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Mis sufridos lectores me preguntan con frecuencia el porqué no escribo sobre política. Y las razones son varias. Primero, porque no sé nada acerca de ese tema; segundo, porque hay quien lo hace muy bien; así, por ejemplo, La Columna, el artículo semanal de Riva Palacio, o algunos buenos analistas de talla mundial que logro en el ordenador, me parece que con ello es suficiente, ¿qué más se puede agregar? Amén de la simple constatación de los hechos. Demasiados espacios noticiosos generan demasiados refritos. Tercero, porque tal pareciera que se trata de cábalas, una especie de adivinación, como en el hipódromo, imaginación y, no sé si haya hasta quinielas. Y, por último, aun reconociendo la importancia de la política, me he vuelto desafecto a ella, (o a ellos). Y, además, hay cosas más importantes sobre las que nadie escribe.  Cito de memoria y hago mía una frase, de G. Bernanos, si no me equivoco: “soy un escritor católico que escribo para los católicos, para los que no escribe nadie”.

Máxime estando ahora en medio de la refriega y de la crispación de las campañas políticas en nuestro país y cubierto nuestro cielo de objetos arrojadizos de toda índole, es aventurado escribir con responsabilidad sobre el tema. Entonces una espesa niebla lo cubre todo y los buenos ciudadanos despertaremos, allá por el mes de julio, con tamaña sorpresota.  Y la guerra post-campañas. Cualquiera, menos el que usted esperaba.  Sin embargo, nada nuevo bajo el sol. Comparto con usted un texto que puede hacer suyo cualquiera de nuestros enjundiosos candidatos a cualquier puesto de cualquiera elección:

«Era natural que el nuevo movimiento únicamente pudiese esperar asumir la importancia necesaria y obtener la fuerza requerida para su gigantesca lucha, en el caso de que desde el primer momento lograra despertar en el alma de sus partidarios, la sagrada convicción de que dicho movimiento no significaba imponer a la vida política un nuevo lema electoral, sino hacer que una concepción ideológica nueva, de trascendencia capital, llegara a preponderar.

Se debe considerar cuán paupérrimos son los puntos de vista de los cuales emanan generalmente los llamados “programas políticos” y la forma como éstos son ataviados de tiempo en tiempo con ropajes nuevos. Siempre es el mismo e invariable motivo el que induce a formular nuevos programas o a modificar los existentes: la preocupación por los resultados de la próxima elección. Se reúnen comisiones que “revisan” el antiguo programa y redactan uno “nuevo”, prometiendo a cada uno lo suyo.  Al campesino, se le ofrece para su agricultura; al industrial, para su manufactura; al consumidor, facilidades de compra; los maestros de escuela recibirán aumento de sueldo; los funcionarios, mejoramiento de pensiones; viudas y huérfanos, gozarán de la ayuda del Estado en escala superlativa; el tráfico, (vehicular, obvio), será fomentado y regulado; las tarifas, experimentarán considerable reducción y hasta los impuestos quedarán poco menos que abolidos.

Apoyados en estos preparativos y puesta la confianza en Dios y en la proverbial estulticia del cuerpo electoral, inician los partidos su campaña por la llamada “renovación” del X.

Pasadas las elecciones, el “señor representante del pueblo”, elegido por un periodo de cinco (cuatro o seis) años, se encamina todas las mañanas y llega, por lo menos, hasta la antesala donde encuentra la lista de asistencia.  Sacrificándose por el bienestar del pueblo, inscribe allí su ilustre nombre y toma, a cambio de ello, la muy merecida dieta que le corresponde como insignificante compensación por este su continuado y agobiante trabajo.

Al finalizar el cuarto año (o tercero o quinto) de su mandato, o también en otras horas críticas, pero especialmente cuando se aproxima la fecha del término de las legislaturas, invade súbitamente a los señores diputados el inusitado impulso y las orugas parlamentarias salen, cual mariposa de su crisálida, para ir volando al seno del “bien querido” pueblo.  De nuevo se dirige a sus electores, les cuentan de sus labores fatigantes y del malévolo empecinamiento de los adversarios (la oposición). Dada la granítica estupidez de nuestra humanidad, el éxito no debe sorprendernos. Guiado por su prensa y alucinado por la seducción del nuevo programa, el rebaño electoral, tanto “burgués” como “proletario”, retorna al establo común para volver a elegir a sus antiguos defraudadores.

