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Ex.17.3-7; Sal. 94; Rom. 5,1-2.5-8; Jn,4, 5- 42.

 

El que tenga sed y quiera,

que venga a beber

el agua de la vida”. (Ap. 22,17;

cf. Sal. 41,2-3)

 

Tercer domingo. La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.  (Mensaje Cuaresma 2011)

 Tercer domingo. En los domingos sucesivos se presenta el Bautismo en las imágenes del agua, de la luz y de la vida. El Tercer Domingo nos hace encontrar a la Samaritana (cfr Jn 4,5-42). Como Israel en el Éxodo, también nosotros en el Bautismo hemos recibido el agua que salva; Jesús, como dice a la Samaritana, tiene un agua de vida, que extingue toda sed; y esta agua es su mismo Espíritu. La Iglesia en este Domingo celebra el primer escrutinio de los catecúmenos y durante la semana les entrega el Símbolo: la Profesión de la fe, el Credo.(Audiencia General. 09.03.11).

 En los siguientes tres domingos, vamos a considerar tres grandes imágenes bautismales. Käsemann afirma que el evangelio de Juan está plasmado sobre una concepción sacramental.  Se trata de una simbología en función de Cristo, o si se quiere, una reflexión cristológica fundada en  tres grandes símbolos: el agua, la luz y la vida.

En Jn. 4,1-42 hay el relato detallado de una estancia de Jesús en Samaria, y más en concreto en el lugar de nombre Sicar, cerca del pozo de Jacob. Los detalles son precisos intencionalmente. Ahí se encuentra Jesús con una mujer samaritana. Y entabla con ella una conversación sobre cuestiones religiosas tan fundamentales como el problema de la salvación, simbolizado en la imagen de «agua viva», la recta adoración de Dios y el Mesías. Jesús permanece dos días en el lugar y suscita la fe de los samaritanos. “La mujer” tiene una importancia capital como mediadora de la fe de los samaritanos en Jesús.

Los samaritanos habían tenido un desarrollo autónomo desde hace muchos siglos atrás. Los asirios llevaron colonos al país, que se mezclaron con la población israelita sobreviviente de la deportación del año 721 a.C. tales colonos aportaron sus propios cultos religiosos, aunque abrazaron en parte, al menos, la religión de Jahave. Este sincretismo religioso fue uno de los motivos principales de la enemistad que el judaísmo ortodoxo mantuvo contra los samaritanos. Después del regreso del destierro de Babilonia, los judíos de Jerusalén rechazaron la ayuda samaritana para la reconstrucción del templo. Estos datos cobran toda su importancia cuando Jesús elige a los samaritanos como ejemplo. Pensemos en el “buen samaritano”, personaje central de la doctrina de Jesús y ahora, en la “mujer samaritana”. En éste caso confluyen dos elementos: que sea una mujer que habla a solas con Jesús, cosa muy mal vista, y que sea samaritana.

El texto de “Jesús y la samaritana” (4,1-42), presenta unas resonancias como apenas pueden escucharse en el evangelio según Juan con tal fuerza y abundancia. Nos resulta imposible en el espacio de una homilía desarrollar el tema por completo. Existen monografías sobre este capítulo. Por lo tanto, tendremos que hacer una opción de lectura para comentarlo en nuestra comunidad.

