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INTERDEPENDENCIA O INDEPENDENCIA

El concepto de independencia, referido a los pueblos, ha de ser pensado en el nuevo contexto de globalización. El problema no es, hoy, la independencia, sino la interdependencia. Hoy, en las relaciones internacionales, los pueblos que fraguaron su independencia y desarrollaron una sólida identidad –cultura, folklore, lengua, religión, desarrollo e integración social – son los mejor capacitados para manejar la interdependencia. Esto es tan claro como el día. Mientras gritábamos, con mucha enjundia, el peso se va al fondo.

No queremos discutir, aquí, hasta dónde las luchas libertarias lograron sus propósitos, y hasta dónde se trató, sólo, de la inscripción de los pueblos nacientes en otra esfera de dominio. Esto lo vivió América Latina bajo el dictado del “Destino Manifiesto” y los presupuestos de la “Doctrina Monroe”.

No hay para qué analizar, aquí, hasta donde un país endeudado – como es el nuestro -, con la mayoría de sus habitantes viviendo bajo el signo de la pobreza y la incertidumbre, dependiente por completo del extranjero en todo lo referente a ciencia y tecnología, puede ser verdaderamente libre; hasta dónde puede ser libre un país completamente dependiente en lo que se refiere a los productos agropecuarios, es decir, que no produce lo que necesita para alimentarse. La dependencia alimentaria es fatal para cualquier país, a no ser que se trate de potencias como el Japón que, para suplir su limitada producción alimentaria,  se apoya en su poderío industrial y exportador, en su enorme marina mercante y en su flota pesquera con la que arrasa soberanamente los mares, y que puede, incluso, lograr que en los pueblos empobrecidos – como el nuestro – los pescadores, apoyados por decreto oficial,  se decidan a exterminar especies marinas, el tiburón entre otras, para que los japoneses puedan tomar su sopita de aleta de tiburón. La pobreza nos hace, ya no dependientes, sino esclavos, obligados a vender el patrimonio. ¿Hasta dónde, pues, es libre un país en tales condiciones?

Los analistas señalan que México es cada vez más dependiente del exterior. Esto no es lo malo; lo malo es que se trata de una dependencia asimétrica, es decir, en forma desigual y desproporcionada. El gobierno mexicano importa gasolina, petroquímicos y gas natural, pierde independencia y recursos fiscales en la compra de esos energéticos, a precios de dólar. Lo inexplicable es que México se precia de ser inmensamente rico en hidrocarburos. ¡nuevos yacimientos en “aguas profundas y someras”! Pero el sindicato está en aguas superficiales. Corrupción y escándalo. Todo sumado, y más allá del volumen, el resultado es una total dependencia. Invadido por la corrupción y la ineficacia, nuestro país no puede competir con los subsidios que otros países destinan al renglón agropecuario, por ejemplo.

Lo grave, o lo más grave, es lo que los especialistas – en inventar palabras –  llaman asimetría, es decir una desproporción entre lo que se importa y lo que se exporta. Y algo más, el dato refleja tanto incapacidad de nuestros gobernantes para manejar los abundantes recursos del país, – que se agotan -, como la corrupción que cada vez aflora con mayor desfachatez y cinismo. Y en tales circunstancias nuestros políticos no presentan un proyecto de país y siguen desperdiciando tiempo y recursos de todo tipo, enmarañados en interminables conflictos partidistas, peleando presupuestos estratosféricos. Y no falta el partido que abiertamente defienda a los pillos. En esta situación no podemos plantearnos el dilema: independencia-interdependencia, sino independencia-dependencia. ¿Hasta dónde dependemos de la industria automotriz extranjera en cuanto al empleo nacional?

Interdependencia.

Bertrand Russel creyó descubrir el hilo negro al afirmar pomposamente que “el mundo está hecho de interacciones recíprocas”; se trata de algo evidente, claro está, pero que no se toma suficientemente en cuenta al momento de la acción. Hoy menos que nunca somos independientes, o dicho de otro modo, hoy más que nunca somos dependientes unos de otros. Ya no somos solitarios porque no estamos aislados. A diario sufrimos tales efectos: la desaceleración norteamericana determina la pérdida de empleo entre nosotros; las ocurrencias de Trump hacen temblar; las elecciones en EE.UU, son de interés mundial.

