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II DOMINGO DE CUARESMA. B.

Gen. 22,1-2.9-13.15-18; Sal. 115; Rom.8,31-34; Mc. 9,2-10

 

Oración colecta opcional. Oh Dios, Padre bueno, que no has perdonado a tu hijo unigénito, sino que lo has dado por nosotros pecadores; afiánzanos en la obediencia de la fe, para que sigamos en todo sus huellas y seamos con él transfigurados en la luz de tu gloria. Por NSJ…

 

Gen. 22,1-2.9-13.15-18 – Un Dios que no quiere la muerte – ¿Cómo puede un padre pensar que Dios le pida la vida de su hijo? La actitud de Abraham no es de extrañar, si pensamos en los sacrificios de los niños comúnmente practicados en aquellos tiempos. (Recordemos los sacrificios aztecas). Pero Dios salva a Isaac para mostrar a su pueblo que él condena esas prácticas Sin embargo, permite que Abraham llegue al límite de la prueba: Abraham acepta perder al heredero que Dios le había dado para recibirlo una segunda vez, ya no como resultado de la carne y de la sangre, sino de las manos mismas de Dios. La fe de Abraham llega aquí a su punto más alto: está dispuesto a dar cuánto tiene de más querido. Este sacrificio, que Dios no ha querido de Abraham, lo ha realizado el mismo por nosotros en la persona de su Hijo único, Jesucristo.

 

Sal. 115– En el original hebreo el salmo continúa. De hecho los temas de la acción de gracias se prolongan aunque la construcción no es clara. (De hecho, el salmo 115 continúa el 114 que es un canto eucarístico o de acción de gracias).

Nuestra liturgia eucarística ha recogido un par de versos de este salmo: en la misa ofrecemos al Padre el sacrificio de su Hijo, es nuestra suprema acción de gracias que el acepta; es el cumplimiento de nuestros votos en presencia de toda la asamblea. Después participamos de ese «cáliz de salvación», invocando el nombre del Señor. (Es muy conveniente leer completo el salmo 115).

 

Rom.8,31-34 – Un causa juzgada – Pablo se imagina que los creyentes se presentarán ante el tribunal de Dios para ser juzgados, como se ve en ciertos textos del A.T. (Job 1; Zac 3). Los acusadores no faltan: bajezas y debilidades son moneda corriente entre nosotros; de hecho, nadie podemos presumir de inocencia. Sin embargo, nadie formulará frente a nosotros una acusación contundente y definitiva, desde el momento en que el juez está de parte nuestra. Claro está, siempre cuando nosotros estemos de su parte, nada podrá dañarnos. «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?».

 

Mc. 9,2-10 – Él es el Mesías – Juan Bautista había anunciado ya que «el tiempo se ha cumplido». Sin embargo, nadie había visto regresar a Moisés y Elías, según la creencia popular, para autentificar la era mesiánica. En esta perícopa Moisés y Elías, los esperados, reconocen que el Mesías es Jesús. ¿Mesías, este hombre constantemente perseguido, y por último crucificado? Este es el lado desconcertante del evangelio. Nuestra certeza se apoya en la experiencia incomunicable de algunos testigos. No habrá otro tiempo de salvación, no habrá otro mesías, fuera de Jesús.

LA PASIÓN ES EL CAMINO DE LA RESURRECCIÓN….

Podemos decir que la 1ª lec., el salmo y la 2ª lec., tienen en común la fe, cuyo prototipo es Abraham, «nuestro padre en la fe»; “el sacrificio de nuestro padre Abraham”, es su obediencia-confianza incondicional por la cual es acreditado como “justo”. De la misma manera que se dice: “el justo vive por la fe”, podemos decir también que “el justo vive por la confianza”. La fe en movimiento, se llama confianza. Pablo, en un pasaje memorable, leído este domingo, (Rom. 8,31ss.), nos expone los motivos para nuestra “confianza”, que son más que los que podía tener el santo Patriarca. La homilía puede moverse en esa dirección.

 

“Fe es la consistencia de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve. [..]. Sin fe, es imposible agradarle. [..]. Por la fe, sometido a prueba, Abrahán le ofreció a su hijo Isaac. …, pues pensó que Dios tiene poder para resucitar de la muerte” (Hb. 11,1.6.17.19). El Papa analiza detalladamente este verso en «Spe Salvi», La fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una « prueba » de lo que aún no se ve. Ésta atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro « todavía-no ». El hecho de que este futuro exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras. (9).

 

Es la misma confianza-fe, con la que Jesús asume su camino. Rechaza el mesianismo triunfalista de sus discípulos y coetáneos, y sigue el camino de la cruz. La Cuaresma, inicia con estos dos episodios: la tentación que Jesús supera mediante su obediencia-confianza en el Padre, (cf. Rom. 5,19), y la visón-revelación de su gloria, de la que hace partícipes a sus discípulos (Mc. 9,2-10). Estas son como las llaves del paréntesis que contiene la espiritualidad de la cuaresma. La Oración colecta y el prefacio propio, son una lectura desde la fe de la iglesia, que pueden apoyar nuestra reflexión comunitaria. Per crucem ad lucem.