Este domingo, reflexionaremos en la revelación de nuestro Señor Jesucristo bajo el símbolo del agua; él es quien nos da el agua viva que da la vida eterna; el siguiente, reflexionaremos sobre la figura de Cristo, luz del mundo, bajo el signo de la vista devuelta a  un ciego de nacimiento, y, el siguiente domingo, bajo el signo de la resurrección de Lázaro, reflexionaremos en Jesús como el que “ha venido para que tengamos vida, y vida en abundancia”. (Jn. 10,10). No olvidemos, también, que en San Juan los milagros adquieren expresamente el carácter de signos; no son llamados milagros sino semeia (= signos). Entonces, detrás de los signos, está la realidad significada: Cristo, el agua viva que colma la sed del corazón humano; Cristo, que revela el hombre al hombre mismo, “su luz nos hace ver la luz”. Y finalmente, Cristo es la Vida misma; es “la resurrección y la vida”; el evangelio  de Juan se ha escrito para que creamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios y creyendo tengamos vida por medio de él. (cf. Jn. 20,30-31) En Juan, pues, la teología es una teología simbólica, esto quiere decir, una teología trabajada mediante los grandes símbolos, algunos de ellos cósmicos, el agua, la luz, la vida.

Este domingo la liturgia de la palabra presenta una gran cohesión temática. La primera lectura nos presenta la experiencia fundamental del Éxodo, cuando el pueblo en el desierto duda  y pone a prueba al Señor.  Esta experiencia es convertida en oración en el Salmo 94; y el evangelio, nos habla también en la persona de la samaritana de la permanente sed que aqueja al ser humano.  El agua se convierte en un signo vital.

El agua. J. Blank dice que “la imagen «del agua viva», señala, una vez más, el papel importante de los símbolos en la transmisión de la experiencia religiosa, incluso, de la experiencia de fe cristiana. Sin un rastreo de la importancia existencial de los símbolos, jamás tendríamos acceso a la interpretación e inteligencia del evangelio de Juan”.  Cuando falta  este conocimiento existencial de los símbolos, la interpretación se hace rala. “Por eso hay en las iglesias tan poca «agua viva».  Como ya no se entiende  el «anhelo del alma», es decir, la sed como deseo ardiente de Dios; (cf. Jn. 7,37-39; Ap. 22, 17; Sal 41,2-3); como no se entiende tampoco que se trata de responder a ese anhelo de salvación que Dios ha puesto en el corazón del hombre, tampoco se sabe con precisión qué es lo que se puede ofrecer a esa alma como medio de salvación”.  Es conocida la pérdida del hombre actual para interpretar y comprender los símbolos. Si no comprendemos el valor existencial del símbolo del agua, ¿cómo podemos entender eso de que, «Pero el que beba del agua que yo le voy a dar, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial que salta dando una vida eterna»?

En el complejo de las imágenes bíblicas, el agua es vida y salvación. Los hechos salvíficos del Señor para Israel, son comparados a la producción del agua, especialmente, a la producción de agua en el desierto. (Is. 35,7; 41,18; 43,19; 44,3)  El israelita que se siente separado del Señor es como un desierto árido (Sal. 63,2; 143,6). El Señor es una fuente de agua viva. (Jer. 2,13; 17,13); Jesús se aplica la figura del agua a sí mismo prometiendo dar el agua viva que es vida eterna.  (Jn. 4,10. 13ss; 7,37-39). El amor y la providencia del Señor  se expresan en el hecho de que él  nos guía hacia las aguas tranquilas. (Sal. 23,2) El justo es como un árbol plantado a la orilla de las aguas vivas, un árbol que no muere (Sal. 1,3; Jer. 17,8), la boca del justo (Prov. 10,11), o las enseñanzas del sabio (13,14) o la sabiduría misma son fuentes  de vida, (16,22).  El rey justo es una bendición para su pueblo, como los torrentes de agua en la tierra árida, (Is. 33,2), he aquí una mínima síntesis de la simbología del agua en la revelación bíblica. En este contexto tenemos que situar nuestro evangelio de hoy.

Resultaría imposible un análisis detallado del texto. Pero ha de quedar claro que Jesús, como Salvador del mundo, constituye el centro del relato:

«Si conocieras el don de Dios y  QUIEN es el que te habla» (v.10).

