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De alguna manera el presente es una continuación, en otro registro, de mi entrega pasada. Me llamó poderosamente la atención el mensaje que colgó en la red el joven de 22 años, Elliot Rodger, que victimó a siete personas en Santa Bárbara. Declara que a sus 22 años todavía es virgen y que será el último vídeo que cuelgue en la red: “Mañana será el día de la venganza. El día de mi venganza contra la humanidad, contra todos vosotros. Durante los últimos ocho años de mi vida, desde mi pubertad, he tenido que soportar una existencia de soledad, rechazo y deseos insatisfechos. Y todo porque nunca he resultado atractivo a las chicas y me he tenido que pudrir en soledad. No entiendo cómo es posible que no os resulte atractivo. Os voy a castigar a todas por esto”. Este texto constituye una mina para los especialistas en la psicología social. Siempre que sea una psicología con alma. En ellos podemos apreciar la ambigüedad de nuestros sistemas sociales.

Y lo dicho. Si se hace la radiografía de estos problemas encontraremos en último análisis, el déficit familiar. En realidad, se trata de una crisis antropológica más profunda, de la que participa la familia. No es la familia la que está en crisis; es la humanidad misma del hombre, y esta crisis va ahondándose cada vez más. Vivimos, en realidad, la revolución más profunda, jamás pensada; ya no se trata de reivindicaciones sociales, es la revolución del hombre contra él mismo, contra su propia humanidad.

 

Por esta razón, hechos como éste revelan, por una parte, la profunda soledad del hombre actual, anunciada también por los profetas laicos del siglo XX, no obstante que Facebook pueda presumir de tener «conectados» más de mil millones de usuarios. ¿Conectados?, ¿con quién y para qué? El asesino de su esposa y sus tres hijos se quejó de soledad y desprecio. Igual el joven a quien no bastó ser millonario, y tener más que resueltas sus necesidades materiales. Ambos lanzaron un último grito a la soledad anónima que es la red. Soledad, resultado de la ausencia de sentido, de orientación. Digámoslo sin rodeos: se trata, en última instancia, del resultado final de la expulsión de Dios de nuestras estructuras, expulsión que quiere ser sustituida también con religiones y con tecnologías y psicologías deformadas. La tesis de Fromm: el aumento de todas esas formas de autodestrucción que revelan las profundas insatisfacciones que atormentan al hombre, ¿no será la ilustración radical de que, “no sólo de pan vive el hombre”? (The Sane Society. 1950)

 

La primera función de la familia, la que se desprende más inmediatamente de su ser, o, más bien, la que se confunde con él, es la función educadora. El problema de las relaciones de la familia y de la sociedad, radica primordialmente en la educación de los hijos. La familia es la que prepara las siguientes generaciones, la que conserva y transmite los más grandes valores adquiridos. De ahí su importancia trascendental y el cuidado que se ha de tener en ayudarla. J.P. II se refería a la familia como esa “primerísima e insustituible escuela de humanidad”; “el futuro de la humanidad pasa por la familia”. (Aquí, ni siquiera pienso en la ausencia de la familia, en las distintas formas de inexistencia, en las parejas inestables que siguen engendrando fatalmente; en las niñas, sin ningún soporte, teniendo niños, que es nuestro problema). Necesitamos ser conscientes de ello y debemos apoyar la familia en su misión.

 

G. K. Chesterton, este fascinante inglés, que transitó del agnosticismo al catolicismo, pasando por el anglicanismo, para convertirse en uno de los grandes fenómenos humanos del siglo XX, con humor y gran sentido común se sorprendía del abuso de un mundo, como el nuestro, que valora socialmente más la actividad de un educador que enseña la regla de tres a cincuenta alumnos, que la de una madre que enseña a su hijo o a su hija «todo sobre la vida». (El Amor o la Fuerza del Sino) Y no conoció el fenómeno deportivo de nuestros días, lo que se le paga a un deportista y lo que se le paga a los buenos maestros. Einstein no valía 150 mdd.

 