La interdependencia es el verdadero reto que enfrentan las naciones hoy en día. Por una parte, hay que salvar la identidad de cada nación, pero no mediante el aislamiento o el cierre de todo tipo de fronteras. Recuerdo el programa de la vista papal a Cuba; mientras Fidel recordaba sus estudios juveniles en una escuela católica, tratando de explicar no sé qué injusticias, el Papa afirmaba: ¡que Cuba se abra al mundo, y que el mundo se abra a Cuba!

Conceptos de esta naturaleza están a la base de la discusión sobre la inversión privada en los sectores públicos. Muchas veces, detrás de los nacionalismos están otros intereses, tal como lo estamos viendo, envueltos en populismo. Desde la oposición se pueden hacer muchas propuestas y desarrollar políticas de contrapelo, sencillamente porque la oposición no tiene que concretarlas mañana; no a la inversión privada en ciertos sectores, no a una reforma fiscal moderna y expedita, no meramente recaudatoria, al fin y al cabo, al que le van a reclamar es al gobernante.

Los poderosos no son independientes. Benjamin R Barber, escribe: “Hace 200 años 13 colonias inglesas declararon la independencia, no sólo de la monarquía inglesa, sino también de la esclavitud ante cualquier poder que les robara sus derechos. Pero hoy, después de dos siglos de independencia, el mandato de la autonomía soberana ha expirado, para los poderosos tanto como para los débiles. El estar solo ya no equivale a ser fuerte, actuar en solitario ya no es un signo de soberanía, sino de imprudencia”.  La interdependencia es la nueva e ineludible realidad. Un error garrafal en política exterior es despreciar a los países pequeños y subdesarrollados, todos necesitamos de todos. La (in)seguridad es, también, un asunto de interdependencia; la delincuencia, el crimen organizado, en todas sus ramas, tiene carácter de organización internacional: tratantes, droga, robos, tráficos, etc. ya no son asuntos de un solo país. Entre nosotros, antes que llorar soberanías violadas, deberíamos ver cómo acabar con las bandas de asaltantes que mantienen en ascuas a los ciudadanos.

La Unión Europea es buen ejemplo de ello. “Fue la difícil lección que aprendió Europa en el s. XX. Y en Europa, en la actualidad, los únicos que creen que sus grandes naciones son más fuertes fuera de la Unión que dentro de ella, son unos cuantos nacionalistas anacrónicos en algunos rincones de Francia, España o Italia”, afirma Barber. Y concluye diciendo: “del mismo modo que las 13 colonias abandonaron con el tiempo los Artículos de la Confederación por una unidad federal más fuerte que daba a cada una el poder de todas, EE.UU. debe abandonar ahora su lealtad a una independencia fraudulenta y participar del poder compartido de la interdependencia real”.

Desgraciadamente tal interdependencia de los pueblos del planeta no es una cosa ordenada, simétrica, justa, sino que se convierte tantas veces en una maraña de intereses particulares, en fuente de nuevos colonialismos y nuevas injusticias. Muchos caminos buenos se tornan inviables por el egoísmo y la avaricia; los mejores intentos fracasan por falta de una “conciencia solidaria”. La interdependencia debería convencernos de que, nos salvamos todos o nadie se salva. Si los países superdesarrollados son los principales contaminadores y destructores del medio ambiente a nivel planetario, ¿porqué no detienen su carrera desarrollista y siguen apostando a la muerte del planeta?

Sociólogos, como los de la escuela de Frankfort, hablan de la necesidad de una “conciencia moral generalizada” para afrontar el futuro. Sin una elevación de la conciencia moral no avanzaremos un ápice hacia la solución de los graves problemas de nuestro mundo; ya no cabe esperar tal solución de la tecnología ni del desarrollismo. Es necesario que seamos todos cada vez más concientes de nuestra mutua implicación: todos estamos en el mismo barco de la historia humana; todos navegamos en una misma dirección; todos somos responsables de todos.