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En este país, si Caín
no mata a Abel,
Abel mata a Caín.
Gral. A. Obregón.

Por universal que sea, por extendido que esté, por muy que sea una manifestación de la crisis de civilización, que nos afecta a todos, nunca dejara de ser impactante y aterradora la serenidad, la facilidad con que se dispone de la vida humana mediante el asesinato. Se ha vuelto fácil asesinar. El asesinato a sangre fría, a traición, a mansalva, parece se ha convertido en juego de niños, de adolescentes.  La cantidad y la calidad de los asesinatos en México son ya una crisis humanitaria que está exigiendo una reflexión profunda y respuestas rápidas y efectivas. No debemos seguir caminando sobre cadáveres.

Quitar la vida a un ser humano es usurpar sacrílegamente el poder del Dios que ama y da la vida, que no quiere la muerte. El que causa la muerte, se hace esclavo de la muerte, del reino de la muerte. Aunque crea tener mil argumentos, ninguno vale más que la vida humana porque la vida humana es sagrada. No matarás, es el mandato divino. Haberlo olvidado, con lo que el olvido implica, nos ha colocado en la cultura de la muerte. Dígase lo que se diga, querámoslo o no, háblese de los valores y de los psicologismos, de coyunturas y estrategias, mesas y nuevos nombres para viejas policías, el mal radica en haber olvidado a Dios, la Sabiduría que su Ley contiene; el haber llegado a ser una sociedad que se cree autosuficiente, orgullosa de sus progresos técnicos, pero desacralizada; ello determina una sociedad que lleva a cuestas un enorme deficit de humanidad.

Nada como el homicidio, ese desprecio de la vida y el culto a la muerte, ilustran el fracaso de los optimismos posmodernos. ¿Porque es así? ¿De dónde brota la violencia fratricida? ¿Porque el hombre ha de ser lobo para el hombre? Pregunta tan antigua como el hombre.

Lo ha reconocido uno de los grandes que miró de cerca, fascinado, el cristianismo, A. Camus, cuando escribe: “Si no se cree en nada, si nada tiene sentido y si no podemos afirmar ningún valor, todo es posible y nada tiene importancia. Sin pros ni contras, el asesino no tiene culpa ni razón. Se pueden atizar los hornos crematorios del mismo modo que cabe dedicarse a cuidar leprosos. Maldad y virtud son azar o capricho”. Lo fatídico de la situación radica en el hecho que es el hombre quien «determina los valores», es él, quien dice qué es bueno y qué no lo es. Se trata de la misma tentación diabólica del “principio”: «Se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal», (ver Gn.3, 4-5); ustedes serán quienes decidan lo bueno y lo malo. Es la carta de la autonomía total que el hombre extiende a Dios. Dios, después de todo, no es más que un usurpador, un envidioso, dice el Diablo a la pareja primordial igual que al hombre de siempre. Y el hombre de siempre le ha creído. Es la lucha permanente entre la luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte.

“La rebeldía metafísica, dice Camus, es el movimiento por el que el hombre se levanta contra su condición (de creatura), y la creación entera. Es metafísica porque contesta los fines del hombre y de la creación”. Lo cual es totalmente cierto. Es el hombre en rebeldía total, incluso contra sí mismo. Dostoievski lo dijo de manera simple e insuperable: “si quitamos a Dios, quitamos el problema del bien y del mal”. Esto es lo que hemos hecho y, entonces, todo puede suceder. “Careciendo de un valor superior que oriente la acción, habrá que dirigirse en el sentido de una eficacia inmediata. … No siendo nada verdadero o falso, bueno o malo, la regla es mostrarse más eficaz”, escribe Camus. Y contra un mal tan grande que, además hunde sus raíces en lo más profundo del ser humano, la lucha contra el crimen institucionalizado se concreta en la búsqueda de una eficacia imposible. Los motivos para matar son múltiples, pero es del fondo del corazón humano de donde brota la intención homicida.

El relato de Caín y Abel, Génesis 4,1-16, ha conservado y desplegado su fuerza de sugestión a través de los siglos; en unos cuantos renglones se traza la fatídica historia humana. El creador del relato intenta responder al mismo interrogante nuestro y extiende este «relato de origen»; pequeñísimo relato, con una carga explosiva enorme. No es crónica ni historia; con un sabor de mito quiere responder al misterio de la violencia siempre fratricida.  