Todo el énfasis sobre la importancia de la educación para el progreso de un pueblo, (cf. El País. “Se avecinan tormentas en la educación en América Latina”. Airel. Fiszbein. 24.05.14), los acalorados discursos de nuestros políticos sobre la necesidad de reforzar la educación para hacerla más efectiva, los aumentos de la partida de educación en los presupuestos generales del estado, (y en México lo sabemos muy bien), son palabrería hueca o argumentación inconsistente cuando casi nada ayuda a fomentar la dedicación de tiempo y de calidad a la forma más universal de educación, la educación privada en el hogar, pues comparada con ella, la educación pública en la escuela puede resultar estrecha y limitada. Cuando no verdaderamente inútil. En efecto, el educador trata con una sola sección de la mente del estudiante, mientras que los padres se encargan de él íntegramente y por toda la vida. Así, dice Chesterton, con ironía y con su sentido del humor que nos recuerda a O. Wilde: «todo el mundo sabe que los maestros tienen una tarea fatigosa y a menudo heroica, pero no es injusto recordar que en este sentido tienen una tarea excepcionalmente feliz. El cínico diría que el maestro tiene su felicidad en no ver nunca los resultados de su propia enseñanza. Prefiero limitarme a decir que no tiene la preocupación sobreañadida de tener que estimarla desde el otro extremo. El maestro, raramente está presente cuando el estudiante se muere. O, por decirlo con una metáfora teatral más suave, rara vez se encuentra ahí cuando cae el telón». (El Amor…..).

 

En esta compleja tarea de la educación, el papel de la escuela y el hogar en el proceso educativo del niño, nos lleva a una reflexión sobre los medios de comunicación y la familia. Podríamos aventurar que, incluso más que la escuela y, obviamente que la familia, los medios son los principales protagonistas en la «educación» de nuestros niños y jóvenes. Al menos podemos afirmar que los medios disponen de ellos más tiempo. La media de horas que un niño o un adolescente, (y algunos adultos), dedican semanalmente al consumo de la dieta suministrada por los medios, (tv, internet, videojuegos, radio, revistas, etc., etc) supera ampliamente al horario escolar. Los estudios arrojan que en Europa un niño gasta 25 horas de televisión a la semana. En Estados Unidos los niños entre 8 y 17 años, más glotones, absorben una exposición media de ocho horas diarias. Para dar una idea somera del crecimiento exponencial del uso de internet, el 95% de los niños italianos entre 12 y 14 años, dispone de conexión a internet. (De México no conozco estadísticas, pero la única limitante en nuestro país sería el acceso, aún por falta de electricidad). Sin embargo, la atención de los padres y de los poderes públicos a los efectos sociales de la dieta mediática de los ciudadanos, y, especialmente de los niños y jóvenes, es mucho menor que la preocupación por la escuela y los problemas de salud relativos a la alimentación. J.P. II habló de la televisión como de “la niñera electrónica”, refiriéndose al hecho, de que aún a los niños pequeñitos, los ponemos frente al televisor para que se entretengan.

 

Algunos dato son inquietantes. Es innegable que el contenido de violencia y sexo en los shows televisivos es enorme. (No describo aquí el videojuego Grand Theft Auto, violentísimo y popular, aceptado socialmente, y que incluso un conocido refresco de cola hizo un anuncio imitándolo). Podríamos argüir que se trata de imágenes irreales, de un juego. Cierto, pero no es fácil olvidar los estremecedores acontecimientos de delincuencia infantil provocados por imitación de comportamientos violentos vistos en los medios, como el de los tres niños que mataron a su amiguita “jugando” como habían visto en la tele; o el de los niños que asesinaron a un vagabundo en Francia; y así otros. El film Natural Born Killer de Oliver Stone causó 14 homicidios en 1993 y 3 en marzo del 94. En una investigación realizada en las crónicas de sucesos de dos diarios romanos, “Il Messaggero” y “La Reppublica” durante dos años, Morgani y Spina encontraron que, en 57 episodios de crónica violenta, los protagonistas habían imitado “héroes” de películas. Todo esto no es gratis. En el 2007 la industria de los videojuegos había superado a la industria cinematográfica y del juguete, generando 18 mmdd. En ese contexto y con datos más recientes, si no es como un distractor, no me explico el auge mediático que se le está dando al bullyng. Éste explota en la escuela, pero no se genera en la escuela; en definitiva, se genera en la familia que no está al pendiente de lo que los niños ven, o peor aún, se genera en la ausencia total de familia.

 

Pero también podremos preguntarnos sobre la responsabilidad moral de los medios. Veamos la televisión que es el medio más influyente en la sociedad. Y no sólo de la sociedad desarrollada; vea usted las zonas más deprimidas de nuestra ciudad donde puede faltar lo más indispensable y verá usted que todas tienen televisión, abierta, satelital o por cable. Según datos de un estudio de la Henry J. Kayser Family Foundation del 2003, más del 80% de los shows televisivos dirigidos a adolescentes tienen un contenido sexual. Dos años más tarde, otro estudio de la misma fundación sobre el conjunto de la programación televisiva demuestra que el número de programas con contenido sexual entre 1998 y 2004 ha pasado del 54% al 70%. Cuando un niño italiano se encamina por vez primera a la escuela elemental lleva ya en su mochila, junto con la pluma y los colores, 1800 escenas de violencia. La dieta preescolar de violencia del niño americano –siempre más precoz – es muy superior, incluye 8,000 homicidios y 100,000 actos violentos. ¿Debe extrañarnos el bullyng?

