[ A+ ] /[ A- ]

Is. 60, 1-6; Salmo 71; Ef. 3, 2-3.5-6; Mt. 2,1-12

Sucede con la epifanía como con pentecostés: estas fiestas parecen caer demasiado tarde. Parece como si los cristianos, (los curas también son cristianos), hubieran agotado todo su entusiasmo durante la vigilia pascual. Así mismo, cuando se habla de las «fiestas» durante el invierno, sabemos que hablamos del 25 de diciembre y del 1º de enero. Una vez pasada esta fecha, ¿qué más podemos celebrar todavía?

En realidad, navidad es una fiesta tan rica, que en ella se hallan poco más o menos todos los temas de nuestra salvación, e incluso de la redención tal como lo hemos podido meditar en las lecturas que nos propone la liturgia. En estas condiciones, ¿qué podría añadir la epifanía? Ni siquiera aporta, como pentecostés, un hecho tan nuevo y determinante como es la venida del Espíritu Santo  sobre los apóstoles? Y, después de todo, ¿no es un duplicado que resulta de un compromiso entere las iglesias de Oriente y Occidente, para coordinar dos celebraciones, cuyo objeto no era tan diferente, aunque no coincidieran las fechas? Una, el dies natalis solis invicti, celebración del dios sol protector del Imperio, y la otra empalma con una fiesta alejandrina también astral celebrada 6 de enero.

No se puede responder en este espacio a esta cuestión. Jesús que se manifiesta a los pastores en el silencio de la noche y las lecturas tan llenas de vibraciones de Is., en navidad, mientras en la epifanía los tonos son más moderados, como tonos menores, para presentar a Jesús a “todos los pueblos” simbolizados en los “magos” que avanzan a donde está el Niño; hay ciertos matices que de a estas fiestas algo de complementariedad. K. Rahner dice: “En navidad, Dios busca al hombre; en epifanía es el hombre que se pone en camino hacia Dios que se manifiesta en ese Niño”.  (cf. J. C. Nesmy. oc.). A la epifanía parece sostenerla más bien la imaginación, los regalos que este día reciben los niños, la rosca, la belleza del relato estupendo que ha nutrido el arte humano y la piedad popular, que el significado litúrgico.  Un adecuado comentario a las lecturas de la fiesta ayudarían a descubrir el significado profundo que le asignaron las iglesias de Oriente.  

Is. 60, 1-6.- Un espléndido porvenir.  «¡Hija de Sion, alégrate!» ¿De qué cosa debo alegrarme yo, iglesia de hoy? Las tinieblas continúan cubriendo la tierra, y si las naciones caminan hacia una luz creciente, sin embargo no se dirigen hacia mí. «Los Magos tomaron otro camino». Los pueblos no se reúnen en torno a mí, y mis hijos lejanos, no se ven venir. Tal vez mi vocación es la de ser pobre pero indispensable como el Niño en el pesebre. Mi destino es encender en el cielo una estrella, para conducir los pueblos hacia éste Niño. «Hacia Belén la caravana pasa». (R. Darío)

Salmo 71.- Súplica por el rey, quizá el día de la coronación.- Dios es el juez verdadero, que hace justicia, es decir, defiende el derecho de los humildes. Esta justicia la puede ejercer personalmente y puede confiársela a uno de sus elegidos, en concreto, al rey de la dinastía elegida. De este modo el rey participa de la justicia divina que debe ejercer puramente en servicio del pueblo.

Si pensamos en el minúsculo rey de Palestina, soberano por algunas generaciones de insignificantes reyes vecinos, este salmo suena  a sueño utópico, a adulación  cortesana, a fantasía oriental. Salmos como éste, rezados sinceramente por generaciones, han alimentado y ensanchado la esperanza, han cultivado el sentido universalista, han hecho comprender el puesto de un salvador personal. Rezados por el rey presente, eran súplica; razados por el rey futuro, iban siendo profecía y expectación. Solamente en Cristo alcanza el salmo su plenitud de sentido.

Ef. 3, 2-3.5-6.- El proyecto de Dios.-  El género humano, salido de un principio único (Hch 17,26), ¿logrará un día construir una verdadera unidad en la que cada uno acoja al otro, sin someterlo o colonizarlo? Esta felicidad, esta unión, esta paz que los hombres, no obstante los signos en contrario,   han buscado afanosamente en la noche de los tiempos, están a nuestro alcance luego que Cristo ha venido; él ha realizado el proyecto escondido en Dios (misterio) reunir a la humanidad dispersa. Él nos hace comprender que todo hombre, cualquiera que sea y donde quiera que esté, tiene derecho a vivir en la paz.

