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LA EPIFANIA DEL SEÑOR. C

Is. 60, 1-6; Salmo 71; Ef. 3, 2-3.5-6; Mt. 2,1-12

 

 

Is. 60, 1-6.- Un espléndido porvenir.- «!Hija de Sión, alégrate!» ¿De qué cosa debo alegrarme yo, iglesia de hoy? Las tinieblas continúan cubriendo la tierra, y si las naciones caminan hacia una luz creciente, sin embargo no se dirigen hacia mí. «Los Magos tomaron otro camino». Los pueblos no se reúnen en torno a mí, y mis hijos lejanos, no se ven venir. Tal vez mi vocación es la de ser pobre pero indispensable como el Niño en el pesebre. Mi destino es encender en el cielo una estrella, para conducir los pueblos hacia éste Niño. «Hacia Belén la caravana pasa». (R. Darío)

 

Salmo 71.- Súplica por el rey, quizá el día de la coronación.- Dios es el juez verdadero, que hace justicia, es decir, defiende el derecho de los humildes. Esta justicia la puede ejercer personalmente y puede confiársela a uno de sus elegidos, en concreto, al rey de la dinastía elegida. De este modo el rey participa de la justicia divina que debe ejercer puramente en servicio del pueblo.

Si pensamos en el minúsculo rey de Palestina, soberano por algunas generaciones de insignificantes reyes vecinos, este salmo suena a sueño utópico, a adulación cortesana, a fantasía oriental. Salmos como éste, rezados sinceramente por generaciones, han alimentado y ensanchado la esperanza, han cultivado el sentido universalista, han hecho comprender el puesto de un salvador personal. Rezados por el rey presente, eran súplica; razados por el rey futuro, iban siendo profecía y expectación. Solamente en Cristo alcanza el salmo su plenitud de sentido.

 

Ef. 3, 2-3.5-6.- El proyecto de Dios.- El género humano, salido de un principio único (Hch 17,26), ¿logrará un día construir una verdadera unidad en la que cada uno acoja al otro, sin someterlo o colonizarlo? Esta felicidad, esta unión, esta paz que los hombres, no obstante los signos en contrario,   han buscado afanosamente en la noche de los tiempos, están a nuestro alcance luego que Cristo ha venido; él ha realizado el proyecto escondido en Dios (misterio) reunir a la humanidad. Él nos hace comprender que todo hombre, cualquiera que sea y donde quiera que esté tiene derecho a vivir en la paz.

Mt. 2,1-12.- La fe de los paganos.- Un tiempo, el rey pagano de Moab tuvo miedo a los hebreos. Reunió a los ancianos e hizo venir un mago de “más allá del Éufrates”. Pero éste, en vez de maldecir al pueblo hebreo, lo bendijo, «viendo brotar una estrella en Jacob, surgir un hombre de Israel». (Num. 23-24) Mateo establece un irónico paralelo entre Herodes y el rey de Moab, entre los Magos y Balaam, entre el consejo de los ancianos y los escribas. Así, hoy como ayer, son «los otros» los que reconocen a Jesús el Mesías. Hoy como ayer, Cristo es una provocación para su pueblo y una esperanza para los lejanos. Lo había entrevisto Isaías, (60,5ss), viendo a los paganos confluir en la ciudad santa y reconstruir los muros.

 

Homilía.

La epifanía, con su fascinación misteriosa, es el coronamiento gozoso del tiempo bello de navidad. Una gran luz se levanta de esta solemnidad para deshacer las densas tinieblas que cubren la tierra: una luz que proviene de un Niño que es el hijo del eterno Padre, el mesías de los Israelitas, el Dios de los paganos y, ante Herodes, el rey de los gentiles.

Según la maravillosa pedagogía divina, el mensaje de navidad es anunciado a través de signos adaptados a cada uno: a los pastores a través de un pesebre, a los magos a través de una estrella, a los teólogos a través de la Escritura, a Herodes mismo a través de los sabios que han venido de Oriente. Estos paganos, los magos, siguen siendo para nosotros la figura de la inmensa multitud humana, expulsada del paraíso y que conserva de aquel lejano recuerdo una secreta hambre insatisfecha. ¿Cuántos tuvieron el presentimiento del nacimiento de este rey de los judíos venido al mundo bajo una buena estrella? No lo sabemos. Virgilio, de gran poeta latino, nos habla en uno de sus poemas del nacimiento de un niño que será causa de alegría para los pueblos. Solo los magos se pusieron en camino y siguieron la estrella hasta Belén.

«Los cielos narran la gloria de Dios» (Sal 18,2). Confiándose de la sabiduría humana, los magos van primero a Jerusalén, el centro espiritual del pueblo hebreo. Porque en el proyecto de Dios es necesario que ciencia de los magos ceda las riendas a la Escritura revelada, que les indicará donde se encuentra el niño. La fe naciente ya ha pasado la primera prueba y puede entonces emprender la última etapa: aquella que les hará reconocer en el recién nacido de Belén el rey de un reino invisible. No queda más remedio que volver a la patria por otro vía: se trata de otro camino con la estrella en el fondo del corazón brillando para siempre.

Los escribas, por contrario, no se mueven: centinelas dormidos, dejan que el depósito de la Verdad viviente llegue a ser como un fruto seco entre sus manos. En cuanto a Herodes, que siente vacilar su trono, no hará más que concebir planes homicidas de extrema crueldad. Pero Dios vela sobre todos aquellos que caminan a la luz de una estrella.