¡Nada más decepcionante que observar todo este proceso en su desnuda realidad!

La lucha política, en todos los partidos que se dicen de orientación burguesa, (ya sea derecha o izquierda, que algún nombre hay que darles), se reduce en verdad a la sola disputa de escaños parlamentarios, en tanto que las convicciones y los principios se echan por la borda cual saco de lastre; los programas políticos están adaptados, por cierto, a tal estado de cosas.  Estos partidos carecen de aquella atracción magnética que arrastra siempre a las masas bajo la dominante impresión de amplios puntos de vista y bajo la fuerza persuasiva de fe incondicional y de coraje fanático para luchar por ellos».

Sorpréndase usted, lector contumaz; este texto, entrecomillado, fue escrito en la prisión de Landsberg Am Lech, prologado el 16 de octubre de 1924. (Mein Kampf. 2ª Parte, cap. I). Su autor, un señor llamado Adolfo Hitler, dedica la obra a 16 ciudadanos masacrados en Múnich por reclamar justicia. Arriba, donde aparece una X, el texto original dice: Reich.

¿Qué les pareció a mis lectores esta perorata? ¿Algo nuevo? ¿Algo que usted no supiera, ya, con sobrada experiencia? “El advenimiento de la democracia” (R. Legros) grueso libro que cansa da risa. En la susodicha perorata queda claro lo que sucede cuando hay partidos, pero no ideología, os sea, ni plataforma ni principios ni ideas. Entonces se llega, como alguien ha dicho, a ‘matrimonios contra natura’ entre partidos. Llegamos al punto más negro del quehacer político. Ya no son partidos decía don J.V., son partidas.

De ahí le vino a Hitler la convicción de formar un partido fuerte con una ideología firme a ejemplo, decía él, de lo que hizo el judío K. Marx. “La concreción sistemática de una ideología, jamás podrá realizarse sobre otra base que no sea una definición precisa de la misma y teniendo en cuenta que, lo que para la fe religiosa representan los dogmas, representan los principios políticos para un partido en formación”. Este hombre dueño de una voluntad férrea formó y consolidó un partido, fascinó y deslumbró a un pueblo deprimido, derrotado y … lo demás ya lo sabe usted.

El muy famoso conde de Mirabeau, (1749-1791), político, escritor y orador francés, y a quien su padre hubo de mantener la mayor parte de su corta vida en el botellón, por calavera y tracalero, célebre y cínico, además, acuñó algunas frases célebres: “El gobierno no se ha hecho para la comodidad y el placer de los que gobiernan”. “El mayor peligro de los gobiernos es querer gobernar demasiado”. “Los privilegios acabarán, pero el pueblo es eterno”. “Para vivir existen tres métodos: mendigar, robar o realizar algo”. “El matrimonio es la escuela segura del orden, de la bondad, de la humanidad, que son cualidades mucho más necesarias que la instrucción y el talento”. “Nos diferenciamos de las mansas reses llevadas al rastro solo en que nosotros elegimos a nuestros verdugos”. “Más importa dar a los hombres buenas costumbres que leyes y tribunales”. ¿Ve usted?  ¿Para qué escribir de política?

Mejor, recuperemos el domingo, el día del hombre, el día del sol, el día de la nueva creación, el día de la Resurrección, nuestro día. La iglesia por una tradición apostólica que trae su origen desde el mismo día de la resurrección de Cristo celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que con razón llamamos “día del Señor” o domingo, (Domínica dies). En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la eucaristía, recuerden la Pasión, la Resurrección y la gloria de Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Por eso, el domingo es la “fiesta primordial”, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación de la esclavitud del trabajo.  Esto me parece más atractivo.  Y cada tanto habrá que salir a votar, a elegir; siempre en domingo.