Mt. 2,1-12.- La fe de los paganos.- Un tiempo, el rey pagano de Moab tuvo miedo a los hebreos. Reunió a los ancianos e hizo venir  un mago de “más allá del Éufrates”. Pero éste, en vez de maldecir al pueblo hebreo, lo bendijo, «viendo brotar una estrella en Jacob, surgir un hombre de Israel». (Num. 23-24)  Mateo establece un irónico paralelo entre Herodes y el rey de Moab, entre los Magos y Balaán, entre el consejo de los ancianos y los escribas. Así,  hoy   como ayer, son «los otros» los que reconocen a Jesús el Mesías. Hoy como ayer, Cristo es una provocación para su pueblo y una esperanza para los lejanos.  Lo había entrevisto Isaías, (60,5ss), viendo a los paganos confluir en la ciudad santa y reconstruir los muros.

Homilía. La epifanía, con su fascinación misteriosa, es el coronamiento gozoso del tiempo bello de navidad. Una gran luz se levanta de esta solemnidad para deshacer las densas tinieblas que cubren la tierra: una luz que proviene de un Niño que es el Hijo del eterno Padre, el mesías de los Israelitas, el Dios de los paganos y, ante Herodes, el rey de los gentiles.

Según la maravillosa pedagogía divina, el mensaje de navidad es anunciado a través de signos adaptados a cada uno: a los pastores a través de un pesebre, a los magos a través de una estrella, a los teólogos a través de la Escritura, a Herodes mismo a través de los sabios que han venido de Oriente. Estos paganos, los magos, siguen siendo para nosotros la figura de la inmensa multitud humana, expulsada del paraíso y que conserva de aquel lejano recuerdo una secreta hambre insatisfecha. ¿Cuántos tuvieron el presentimiento del nacimiento de este rey de los judíos venido al mundo bajo una buena estrella? No lo sabemos. Virgilio, el gran poeta latino, nos habla en uno de sus poemas del nacimiento de un niño que será causa de alegría para los pueblos. Solo los magos se pusieron en camino y siguieron la estrella hasta Belén.

«Los cielos narran la gloria de Dios» (Sal 18,2). Confiándose de la sabiduría humana, los magos van primero a Jerusalén, el centro espiritual del pueblo hebreo. Porque en el proyecto de Dios es necesario que la ciencia de los magos ceda las riendas a la Escritura revelada, que les indicará dónde se encuentra el niño. La fe naciente ya ha pasado la primera  prueba y puede entonces emprender la última etapa: aquella que les hará reconocer en el recién nacido de Belén el rey de un reino invisible. No queda más remedio que volver a la patria por otra vía: se trata de otro camino con la estrella en el corazón brillando para siempre. Luego del encuentro no podemos ir por el mismo camino.

Los escribas, por contrario, no se mueven: centinelas dormidos, dejan que el depósito de la Verdad viviente llegue a ser como un fruto seco entre sus manos. Están seguros y confiados en su religión. En cuanto a Herodes, que siente vacilar su trono, no hará más que concebir planes homicidas de extrema crueldad. Pero Dios vela sobre todos aquellos que caminan a la luz de su estrella.

 

 

 

Un minuto con el Evangelio

Marko I. Rupnik, SJ

 

El rey Herodes, al oír la noticia del nacimiento de un nuevo rey, se turba porque en el trono que él ocupa hay cabida para un solo rey. Jerusalén, la ciudad santa, se queda consternada porque, ante la noticia del nacimiento del rey que habría de ser el Mesías, debía abandonar toda idolatría, todo falso culto y falsa salvación. Es el método del demonio que, mediante una mentalidad marcada por el pecado, nos hace percibir a Dios como nuestro adversario, nuestro competidor, hasta radicalizar el antagonismo: «O Dios, o yo». Es terrible la tentación que intenta convencernos de que, cuanto más lejos estemos de Dios, cuanto más sea un concepto abstracto, filosófico, el hombre está más seguro. Y aún más contradictorio es el pensamiento de que el hombre por sí solo puede entender lo que realmente le beneficia, lo que le salva realmente, en lugar de acoger al que es la única fuente de la vida, de todo bien, al que puede garantizar el futuro del hombre.