús quien oye y pone en práctica su llamamiento a la conversión y a la fe en su mensaje. Pero los Evangelios conocen también un seguimiento que consiste en la adhesión permanente a Jesús, abandonando por consiguiente casa, profesión y familia. De esta manera siguieron a Jesús los apóstoles. No a todos los que le siguen exige Jesús que renuncien al matrimonio, sino únicamente a aquellos a quienes es dado por Dios comprender esta palabra (Mt. 19,21). Ni tampoco  exige a todos que renuncien totalmente al dinero y a los bienes. El publicano Zaqueo no renunció a todos sus bienes después de su conversión (19,1-10). Las mujeres galileas que seguían a Jesús no se privaron de todo lo que poseían (8,3). Cuando Jesús habla de las graves exigencias de su seguimiento, se refiere, según este pasaje de san Lucas, al seguimiento más estricto. Para esto no basta un mero entusiasmo, un fervor momentáneo. Lleva consigo una renuncia radical, incluso a lo que parece ser imprescindible para la vida. Esto es lo que requiere reflexión madura antes de emprender tal seguimiento de Cristo (cf. 9,57s). Jesús quería impedir que se le unieran entusiastas que comienzan con ardor, pero que luego se hastían de la vida fatigosa y acaban incluso por perder la fe. (Jn. 6,60-71)

 

Es posible que la elección de las imágenes de las parábolas se refiera al seguimiento de Jesús tal como lo practican los apóstoles: edificación de una torre y guerra. Edificación y combate están encomendados a los apóstoles (Rom. 15,20; Flp. 2,25) Uno y otro exigen decisión, reflexión entrega total. Gloria y paz coronarán estas obras; se verá dominada la ignominia y la cruel servidumbre. La salvación mesiánica es gloria y paz.

 

El verdadero discípulo. (14,33-35)  “Igualmente, pues, ninguno de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, puede ser mi discípulo

 

Al discípulo se le exige optar «incondicionalmente» por Jesús; las personas queridas, la propia vida, el honor deben posponerse a Jesús. También  la  propiedad.  Una sentencia particular exige el abandono de la propiedad por parte de los compañeros y colaboradores estables de Jesús. Todos sus pensamientos e intenciones deben estar orientados a lo que concierne al reino de Dios. La propiedad domina al hombre, tiene absorbido su pensar  y su vida, lo somete a su hechizo. «No podéis servir a Dios y a Mamón» (16,13). El llamamiento de Pedro y de los dos hijos de Zebedeo se cierra con estas palabras: «Dejándolo todo, lo siguieron» (5,11). Del publicano Leví se refiere: «Dejándolo todo, lo seguía» (5,28) Pedro, como portavoz de los doce, puede decir que lo han dejado todo (18,28). Sin embargo, no a todos los que en alguna manera quieren seguir a Jesús se les exige que renuncien a todo lo que poseen. En la primitiva Iglesia de Jerusalén muchos de despojaron de sus bienes (Ac 4,36-5,11), pero se podía pertenecer a la Iglesia sin renunciar a todas las posesiones (Act. 5,4).

 

UN MINUTO CON EL EVANGELIO.

Marko Iván  Rupnik.

El discurso de Jesús es aparentemente duro, pero en realidad totalmente salvífico. No basta con ir a Jesús y seguir teniendo vínculos no libres, posesivos. Él se refiere sobre todo a los vínculos familiares. Es otro pasaje, en efecto, dice que el principio de la unidad es la voluntad del Padre y, por tanto, su Palabra y no la sangre. Cristo advierte que se puede poseer a las personas en las relaciones, pero también dice que uno se puede poseer a sí mismo El pecado intenta convencer al hombre de que se posea, se autogestione, de que apriete los puños para salvarse. Pero la vía de la salvación es el amor, y amor significa hacer de sí mismo un don sin provecho propio. Ésta es la mayor antítesis que el hombre experimenta: salvarse por sí mismo o entregarse a sí mismo en una Pascua que nadie se prepara por sí solo. Ésta es la cruz de cada uno, y esta cruz encuentra su significado en la cruz de Cristo, que nos invita a seguirlo. De alguna manera, la identidad del hombre es la cruz; por medio de ella llegó la salvación. Evitar la cruz significa evitar la salvación.