La pareja primordial, Adán y Eva, rota su harmonía con Dios, procrearon la primera pareja de hermanos. Eva dio a luz a Caín y nunca pensó que había dado la vida a un fratricida, luego dio a luz a Abel, la primera víctima. Caín comenzó a desarrollar sentimientos malos hacia su hermano menor, celos, envidias. Esto determina en Caín una ‘somatización’ a grado que Dios le advierte: “¿Por qué te irritas, por qué andas cabizbajo? Si procedes bien, ¿no levantarías la cabeza? Pero si no procedes bien, a la puerta acecha el pecado. Él te busca, pero tú tienes que dominarlo”. Ante la gravedad que se avecina, Dios interviene, advierte, pero Caín, el hombre, no hace caso y sigue el camino fatal. «Caín dijo a su hermano Abel: Vamos al campo. Y cuando estaban en el campo, se echó Caín sobre su hermano Abel y lo mató». Esto sucede en el exordio de la historia humana.

Dios interviene, ahora como juez. “Caín, ¿dónde está tu hermano? Y éste responde: ¿Soy, acaso, el guardián de mi hermano?” Ante Dios no valen excusas: «¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Por eso te maldice esa tierra que ha abierto las fauces para recibir de tu mano la sangre de tu hermano». Y el castigo será terrible: infertilidad y errabunda soledad eterna. Genialidad narrativa: en unas cuantas palabras, contadas, nos dice que la raíz de la violencia homicida radica en el pecado que no hemos querido o podido dominar. Las palabras que Dios dirige a Caín son de capital importancia y poseen la fuerza elemental de los grandes símbolos. El pecado es una fiera que acecha a la puerta de tu casa; te busca como toda fiera; tú tienes que dominarla o terminarás siendo su víctima. Pero Caín cede a sus sentimientos negativos, se empecina en ellos. ¿Cuáles son, en definitiva? Los celos y la envidia. De aquí derivan el rencor y el odio que se alimentan de sí mismos como una corriente alterna. Y saca a su hermano a despoblado para matarlo.

Es la primera muerte de la humanidad: homicidio, fratricidio. Si todos los hombres somos hermanos, todo homicidio es fratricidio. El homicidio brota del odio. El odio es homicida desde el principio. El odio puede nacer o manifestarse en forma de rencor, de antipatía, de desprecio, de despreocupación. Max Scheler se ocupa de estos sentimientos. El resentimiento es como una autointoxicación, la secreción nefasta, estancada de una impotencia prolongada; la envidia colorea siempre a ese sentimiento. El resentimiento, el rencor, es el odio de los impotentes, decía Nietzsche. Y son más peligrosos porque se refugian en la perfidia. En una palabra, no se acepta el puesto y la función de hermano. Estos sentimientos son patrimonio trágico, herencia maldita que ha pasado a la humanidad. Todo asesino es un Caín y todo asesinado es un Abel. El relato nos dice que lo que existe son caínes y  abeles, los asesinos y los asesinados, que el odio, la codicia, la envidia, los celos acaban en asesinato. Que el pecado nos asecha, pues. Por ello, el pecado es el ámbito de la  muerte y no hay que acercarse a él. Es una fiera agazapada.

Los personajes del drama son la pareja de hermanos, Dios y el pecado que se personifica. Como ante Caín, Dios se planta ante la conciencia y la libertad de los caínes; ante cada asesino, para advertirle sobre la gravedad de su acción. Ni el primer Caín ni sus descendientes han obedecido, y como aquel, estos también se levantan contra su hermano para matarlo. Jesús dice que “el diablo es homicida desde el principio” y que el que “comete pecado se hace esclavo”; el pecado y el homicidio hacen pareja.

Las ciencias sociales, las estrategias diseñadas por las fuerzas públicas, tiene su sentido y razón de ser. El relato bíblico se sitúa a otro nivel, al nivel de la conciencia, al nivel de hombre ante Dios en el juego tremendo de su libertad y su responsabilidad.

Me quedo con unas palabras de D. Bonhoeffer, gran teólogo luterano, escritas un año antes de su muerte, 09.04 1945, en el campo de concentración de Flossenbürg: “El problema que jamás me deja tranquilo es el de saber qué cosa sea realmente para nosotros, hoy, el cristianismo, y también qué sea Cristo. El problema es: Cristo y el mundo que se hace adulto. Es el problema radical que podemos plantearnos también nosotros hoy: ¿Qué es Cristo realmente para mí?” En esto se resuelve todo. También el caín de hoy oye la pregunta de Dios: ¿Dónde está tu hermano? Dios pide cuentas.

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No sé por qué esos de Davos se ríen de la rifa del avión diciendo que es una broma. Broma la de ellos. Que compren un cachito.