 

Debemos tener en cuenta que el 12% de los sitios web son pornográficos y que el 25% de las consultas en los motores de búsqueda son para ver pornografía. También sabemos que la pornografía es la que obtiene mayores ingresos en internet con un volumen de 2,500 mdd. Estas proporciones, que ha de ser actualizadas, significan millones de seres humanos “atrapados en la red”.

 

En estas circunstancias la capacidad de raciocinio es proporcionalmente inversa. Con palabras de García Noblejas (Alicia a través del espejo televisivo: entre Scherezade y Leviatán), podemos hablar de «los medios, espejos locos de una sociedad desquiciada». Alicia sintetiza muy bien el problema: «no entiendo casi nada de todo esto, pero me parece muy bonito». Me refiero con este síndrome al hecho de que los medios de comunicación nos ofrecen una visión fragmentaria, parcial, a menudo contradictoria y siempre caleidoscópica del mundo y del hombre. Esta imagen no contribuye a que el hombre se comprenda mejor a sí mismo, desde luego. Esto sucede, por ejemplo, por la abierta contradicción ente los mensajes de programas que aparecen en el mismo medio en espacios diferentes. Así, junto a mensajes publicitarios contra la droga o el alcohol, de buena factura dramática y persuasiva, se difunde otros en programas de entretenimiento o en otros anuncios publicitarios que exaltan la fascinación y el lujo unidos a la bebida o al consumo de drogas y sexo. Querer conocer el mundo, al hombre, por la tv., es como querer conocer el mar a través de la claraboya de un submarino.

 

Pero la naturaleza no da saltos. Y menos hacia atrás. No podemos satanizar a los medios sino al uso que los hombres hacemos de los medios por intereses económicos o ideológicos. No podemos decir que la invención de la imprenta haya sido algo funesto porque destruyó en gran parte la tradición oral. Los medios, y su enorme poder configurador, o mejor dicho, los dueños de los medios, están llamados a la más alta responsabilidad moral.

 

Puede decirse que a fin de cuentas cuando la televisión, el cine, la publicidad, los videojuegos difunden objetivaciones del habitar del hombre en el mundo, formas o modelos de comprensión de sí mismo, no hacen, de suyo, mejores o peores a los hombres. Es tan verdad como que la lectura de vidas de santos o de hazañas heroicas de grandes hombres de la historia no nos hace ni mejores ni más valientes. Cierto, pero por eso el arte debe respetar la lógica interna de éste, que es presentar lo sublime como sublime, lo miserable como miserable, lo trivial como trivial; en suma, lo bueno como bueno y lo malo como malo, de modo que lo bueno nos “sepa” bien y lo malo nos “sepa” mal. Así lo hicieron los clásicos de todos los tiempos, que no representaron una condición humana inmaculada – pensemos por un momento en Shakespeare y el cúmulo de miserias humanas representadas en los personajes inmorales de sus dramas -. No se trata de ocultar la realidad de la condición humana caída, sus posibles abismos de vileza, pero tampoco sus cumbres morales; se trata de mostrar su grandeza, su dignidad, que puede perderse, sí, en la abyección de esos abismos insondables de maldad, y que puede brillar en la belleza moral de conductas virtuosas, que no santurronas, o en la misericordia ante el mal ajeno, físico y sobre todo moral. No hay que olvidar, con Montagu, que “los hombres y las sociedades se han hecho de acuerdo con la imagen que tenían de sí mismos, y han cambiado conforme a la imagen por ellos mismos desarrollada. (J.J. G. Noblejas. “Fundamentos para una Iconología”).

 

A pesar de todo lo dicho, debe quedarnos claro que propiamente los medios no son malos en sí. Como advertía sagazmente Einstein «el problema no es la bomba atómica, el problema es el corazón del hombre». Me parece obvio que los medios están tan enfermos como el corazón del hombre. En uno de sus mensajes sobre los medios, BXVI trazaba el camino: “la educación a los medios debe ser positiva; poniendo ante los niños lo que es excelente estética y moralmente, se les ayuda a desarrollar la propia opinión, la prudencia y la capacidad de discernimiento. La belleza, espejo de lo divino, inspira y vivifica los corazones y las mentes de los jóvenes, mientras que la fealdad y la vulgaridad tienen un impacto deprimente en actitudes y comportamiento”. Nos encontramos, decía este papa, ante una «emergencia educativa», «estamos ante la tarea urgente de la educación». La actitud que asuman los medios marcará la diferencia.

 

Fuente. N. Gonzáles G. “Familia y medios de comunicación social”. 2009