«Nosotros sabemos que ÉSTE es verdaderamente el Salvador del mundo» (v. 42).   Se trata de lo que los analistas llaman inclusión literaria; como las  llaves de un paréntesis el tema de Cristo está al principio y al final del relato. Se inicia con una afirmación del desconocimiento, y se termina afirmando el conocimiento: si supieras quien, ahora sabemos que éste es el salvador del mundo…

De una situación de ignorancia se llega a una profesión de fe en la persona de Jesús como salvador del mundo.  Esto sucede en forma progresiva: «¿Acaso eres tu más grande que nuestro padre Jacob?», (v. 12); «Señor, veo que eres un profeta» (v. 20); «sé que va a venir el Mesías, el Ungido…; Jesús le contestó: Yo soy, el que habla contigo.»  (v. 25-26).  Esto nos demuestra el descubrimiento progresivo de la persona de Jesús que lleva a cabo la samaritana y termina con la proclamación coral de los samaritanos que le dicen a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú nos cuentas; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es realmente el salvador del mundo» (v.42). Pero aún la fe de los samaritanos admite cierta gradación: muchos creyeron en él por lo que les dijo la mujer; luego, ellos salen al encuentro de Jesús y le piden que se quede con ellos unos días. La consecuencia final fue que  «Muchos más todavía creyeron por lo que les dijo él, y decían a la mujer.   Ya no creemos por lo que tú nos cuentas; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es realmente el salvador del mundo». (cf. 4,39-42)

Muchos y muy variados son los temas que toca este relato de extraña belleza: la salvación viene de los judíos; viene el tiempo, y ya está aquí, en que ni aquí ni en Jerusalén daréis culto a Dios. El verdadero culto a Dios es un culto en espíritu y en verdad; el alimento de Jesús es hacer la voluntad del Padre. Jesús habla con una mujer; de hecho, la meditación que presenta Blank es en torno al “feminismo” de Jesús.  En fin, un relato de extraordinaria riqueza, cargado de simbolismo y cuya interpretación sigue siendo un reto para la comunidad de Jesús.

 Homilía.  Hoy leemos la escena del encuentro de Jesús con la samaritana. Es un texto muy rico en interpretaciones, pero voy a fijarme en un solo aspecto: aquella mujer no esperaba que sucediera nada en su vida. Un crítico señaló respecto a la obra de teatro Esperando a Godot de Beckett: «Nada ocurre, nadie viene, nadie va, ¡es terrible!»

Hace pocos años aún se hablaba de la soledad del hombre contemporáneo.  En nuestros días, como le sucede a la samaritana, se ha ocultado esa soledad bajo toneladas de relaciones superficiales y de ocupaciones efímeras.

Quien vive la Cuaresma llega a encontrarse consigo mismo. Así le sucedió a Israel en el desierto (primera lectura).Pensaban que se conocían, pero la sed los llevó a murmurar contra Dios. Creían que su enemigo eran los egipcios que los esclavizaban, pero el mal estaba en su interior. El desierto les puso ante la verdad desnuda. Dios quería darles agua, pero Israel necesitaba saber que sólo el Señor podía saciar su sed.

La samaritana se entretiene en su caminar diario hacia la fuente, libre de sobresaltos pero también privada de toda alegría en su vida. Jesús quiere darle agua, pero es preciso que ella reconozca su verdadera sed. También Jesús quiere llenar de sentido nuestra vida y por eso caminamos en la Cuaresma armados con el pequeño cántaro de lo que pensamos que necesitamos. Pero sólo el encuentro con el Señor hará que cambie todo y nos llevará a abandonar el horizonte limitado de nuestras aspiraciones para abrirnos a su don infinito: al agua viva que se transformará en una fuente en nuestro interior. Quizás nuestros deseos, cuando los limitamos olvidando que lo que esperamos es  a Dios, se convierten en una carga. Suceden cosas, hay alguien que viene y la vida es maravillosa.

Tips para Jn. 4.