 

Desde la exégesis se ha discutido bastante el episodio de la Transfiguración. ¿Fue una visión interna de Jesús? ¿Fue un éxtasis de Pedro? ¿Es un relato legendario? Los estudiosos siguen discutiendo. Vicent Taylor, lo sintetiza así: “en resumen diremos que, aunque es imposible determinar exactamente lo que sucedió en el Monte, debemos creer que una experiencia inefable, y una atmósfera de oración y profundización, ahondó y confirmó la declaración de 8,29: “Pedro respondió: Tú eres el Mesías”. Es, también, un apoyo a la fe de los discípulos que han de enfrentar el escándalo de la cruz.

 

Si nos fijamos en nuestra Biblia, la unidad completa es 9,1-11: “Les aseguro que hay aquí algunos que no morirán antes de ver el Reino de Dios que llega con poder”, (9,1); y, “se agarraron a esas palabras y discutían lo que significaba resucitar de entre los muertos”, (9,9), lo que hace pensar a los estudiosos que este encuadre sea debido a la “predicación” de la iglesia. Originalmente 9,2-9, era una unidad aislada; al enmarcarla en una “espera próxima (v.1) y un futuro, la resurrección (v.10), el evento se convierte en kerigama de la comunidad.

 

“Per crucen ad lucem”, parece ser la lección: Por la cruz a la luz. Por ello, en el ordenamiento litúrgico, tanto antiguo como renovado, los dos primeros domingos de cuaresma presentan este esquema; la cuaresma es un camino hacia la vida con Cristo; nuestra vida está escondida en Cristo, dice Pablo. La espiritualidad de la Cuaresma es esa; participar de los sufrimientos de Cristo, para vivir con él. Si morimos con él, reinaremos con él, es el motivo teológico de la Cuaresma. En el episodio de la Transfiguración queda claro que los discípulos no han entendido el mesianismo de Jesús. Ellos quieren un mesianismo triunfal, quieren quedarse en el Tabor. Pablo VI denunciaba que “hoy, también nosotros, queremos un cristianismo sin cruz”. Nuestra reflexión comunitaria puede seguir esa línea.

 

El episodio del Monte, afirma Josef Erst, se sustrae a este mundo y está grávido de misterio: sólo tres de los discípulos elegidos pueden estar presentes como testigos; el no entender subraya lo que es inconcebible y en condiciones normales incomprensible. Al bajar, Jesús les prohíbe tajantemente hablar de ello hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. El narrador, no sólo quiere subrayar la trascendencia del hecho, si no prevenir contra cualquier forma de reducir lo divino a meras fuerzas cósmicas. Las acciones de Dios se pueden experimentar sólo en la fe en la resurrección de Jesús; por ello, Marcos, mantiene toda revelación en un tenso secreto hasta que pueda ser vista a la luz de la Pascua. Después de la Pascua todo adquiere significado. Antes es riesgoso.

 

Con su relato-proclamación Marcos corrige un equívoco que era típico de Pedro y los discípulos, y, de manera latente, todavía en la iglesia: decididamente se siente uno muy bien en las “visiones en la exhuberancia entusiástica”; la tentación de “experimentar” el mundo de lo divino como un don presente. No pocas veces mezclamos el evangelio con las piscologías del autoayuda a grado de no saber quién es el factor determinante. El Evangelista, poniendo en relación la transfiguración con el camino de la pasión del Mesías, y con la secuela de la cruz por parte de los discípulos, da la aparición de la gloria, mal entendida por Pedro, un significado unívoco: aquí la mirada se amplía, el ojo contempla detrás de lo cotidiano, pero no para detenerse, sino para poder comprender el significado del camino de la Pasión y el seguimiento de la cruz.

 

Todos los santos nos hablan y enseñan el valor de sufrimiento; extrañamente aman sufrir íntimamente unidos a Cristo. R. Schnackenburg, comenta así el pasaje de la Transfiguración: «Pero toda angustia es superada en la obediencia al Hijo amado de Dios que nos ha precedido en el camino hacia la gloria de Dios a través de la pasión y la muerte», lo que quiere decir, que el discípulo no debe angustiarse por las adversidades y dificultades de la vida, por el peso de las cruces cotidianas que resultan de la fidelidad a Jesús, nada debe erosionar nuestra fe-confianza viendo que Jesús ha entrado en su gloria por el oscuro y paradójico camino de la cruz. «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue su cruz de cada día y que me siga». (Lc.9,22-25). D. Boenhoffer, muerto en un campo de concentración, dice: «Cuando Cristo nos llama, nos llama a morir con él»

 

Un minuto con el evangelio.

Marko I. Rupnik, sj

 

A los discípulos se les aparece Elías con Moisés conversando con Jesús. Moisés es el legislador, el fundador institucional del pueblo judío. Elías, en cambio, es el profeta por excelencia y representa el acto reformista. Lo dos se dirigen a Cristo, no a los discípulos. Ésta es una señal explícita de que la antigua Ley ha encontrado su cumplimiento en Cristo y ya no se dirige a los de Cristo directamente.

El sentido de la Antigua Alianza y de las profecías ahora se nos abre sólo a través de Cristo y en la perspectiva de Cristo. En ello se da también un significado más general.

Toda la tradición bíblica debe ser leída a la luz de Cristo y para un mayor conocimiento de Cristo, lo mismo vale para toda la historia que viene después de Cristo. Ninguna ley ni ninguna profecía pueden encontrar referencia en algo que no converja en Cristo. Los discípulos han visto que la ley y los profetas llevan a Cristo. Sin embargo, los poderosos siguen atados a sus propias leyes y precisamente según sus leyes se le condenará a muerte más tarde.