1.- Juan, en esta perícopa quiere describir el ministerio de Jesús en tierra Samaritana con un intento parcialmente polémico contra los judíos. En 2,15ss, Juan ha mostrado la incredulidad de los habitantes de Jerusalén en relación con la revelación de Jesús. Éstos han reconocido en Jesús a un simple taumaturgo, su fe no ha ido más lejos. El pueblo de Israel, heredero de la ortodoxia y promesa mosaica, en realidad ha rechazado a su Mesías, porque no cree en su testimonio. En la perícopa altamente dramática de Jn 4,1-42 al contrario se describe la fe auténtica en Jesús, la fe de una nación que los judíos consideraban herética, cismática y semi pagana. Mientras que los israelitas ortodoxos, no obstante haber visto numerosos signos realizados por Jesús, no aceptan su revelación, los despreciados samaritanos, que no han asistido ni siquiera a uno de esos prodigios, creen que Jesús es el Mesías, el revelador e incluso, el salvador del mundo.

2.- Esta perícopa puede ser leída significativamente con una pregunta constante: ¿quién es Jesús para mí?

3.- Hacer la voluntad de Dios. Jesús en Jn. 4,34, proclamando que su alimento es hacer la voluntad del Padre, se presenta como el modelo de los discípulos. Toda la obra de Cristo ha escrito Schnackenburg, proviene del amor y de la obediente subordinación al Padre…. Su obediente servicio y su obra para la salvación de los hombres se convierten también en un ejemplo para sus discípulos que deben retomar y continuar su camino.

Todos los seguidores del Verbo encarnado deben imitar a su maestro en el cumplimiento del plan salvífico.  La Constitución LG nos enseña que todos los cristianos llegan a la santidad cumpliendo la voluntad de Dios en el ejercicio de los propios deberes cotidianos y manifestando de éste modo al mundo, la caridad del Padre celestre: Todos los fieles, por lo tanto, serán cada día más santos en su condición de vida, en sus deberes y circunstancias y por medio de todas estas cosas, si todo lo hacen con fe de la mano del Padre celestial, y cooperando con la voluntad divina, manifiestan a todos, en el mismo servicio temporal, la caridad con la cual Dios ha amado al mundo. (n.41).

 Salmo 94.-

La carta a los Hebreos nos ofrece un comentario critiano a este pasaje: 3,7-4,11. Todo el tiempo del Antiguo Testamento es una repetida llamada y expectación del «hoy» en que podrá entrar el pueblo en el descanso de Dios. Con Cristo llega este «hoy», con su resurrección se inaugura en el mundo el reposo de Dios, que descansó cuando terminó su trabajo creador. Este «hoy» de Cristo se ofrece a todos: hay que escucharlo y entrar aprisa en su descanso. Pero la vida cristiana es de nuevo un «comienzo», que hemos de mantener hasta el fin, para entrar en el reposo definitivo de Cristo y de Dios.

 

Un minuto con el Evangelio

Marko I. Rupnik, sj

El padre Jacob ha excavado un pozo. En el desierto, todos acuden a sacar agua del pozo; por eso, antes o después, todos vuelven al pozo. También Cristo se detuvo en el pozo de Jacob precisamente cuando la mujer de Samaria vino a sacar agua y hasta le pidió que le diera de beber. En el coloquio íntimo y sapiencial, Cristo la conduce al umbral del misterio, mostrándole que él es el verdadero pozo de un agua que quita la sed para siempre. Cuando la mujer intuye que sacando agua del pozo de Jacob ha encontrado en Cristo el agua para la vida eterna, corre a su ciudad y lleva a Cristo a toda la gente. Para vivir, se va al pozo; para vivir eternamente, se va a Cristo. Cristo encuentra a la humanidad herida y sedienta por la vida allí donde la humanidad trata de beber para salvarse, revelando que él es la salvación a la cual estamos llamados a acudir. La salvación consiste en el hecho de que Cristo lo sabe todo de nosotros y, a pesar de esto, nos considera, nos ama, nos quiere cerca.

 

 

 

 

 

 

 

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